domingo, 19 de septiembre de 2010

Enrique González Tuñon, un poeta entre la ciudad “culta” y la ciudad “rea” por Maximiliano Molocznik


Enrique González Tuñon, un poeta entre la ciudad “culta” y la ciudad “rea”

Por Maximiliano Molocznik


La vida y la obra de Enrique González Tuñon se ha visto a menudo opacada por la labor poética y militante de su hermano Raúl. Sin embargo, sus aportes al periodismo, su cuentística y sus novelas, lo colocan como uno de los mejores escritores argentinos del siglo XX.
Con esta semblanza intentaremos no sólo hacerle justicia histórica sino posar nuestra mirada en el intenso período de las letras argentinas que va desde el auge de las vanguardias, en los años 20, al nacimiento del arte revolucionario en los años 30.
Nació en BsAs el 10 de marzo de 1901, en el barrio de Once. Fue uno de los más destacados representantes de la bohemia porteña de los años 20.
Un verdadero autodidacta según cuenta su hermano Raúl: “Mi hermano leía ávida y desordenadamente, como yo, desde la niñez. Citaba a menudo a Quevedo, el de El Buscón, a Dickens, Chéjov, Bret Harte, Gorki, el Payró de El casamiento de Laucha, y a Ángel Ganivet, Lord Dunsany, Charles Louis Philippe, Rafael Barret, Mansfield, Zola (…) Manejó el idioma madre plena y hermosamente cuando fue necesario, más detestaba a los cursis que pretenden abolir el uso del che y el vos, hasta en el íntimo dialecto de lo familiar. Con igual señorío utilizó las derivaciones populares porteñas en la lengua”.
Su labor periodística, en la que fue reconocido como un verdadero renovador del estilo, se inició en el semanario El Noticiero, en la Revista Caras y Caretas y, a partir de 1924, con sus colaboraciones en las revistas Proa y Martín Fierro. Estas publicaciones agrupaban por aquellos años a la “vanguardia criolla” integrada por Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Oliverio Girando, entre otros.
Raúl Gonzalez Tuñon recuerda de este modo ese período: “En 1922 comenzó Enrique su carrera periodística en un semanario llamado El Noticiero. En 1923 colaboró, y yo también, en la revista literaria Inicial, y en la popular Caras y Caretas. Al siguiente año adherimos al movimiento Martinfierrista, o de Florida, colaborando en el hoy legendario periódico Martín Fierro, en la revista Proa, de Ricardo Güiraldes. Aquí publicó Enrique sus notables imágenes de Brújula de Bolsillo, y en el periódico sus epitafios fueron los más mordaces durante la guerrilla literaria”.
Su obra resulta difícil de clasificar ya que, a pesar de participar -como decíamos- en el grupo de Florida, su anarquismo romántico y el sesgo proletarizante de sus escritos parecen orientar más su obra en el sentido de la espiritualidad de Boedo. Algunos críticos literarios proponen ubicarlo en una suerte de “zona intermedia” entre ambos grupos.
Su primer libro, Tangos (1926), surge a partir de su convencimiento de que este género musical es la “representación genuina del alma popular y la expresión musical del pueblo argentino”.
Este libro surge a partir de la escritura de sus notas semanales en el Diario Crítica, en el que trabajará desde 1925 hasta 1931.
La afición por el “universo tanguero” -dice Silvia Saítta- “ya había sido absorbida por el diario dentro de la crónica roja, la página del turf o como hecho periodístico desde 1915, por ejemplo, las notas de Felipe Fernández, Yacaré, o los retratos de músicos y bandoneonístas para cubrirlas; pero el tango desembarca a toda página en una sección especial a cargo de Enrique González Tuñon. La primera aparición sale el 4 de junio de 1925 y su frecuencia era semanal, aparecía el día sábado y presentaba en forma casi excluyente la reproducción de la letra de un tango y un relato sobre ella al que luego se lo llamó “glosa”. Pero la iniciativa de Crítica no se detiene ahí. En julio de ese mismo año comienza a organizar concursos y bailes de tango combinando estrategias de divulgación y difusión que apuntan a llegar a más público y a aumentar sus ventas. En su afán por ganar mercados no teme caer en contradicciones: la apuesta del diario es la de convocar a toda la familia e instalar una imagen decente de una danza considerada por algunos como “demasiado” sensual, amenazante; por otro parte, los textos de González Tuñon, simultáneos con estas operaciones de prensa, proponen una lectura que privilegiará “el origen prostibulario del tango, el arrabal malevo, sede del delito, el juego o el crimen”.
