martes, 30 de agosto de 2011

Tres flores de ceibo contra la sociología cientificista:

Acerca de las críticas de Jauretche, Hernández Arregui y Carri a las flores de Romero
por Juan Esteban Godoy


Introducción
Hemos decidido nominar a esta ponencia con el nombre de una flor, dado que varios años atrás, en la década del cuarenta, la flor de ceibo había sido declarada como flor nacional. Como tal constituyó un símbolo peyorativo para referirse a la producción nacional acelerada por el modelo de sustitución de importaciones. Este vocablo también fue utilizado en los pasillos de las universidades para criticar a los profesores de tendencia nacional que habían ingresado a la academia, a partir del acceso del peronismo al poder. A la vez en nuestro subtítulo aparece otra flor, no tan conocida como tal, la de Romero. Esta hace referencia a José Luis Romero, designado interventor de la Universidad de Buenos Aires realizada por la autodenominada Revolución Libertadora (y rebautizada fusiladora), encargado de “modernizar” la estructura universitaria, “se trata, pues cuando ejerce la intervención de la UBA, de un historiador que ya ha realizado una importante obra especializada en la época medieval, y en el período de surgimiento de la burguesía (…) en cambio, poco ha escrito sobre nuestro país”. Así dicho historiador era adecuado para cumplir la tarea que demandaba la hora. Estas flores florecerían al calor de ese momento histórico. Son los profesores impuestos por dicha intervención. El problema subyacente es la denigración de todo lo nacional, por el mero hecho de serlo, y la adopción acrítica de los modelos impuestos en los países dominantes. Es éste el contexto, y más específicamente el año 1957, de institucionalización de la sociología como ciencia a cargo del sociólogo nacido en Roma, y exiliado de la Italia fascista de Mussolini, Gino Germani. La sociología de éste va a tener una fuerte impronta positivista y modernizadora. La idea de la resolución de la problemática social, en base a una evolución natural de la sociedad, de la ciencia, etc. De estadios inferiores, de menor complejidad, a los mayores. Germani se posiciona como el origen, la institucionalización de la carrera de sociología significa un corte abrupto y traza una línea divisoria entre lo que es la ciencia, y lo que no lo es. Se fija un método, fuertemente influido por la concepción norteamericana, el funcionalismo; aunque cabe llamar la atención que en ese momento en la sociología norteamericana hallaba una presencia la sociología de C. Wright Mills, que contrariaba el modelo funcionalista. Germani va a prologar un libro de dicho autor, La imaginación sociológica, como una forma de introducir y “prevenir” acerca del pensamiento de éste, acotando sus alcances a la sociedad norteamericana. Una forma decíamos entonces, la forma de hacer análisis, diagnóstico social, y así producir el conocimiento científico. Todo lo que quede del lado de lo que no lo es, será pensamiento social, realismo social, intuicionismo, parasociología, ensayismo, impresionismo, racionalismo social. Todos nombres que reflejan una etapa menor en el conocimiento (¿?). Es el “olvido” de todo lo anterior, o más bien la falsificación de la historia, destinada a impedir todo desarrollo nacional. Es así que tomamos a tres pensadores nacionales que vendrán a representar otra forma de construir conocimiento social, a saber: Arturo Jauretche, Hernández Arregui y Roberto Carri, sus diferentes críticas a este modelo de sociología cientificista, y algunas de las polémicas con algunos representantes de esa sociología. Así veremos por ejemplo a Arturo Jauretche criticar a la superestructura cultural de dominación, de la cual forma una parte fundamental la universidad, y en ella la sociología. Veremos también a Hernández Arregui polemizando con Gino Germani y su concepción de la sociología, a Roberto Carri discutiendo con Francisco José Delich, y con toda una clase, una forma de hacer conocimiento social. Los tres autores no caprichosamente tienen algún tipo de relación entre sí, y/o entre sus ideas.
Consideramos que el desarrollo de la sociología como tal, como pensamiento emancipador se nutre de estas polémicas, las contiene. No pretendemos producir la idea de una cerrazón sobre la sociología, sino más bien generar debate, abrir perspectivas, desempolvar “viejas” controversias. Rescatar voces. Otras voces disonantes al discurso hegemónico, ¿triunfador?, poder dar cuenta de los diferentes relatos que se anidan hacia el interior de las ciencias sociales, que son formas de dar sentido a la palabra y con ella a la intervención social.

La ¿parasociología? de Arturo Jauretche
Jauretche va a impugnar, desde su prosa incisiva, a la superestructura cultural en general, y en esa crítica a la sociología cientificista en particular. Para poder entender mejor desde donde nuestro autor realiza su crítica, sostenemos que éste concibe a la Argentina en una situación de semi-colonia, en la cual tiene una importancia fundamental la colonización pedagógica (en detrimento de las armas como en las colonias) que va a asegurar la dominación, a la vez que va a dar forma a una intelligentzia (no inteligencia), conformada por individuos que se autodefinen como intelectuales y están profundamente penetrados por esa superestructura, que se reduce a la determinación de modos y de un instrumental que opera en su formación y difusión, al tiempo que no permite que se transforme en inteligencia, y forme una cultura nacional, vale decir, una conciencia nacional, “a la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia, para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar soluciones propias (…)”. Tenemos un coloniaje económico, y uno cultural, los cuales se apuntalan y refuerzan mutuamente.
Apuntes para una sociología nacional, subtitulaba Jauretche en el ’66 al Medio pelo en la sociedad Argentina. Apuntes, como quién hace anotaciones al margen, como quién ensaya, también dirá aportes desde la orilla de la ciencia, poniendo un límite, realizando una diferenciación con la sociología institucionalizada como ciencia hace (en su momento) ya casi diez años, “con lo ya dicho –la naturaleza de testimonio de este trabajo-, excusa la ausencia de informaciones estadísticas y de investigaciones de laboratorio que pudieran darle, con la abundancia de citas y cuadritos, el empaque científico de lo matemático y al autor la catadura de la sabiduría”. Jauretche no necesita del mote de científico, no lo quiere, pues le interesa abrir el debate, intervenir en la realidad social, él no está pensando en escribir en tal o cual revista científica, en acceder al púlpito académico, etc. Así “las “orillas de la ciencia” y no la “sociología científica” es lo que compuso la mirada de Jauretche sobre las causas que llevaron a una historia de mentalidades “coloniales” o “emancipadas” para explicar la conformación de una sociedad eternamente llena de olvidos” . Los argumentos que se vierten desde las orillas de la ciencia, también implican el rescate de esas voces que se encuentran en los márgenes, que no obtienen una visibilidad al no ser portadores de un capital cultural adecuado al exigido para ser escuchado como voz autorizada. Construir la otra historia, la memoria de nuestros pueblos “le es necesario al país conocer su propia historia, como le es necesario a los que quieren detenerlo en el pasado, impedir que la conozca”. Establecer relaciones entre pasado y presente, continuidades, observar invariantes históricos, para mirar hacia el futuro, “el conocimiento de la realidad imprescindible a un planteo de futuro”. El pasado como la memoria del pueblo; el presente como el análisis de las diferentes fuerzas en pugna; y el futuro, como el proyecto político que se quiere establecer. No existe posibilidad de tal proyecto si no se realiza una revisión del pasado, en clave descolonial.
