lunes, 25 de abril de 2011

Ciencias sociales y nacionalismo

Por Aritz Recalde
Abril de 2011





“Los indios no piensan porque no están preparados para ello, y los blancos españoles habían perdido el hábito de ejercitar el cerebro como órgano (…) ¿En qué se distingue la colonización española?. En que la hizo un monopolio de su propia raza, que no salía de la edad media al trasladarse a América y que absorbió en su sangre una raza prehistórica servil. ¿Qué le queda a esta América para seguir los destinos prósperos y libres de la otra? Nivelarse; y ya lo hace con las otras razas europeas, corrigiendo la sangre indígena con las ideas modernas, acabando con la edad media. Nivelarse por la nivelación del nivel intelectual y mientras tanto no admitir en el cuerpo electoral sino a los que suponen capaces de desempeñar sus funciones (…) Seamos la América, como el mar es el Océano. Seamos Estados Unidos”. Domingo Faustino Sarmiento[i]

“La conciencia nacional es la lucha del pueblo argentino por su liberación. (…) Son el interior del país y su población autóctona los factores que han preservado nuestra idiosincrasia nacional. (…) Y es la conciencia nacional de los argentinos, fruto de un acaecer histórico, doloroso pero no gratuito, la que les anuncia a las naciones opresoras de la tierra invirtiendo el temor de Darío –poeta inmortal de nuestra América- que los hispanoamericanos no hablaremos inglés”. Juan José Hernández Arregui [ii].