Su conocimiento de la ciudad, su apuesta por la “nueva sensibilidad”, su erudición tanguera y su rol de intelectual que, desde la vanguardia, analiza las complejas relaciones entre modernidad y tradición, hacen que Enrique se transforme en uno de los periodistas preferidos de Natalio Botana, el dueño de Crítica.
Tangos es cálidamente recibido por Nicolás Olivari y por su amigo Conrado Nalé Roxlo y duramente criticado por Borges.
Ricardo Güiraldes le envía, en septiembre de 1926, una elogiosa carta en la que le dice: “Por mi parte, he compartido durante casi todo su libro, sus dolores, sus compadradas, sus anhelos de figuración en los anales de policía, que dan cartabón de capacidad maleva. Hacer querer, simpatizar o simplemente comprender a un tipo humano, de cualquier calaña que sea, es obra a mi entender más caritativa que las falsas piedades y las pretenciosas obras de criminalistas”. Luego de felicitarlo por la calidad de las descripciones, las biografías y las escenas, concluye: “Tangos tenía que ser así. Prueba de ello es que deja una marcada impresión después de su lectura y propone asimismo un interrogante sobre el lunfardo. Por mi parte digo: existe y, aunque todavía deficiente, es expresivo, curioso y pintoresco en el dolor como pocos”.
En 1927 Manuel Gleizer- en sus ya míticas ediciones artesanales- publica su segundo libro, El alma de las cosas inanimadas y al año siguiente, La rueda del molino mal pintado, muy elogiado por Roberto Arlt en sus aguafuertes porteñas del Diario El Mundo. Ambos eran libros de cuentos. El primero es, básicamente, una antología del grotesco con textos que, como diría Discepolín “producen tanto dolor que hacen reír”. En el segundo, en cambio, nos muestra el proceso que lleva a los hombres que viven la crisis económica de los años 30 de la honradez a la “caída” en la ilegalidad. Sus personajes no son delincuentes ni “mal intencionados” son-al igual que las prostitutas de Evaristo Carriego-sectores de clase media “caídos del mapa”. Estos cuentos son la crónica de la vida de una franja social que, a pesar de que coquetea con lo que está fuera de la ley, no abandona los valores morales que rigen a la sociedad. Son “malandrines” a los que, en un punto, el lector termina queriendo y deseando que les vaya bien.
Como vemos, entonces, gran parte de su obra literaria tiene relación directa con su participación en publicaciones periodísticas.
En 1930 publica-en edición del autor, de tirada reducida-Apología del hombre santo, extenso poema en prosa sobre la vida y la muerte de Ricardo Güiraldes.
En 1931, ya escribe en Noticias Gráficas y en el suplemento literario del diario La Nación. En 1932 publica las novelas El Tirano y La Cruz del Círculo.
El Tirano, editada durante el gobierno fascistoide del general Uriburu, puede leerse tanto como una mordaz crítica a las actitudes de “von pepe”-como llamaban al dictador-, como un llamado latinoamericano a la paz y al razonamiento.
Ese mismo año aparece su libro más logrado, Camas desde un peso. Allí narra la historia de cinco atorrantes porteños que comparten una pieza en un tugurio miserable llamado “El puchero misterioso” por el módico precio que especifica el título. En este libro se muestra con mucha claridad el impacto que sufren las clases populares por la recesión económica surgida a partir de la crisis del 30: “El mundo es un desierto. Soy un hombrecillo anónimo, un dolor anónimo en la inconmensurable superficie de la tierra. Quisiera llamar a mi madre para que me diera su caricia y levanto al cielo la mirada. ¿En cuál estrella se habrá asomado para proteger mis pasos? Indalecio me toma del brazo y me dice: -Tristeza, tristeza, tristeza, amigo mío. No tengo un cobre. No tengo a quién pedir un cobre. He agotado todos los recursos. Desde hace ocho días me alimento con café con leche recalentada. He digerido ya mi honestidad. Pienso que después de todo soy un hombre liberado; un hombre que arrojó por la ventanilla de su desván de miseria el lastre inútil de la honestidad”.