Jauretche va a relativizar el dato científico, el uso de las estadísticas por parte de los cientistas sociales. Aquí no es que él desdeña las estadísticas y proponga no hacer uso de éstas, sino que sostiene “la eficacia de utilizar como correctivo del dato numérico la comprobación personal” . Afirmará el estaño, la experiencia personal como método de conocimiento, como forma de relativizar las estadísticas. De esta forma, pone de relevancia la no infalibilidad de los números (a lo que se suma que a veces hay un uso malintencionado para fines político-económicos). Más que un científico frío que busque la supuesta objetividad del dato científico, confeccione cuadros, y se inunde en números y tubos de ensayo, se requiere caminar el pueblo, conocerlo, vivirlo, ser parte de éste. No es un conocimiento que se construye para el pueblo, sino que se construye junto con éste. Jorge Enea Spilimbergo, argumentará que la falta de estaño alude “a quienes precintados en la biblioteca, perdían contacto con la experiencia del pueblo y de la vida y entraban en los cuadros de la intelligentzia, es decir, renunciaban a la intelectualidad”. Pues lo social estaría formado aquí por toda una red de microrrelaciones sociales, las cuales escapan al dato científico, y el conocimiento de éstas es posible gracias al estaño, “no se trata solo de una discusión cuantitativa o cualitativa de la metodología sociológica, sino que lo que está en discusión es la propia sustancia de lo que por Nación se está definiendo” . Hay una realidad subterránea, oculta por esa superestructura cultural, la cual en un doble movimiento de creación, y a la vez propia difusión a través de una intelligentzia, oculta el verdadero rostro del país, el del pueblo en lucha por la forja de una conciencia y de la liberación nacional. Podemos ver algo similar en Scalabrini, compañero de lucha de Jauretche, que en octubre del ’45 va a hablar del subsuelo de la patria sublevado.
Jauretche va a ser atacado por no seguir el “método”, va a ser catalogado como no científico, al respecto nos cuenta picarescamente que “los sociólogos han establecido que yo soy un parasociólogo. Quizás lo soy, pero no por encontrarme al costado de la sociología, sino porque les digo “pará, sociólogo”, cuando entra a macanear” . Pues lo que está en juego es la disputa por la interpretación de la realidad nacional, y desde la sociología de corte cientificista se va a producir un posicionamiento como la verdad, la objetividad científica, que no es política, no se halla penetrada por ideologías, una suerte de ascetismo intelectual, del cual nuestro autor dará cuenta y nos llamará la atención a que “el lector tenga presente, cuando recordando que el que escribe es un hombre comprometido, lo confronte con otros informantes de apariencia aséptica. La verdad es que todos estamos comprometidos, porque todos estamos comprometidos en la vida, y la vida es eso: compromiso con la realidad”. Desde la sociología cientificista se quiere hacer pasar como la verdad, a una construcción teórica, que no es más ni menos política que la que realiza la sociología de corte nacional. Además Jauretche va a poner de relevancia, en Los profetas del odio y la yapa, un mecanismo que se da en las ciencias sociales, aunque él hable de la filosofía consideramos que el ejemplo es válido para la sociología, que es que por ejemplo hay profesores de filosofía o de sociología que dan clases a estudiantes de esas carreras, los cuáles se van a recibir de profesores de las mismas materias también y van a dar clases a otros estudiantes que luego también pasarán a ser profesores, se da así en forma cíclica. Pero no hay ninguno de esos estudiantes que vaya a ser letrado, filósofo, sociólogo, que vaya a tener una intervención concreta en la realidad social. Jauretche aquí no pretende sostener que en la docencia no hay intervención en la realidad, sino lo que quiere es demostrar el encapsulamiento de la universidad, la no vinculación con un proyecto de país que abogue por la liberación de las ataduras coloniales. Hoy se puede ver con numerosos escritos, papers que se producen en la universidad que ¿alguien lee?, ¿alguien los va a leer? Escritos que se realizan no pensando en quién los va a leer, o quién va a trabajar con ellos, son notas que solo tienen la función de hacer curriculum. Y cuando se impone una lógica de cuantificación del conocimiento, ya no se trata de quién sea el que mejores producciones realice sino el que más producciones haga, el que aprenda mejor a jugar el juego del “mundillo académico”.
El fundador de FORJA, va a sostener que la intelligentzia identificó la cultura con los valores universales irradiados desde los países dominantes despreciando toda otra cultura que no fuera la que venía de allende. Tomar como absolutos esos valores que son relativos está en la génesis de nuestra intelligentzia. Así ésta identificó cultura con civilización, por lo cual se buscó un pensamiento extraviado, no propio, enajenado, que apuntaba a crear Europa en América. No se trató enriquecer nuestra cultura con otra sino de suplantarla, de eliminar una e imponer otra, “el hombre de nuestra intelligentzia no mira la realidad para comprenderla sino que intenta aplicar las soluciones, los esquemas de otras realidades, que acata por sobreestimación de aquellas y subestimación de ésta” . Pero lo fructífero, creador, en realidad, es asimilar a la cultura nacional los valores universales, y no introducirlos como absolutos, ya que pertenecen a otros tiempos y a otras realidades. Ahora podemos entender mejor eso de (apuntes para una) sociología nacional. Lo que está detrás de este razonamiento de la intelligentzia es la zoncera madre que parió a todas las demás, a saber: la dicotomía impuesta por el “padre del aula” entre la civilización y la barbarie, “todo lo propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo era civilizado. Civilizar, pues consistió en desnacionalizar”. Realizar la civilización tan anhelada por nuestra oligarquía, y por nuestra intelligentzia era hacer Europa en América, cuanto más parecido a los primeros éramos más cerca de aquella estábamos, “el modelo era Europa; si el ejemplo económico era el inglés, el cultural era el francés” . Así, por ejemplo, se podía ver a la extensión como un mal que aquejaba a la nación. Decimos zoncera como “principios introducidos en nuestra formación intelectual (y en dosis para adultos) con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la aplicación del buen sentido”, las hay políticas, geográficas, culturales, etc. Descubrir las zonceras aparece como un acto de liberación, de desnaturalización no solo mirando a los demás sino mirándose a uno mismo y descubriendo sus propias zonceras . Es una forma de llamarnos a poner el cuerpo. Pero, hecha la aclaración pertinente, continuemos con los civilizados y los bárbaros, pues cuántas veces leemos ideas, conceptos que se presentan como la verdad científica solo porque fueron realizadas en países supuestamente civilizados, incluso a veces ¡ya alguien lo había dicho mucho antes en estas tierras! Jauretche observa que en el conocimiento científico social se importan teorías, ideas, conceptos, etc. acríticamente (veremos que Hernández Arregui nos hablará de los “sociólogos importados”), por lo cual él sostiene que “no uso para analizar los hechos de la sociedad los parámetros y formas buenas (…) sino que prefiero buscar los datos en índices reveladores cuya captación sólo requiera el necesario estaño de quien ha vivido –y no al divino botón- en su país”. La técnica, las construcciones teóricas no pueden ser un fin en sí mismas, sino un medio para la realización nacional. No obstante, el escritor nacido en Lincoln, sostiene que el sentido común es el mejor de los sentidos, es el buen sentido que todos tenemos, pero que debemos buscarlo debajo de nuestra formación cultural que nos desvincula de la realidad. De ahí la “ventaja” de los sectores populares, en tanto menos penetrados por la superestructura cultural, colonial y dominante que los supuestos civilizados, que cada vez se vienen más zonzos, pues zonzo no se nace sino que se deviene.
