lunes, 30 de enero de 2012

Fermín Chávez: un entrerriano para toda América

por Francisco Pestanha

Sostuvimos, en oportunidad de inaugurar la décima edición de nuestro Taller para el Pensamiento Nacional, que Fermín Chávez integra esa pléyade de intelectuales argentinos que desarrollaron una modalidad del pensar auténticamente nativista definida por el mismísimo entrerriano como “una epistemología de la periferia”. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y de trabajar sobre sus escritos y su obra, no dudamos en asegurar que los aportes epistemológicos e historiográficos de Fermín trascienden las fronteras de su venerada Argentina extendiéndose hacia un continente que, con voluntad resistente y con plena convicción de futuro, va erigiendo paulatinamente categorías propias para el abordaje de los fenómenos humanos que aquí acontecen.
Benito Enrique Chávez (Fermín) nació un 13 de julio de 1924 en “El Pueblito”, un caserío cercano a la ciudad de Nogoyá. Asentado con ese nombre en la alcaldía, en otro documento que da cuenta de su natalicio figura “Benito Anacleto”, por cuanto a mediados de 1945, tuvo que realizar un trámite para la rectificación definitiva de la partida. Hijo de Gregoria Urbana Jiménez oriunda de Paysandú, y de Eleuterio Chávez, transcurrirá sus primeros años en un medio rural que nunca olvidará y que probablemente contribuirá a desarrollar su extraordinaria sencillez. De cuño yrigoyenista por vía paterna, y de tradición lópezjordanista por herencia de su abuela Martiniana, su primer formación en materia histórica estará teñida por las contradicciones existentes entre el relato histórico oficial proveniente de la “unanimidad  nacional” impuesta por la generación del 80 y los relatos familiares de raigambre orillera y campesina. Gracias al impulso de Fray Reginaldo Saldaña, el joven Fermín podrá cursar sus estudios en Córdoba y posteriormente perfeccionarse en filosofía en Buenos Aires y en teología en Cuzco. Regresará del Perú en 1946 para inmediata y definitivamente inmiscuirse en el clima político epocal. Sus lecturas de Santo Tomas de Aquino, Jacques Maritain, Garrigou de Lagrange, pero además, la de sus compatriotas Ramón Doll, José Luis Torres, Ernesto Palacio, Raúl Scalabrini Ortiz, Saúl Taborda, Nimio de Anquín, Leopoldo Lugones, Leopoldo Marechal y Enrique P. Osés, entrelazadas con las de Federico García Lorca, Pablo Neruda y Miguel Hernández irán configurando su pensar, y le permitirán ante todo, comprender cabalmente el sentido histórico de un peronismo que a su regreso, ya había accedido al poder. La concepción filosófica de Fermín Chávez está íntimamente vinculada a un historicismo cuyo supuesto esencial radica en que, “para estudiar cualquier ser colectivo sea que se considere o no a éste como un organismo, es indispensable conocer todos los elementos que la forman y sus modos de funcionar, con resultados varios en su vida anterior y su vida presente.” [1] El maestro entrerriano enseñará que “ninguna disciplina en particular proporciona un sujeto a la epistemología, ya que el sujeto no es el mismo en ontología, en lógica, en psicología, en ética y en estética. No hay tampoco, un ego epistemológico especifico.” [2]
En un ensayo de mi autoría que titulé “Las Manos de Fermín” sostuve en ese sentido que el “rescate integral e integrado de episodios y protagonistas obliterados por la historiografía oficial para Fermín, debía contribuir a superar ese verdadero desprecio por nuestro pasado, descrédito que según él emergió durante el siglo de las luces (Aufklärung), un período histórico donde se sobrestimó la capacidad una “razón humana” (que para muchos filósofos era “siempre idéntica a sí misma, igual en todos los hombres y en todos los tiempos” —y donde lo racional— debía “sustituir a lo real en tanto éste (lo real) era juzgado como producto absurdo de la historia” Cabe señalar que para los historicistas como Chávez la redención del “ser histórico” no perseguía fines meramente académicos —sino muy por el contrario— objetivos político culturales vitales en cuanto “lo pasado” es constitutivo de “lo presente” y determinante de “lo futuro.” [3] En relación a las afirmaciones precedentes cabe señalar que para quienes compartimos los presupuestos que nutren el Pensamiento Nacional, a mediados del siglo XIX, se consolidó en el poder de una elite que se propuso “civilizar” por la fuerza a los bárbaros propios. Civilizar significó lisa y llanamente desnacionalizar mediante la importación acrítica de ideas, conceptos, valores y productos culturales. No cabe duda alguna que la maniquea dicotomía Civilización o Barbarie selló una fuerte impronta fundacional en la formación del Estado argentino con posterioridad a Caseros, dicotomía por su parte que por antinatural -ya que los civilizados no eran tan civilizados ni los bárbaros, tan bárbaros- determinó la formación de una