Al igual que en los tangos de Enrique Santos Discépolo, Gonzalez Tuñon se lamenta de la pérdida de los valores de antaño que hacían de la sociedad un ámbito más igualitario: “Al fin de cuentas, ¿qué es un hombre honesto? Un fabricante que explota a cientos de obreros, paga impuestos cuando no puede eludirlos con una coima, cumple con las reglamentaciones legales, engorda, cohabita con libreta de
registro civil, educa a sus hijos en la misma escuela, come con voluptuosidad animal, ocupa su butaca en el teatro, se deleita con la música empalagosa, eructa y se duerme pacíficamente, es un hombre honesto.
El empleado que acepta su situación de síbito, escala puestos, es el perfecto alcahuete del amo, vende a sus compañeros por mucho menos de treinta dineros, obedece al horario, goza su licencia, fabrica hijos y se pavonea con la mujer preñada, es un hombre honesto y, además, un hombre que mira por su porvenir.
El funcionario que usufructúa una posición holgada conquistada horizontalmente, horizontalmente por su cónyuge; el canalla político que alienta aspiraciones de inmortalidad, son señores honestos. Estoy harto de la honestidad. Harto de las personas honestas. Asqueado de la mediocridad con dos patas. El abdomen burgués me produce asco. Me indigna la injuria de esa bestia que se nutre junto a la vidriera del restaurant abofeteando a la miseria que pasa. La imparcialidad me revienta e igual me acontece con la vida normal. ¿Qué es la vida normal? Vivir sin una aspiración, vegetar pasivamente. No tener jamás un sueño luminoso ni alumbrar la oscura existencia con un rayo de locura. ¿Para qué quiero cien años de vida normal?. La rabia se transforma en lástima y compadezco a esas pobres criaturas normales que quedan bien con todo el mundo. Con la ley y con Dios. Para obtener su asiento en el Paraíso les basta con la señal de la cruz, bajo las abrigadas cobijas, en compadecer a los desdichados que se mueren de frío en los umbrales inhóspitos”.
Conocía la ciudad de BsAs como la palma de su mano, recorrió sus márgenes geográficos y sociales quedándose en los “bajos fondos”, lugares a donde la mayoría de la gente no quería ir y de donde otros muchos, no podían salir.
Esto lo transformó en un verdadero mediador entre la “ciudad culta” y la “ciudad rea”. Buscó con el alma a esos seres castigados por la indiferencia de los “saciados” y la “soberbia de los bacanes”, a esos seres tristes y desamparados que se mueven en ambientes de miseria y sordidez: “No tengo un cobre. No tengo honestidad. La he regalado al mundo. Venga en buena hora la locura, la ardiente locura de un sueño que será mi eternidad. Comprendo al individuo estrafalario que vivaba a los faroles encaramado en un poste telegráfico, pues de cada farol un día no lejano será necesario colgar un canalla. He llegado al hotel. En la puerta recórtanse las figuras de los facinerosos. Al acercarme me observan con minuciosidad de policías y en el instante de transponer el umbral uno de ellos musita: -Parece un chorro. Voy subiendo la escalera del hotel y el edificio me pesa sobre el alma. Por primera vez cuento peldaños. Son sesenta y cada uno se empina en mi orfandad. En el “hall” descubro a un amigo de otros tiempos y siento que me mortificaría si supiera que todas las noches duermo allí, porque me humillaría con sonreír compasivo. Y en el momento en que me decido a explicarle que he perdido el tren -un tren cualquiera que pudiera llevarme a un hogar- el hombre del hall descubre mi intención y no me da tiempo a mentir. Con sorna, seguro de que me está haciendo daño, deja caer estas palabras: -Amigo, hoy no hay cama para usted. Ni de un peso, ni de un peso cincuenta. “… de cerca nadie es normal…”
Son también de esta época Las sombras y la lombriz solitaria y El cielo está lejos, ambas de 1933. Su último libro, La calle de los sueños perdidos, producto de una recopilación de sus trabajos en el diario El Mundo-con el que colaboraba desde 1935-, es de 1941.