La colonización pedagógica funciona como canalización y encauzamiento de un pensamiento que denigra todo lo nacional. ¿Disputas entre los sociólogos formalistas?, claro que pueden darse pero son solamente de forma, no de contenido, se puede pelear pero el esquema es el mismo, es la civilización y la barbarie. Se pueden enfrentar Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López por el método de la historia, la historia escrita, documentada de aquel contra la historia oral de éste, pero a la hora de las conclusiones, al momento de enterrar históricamente al General de los hombres libres, José Gervasio Artigas, los dos contribuyen con su propia pala. Pero esta clase de pensadores no van a construir “nunca un pensamiento que partiese de una observación local de los problemas y de la búsqueda de soluciones nacionales por consecuencia”. Pero cabe preguntarse si en las condiciones que realizan su tarea científica: ¿pueden construir un pensamiento que sea nacional?, ¿están o estarían interesados en hacerlo? (más adelante veremos que Roberto Carri va a poner en consideración si la sociología puede rebasar el orden social en el cual es producida).
Hay un juego de luces y de sombras que se da tanto sobre personajes históricos, como sobre escritores, así tendrá éxito, se le dará primera plana en los periódicos a quiénes contribuyan con la superestructura cultural de dominación colonial, y se echará sombras sobre los escritores nacionales que denuncien al coloniaje económico y cultural. Podríamos recordar a Scalabrini Ortíz, a Manuel Ugarte, a Enrique Santos Discépolo y a tantos otros que se intentó silenciar, que quedaran en el olvido, son los escritores malditos. ¿No es hora ya de realizar una suerte de “inventario” de los malditos en la sociología Argentina?, ¿no es hora ya de “desempolvar” las ideas que éstos nos venían o nos vienen a proponer?
El autor de Los profetas del odio, pone en consideración el fracaso de la construcción cientificista, “porque precisamente es anticientífica, porque es construcción abstracta y en el aire y toda apariencia y el aparato de la técnica es una simple construcción mental desvinculada del hombre común”. De esta forma, fracasa en tanto no puede dar soluciones, pero cabe preguntarse ¿realmente busca dar soluciones? Es un conocimiento aparente, formal (veremos también que Carri polemizará acerca del formalismo en las ciencias sociales), que puede servir para discusiones de café, para macanear, para conseguir prestigio, para conquistar una muchacha, pero no puede contestar, dar cuenta de las verdades simples que viven todos los días los hombres de a pié. En cambio, en Jauretche no hay solo conocimiento teórico, solo esquemas, teorías, sino que hay una participación en la realidad social, una militancia política, su biógrafo, Norberto Galasso sostiene que “a través de un rico entrecruzamiento entre análisis teórico y praxis política, Jauretche se constituyó en uno de los principales cuestionadores del orden dependiente”. En este cuestionamiento, el autor del relato gauchesco del levantamiento radical El paso de los libres, va a dar a luz numerosos conceptos novedosos para tratar la realidad nacional. Con un lenguaje profundamente político y que retoma cuestiones de la gauchesca, además de los conceptos que venimos viendo como por ejemplo los de colonización pedagógica, zoncera, etc. y de su entramado, nos hablará del tilingo, del guarango, de los fubistas, y demás conceptos que nos muestran una forma original de construcción teórica. Nuestro autor ha logrado crear todo un lenguaje político, muchas de las palabras que hoy día se usan en el “mundo político” fueron escuchadas las primeras veces de su voz ronca.
La sociología que propone Jauretche, es una sociología de compromiso político que se asuma como tal y no se esconda bajo los ropajes del puritanismo. Así se pregunta acerca de los intelectuales “¿de qué está hecho un intelectual?, ¿de carne y hueso, de este barro humano tan sucio y tan delicado, tan fuerte y tan deleznable, o de crema chantilly?”. Él tampoco va a querer intelectuales que adquieran un lugar en la sociedad por encima de otros sectores; es decir que por el solo hecho de haber podido acceder a la universidad su voz adquiera más importancia que la del resto de la sociedad. Es el llamamiento a una horizontalidad del conocer, que reconoce diferentes saberes. Jauretche sabe que no se puede tener respuestas para todo, y también sabe que éstas son descubiertas con la colaboración del pueblo, Galasso argumenta que “su valoración de los sectores populares como protagonistas de la historia, se corrobora en planteos de desbordante simpatía por nuestros trabajadores”, dado que la construcción es desde abajo pues “nada puede construirse desde arriba si no se trabaja en el seno del pueblo”. Considera también que sin la destrucción de la colonización pedagógica la liberación nacional es imposible. Al tiempo que tampoco es posible como patrias chicas, separadas, desunidas luego de las guerras de independencia por el fenómeno de balcanización impuesto por las potencias imperiales. Es un pensador de la patria grande, pues solo en ésta se puede dar las condiciones para derribar a la opresión imperialista y colonial. Arturo Jauretche nos hace un llamado a pensar en nacional, a tomar el planisferio y ubicarnos en el medio, no en un rincón y abajo (casi cayéndonos del mapa). Nosotros ya hemos probado el consejo de Don Arturo, pero pruebe usted mismo lector y verá la sensación que le produce, verá que éste es un acto de liberación y de descolonización pedagógica.

Hernández Arregui y los sociólogos importados
Para comprender las críticas desarrolladas por Hernández Arregui, quien tiene una fuerte influencia de Arturo Jauretche tanto a nivel político como (ya veremos) de desarrollo teórico, a Gino Germani y a la sociología de su época, es necesario observar que el autor de La formación de la conciencia nacional establece una estrecha relación entre el proceso dictatorial comenzado en 1955, y la Universidad de Buenos Aires, a partir de la intervención de esta última, “Arregui pone en tela de juicio la vinculación directa que existió entre la violencia política de 1955, el proyecto de extranjerización de la economía impuesto y la función justificadora de la academia (…) las opiniones de Arregui colocan en el tapete un hecho poco difundido en la historia de la sociología en el país y es la aprobación de varios profesores y funcionarios, pública y manifiesta, al golpe militar de 1955”. Es decir, cuando nuestro autor critique a la sociología va a denunciar el entramado de la superestructura cultural que conlleva la colonización pedagógica que nos hablaba y también impugnaba Jauretche, en el momento específico del golpe de estado que derribara al peronismo gobernante.
Aramburu, habría encontrado en la universidad un sustento para realizar sus persecuciones, sus ideas políticas, su programa de entrega económica implementado luego del análisis de situación que realizara Raúl Prebisch, que refutara Jauretche con su Plan Prebisch, retorno al coloniaje. La denuncia de Hernández Arregui se balancea entre el apoyo explícito de la intelligentzia a la dictadura impuesta por Aramburu, y el silencio cómplice de esta misma capa de la sociedad.