superestructura opresiva y en tanto alienante ya que implicaba trastornar supuestos culturales. Contra esa alineación emergieron, entre otros fenómenos, una corriente de pensamiento que se desarrolló vigorosamente durante el siglo pasado, pero que encuentra arraigo en los siglos anteriores, y en la que se inscribió el pensamiento de Fermín Chávez. Para Fermín, la importación a libro cerrado de la doctrina iluminista no sólo generó en el país un “un prejuicio moral y cultural” respecto a nuestras raíces indo–hispánicas, sino que además, a partir de tal influencia, empezó a germinarse dicha dicotomía donde lo bárbaro resultó paradójicamente lo propio y lo civilizado, lo ajeno. La idea de barbarie empezará a cobrar para nuestro maestro un sentido peyorativo hacia adentro trastornando los supuestos culturales “hasta el punto de hacerle creer a los nativos que nuestra civilización consistía en la silla inglesa y en la levita”. El iluminismo en nuestra región presupuso así una concepción naturalista y universalista de la sociedad “bajo la cual habría de sucumbir el ethos de nuestro pueblo y nuestra propia (…) germinación espiritual.” Según Chávez, este fenómeno de índole sociológico, al consolidarse en el tiempo mediante su instalación en los distintos estamentos del sistema educativo, fue transformándose en una deformación de índole ontológica, ya que ciertos preceptos y perjuicios se fueron expandiendo por vastos sectores de la sociedad. Por eso Fermín insistía que las crisis argentinas son primero “ontológicas, después éticas, políticas, epistemológicas, y recién por último, económicas“. En síntesis: una de sus principales líneas de investigación de nuestro maestro se orientó hacia el análisis de los mecanismos de coloniaje cultural y sus consecuencias, entre ellas, la disociación entre las elites “ilustradas” y el pueblo.
Para Fermín la resistencia contra esa opresión alienante emergió desde llano, desde el pueblo orillero, desde el subsuelo de la patria, desde las clases oprimidas y se expresó a través de la cultura popular. En ese orden de ideas Chávez comprendió, como pocos, que el Peronismo germinará en medio de una profunda revolución artística, ética y estética acontecida no solamente en nuestra patria sino también en Iberoamérica, y que en la Argentina tal convulsión fue la protagonizada por la llamada “Generación Décima”, progenie que reaccionó aguda y espiritualmente contra el coloniaje y se propuso la búsqueda de un sentido y destino colectivo. Se afirma en tal sentido, que “la revolución estética y el nacionalismo cultural se expresarán a través de una innumerable cantidad de artistas y autores, en todos los campos del quehacer estético-cultural” [4] La importancia de lo cultural en la construcción de lo autoconciencia nacional, serán vitales en su obra.
En momentos como los actuales donde muchos autores han orientado su lápiz hacia el análisis integral del peronismo –para quien les escribe– éstos serán fragmentarios e inconclusos si no se aborda íntegramente el corpus que constituye la producción de Fermín Chávez, reiterando en ese sentido que el entrerriano fue el más grande pensador que albergó el peronismo durante el siglo pasado y principios del que transcurre. Otro de los aportes vitales de nuestro maestro fue la valoración crítica de los aportes conceptuales de las distintas vertientes del nacionalismo argentino a la conformación de la doctrina nacional popular y humanista que nutrió al peronismo. El abordaje que Fermín realiza de la producción teórica del nacionalismo y su evolución hacia el “nacionalismo popular de cuño humanista” son imprescindibles no solamente para comprender al primer peronismo sino a aquella etapa de la historia argentina. Para finalizar, cabe reseñar que sus legados historiográficos fueron descollantes. No solamente los conocidos respecto al Chacho Peñaloza y a López Jordán, sino además los publicados respecto a José Hernández, Juan Manuel de Rosas y a distintos personajes obliterados de nuestra historia y de nuestra cultura. Su libro Vida y Muerte de López Jordán, constituye un antes y después en la historiografía entrerriana, y las consecuencias de este texto aún resultan admirables. Mientras ciertos “mandarines del saber” intentan imponernos “nuevos contenidos civilizatorios”, es buen tiempo para reencontrase con la obra de un paisano que nos enseñó sobre todas las cosas que, para plantarse firmemente en el suelo, hay que afinar primero la mente.


Notas
[1] Wenceslao Escalante: citado por Fermín Chávez: “La conciencia nacional; Historia de su eclipse y recuperación”. Editorial Pueblo Entero. Año. 1996.
[2] Fermín Chávez: “La conciencia nacional… Ibídem
[3] Francisco Pestanha: “Las manos de Fermín”. En www.nomeolvidesorg.com.ar
[4] Juan W. Wally: Generación de 1940: Grandeza y Frustración. Edit. Dunken. 2009


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