domingo, 19 de septiembre de 2010

Jorge Adur: Cristianismo y Revolución por Maximiliano Molocznik


Jorge Adur: Cristianismo y Revolución

Por: Maximiliano Molocznik

Sacerdote asuncionista desaparecido por la dictadura militar en agosto de 1980. Nacido en Nogoyá, en 1932, provincia de Entre Ríos. Desde muy pequeño manifestó una fuerte vocación religiosa. Su hermano Dardo recuerda emocionado que: “era muy prolijo y hábil. Compartía la habitación con una de mis hermanas y mi tía, y allí tenía un pequeño taller. A fines de los años cuarenta cuando vino al país Pío XII (antes de ser ungido Papa) se había hecho una campaña para confeccionar rosarios. Jorge hizo las cuentas del rosario con los frutos del Paraíso, el árbol que teníamos en el jardín. Dejaba secar los frutos, los esmaltaba, luego los agujereaba y les pasaba un alambre."
Verdadero autodidacta tenía afición por la música y la pintura. Estudio piano en el Conservatorio de Nogoyá y- según recuerdan sus amigos de la adolescencia- llegó a realizar muy buenos conciertos.
Su primera socialización política la realizará en el seno de los grupos juveniles de la Acción Católica que actuaban en la iglesia Nuestra Señora del Carmen de su ciudad natal.
En 1950, luego de un breve interregno en Paraná, viajó a BsAs e ingresó a la Congregación de los Padres de la Asunción. Estos fueron, hasta 1960, los años de su formación religiosa integral.
Muy pronto comenzaron a sobresalir sus dotes de organizador, su carisma y su brillantez intelectual. Eso, sumado a su actitud permanente de escuchar a los jóvenes con serenidad, le valió ser nombrado como encargado de las tareas de formación.
Al igual que muchos otros sacerdotes del momento, Adur-imbuido en el marco de la doctrina del Concilio Vaticano II-había hecho su opción preferencial por los pobres.
Sobre los destinos de su trabajo social y sacerdotal, comenta Olga Wornat “La congregación de los asuncionistas de Argentina está incluida junto con la de Chile dentro de una misma provincia regional, y la formación de los religiosos se hace, parte en Buenos Aires y parte en Santiago. De ahí que en 1961, Jorge Adur fuese ordenado sacerdote en el país trasandino. De regreso, pasó varios años en la Parroquia de las Mercedes, en el barrio de Belgrano, hasta que fue enviado como superior y formador, es decir, como promotor vocacional, a la Capilla Nuestra Señora de la Unidad, en La Lucila, donde funcionó durante varios años una casa de formación de la Congregación de Asuncionistas. La casa se había establecido allí en marzo de 1953 con el nombre de Escuela Apostólica San Agustín, como continuación de la que había funcionado junto a la Parroquia San Martín de Tours, en la Capital Federal; aunque hacia 1974 volvieron a mudarse y se instalaron en La Manuelita, en San Miguel, provincia de Buenos Aires”.
En 1968 cumpliendo tareas en el Instituto San Román tomó contacto con Emilio del Guercio y Luis Alberto Spinetta contribuyendo a su radicalización ideológica.
Luego de participar en el movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo hizo más expreso su compromiso político: se sumó a la organización Montoneros.
Muchos testimonios concuerdan en afirmar que estando en la Catedral de San Isidro, Adur daba refugio a militantes montoneros clandestinos en la parroquia de la calle Paraná.
En un reportaje concedido, en julio de 1980, a la revista brasileña Denuncia explica con claridad los fundamentos de su adscripción a la organización, casi desde su nacimiento: “Estoy con Montoneros porque para mí ellos son la síntesis de las últimas décadas de la historia de la lucha del pueblo argentino por la justicia y por la liberación de mi patria. Estoy con Montoneros desde que se fundó la organización. Mi compromiso ha tenido distintos niveles, desde el comienzo, en 1969. Mi compromiso es ideológico, político, pero nace de la fe y toda mi militancia revolucionaria no es incompatible con la fe. Necesariamente la fe exige. Supongo que la misma pregunta que me haces se la habrán hecho a los sacerdotes, religiosos y obispos que estaban comprometidos con la defensa de los indios en América, cuando los conquistadores llevaron a cabo este terrible genocidio contra esos pueblos indígenas. También le habrán planteado la misma cuestión a los curas que se opusieron a la dominación española en el siglo XIX, cuando las luchas de independencia en América. Actualmente somos muchos los sacerdotes y religiosos en América Latina que estamos comprometidos con las luchas de nuestros pueblos y con las organizaciones revolucionarias, que interpretan los más nobles sentimientos populares".