Hernández Arregui va a sostener que las ideas acerca de la sociología de Gino Germani son (en resumen) las siguientes: busca establecer que existen fuertes diferencias raciales y nacionales entre los países latinoamericanos, por lo cual sería un error el asimilar a Argentina a los demás países del nuestro continente; en la Argentina no hay contrastes culturales o raciales, la población es homogénea, porque en nuestro país no hay indios ni negros, y tiene una clase media numerosa (el 40% de la población) en estado de ascenso social permanente, por lo cual la Argentina solo se podría comparar y asemejar a países como los Estados Unidos e Inglaterra; las fracturas sociales en la Argentina no son graves como en otros países del continente; la inmigración cumplió un papel fundamental en la modernización del país, que hace comparable al país hasta con Alemania; la Argentina es una sociedad burguesa conservadora, en la cual solo las distorsiones ideológicas pueden hacer creer que es una zona de América Latina disponible para una revolución violenta; existe algún descontento sindical, pero no subversivo sino “progresivo”. La idea del sociólogo italiano según Hernández Arregui sería considerar a la Argentina como un país, que por sus características de homogeneidad social, no tiene diferencias culturales, como una sociedad conservadora que tiene más semejanza con los países desarrollados ya sea europeos y/o Estados unidos, que con los países del continente latinoamericano. La Argentina, como un país blanco, a la población nativa como inferior a la migrante. El esquema sarmientino se hace presente nuevamente. Así, nuestro destino estaría reflejado en estos países, la cual es una comparación anacrónica tanto histórica como económicamente. Es la interpretación que la oligarquía ha realizado de Mitre en adelante. Es nuevamente el discurso de las patrias chicas, que pretende que Argentina en lugar de mirar hacia adentro, hacia su continente, mire allá lejos sobre el Océano o hacia el Norte. Mirarse en el espejo de los países desarrollados, el cual siempre nos devolverá una imagen deformada, una imagen irreal, ficticia de la nación. Pues es la negación del pueblo y como negación de éste es la negación de la nación misma. Nuestro autor argumentará que “la masa obrera, tanto porteña como provinciana, está más cerca, incluso étnicamente, de Bolivia, Chile, Paraguay, México, etc., de lo que el sociólogo sostiene aparte que las llamadas diferencias raciales, particularmente es este caso, ocultan una ideología social reaccionaria”. Lo que sí existe entre los países del continente latinoamericano es una homogeneidad lingüística y cultural, no hay diferencias raciales o nacionales, pues de lo que se trata es de sectores oprimidos. En relación a la inmigración, argumenta que ha sido asimilada, con influencias sobre la cultura nacional, autóctona, pero siempre esta última terminó por predominar. Asimismo resalta que en Argentina hay tres regiones bien diferenciadas: Buenos Aires, el litoral, y el interior mediterráneo. Aquí se encuentra el problema muchas veces, no solo por parte de Germani sino también por los sectores medios de identificar a la ciudad-puerto con el país todo. Es la negación del interior. Podemos ver como hoy en día muchas veces los viajeros de la ciudad-puerto ven al interior como lo exótico, lo ajeno. Una forma más de “turismo aventura”.Por último, asevera que la sociedad Argentina no es conservadora, pues hay una agitación política y social a lo largo y ancho del país. Llama la atención que hacia fines de los ’50, y en la década de los ’60, un sociólogo pudiera argumentar que la sociedad Argentina se hallaba en las tradiciones del pensamiento conservador, puede no haber intencionalidad en el análisis, sino que es mero desconocimiento de lo que sucede en el sustrato profundo del pueblo, que solo puede considerarse en plena relación con éste.
Observamos que Hernández Arregui tiene una mirada diametralmente opuesta a la de Germani, pues mientras que el primero considera fundamental partir de un conocimiento situado en la realidad social concreta; Germani va a hacerlo desde una abstracción, de una idea, que luego se aplicaría a la realidad concreta. Donde uno ve una sociedad blanca y europea; el otro ve a la América Latina morena. Donde Germani piensa que hay atraso; Hernández Arregui considera que es el componente fundamental conjuntamente con el cual debe construirse la nación. Mientras para el sociólogo italiano el modelo está en las “sociedades desarrolladas”, Hernández Arregui concibe que el destino de la Argentina está en Latinoamérica, en la patria grande. Confrontando un discurso y el otro, podríamos decir que uno se encuentra en consonancia con la visión de Mitre, Sarmiento, etc. de la Guerra del Paraguay; y en cambio, el otro discurso es totalmente diferente, es la de Alberdi, Felipe Varela, etc. El primero justificador de la destrucción del país que fuera el más desarrollado de América Latina, en base a un proyecto mercado-internista, industrializador comandado por el Mariscal López ; el otro, colocándose por encima de las patrias chicas denunciando la matanza que significó la guerra de la triple infamia. De esta forma podemos observar en qué tradición de pensamiento y política se encuentran nuestros dos autores.
Es en el interior del país sobre todo, donde sobre todo perviven las tradiciones más viejas de la nación, eso que Hernández Arregui va a denominar el folklore nacional, como el conjunto de las tradiciones populares. La cultura nacional adquiere una especial importancia en su pensamiento, pues en el rescate de estas tradiciones populares, en su resistencia es donde se encuentra un rasgo distintivo como comunidad autónoma. El rescate mismo de estas tradiciones del pueblo es un acto de resistencia a la penetración cultural extranjera. No se trata, de todas formas, de negar el aporte que pueda venir de otros continentes, sino de incorporarlo justamente en lo que pueda aportar a nuestra cultura y tradiciones, no en el avance en desmedro de éstas.
El intelectual argentino debe involucrarse con su pueblo, en sus tradiciones para así poder generar un pensamiento propio, a diferencia del intelectual colonizado que es el que “acostumbra a identificar la cultura con la cultura europea”. Son los sectores medios, subordinados al aparato cultural colonial, quienes difunden la ideología de la oligarquía. Pues “cuando la intelligentzia de un país recibe su lumbre espiritual no del “humus” colectivo, sino de los focos externos con su luz extenuada se alejan del pueblo, se opera al mismo tiempo la deformación de la historia, y el pueblo es negado o desechado”. Son los intelectuales que se encandilan con las “luces de la civilización”, que están al tanto de la última moda en el pensamiento extranjero, que suelen desear hacer post-grados y doctorados en los países centrales (que dicen “me voy para afuera” cuando se van de viaje al interior del país, toda una concepción), pero son incapaces de analizar la realidad nacional, y de modificarla. Es la intelligentzia que se sitúa en cualquier vereda que no sea la del pueblo, ellos se sienten diferentes (la distinción), y así se encuentran separados de éste (en la vereda de enfrente del pueblo, o más bien en la terraza de éste, pues siempre por arriba de los que considera inferiores), por lo cual no puede cumplir otro papel que no sea antinacional. De esta forma podrá apoyar procesos dictatoriales con tal de que no sean los sectores populares los que se encuentren conduciendo los destinos del país.