Una de las características típicas de las ciencias sociales y humanas del país, es su reiterada tendencia a la imitación. Ya desde las postrimerías de la independencia, muchos intelectuales y miembros de las universidades, no buscaron las soluciones a los dramas y los desafíos del continente en nuestras potencialidades y realidades históricas. Por el contrario y como demuestra el epígrafe de Sarmiento, se tomaron como parámetro las producciones culturales y políticas de los imperios como los Estados Unidos, Inglaterra o Francia. Se trató de importar Europa a América por intermedio de copiar sus leyes, repetir sus valores, imitar su ciencia, consumir sus manufacturas y poblar nuestro suelo con la denominada raza blanca civilizada.
En general, las diversas imitaciones y copias no alcanzaron los objetivos formales que se plantearon. La reproducción de las leyes culminó en fracasos reiterados como fueron los casos de las infructíferas Constituciones de 1819 o de 1826. La negación de los patrones de conducta americanos y la promoción de los extranjeros, incitaron a nuestras clases dirigentes a organizar Estados subdesarrollados en lo económico y de profundo contenido racista en el plano político o cultural. Entre los promotores de la impostación de Europa en América, encontramos a Alberdi que sostuvo que “En América todo lo que no es europeo es bárbaro: no hay más división que ésta: 1°, el indígena, es decir, el salvaje; 2°, el europeo es decir, nosotros los que hemos nacido en América y hablamos español.” ([iii])
La definición europeísta de los intelectuales, lejos de ser un mero debate cultural, implicó la promoción de un orden político regional neocolonial y con su práctica dieron justificación a las acciones de hostigamiento a los modelos nacionalistas de desarrollo. En esta línea, Alberdi cuestionó duramente el modelo proteccionista del Paraguay y la argumentación fue claramente racista al afirmar que “Ese sistema garantiza al Paraguay la conservación de una población exclusivamente paraguaya, es decir, inepta para la industria y para la libertad. (…) Ese régimen es egoísta, escandaloso y bárbaro, de funesto ejemplo y de ningún provecho a la causa del progreso y cultura de esta parte de la América del Sud. Lejos de imitación, merece la hostilidad de todos los gobiernos patriotas de Sud América.” ([iv]). Estas ideas y los intereses políticos y económicos que se escondían detrás, culminaron en la guerra del Paraguay y en el asesinato de prácticamente la totalidad de la población masculina de ese país. Destruido Paraguay, se podría importar la raza blanca, que y supuestamente, sería apta para el comercio británico y la libertad ([v]).
Los ingleses exportaron la teoría del liberalismo económico y los franceses un modelo de filosofía jurídica política y ambos esquemas fueron utilizados como una justificación de su acción imperialista en el continente. La asimilación acrítica de dichas producciones por parte de los intelectuales del tercer mundo, los llevó a justificar la guerra y las agresiones económicas y políticas permanentes contra nuestras comunidades. Así fue como Esteban Echeverría y otros intelectuales desde Montevideo, apoyaron a Europa en la guerra contra el país, ya que en su opinión “Los jóvenes redactores del Nacional (…) creían que el género humano es una sola familia (…) por parte de la Francia estaba el derecho y la justicia; tuvieron el coraje de alzar solos la voz para abogar por la Francia y contra Rosas (…) a poco tiempo todos los emigrados argentinos adhirieron a ellas, y que el general Lavalle se embarcó el 3 de Julio de 1839 para Martín García en buques franceses.”([vi])
Luego del año 1852 y pese a la heroica resistencia popular al imperialismo en 1808, 1837, 1845 o la humillante ocupación de Malvinas en 1833, los intelectuales dependientes apoyaron la decisión de los gobiernos de que la Argentina ingrese directamente en la órbita del imperio británico. Nuestro enemigo histórico y con la aprobación de los intelectuales, organizó y manejó de manera onerosa para el interés nacional, el transporte, el comercio, la cultura, el perfil productivo, la relaciones exteriores o la política interna. Fueron los programas de gobierno de Hipólito Yrigoyen y en especial, el modelo de desarrollo industrialista iniciado en 1943, los impulsores de una profunda transformación cultural e intelectual de carácter nacionalista. El primero, lo realizó apoyando y entre otras cuestiones, la reforma universitaria de 1918 y el segundo, promoviendo la independencia y soberanía científicas y la masividad e igualdad para el acceso a la cultura. Dicho avance en la conciencia nacional de las organizaciones libres del pueblo, se demostró más avanzado que muchas concepciones dependientes y antidemocráticas encarnadas por diversos núcleos intelectuales. Un caso emblemático es el de Gino Germani y un grupo de intelectuales de la sociología argentina, que fueron promotores del golpe militar del año 1955 y de la extranjerización del país que promovió la asonada castrense. En nombre de la modernización, como en su momento se citó la palabra mágica de la civilización, se escribió una justificación “científica” para el programa represivo. En plena dictadura militar de 1956 y haciendo apología del golpe, Germani estableció que “La originalidad del peronismo consiste, por tanto, en ser un fascismo basado en el proletariado y con una oposición democrática representada por las clases medias (…) Al lema fascista de “Orden, Disciplina, Jerarquía”, sustituye el de “justicia Social” y “Derechos de los Trabajadores””([vii]). En términos objetivos e históricos, la oposición llamada “democrática de clase media” y sus aliados militares, bombardearon Buenos Aires, derogaron la Constitución Nacional, dieron por tierra con los derechos de los trabajadores, fusilaron civiles e impulsaron su modelo de sociedad con torturas y comandos civiles. El “fascismo de los trabajadores” y por el contrario, se presentó a elecciones libres y limpias y por la vía democrática tras una década de fraude electoral e impulsó un proyecto de país inclusivo y de avanzada en términos económicos, científicos o sociales. En su opinión, a partir del año 1955 se abría el desafío de la “desperonización” que tenía que incluir la organización de una nueva democracia, capaz de distanciarse de la anterior, ya que “La tragedia política argentina residió en el hecho de que la integración política de las masas populares se inició bajo el signo del totalitarismo (…) La inmensa tarea a realizar consiste en lograr esa misma experiencia, pero vinculándola de manera indisoluble a la teoría y a la práctica de la democracia y la libertad”([viii]). A partir de 1955 y bajo justificaciones emparentadas, se inició un proceso de dictaduras militares, de persecuciones y de proscripciones, que culminaron en la aplicación del golpe de 1976. Ésta última dictadura, también y comó estableció proféticamente Germani, buscó la verdadera libertad y democracia por fuera del sistema electoral y constitucional. En ambos casos, los intelectuales buscaron interpretar las prácticas políticas del pueblo con categorías extranjeras. A mediados del siglo XX, no se llamó a las organizaciones libres del pueblo la barbarie, sino que el rótulo fue el fascismo, el nazismo o la subversión. En 1955 no fueron los ingleses, como en el siglo XIX, los únicos beneficiarios directos de la violencia, sino que desde ahora eran también los norteamericanos. Más allá de la marcada tendencia al europeísmo de muchos intelectuales, el siglo XXI se caracteriza por la recuperación de nuestra conciencia histórica y por el renacer de un incipiente nacionalismo popular. La vigencia del nacionalismo se expresa en los diversos programas políticos, culturales y sociales que en Argentina, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Brasil o Ecuador, están planificando y aplicando modelos de desarrollo endógenos, con una importante participación de las organizaciones libres del pueblo. Una de las manifestaciones del renacer nacionalista, se refleja en la promoción y en la organización de la política exterior continental. El profundo sentido americanista de las relaciones exteriores, es una de las manifestaciones de la recuperación de la conciencia histórica iberoamericana. Iberoamérica es una realidad cultural, histórica y además y cuestión trascendental, la necesidad de unidad del sur del continente es el resultante del mismo enemigo geopolítico que tenemos en común. Las clases dirigentes latinoamericanas están rompiendo el lazo dependiente en el plano cultural y político con las metrópolis y ello les permite a los pueblos iniciar procesos de desarrollo nacional aplicando sendas políticas emancipadoras. Las transformaciones políticas, sociales y culturales del continente y en muchos casos, contrastan con el marcado europeísmo de los programas de estudio y de las carreras en ciencias sociales y humanas de las universidades. Diversos intelectuales siguen atados al esquema de la generación del 37 que se expresa y por ejemplo, en el artículo 25 de la Constitución Argentina de 1994, que en pleno siglo XXI, se propone fomentar solamente la inmigración europea. En este cuadro, la tarea de la hora para los intelectuales y universitarios, es la de regresar al nacionalismo popular, desprendiéndose de los prejuicios europeístas y norteamericanos frutos del neocolonialismo que remachó en las conciencias el síndrome de inferioridad local frente a lo extranjero. Allí, nuestros intelectuales y jóvenes, van a encontrar muchas de las preguntas y las respuestas para acompañar la emancipación de las organizaciones libres del pueblo y sus naciones. La soberanía cultural del país y el continente, es y seguirá siendo una tarea original o no será nada. Se trata de teorizar los problemas y no simplemente los textos como sostiene la socióloga Ana Jaramillo y este desafío no es una mera tarea de importación y de repetición de disciplinas extranjeras. No hay que copiar la civilización europea y tampoco volver al nuevo o al viejo Marx, como repiten cátedras, periódicos e intelectuales que se sienten renovadores con ello. La tarea estratégica actual de las ciencias sociales, es la de estudiar a los grandes maestros del nacionalismo popular, entre los cuales no podemos dejar de mencionar en las figuras de José María Rosa, de Arturo Jauretche, de Norberto Galasso, de Juan José Hernández Arregui, de Fermín Chávez o de Oscar Varsavsky.

