jueves, 14 de julio de 2011

Manuel Ortiz Pereyra: una luz entre tanta oscuridad



Por Daniel Eduardo Galasso

-I-

"Hermano y compatriota: ¿Quiere Usted saber que es la República Argentina? Tome un mapa plano del mundo, extiéndalo sobre una mesa y dóblelo por la mitad de abajo para arriba, de modo que el Ecuador quede como lomo de la dobladura. Observará enseguida que nuestra Argentina superpuesta sobre la América del Norte cubre un espacio que abarca desde la mitad de México hasta casi la mitad sud del Canadá. ¿Quiere saber más?: Mida la distancia que separa a la Argentina de la línea del Ecuador y de la línea del Polo. Encontrará que está equidistante de ambos climas extremos. ¿Quiere saber algo más?: Corte el mapa mundi por la dobladura y superponga la hoja que contiene el mapa de la Argentina sobre los mapas de Europa, de Asia, de África y de Oceanía teniendo cuidado de seguir la línea del Ecuador. No encontrará ningún otro país mejor colocado sobre la superficie del planeta. Eso le dice a Usted que debe inclinarse y rezar su oración más sentida loando a Dios por el beneficio que le ha hecho al ponerlo para vivir en la más privilegiada zona del mundo de su creación. Ahora lleve las manos a su bolsillo y cuente sus moneditas, ¡Qué contraste! Ahí está su vida en plena República Argentina en el siglo de la más esplendorosa civilización. No tiene Usted en definitiva más que un bello suelo, para ser enterrado. Nuestras grandes riquezas están en manos de media docena de firmas y los habitantes de la Argentina vivimos en permanente crisis económica".

El pensamiento de Ortiz Pereyra concibe a la soberanía nacional como un todo integralmente articulado que abarca al territorio, la política, la economía y la cultura. No concibe que un proyecto de país sostenido desde concepciones coloniales, producto de una erudición europea a la que caracteriza como enfermedad americana y muy especialmente argentina. Al respecto, expresaba en La tercera emancipación (1926): “Cuando Cristóbal Colón descubrió la América, según Parra y otros autores, los aborígenes no tenían libros. Después, los europeos que vinieron a poblar estas tierras, tampoco los tuvieron, porque parece averiguado que no les eran necesarios. Pasaron algunos siglos, desde 1492, hasta que los indígenas, mulatos, mestizos y criollos sintiesen la necesidad y tuvieran la oportunidad de leer libros. Cuando esto ocurrió, tampoco había libros en América y los americanos estudiosos tuvieron que encargarlos a Europa. (…) Durante estos largos años, algunos europeos publicaron estudios, especialmente históricos, sobre asuntos de América. Y todos miraron, según Perogrullo, las cuestiones criollas con sus ojos extranjeros. Y ocurrió que, cuando los americanos se vieron en la necesidad de publicar libros, se encontraron con la correlativa obligación de apoyar sus tesis en citas de los únicos autores de entonces, todos extranjeros.” Irónicamente, concluye diciendo: “Es curioso, no obstante, observar que los franceses, los ingleses, los rusos, los alemanes, etc. cuando tratan sus asuntos, no consultan nuestros precedentes, ni siquiera los de sus vecinos. ¡Qué gringos más raros!…” Así, esta sentencia expresada con simple agudeza, marca a fuego mediante la reducción al absurdo casi una constante en nuestra historia, cuyas muestras más visibles en el continente y más precisamente en la Argentina incluyen desde la intervención armada destinada al cobro compulsivo de deudas hasta el conflicto armado sostenido en 1982 con Inglaterra por las Islas Malvinas. Pero todo pensamiento colonial necesita de intérpretes, de técnicos y literatos, que divulguen teorías y doctrinas beneficiosas únicamente para aquéllos factores de poder que las impusieron. Fue la tarea que se impuso la “intelligentzia” argentina durante la Década Infame, que fuera derrotada en 1945 con el advenimiento del peronismo para retornar a partir de 1955 y mostrar su máxima expresión en la década de los ’90, ahora con un sesgo definido como “pragmatismo”.
Decía Manuel Ortiz Pereyra en El S.O.S. de mi pueblo (1935): “Para ocultar sus siniestras manipulaciones, destinadas a empobrecer técnicamente al pueblo, los monopolizadores extranjeros de los pingües negocios existentes en la Argentina, se sirven de técnicos alquilones que hablan o escriben sobre teorías o doctrinas de utilidad para sus alquiladores. Ellos son los sostenedores de comprar a quien nos compra, cumplir con dignidad nuestros compromisos en el exterior, de ahorrar sobre el hambre y la sed del pueblo, crear el consorcio ferroviario, hacer la coordinación de transportes, respetar los derechos y los intereses creados, congelar y descongelar, dictar las leyes de defensa social y otras leyes sociales protectoras del trabajo… de los patrones.” Asimismo, no concibe una literatura que no sea militante, que no se encuentre al servicio del esclarecimiento de la problemática nacional y más precisamente a los mecanismos de dominación por parte de los centros internacionales de poder. Al respecto, también en la obra citada precedentemente, manifiesta: “El literato argentino, representativo de la intelectualidad argentina, escribe versos, novelas, cuentos y narraciones de entretenimientos. Se inspira un poco más y hace poesías, de las buenas, de esas que hacen parar los pelos de punta. Sigue inspirándose y remonta su vuelo lírico cantando a las estrellas, a la mujer amada, a la patria, a la bandera azul y blanca… Entonces, entra en operaciones el descuidista y nos sustrae el trigo, el lino, el maíz, la carne, con una suavidad tan delicada como la del lancero auténtico, de la plataforma del ómnibus.” Introduciendo aún más la daga en lo profundo de la cuestión, Ortiz Pereyra señala al sistema educativo imperante en 1926 disociado de la realidad de entonces, permitiéndose de ese modo el accionar de los técnicos y literatos propagadores de intereses ajenos los unos y de una especie de arte vacío los otros: “La Escuela enseña, indudablemente, mucho. Tanto que cualquier caballero de 40 años, podría representar un buen papel de hombre erudito en sociedad, si retuviera en su memoria la mitad de lo que estudió a través de los 5 o 6 grados de su escuela elemental. Pero, ¿se leen los periódicos del día en las clases de lectura? Los periódicos son, sin embargo, incomparables libros, como que son el libro mismo de la vida. Y es así como tropezamos a cada paso con jóvenes aplicados e inteligentes que saben disertar con elegancia sobre las guerras Púnicas, por ejemplo, pero pierden la línea cuando se trata de asuntos de actualidad y de interés inmediato. La vida va, indudablemente, por un camino y la escuela, por otro.” El fruto de ese sistema lo resume sin ambages: “Los ingleses saben lo que dicen cuando igualan, mediante un anagrama, la palabra argentino con la palabra ignorante.” No obstante, de este dolor de Ortiz Pereyra, surgirá un faro que aún ilumina el pensamiento nacional: FORJA.