El autor de Peronismo y socialismo, concibe que la sociología de Germani es una calcomanía de la norteamericana. Otra vez, la importación acrítica de modelos extranjeros de ciencia. De ahí, la idea de nuestro autor de denominar a este tipo de sociólogos como “sociólogos importados”, que nos sirve para nominar el presente apartado. Importación de materias primas en detrimento de la industria nacional. Librecambio contra proteccionismo, desarrollo hacia fuera contra desarrollo endogámico, el enfrentamiento que recorre la historia nacional. Importación acrítica decíamos entonces, en el sentido de aplicación automática de las categorías realizadas en otros tiempos y/o en otras realidades, lo que no implica que no se discrimine a los autores que se introduce al conocimiento sociológico del país, prueba cabal de ello es (como veíamos anteriormente) la introducción de C. W. Mills de forma tamizada. La idea de Germani en la visión de nuestro autor, es la de una sociología pura, la cual “tiene por objeto apartar al estudiante de los problemas reales del país”. Alejarlo por lo tanto de la posibilidad de arribar a posibles soluciones. Para poder llegar a éstas se hace necesario partir de nuestra propia realidad, pero no mirándola desde fuera sino involucrado en ésta. De este modo Hernández Arregui hace repaso de la aparición de una conciencia, de un pensamiento nacional en ¿qué es el ser nacional?, así “la conciencia de la necesidad de una filosofía autónoma, no antieuropea pero sí americana, profetiza la aparición de pensadores fidedignos. En América Hispánica ese señuelo ha empezado por la literatura, se ha continuado por la revisión de la historia y el interés, nada casual, por la sociología”. Tenemos entonces trazado el camino, la literatura, el revisionismo histórico y por último la sociología, podríamos considerar que “lo real aparece en la conciencia como expresión, recuerdo y conocimiento”.
La sociología de Germani se pierde el camino, no quiere expresión, sentimientos, ideología, pues la ciencia debe abogar, como veremos a continuación, por el neutralismo valorativo; tampoco acierta en la revisión histórica, ya vimos que Hernández Arregui nos alerta de la a-historicidad de la sociología del sociólogo italiano; por lo que el conocimiento al que llegue será desfigurado. Sociología carente de valores decíamos, “un buen ejemplo de esta ciencia “apolítica” fue Gino Germani, campeón de una sociología neutral”. Pues la tarea del intelectual en Hernández Arregui, es de un compromiso militante, el intelectual nacional (no miembro de la intelligentzia) debe utilizar su conocimiento, si no quiere caer en la inteligencia pura, como crítica a la superestructura de dominación, a la situación de opresión, “un intelectual que calla las causas, la vergüenza y el horror del colonialismo, es un mercenario que sirve a las potestades que paralizan al país”. No es casual que utilice aquí la palabra mercenario, pues Hernández Arregui (como venimos viendo) pone de relevancia un entramado que hay entre el autoritarismo expresado en las dictaduras que obturan los procesos populares, el papel del imperialismo norteamericano en apoyo a éstas, el sostén intelectual de las universidades intervenidas, y por último el rol que juegan las organizaciones internacionales (como por ejemplo la Fundación Ford), y/o las universidades extranjeras que financian investigaciones en nuestro país. Aritz Recalde sostiene que “Germani y la sociología argentina fueron un instrumento divulgador de la ciencia neocolonial, cuya matríz de pensamiento operó como un medio de implementación de los proyectos desarrollistas de extranjerización de la economía y la cultura”. Sociología alejada de los procesos populares, financiada por organismos internacionales, inexpresiva, que estudia a la sociedad a través de la recopilación de datos estadísticos y estudios minúsculos que no hacen referencia a marcos más amplios, observa problemas relacionados con el cambio social e intenta resolverlos de forma práctica. Estos son algunos de los elementos que surgen del análisis de nuestro autor de la sociología presente en su época, que nos dan lugar a preguntarnos si ¿hoy en día es muy diferente la situación de la sociología con posición dominante en la universidad Argentina?, ¿no son similares varios de los problemas que denuncia el autor de Nacionalismo y Liberalismo?
Hernández Arregui sostiene en relación a la universidad antinacional y a la relación de los pensadores nacionales y comprometidos en un proceso de lucha que: “ya no tenemos padres. No queremos que nos enseñen nada, porque esa enseñanza fue siempre, en todos los casos, una enseñanza contra nosotros mismos”. ¿Es una renuncia al conocimiento?, claro que no, de lo que se trata es de despreciar un tipo de conocimiento que no se adecua a las necesidades del país, del pueblo, que de esa forma es solo un conocimiento formal, aparente. En su visión de la universidad, ésta no debe cumplir el papel de perpetuar el sistema de dominación, sino que más bien debe contribuir a transformarlo. Sociología acentuada en la realidad nacional, que de cuenta explícita de su compromiso político con un proyecto político de liberación, con el pueblo, que construya conceptos desde aquí (¡que construya conceptos!), por lo tanto propone una sociología creativa, que no desprecie el conocimiento surgido en otras latitudes, pero que lo incorpore en la medida de las necesidades del país. En línea con la sociología que desea desarrollar pone en consideración un documento de docentes de la carrera de sociología que data del año 1970 , en el cual se deja ver otro tipo de concepción de la sociología comprometida en los procesos de lucha. Entre los firmantes de aquel documento hay varios miembros de las “cátedras nacionales” entre los cuales se encuentra Roberto Carri, el próximo autor al cual trataremos aquí.
Roberto Carri y los “bandoleros sociológicos”
Roberto Carri, resuena su nombre en la historia de la sociología argentina, como uno de los máximos exponentes y más fieles de las llamadas “cátedras nacionales”, como miembro de una sociología militante, comprometida, transitando de la cerrazón, de la oscuridad, pasando cerca del asalto del cielo, y terminando en el infierno. Resuena también como parte de la tragedia nacional, detenido-desaparecido, deshumanizado en la urdimbre del plan sistemático de genocidio corporal, social, cultural, político y económico. Si armáramos el panteón de los malditos de la sociología por el que nos preguntábamos más arriba, seguramente tendría un lugar allí.
Carri, con tan solo 28 años, iba a escribir un relato acerca de Isidro Velázquez, personaje chaqueño de la década del ’60 que robaba a los estancieros, y repartía su botín entre la población campesina sobre todo de la localidad de Machagai y Colonia Aborigen, logrando así la protección de éstos. En ese relato, Carri se posiciona contra toda una corriente de la sociología argentina. De ese texto, esa es la parte que nos interesa aquí, en tanto crítica a la sociología formalista. Carri va a criticar a la sociología desde la fundación de Germani, en sus impulsos modernizadores y desarrollistas presentes también en la época en que realiza su crítica. Va a vincular a la fundación de la carrera de sociología, a su reconocimiento como ciencia con el derrocamiento del peronismo. También va a marcar el vínculo con las corrientes predominantes en ese momento en los Estados Unidos. Denuncia al mismo tiempo, la penetración imperialista en la sociología en relación a los subsidios de diversas fundaciones extranjeras, especialmente de Fundación Ford, y nos dice al respecto que “aquí no rechazamos esos aportes por el hecho de su nacionalidad, el problema es si todavía existe en las áreas metropolitanas que han entrado en la etapa imperialista un aporte generalizado de carácter creativo o científico, o si las posibilidades del mismo están agotadas en la actualidad y la dinámica (y por lo tanto la verdad histórica) actualmente se encuentran fuera de esas áreas”. Resonancias del pensamiento de Lenin, El imperialismo, la etapa superior del capitalismo, y de Trosky en su complementación a Marx, donde aparece la cuestión imperial, y donde “el fantasma de la revolución” reaparece en los países coloniales y semicoloniales. El cambio social no vendrá ya dado por el avance de los países centrales sobre los pueblos coloniales o semi-coloniales, sino más bien el cambio se encuentra anidado allí. La fábula de que las inversiones extranjeras traerán el progreso no hace mella en Carri. Él observa que los subsidios de estas fundaciones, no traerán ninguna clase de beneficio, de progreso para el conjunto del pueblo argentino.