También asume con claridad su relación con la violencia a partir de su fe “Yo creo que la violencia es un mal. Pero cuando el hombre lucha contra el mal, contra el pecado, debe luchar de todas formas para liberarse de ese mal, de ese pecado. En este caso, en la Argentina, se da una situación de violencia estructural, a la que nosotros no solamente respondemos políticamente, sino también respondemos con las armas. Hay que recordar que la encíclica Populorum Progressio, en su número 31, dice que "en momentos en que un país está instaurada una dictadura militar que viola los derechos humanos, que va contra el bien común, se justifica el uso de la violencia, para librar a la comunidad de los males que padece (…) La dictadura militar, cuando usurpó el poder, persiguió a los sacerdotes que consideraba peligrosos, para matarlos o hacerlos ingresar a la lista de los desaparecidos. Yo tengo en la memoria más de quince y se me olvidan. Entre ellos está el caso de monseñor Angelelli, que murió en un extraño accidente en la carretera, un "accidente muy querido" por las fuerzas represivas, ya que este obispo estaba del lado de los pobres y de los que luchan".
En septiembre de 1970 se hizo presente en el funeral de Carlos Gustavo Ramus y Fernando Abal Medina, asesinados por la policía en la pizzería La Rueda de William Morris.
Sin embargo, su tarea pastoral y política más intensa se daría junto a los más pobres entre los pobres, en San Miguel.
La capilla donde se instaló Adur se llamaba Jesús Obrero, por voluntad de los mismos vecinos que se congregaban desde mediados de los ´50 en la sociedad de fomento. Los jesuitas venían atendiendo pastoralmente el lugar desde fines de la década del ´60, y los asuncionistas llegaron para complementar el trabajo y para ello se instalaron de manera permanente a doscientos metros del templo en construcción.
Según la investigación llevada adelante por los periodistas Fabián Domínguez y Alfredo Sayus- publicada en el diario La Hoja de San Miguel- el trabajo del padre Adur habría sido muy intenso y con un alto impacto socio comunitario ya que “Los vecinos recuerdan la misa de aquellos días como muy abierta y participativa. Habíamos pasado de la misa en latín y de espaldas a una misa más popular, así que sumamos a quien tocaba la guitarra, cantábamos cosas sencillas como para que a todos les gustara y pudieran participar. De hecho era participativa, como en el momento en que pedíamos alguna intención, donde cada uno podía hacer una proclama o pedir por algo en especial, sin recurrir a la clásica listita que resulta fría y sin sentimiento. El padre Jorge hacía las misas abiertas, y desde cualquier rincón uno oraba en común con el resto. Las homilías eran muy reflexivas, con comparaciones con la actualidad, es decir que actualizaba la proclama del Evangelio. De hecho Jesús hacía eso, a través de las parábolas enseñaba, con la actualidad de lo que la gente de ese tiempo entendía, y por eso habla de la oveja perdida, del germen de trigo, del hijo pródigo, y lo hace en un lenguaje sencillo sin negarle profundidad".
Sobre el trabajo de Adur , la misma investigación aportó datos reveladores sobre la eficacia que tuvo y, sobre todo, sobre su ayuda al grupo de seminaristas más jóvenes: "Adur era muy popular en el barrio, y tenía mucho que ver el trabajo social que él hacía, de todas maneras lo atractivo no era Jorge, sino el trabajo que realizaban los seminaristas en la semana, porque la tarea pastoral era integral, no la simple catequesis de fin de semana, sino que todos los días recorrían el barrio, por eso al ir a la misa uno se encontraba con un grupo descomunal de jóvenes para una capilla tan chica, con cuarenta o cincuenta jóvenes, que además llevaban a sus padres. Lo que se hacía todos los fines de semana eran encuentros con los jóvenes, con recreación y charlas; se usaba para eso las casas de los seminaristas, la de alguno de los chicos, la casa al lado de la capilla, según la circunstancia. Los sábados teníamos misa con Jorge y el domingo había otra misa, recordó Kelo”.
Estaba claro que, para la dictadura golpista instalada en el poder el 24 de marzo de 1976, Jorge Adur era un enemigo.
En la fría madrugada del 4 de junio de ese año, fuerzas militares realizaron un operativo especial en la casa donde vivían, en Manuelita, de donde secuestraron para siempre a los jóvenes seminaristas Di Pietro y Rodríguez, sobreviviendo Rendón y Adur, que no se encontraba en el lugar.
Esta situación y la noticia de la masacre de los palotinos le hacen comprender que está condenado a muerte. Tras refugiarse unos días en la casa de su amigo Mamerto Menapace, toma la desición de exiliarse. Gracias a un acuerdo entre Pio Laghi y Massera se le permite viajar a Francia donde trabaja –dentro de su congregación- como secretario del Obispo de París.
La persecución, el exilio y la muerte de amigos, fieles y allegados, lejos de disminuir su compromiso con Montoneros, lo acrecientan.