Notas

[i] Domingo Faustino Sarmiento (1915), Conflictos y Armonías de razas en América, La Cultura Argentina, Buenos Aires. Pp. 172, 449 y 456.
[ii] Juan José Hernández Arregui (2003), La formación de la conciencia nacional, Corregidor, Buenos Aires. Pp. 42, 44 y 381.
[iii] Juan Bautista Alberdi (1928), Las Bases, La Cultura Argentina, Buenos Aires. P. 83
[iv] Op.Cit. p 65.
[v] Hacia el final de sus días y al observar los resultados fatídicos de la Guerra de la Triple Alianza, Alberdi modificó su opinión sobre el Paraguay. Pese a esta posición que se puede leer en su correspondencia con el encargado de la legación paraguaya en Europa, Gregorio Benítez, ya era demasiado tarde. Se puede leer la correspondencia mencionada en David Peña (1965), Alberdi, los mitristas y la guerra de la triple alianza, Peña Lillo, Buenos Aires.
[vi] Esteban Echeverría (1953). Dogma Socialista, Editorial Jacson, Buenos Aires. Pp. 56 - 58.
[vii] Gino Germani (2006), “La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo”, en Gino Germani: La renovación intelectual de la sociología, UNQUI, Quilmes. Pp. 208 y 211.
[viii] Op. Cit. PP 220-221.

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