El joven sociólogo retoma el tema sarmientino de civilización y barbarie, para su crítica, así sostiene que “los que continúan el hilo teórico de Sarmiento son los sociólogos contemporáneos que imbuidos de una falsa idea de progreso y la evolución de las sociedades (…) analizan la cuestión aceptando la tradicional dicotomía entre civilización y barbarie”. Nuestro autor traza aquí una línea de pensamiento que comenzaría en Sarmiento, y continuaría por diferentes pensadores, hasta hacerse presente en su momento, en un tipo de construcción de conocimiento social, “hacia fin del siglo pasado comienza a desarrollarse en nuestro país la ciencia social con contenido positivista y evolucionista. Son Juan B. Justo, José Ingenieros, y José M. Ramos Mejía, entre otros, quienes aportan nuevos enfoques en el análisis de nuestra patria, siempre dentro del esquema civilización y barbarie”. Ese camino que va a devenir en la institucionalización de la sociología “fue una consecuencia de las teorías “pre-científicas” elaboradas desde mediados del siglo pasado por los ideólogos del régimen oligárquico”, va a estar marcada por diferentes postulados antitéticos, de la civilización y barbarie, pasamos al de desarrollo y subdesarrollo, y al de sociedad tradicional – sociedad de masas.
Nuestro autor nos va a hablar de una ciencia social reconocida, es decir la sociología en tanto parte de la academia a partir de 1957, no sería la única sociología posible, pues hay todo un conocimiento social anterior que no se puede desdeñar. Es más, va a sostener la existencia de otro tipo de conocimiento científico que es construido por el pueblo en lucha, que no tiene capacidad de expresar su alternativa, en tanto que carece del poder suficiente para poder hacerlo. Carri pone de relevancia el entramado político-científico que se da desde los profesionales formados en las ciencias sociales, y el “campo político”. Es la tecnificación del conocimiento. Es la universidad al servicio del Estado, pero aportando conocimiento técnico, aquí no hay (o no debería haber, ¿no la hay?) política, ideología, solo se busca la “eficiencia”. La política no importa, el técnico es funcional a cualquier modelo de país. Nuestro autor observa que la sociología sirve (en una línea de pensamiento similar a la que consideráramos anteriormente de Hernández Arregui) de sostén intelectual, teórico al desenvolvimiento del desarrollismo en nuestro país, pues “la dominación imperialista en todo el mundo provocó el desarrollo de la sociología como un medio de detectar problemas en sus países y descubrir los modos de superar las tensiones del mundo moderno”. Plantea asimismo el rol que ha cumplido la universidad en el desarrollo de la cultura nacional. El balance no es para nada positivo, pues considera que ésta fue creada para servir y mantener un orden social de dominación, “la universidad Argentina fue el laboratorio de formación de ideologías al servicio del mantenimiento del orden”. Contribución de la sociología al mantenimiento del statu quo, va a ser un tema recurrente en Carri. Estos profesionales que son formados en la universidad, en donde el interés radica en “aportar a sus alumnos un curriculum profesional, formar una “personalidad profesionalmente equilibrada”, etc. Tiene como objetivo despolitizar ideológicamente al sociólogo convirtiéndolo en un fiel servidor del estado, en un técnico eficiente”. Se separa la técnica y la razón, de la ideología y la irracionalidad, aquí yace el fundamento de este tipo de conocimiento sociológico. Es una concepción científica fría, desprovista de pasiones, que desea escapar del proceso que se analiza, no involucrarse, se posiciona en un lugar donde lo único admirable y que efectivamente se admira es la ciencia y la tecnología, el progreso. Hay una concepción de progreso como desarrollo, de lo tradicional a lo moderno, el cambio no es de orden social, no es una transformación revolucionaria, sino más bien es el desarrollo lógico de la evolución natural de las sociedades. El cambio como resultado de un progreso acumulativo. Es la separación entre conocimiento y práctica, entre ciencia y sociedad, la que trae aparejada que no exista “integración del conocimiento con la praxis, por lo tanto no hay conocimiento real. O mejor dicho, hay conocimiento burgués”. Es una construcción teórica a-histórica. Pero Carri resalta que por más que se intente de huir de la ideología, de la política, se trate de enmascarar debajo del tecnicismo, esto no es posible dado que “las concepciones de la ciencia no tienen autonomía real, se subordinan a un orden o práctica social y política, y más allá de la buena o mala voluntad del investigador”.  Así, vemos que el “bandolero sociológico” (mote que le achaca porque algunos sociólogos denominaban como bandolero social a Isidro Velázquez, donde Carri consideraba que había una violencia pre-revolucionaria) es aquel que todavía cree que la objetividad científica es lo más importante, y de esta forma no da cuenta que cae en un pensamiento formalista, teórico, del cual solo se puede escapar poniendo la acción política en primer lugar. Aquí, la concepción de Carri, es la primacía de la política. Horacio González sostiene que con la acusación de “bandoleros sociológicos”, “deseaba, de ese modo, hacer valer una ruptura con Germani que apelase menos a un cambio profundo en el “estilo sociológico (lo que de todos modos insinuaba con gran fuerza) que a una radicalización anarco-populista de la tesis ilustrada de la modernización”. Más bien un rechazo al pensamiento ilustrado.
Acerca del Formalismo en las ciencias sociales, nuestro autor iba a escribir una nota en la revista (con vinculación -conjuntamente con Envido- con las cátedras nacionales, Antropología Tercer Mundo (que con el correr de los números iba a ser mucho más Tercer Mundo que Antropología). Allí iba a criticar nuevamente a esta corriente en posición hegemónica. En dicha nota duda acerca de que la sociología como ciencia pueda superar el orden social en el cual es producida. Superarlo en tanto orden de dominación, donde hay división entre dominantes y dominados. En el campo sociológico se reproducirían las mismas relaciones que en el seno de la sociedad. Dado ese orden de dominación, concibe una sociología que oculta dichas relaciones sociales en su politicidad. La sociología es moldeada por la sociedad a la cual pretende analizar. ¿Cuáles son las posibilidades de escapar a esa lógica en la que se la encuentra envuelta? Algo de la respuesta venimos considerando. Pero avancemos en los argumentos tomando las ideas de Valentina Salvi quien argumenta que “lejos de acotar el tema del formalismo a un tema epistemológico de justificación científica, por el contrario, es el horizonte para problematizar la doble inversión fetichista que anida en las ciencias sociales, para denunciar su pretensión autárquica y para, finalmente, enfrentarlas con el fantasma de la política que quisieron eliminar de entre sus fundamentos; y así recuperarlas en su propia dimensión utópica”. Dar cuenta de sus construcciones formales, abstractas que se valen por sí mismas, poniendo en evidencia su politicidad. Recuperar su dimensión utópica en tanto ciencia transformadora de la sociedad en la que se desarrolla. El científico que pretende objetividad, “el bandolero sociológico”, no da cuenta que el conocimiento científico siempre se relaciona con individuos e intereses. Es el método por encima de todo. El científico, en tanto poseedor de tal, construye un modelo teórico en soledad, en su mente (cual científico en su laboratorio -“de ideas”-), considerando que el conocimiento es puro, no tiene valores, es autónomo de la sociedad, y luego lo aplica a la realidad concreta. Si este modelo no se adecúa a la realidad en la cual es aplicado, concluye que la realidad no existe, o se encuentra deformada. Olvida que los hombres sí tienen valores, y que actúan en un contexto social del cual no se pueden evadir, ni abstraer. El conocimiento formal solo analiza “objetivamente”, no busca la transformación de la sociedad, “es un hacer que tiene como característica el no ir más allá de lo que ya es: no modifica nada (…) es empirismo acrítico, el fetichismo de los hechos inmutables”. El conocimiento se transforma en fetiche, se autonomiza del sujeto que lo crea, lo pasa a dominar, el sujeto se transforma en objeto y el objeto que lo pasa a dominar en sujeto. El creador ve a su objeto como ajeno. Pues el sociólogo “crea la ciencia, pero ésta una vez puesta en movimiento es dejada por su creador (…) moverse libremente en su específica legalidad”, se convierte en instrumento de sus propios instrumentos.