La organización había creado, en 1978, el cargo de capellán del Ejército Montonero con un objetivo eminentemente político: se buscaba el reconocimiento de Naciones Unidas como fuerza beligerante. Tener un capellán-creían ellos- contribuía a sustentar el paso de una guerrilla a un ejército popular.
En una carta, Adur explica que no deja los hábitos y confirma su aceptación al cargo de capellán de la guerrilla el 1ero de Julio de 1978: "En esta carta quiero hacerles partícipes de mi decisión de asumir, personal y públicamente la capellanía del Ejército Montonero y responder, así, al pedido de su Comandancia (…) He vivido 17 años de sacerdocio sin descansos, con los pobres y los ricos, con los oprimidos y los sin voz, hoy les anuncio con alegría que continuaré junto a los que amo, asumiendo el desafío de la hora histórica, difícil prueba para nuestro pueblo, pero seguro camino para la pacificación y la libertad. Desde la Iglesia a quien todo le debo y por la cual todo lo he perdido, comparto los destinos de los hombres que viven y mueren por los grandes intereses del pueblo (…) Con el convencimiento de que todo se orienta a la instauración de una paz basada en la justicia y la verdad, quiero saludar a todos los que de una manera o de otra, resisten a la sangrienta dictadura militar. En especial a los prisioneros del régimen, hombres y mujeres responsables de su misión histórica, sin olvidar particularmente a los familiares muertos, presos y desaparecidos. Con este abrazo va la certeza de la victoria final".
Roberto Cirilo Perdía, importante dirigente de la conducción montonera lo recuerda del siguiente modo: “El padre Adur no se incorporó como un militante montonero, él se incorporó como capellán con el permiso y consentimiento de su orden, que era la Congregación de los Padres de la Asunción. Él no se clandestinizó, el superior de su orden lo autorizó formalmente. El celebró misas con grupos de compañeros (…) Jorge Adur fue un militante entrañable y a la vez, tenía una vocación religiosa conmovedora. Nunca participó personalmente de ninguna operación militar, jamás agarró un fusil, no hizo nada que tuviera que ver con la violencia. Y si alguna vez le hubiéramos dado a elegir o lo hubiéramos puesto frente a esa disyuntiva, él se quedaba con el sacerdocio, abandonaba Montoneros, estoy seguro”.
¿Cómo fue detenido? ¿Cuándo y dónde lo desparecieron?. Estas preguntas siguen aún sin respuestas. La única certeza que tenemos es que él regresó en ocasión del viaje del papa Juan Pablo II a Brasil, a mediados de 1980.
Las versiones sobre cómo cae prisionero son disímiles, aunque todas coinciden en aceptar que se produjo durante la contraofensiva montonera en ese año.
La primera versión señala que cayó en julio cuando cruzó el puente Paso de los Libres/ Uruguayana, en la frontera con Brasil, durante un operativo conjunto de las fuerzas binacionales en el marco del Plan Cóndor.
La segunda indica que fue detenido en Río de Janeiro, intentando llegar ante el Papa. Una tercera versión afirma que formó parte de la comitiva del Papa, que tenía la protección de la delegación, pero que luego se separó para regresar al país y cayó en Buenos Aires.
La periodista Adriana La Rotta por su parte sostuvo, en una nota en La Nación, que el Movimiento de Derechos Humanos de Porto Alegre informó que el sacerdote desapareció en territorio brasileño, el 26 de junio de 1980, cuando se desplazaba en un colectivo de Buenos Aires a Porto Alegre. Esa información motivó a que el gobierno brasileño, durante el mandato de Fernando Henrique Cardozo, gestionara la entrega de indemnizaciones a tres argentinos desaparecidos en su territorio a saber: Jorge Adur, Norberto Habbeger y Enrique Ruggia.
Un último aporte en la intrincada búsqueda de la verdad es el escalofriante testimonio sobre Adur que dio Silvia Tolchinsky ante el juez Claudio Bonadío, en la investigación por la desaparición de militantes Montoneros durante la contraofensiva.
La mujer, que igual que Adur estaba en el exilio, regresó al país en marzo de 1980 y cuando seis meses más tarde quiso volver a salir fue secuestrada en Mendoza, desde donde la trasladaron a una quinta en las cercanías de Campo de Mayo.
En ese lugar dijo haber visto a Lorenzo Viñas y dice que escuchó los gritos bajo tortura del padre Jorge Adur. Al finalizar noviembre fue llevada a otra casa, también cerca de la guarnición militar, pero ya no vio ni a Viñas ni a Adur. Los habrían arrojado desde un avión en uno de los vuelos de la muerte.


Fuentes:
Wornat, Olga: Nuestra Santa madre, Bs As, Vergara, 2002.
Larraquy, Marcelo y Caballero, Roberto: Galimberti: De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA, BsAs, Norma, 2000.














































































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