-II-

“A la patria se la llevan/con yanquis y con ingleses;/al pueblo mal le parece/ pero se hacen los que no oyen:/¡Desde que falta Yrigoyen/la han sacao de sus trece!” Así plasmaba Arturo Jauretche en un fragmento de su poema El Paso de los Libres, escrito en la cárcel en 1933, las dos cuestiones que desvelarán a los yrigoyenistas: el desvío principista e ideológico en que cayera la UCR a partir del golpe de 1930 y la abulia de las masas populares respecto del acontecer político y económico en la república agropecuaria. No obstante ello, las fallidas intentonas revolucionarias radicales encabezadas por los tenientes coroneles Gregorio Pomar en Enero de 1932 y Roberto Bosch en Diciembre de 1933, ésta última con epicentro en las ciudades de Paso de los Libres y Santo Tomé en la Provincia de Corrientes -que diera lugar al mencionado poema de Jauretche- mostraba que aún existían sectores del radicalismo dispuestos a retomar el cauce nacional y popular que le diera origen. El “Manifiesto de los radicales fuertes” de 1934, firmado entre otros por Ortiz Pereyra, Luis Dellepiane, Homero Manzione (Manzi) y Gabriel del Mazo, reafirmaba la abstención electoral como método hasta asunción del poder en prosecución de los fines que consideraba como “esencia de la UCR”, a saber: 1) “Promover la reconquista de la soberanía económica de la nación argentina y de todas las naciones latinoamericanas mediante la anulación inmediata de todos los tratados, contratos, leyes o sentencias por las cuales se han dado o reconocido concesiones a empresas mercantiles.”; 2) “Promover la reconquista de la soberanía política de la nación argentina y de todas las naciones latinoamericanas por la anulación absoluta de todas las facultades dadas o reconocidas a toda institución educacional que no se inspire en los principios de la revolución americana.”: 3) “Abolir todos los privilegios.”; 4) “Establecer las nuevas instituciones, basadas en la colaboración continental y en la seguridad económica y cultural de todos y cada uno de los habitantes.”; 5) Restituir al ejército la integridad de la misión que le asignara San Martín, de defender la soberanía nacional y cumplir los mandatos legítimos conducentes a asegurar la libertad y voluntad del pueblo.” Los principios apuntaban a desarmar la “factoría elegante”, concepto a través del cual Ortiz Pereyra definiera a la Argentina en 1928, en un marco de referencia continental y con una clara unidad de acción sobre tres ejes básicos: el cuestionamiento de las concesiones otorgadas a empresas extranjeras que permitían la explotación de los servicios públicos esenciales y el dominio de los resortes financieros, una educación americanista y la reconquista de la soberanía política de los pueblos de las naciones latinoamericanas. Ortiz Pereyra y su grupo afín sabían bien de qué cosa hablaban. Algunos políticos y periodistas ingleses o funcionarios locales de las empresas británicas también. Decía Guillermo Leguizamón, director de los ferrocarriles ingleses en la Argentina, en 1933: “La Argentina es una de las joyas más preciadas de la corona de su graciosa majestad”. En el mismo año, declaraba el parlamentario inglés Sir Herbert Samuel en la Cámara de los Comunes: “Siendo de hecho la Argentina una colonia de Gran Bretaña, le conviene incorporarse al Imperio”. También William Burton en “The Spectator” y en febrero de 1933, escribía: “En materia económica la Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia británica”. Escribe Ortiz Pereyra en El S.O.S. de mi Pueblo (1935): “Un litro de vino de San Juan o Mendoza cuesta, al bodeguero, cuando está listo para cargarlo y venderlo, esta sumita: 0,10 (diez centavos). El Ferrocarril Pacífico, por transportarlo a los centros de consumo, cobra seis centavos por litro, o sea: el 60 % de lo que cuesta producirlo. Queda asociado a los vitivinicultores llevándose el 60 % y dejándoles el 40 %. El Pacífico es, pues, dueño de las Provincias de Mendoza y de San Juan, en mejores condiciones y en mayor proporción que los dueños de campos, viñedos y bodegas. Estos tienen que sufrir todo género de contingencias climatéricas y de plagas. El Pacífico, en cambio, sólo tiene que cobrar, de contado y hasta por adelantado, su correspondiente flete leonino”. Prosigue diciendo: “El gobierno argentino conoce la existencia de esa sociedad, a la fuerza, entre las Provincias de Cuyo y el Pacífico. Conoce, además, que los Ferrocarriles del Estado pueden ganar fletes de millones y millones con sólo hacer llegar sus vías hasta Mendoza, desde Pie de Palo, donde la construcción está empantanada desde hace muchísimos años. ¿Por qué no se termina ese ramal entre Pie de Palo y Mendoza? ¿Ignora el gobierno que toda la producción vitivinícola de Cuyo se transportaría por su ferrocarril, con un 40 % de rebaja sobre las tarifas del Pacífico y redondeando grandes ganancias? ¿Ignora el gobierno que en el Ministerio de Obras Públicas existe una montaña de solicitudes de comerciantes propietarios y productores cuyanos reclamando esa obra y demostrando, con estadísticas, las conveniencias del Estado?” De igual modo y en la obra citada, Ortiz Pereyra pondrá su mira sobre los trusts de la electricidad: “Mientras los costos de producción de energía eléctrica van reduciéndose, día a día, como consecuencia del progreso de la técnica y la remuneración, cada vez menor, del trabajo nacional y mientras el consumo de electricidad aumenta, invadiendo todas las actividades de la vida, los trusts extranjeros de electricidad mantienen, en la Argentina, las tarifas más elevadas del mundo. Se ha llegado a comprobar que el costo del kw. no pasa, hoy, de un centavo y medio. No obstante, la C.H.A.D.E. y la Italo cobran: $ 0,25 por luz a familias, $ 0,45 a los negocios y $ 0,36 por calefacción y fuerza motriz. Se explica, por consiguiente, las millonadas que estas compañías giran, anualmente, a sus accionistas europeos en desmedro de la circulación fiduciaria nacional”. El 29 de Junio de 1935, Manuel Ortiz Pereyra, en conjunto con otros radicales de pensamiento afín respecto de los desafíos del momento -ser una nación o continuar siendo una colonia- , fundan la FUERZA DE ORIENTACION RADICAL PARA LA JOVEN ARGENTINA (F.O.R.J.A.), abogando por el radicalismo a la soberanía popular, por la soberanía popular a la soberanía nacional y por la soberanía nacional a la emancipación del pueblo argentino, encendiendo un faro que aún alumbra los rumbos del pensamiento nacional a la hora de determinar los caminos ciertos que deberán transitarse. Manuel Ortiz Pereyra fallece en Buenos Aires el 23 de Mayo de 1941. Expresará Fermín Chávez en el proemio de “La recuperación de la conciencia nacional” (1982): “Digamos, en suma, que este coprovinciano de Raúl Scalabrini Ortiz, deberá, un día, cuando la nación se libere de sus actuales estacas, dar su nombre a alguna Universidad argentina”.

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