Por último vemos que, como discípulo de Arturo Jauretche, iba a “recoger el guante” cuando en la Revista Latinoamericana de Sociología, Francisco Delich hiciera una nota severamente crítica acerca del medio pelo en la sociedad Argentina, con motivo de su aparición en las librerías de Buenos Aires. De esta manera comentaremos brevemente dicha polémica, pues hay allí un enfrentamiento entre los dos tipos de conocimiento sociológico que venimos viendo, y nos ayudará a comprender mejor las críticas de Carri a la sociología cientificista . La polémica se suscita entre fines de 1967, y principios de 1968, a través de varios números de dicha revista. Francisco José Delich; por ese entonces parte del Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO, que comienza a funcionar en el ‘67), y que en el año 1977 iba a publicar el libro Crítica y autocrítica de la razón extraviada, veinticinco años de sociología con una fuerte crítica a la experiencia de la sociología de la Universidad de Buenos Aires, en tanto ligada a los procesos revolucionarios de América Latina; es quién lanza el “primer golpe”. Lo hace al criticar el método que Jauretche denomina estaño, acerca del cual nos dice que Jauretche “no indica los parámetros de su nuevo método”, así sostiene que en el libro “los datos son escasos y las reflexiones sobreabundan”. Se queja asimismo de que Jauretche no de una definición sistematizada del medio pelo: “no es esta ni la única ni la última definición de medio pelo”. También le achacará la falta de precisión en su definición de status, y la idea de que una burguesía industrial, esquiva al desarrollo, ha fracasado tres veces, “el autor no atina a definir ni siquiera con términos vagos y de uso corriente, las distintas burguesías que señala”. Entre otras críticas más argumentará contra las ideas que veíamos antes de Jauretche acerca de la no infalibilidad de las estadísticas, Delich considera que Jauretche no cree (como si fuera una cuestión de fe) en las estadísticas, y que cuando hace uso de ellas (curioso que alguien utilice una herramienta en la cual no cree) lo hace mal.
Carri, en su respuesta va a refutar no solo la crítica específica al libro de Jauretche en cuestión, sino que con ella va a rebatir a “toda una corriente entre los sociólogos argentinos”. Aquí Carri se refiere a lo que venimos llamando “sociología cientificista”, a su concepción de ciencia, sus métodos, y sobre todo la concepción política e ideológica que subyace a sus planteos. Para él no puede haber teoría que sea la consecuencia de una decisión individual, la imagen del científico en su “sala de ciencia” mezclando los diferentes conceptos, aislado de la sociedad en la cual produce y por la que es producido generando teoría se revela falsa, pues la teoría es considerada aquí “como la expresión de la conciencia social (…) la ciencia es producto colectivo de la sociedad (…) pero los científicos creen que esos conocimientos son la consecuencia de la aplicación individual de su empirismo”.
Carri, va a criticar que Delich separe al libro de la biografía del autor, de su trayectoria política. Así Delich viene a criticar el libro de Jauretche con los parámetros de la “sociología formalista”, sin poner en duda en ningún momento su validez como ciencia. Es decir, el punto de partida para la crítica de Delich, Carri lo juzga erróneo. Pues “Jauretche tiene una posición política muy conocida (radical, forjista, peronista), sus conclusiones expresan la particular opinión que sobre la independencia nacional tuvieron y tienen en los movimientos nacionales y anticoloniales distintos sectores (…) A Delich no le importa, solo ve que no es “científico”, y critica “científicamente” su obra”. Es la actitud de rechazar como no científicas, todas las concepciones que no sigan “las reglas del método”. Carri también va a ir refutando las críticas puntuales de Delich, pero aquí nos interesa su impugnación al formalismo en la sociología. No obstante, en esas críticas más puntuales que realiza Delich, Carri por ejemplo va a sostener que el concepto de status, halla su “utilidad” en tanto su ambigüedad, y que Jauretche no acepta acríticamente los esquemas teóricos sino que actúa con los pies en la realidad que analiza. El autor de Isidro Velázquez y las formas prerrevolucionarias de la violencia, finaliza su planteo argumentando que los análisis que realiza Francisco Delich y con él toda una corriente de la sociología son fruto de lo que Jauretche denominara colonización pedagógica, que termina por internalizarse, por hacerse cuerpo en los cientistas sociales (y demás sectores de la sociedad).
Delich contesta la nota (la cual no recibirá respuesta), con fastidio, dado que según él Carri hace, “precoz terrorismo intelectual (sociólogo de medio pelo, intelectual colonizado, deshonesto intelectual)”. En dicha respuesta no aportará nuevos elementos a su crítica inicial. Podemos ver cómo Carri va a aprovechar la reseña que realizara Francisco Delich al libro de Jauretche, para avanzar en crítica no solo a su interlocutor, sino también a una amplia gama de sociólogos que éste viene a representar en la crítica. Así como venimos viendo, tenemos expresados aquí también claramente los dos modelos de sociólogos que se encuentran (aún hoy) en pugna.