Escribe también tres obras de teatro: El reloj (1938), La borrasca y La mujer y El leopardo las dos estrenadas en 1942.
Cabe destacar también tanto su labor como guionista de cine con Mañana me suicido (1942) y Pasión imposible (1943), como su labor de compositor de tangos.
Entre los más importantes podemos mencionar Pa’l cambalache, escrito junto a Rafael Rossi y grabado en 1929 por Carlos Gardel y, en colaboración con Nicolás Olivari, Tengo apuro (1927). También escribió numerosas piezas teatrales, sainetes y folletines.
Al igual que su hermano fue un fervoroso defensor de la causa de la España republicana contra el Fascismo en la trágica Guerra Civil Española.
Sobre los momentos previos a su muerte contamos con el testimonio de quien más lo amó y acompañó en sus aventuras: su hermano Raúl, quien recuerda: “Tengo presente nuestro último encuentro en Mendoza, a comienzos de 1943. Enrique venía de Cosquín y yo de Santiago de Chile, donde residía desde el año 40.
Enrique estaba esperándome en el aeródromo y al descender yo del avión no perdió la oportunidad de decir algo que rompiera la tierna solemnidad del instante del abrazo: “Estamos como Roosevelt y Stalin…”. Lo hallé febril, agotado. Varias veces había vencido su mal, viajaba a la paz de su luminosa casa de Cosquín, al aire puro. Me pareció que estaba como apurando a la muerte. Le rogué que se cuidara, que no hiciera tonterías. No lo vi más. Recuerdo su mano espléndida dibujando un ademán náufrago en el vacío, y caer sobre el pecho como un pájaro herido. Sí, sí, Enrique, en este largo viaje hacia la verdad que es la vida estamos rodeados de zonas desconocidas, de lo que generalmente llamamos misterio por comodidad o ignorancia, y debe ser algo muy real (…) un día, en el muro de la casa del barrio donde nacimos, mejor dicho, en la pared de un feo edificio sin historia que ahora se alza allí, sin el patio, sin el níspero, podrán leerse estas palabras grabadas en el bronce: En este sitio estaba situada la casa de la infancia de Enrique González Tuñon, el más porteño de los cronistas de Buenos Aires (…) No era un general, no era un primer ministro, pero era un artista, era un poeta, tenía la llave de la calle. ¡Salúdenlo!”.
Su obra, ignorada por los “mandarines” de la cultura oficial, ha sido sometida a un injusto silencio. Prácticamente ausente de las grandes obras de referencias literarias, ignorado por muchas de las grandes antologías de narrativas, este autor de nueve libros-hoy casi inhallables ya que en su mayoría tuvieron sólo primeras ediciones- es un verdadero “maldito”.
Escribe, en 1932: “Me apena el hombre que no se equivoca. Seguiré equivocándome el resto de mis días. Que no me hable nadie de experiencia. Alguien dijo que la experiencia es una forma de cobardía. El único camino no equivocado del hombre es el camino de la belleza”.
Más de una vez suspiró: "Cuando yo muera, no planten un sauce en mi tumba; planten una máquina de escribir".
Este gran cronista y narrador, verdadero representante de la cultura nacional y popular, muere víctima de la tuberculosis en Cosquín, provincia de Córdoba, el 9 de mayo de 1943.

Fuentes:
Saítta, Silvia: Enrique González Tuñon, cartógrafo espiritual de Buenos Aires. Material del Seminario de orientación en las Poéticas y Culturas del Siglo XX: “Buenos Aires de papel: representaciones urbanas en la literatura argentina del siglo veinte (1900-1950)” UBA, Facultad de Filosofía y Letras, Maestría en Literaturas española y latinoamericana, 2004.
Saítta, Silvia: Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
Tiempo, César en: “Cómo conocí a Enrique González Tuñon”, prólogo de Camas desde un peso, Rosario, Ameghino, 1998.
Revista La Maga, 3.6.1992.
Suplemento Cultura y Nación, Diario Clarín, BsAs, jueves 7 de Febrero de 1980.

















































































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