Para finalizar, consideramos que en la concepción de nuestro autor hay, como vemos, una profunda relación entre sociología y política, es más la sociología aparece como intrínsecamente cumpliendo un papel político. Así va a identificar a estas dos formas antitéticas de construir conocimiento (la cientificista, formalista; y la nacional, popular y revolucionaria) con la contraposición entre “las fuerzas que luchan por un desarrollo independiente y por las modificaciones de base que el mismo supone; y las fuerzas vinculadas a la dependencia y al mantenimiento del statu quo”.  La teoría aparece como el enfrentamiento entre esas dos fuerzas en pugna. Así las teorías de cuño liberal y/o desarrollistas, serían la expresión de los sectores oligárquicos y pro-imperialistas; y las teorías revolucionarias, transformadoras aparecen no solo como expresión del pueblo, sino como el pueblo mismo. Esa es la “verdadera” ciencia para Carri, en tanto no parte de modelos abstractos. Es una sociología que puede responder sus interrogantes, los ¿para qué?, ¿para quién?, etc. El sociólogo y también periodista, va a proponer un camino similar al que planteara Hernández Arregui, pues hace un llamado a la “revalorización crítica de la cultura popular, producida incesantemente por los pueblos, revalorización colectiva que actúa como motor (…) del proceso de transformación revolucionaria”. De todas formas, Carri no va a caer en un reduccionismo cultural, dado que la tradición, en una línea similar a la de Frantz Fanon, es un arma del pueblo contra la opresión de las potencias, pero cuando ésta es un obstáculo a la liberación, es dejada de lado. Es en el conocimiento de la cultura propia, de la historia nacional de donde van a surgir el proyecto y los medios para llegar a su concreción. Es en el conocimiento profundo de nuestra historia, de nuestras fortalezas y debilidades donde se encuentra una fuente de suma importancia para la conformación de una nueva sociedad que se base en otros principios, otros valores, en un hombre nuevo. La construcción propuesta es de la mano del pueblo, es la combinación entre la teoría y la práctica. Hay un carácter activo en su construcción, una vinculación con el pueblo en lucha. No se trata ya de partir de esquemas teóricos mentales, para aplicarlos a la sociedad, sino que se trata de nutrirse de la sociedad, específicamente del pueblo para producir teoría. Es una relación dialéctica entre esos dos polos. Pues “para nosotros hay una sola verdad y es la necesidad de la lucha popular por la liberación de la patria (…) y no pretende descubrirla desde afuera ni fijar cambios ajenos a la capacidad creadora de las masas”. Es romper con el iluminismo, con la diferenciación entre sujeto con capacidad de conocer, y sujeto sin esa capacidad. La sociología que nos propone Carri es transformadora, popular y revolucionaria… Es una sociología plebeya.

De la primacía del método a la primacía de la política. A modo de Conclusión
Tenemos en los tres autores tratados aquí grandes líneas de continuidad en sus pensamientos, ideas, conceptos, incluso en sus luchas. Los tres iban a dar “batalla”, entre otras, contra la universidad surgida luego del golpe de estado cívico-militar-religioso del ’55, y sus continuadores a través de los dieciocho años de proscripción de las mayorías populares, que encontraban expresión en el movimiento peronista. Podríamos considerarlos como tres generaciones de lucha por la liberación nacional diferentes, así tenemos a Arturo Jauretche, nacido con el siglo, luchador incansable, y forjador de los primeros atisbos de la conciencia nacional; Hernández Arregui, nacido ya luego de la sanción de la Ley Sáenz Peña, uno de los pensadores más lúcidos teóricamente que pretendía la formación de una izquierda nacional dentro del peronismo; y Roberto Carri, nacido pocos años antes del advenimiento del peronismo al poder, quien fuera un joven sociólogo militante del peronismo revolucionario, que retomaba las tradiciones nacionales y populares para una sociología transformadora. En las críticas a la sociología que hemos denominado aquí, entre otros, cientificista, formalista, objetivista hemos ordenado la exposición a manera de embudo. Pues, comenzamos con Arturo Jauretche, y su crítica a la superestructura cultural de dominación colonial, donde se encuentra la universidad en general (y la sociología en particular) cumpliendo un papel fundamental, a través de la conformación de una intelligentzia, en la difusión y propagación de la colonización pedagógica. Aquí Jauretche también tipificará como la zoncera madre de todas, a la dicotomía entre la civilización y la barbarie (cuestión que va a recorrer el pensamiento de nuestros otros dos autores). Continuamos con Juan José Hernández Arregui, quien va a observar la trama tejida entre la “revolución fusiladora”, la universidad intervenida, y la creación de la carrera de sociología que sirven de sostén ideológico a la dictadura. Criticará a la sociología de Gino Germani, como intelectual de la “patria chica”, por su concepción de neutralidad valorativa, anti-nacional, y no compromiso con las causas populares. Finalmente, consideramos a Roberto Carri, que pondrá sobre la mesa también el entramado entre el golpe de estado y la sociología surgida luego de la intervención. La relación entre sociología y política. Criticará el método, el formalismo en las ciencias sociales, la abstracción teórica. Así, la sociología como puntal de un orden social de dominación, debe ser recuperada para el cambio social en su función transformadora. A nuestros tres autores se los ha etiquetado de una u otra forma como por fuera de la ciencia, en los márgenes de ésta por no seguir los cánones científicos. Los tres pondrán en consideración que detrás de esta catalogación hay una intencionalidad política, que es justamente lo que se quiere obviar, ocultándose detrás de la máscara de la objetividad en la ciencia. Se resaltará que este discurso es tan político como cualquier otro, y que la tan mentada a-politicidad de la sociología no existe, siempre se responde a individuos, a diferentes intereses. Desde los tres pensadores se abogará por una sociología que tenga un fuerte basamento en la realidad, que tenga “estaño”, que no se base solamente en esquemas formales, en “las reglas del método”. En este punto, lo que hay es una lucha por la construcción de la verdad. La discusión por el método trae aparejada la discusión por la palabra, por la historia, por la verdad.
Damos cuenta de esta forma que antes de 1957, del reconocimiento de la sociología como parte de las ciencias, no hay un “agujero negro”, donde no existe ningún tipo de pensamiento sociológico. Rescatar esa otra historia, también es rescatar otros sentidos, considerar a la sociología desde otro punto de vista, no “encorsetada” en métodos que poco aportan, sobre todo en la forma en son utilizados, el método por encima de todo (“el fetichismo de la metodología”). Es también el rescate, y a la vez el reconocimiento de la existencia de diferentes saberes, los cuales no hay por qué jerarquizarlos. Son más que dos modelos de ciencia, dos modelos de construcción de la nación los que están expuestos. Carri da cuenta de esta situación y considera que hay una intrínseca relación entre las corrientes de pensamiento, y los proyectos políticos en pugna a través de la historia nacional. Fruto de una de estas líneas de pensamiento es la institucionalización de la sociología. Así a la idea de Jauretche de civilización y barbarie, Carri argumentará que a lo largo de la historia se fue sucediendo la misma dicotomía, pero bajo otras formas (el contenido es el mismo). Así los sociólogos de hoy en día, se basan en la misma antinomia entre la civilización y la barbarie, la que se irá complementando con la de desarrollo y subdesarrollo, y sociedad tradicional enfrentada a sociedad de masas.  Lo que está presente es una idea de progreso unilineal, tanto del conocimiento científico como de las sociedades. De ahí la crítica de Hernández Arregui y de Carri a los vínculos establecidos entre la sociología y los organismos internacionales, con sus becas y subsidios. Lo que se presenta aquí es otra forma de penetración imperialista. Denunciar esa situación, detenerla es un acto de protección de nuestra propia autodeterminación como pueblos, y como tal de nuestra cultura. Tenemos diferentes conceptos creados por nuestros autores que fuimos viendo a lo largo de la exposición, pero aquí queríamos resaltar el de zoncera de Jauretche, porque consideramos que es, por un lado, un llamado a la revisión del pasado; y por otro, uno a la revisión de nuestras propias concepciones, a desnaturalizar nuestras propias prácticas, nuestras propias concepciones acerca de la realidad social, para no estar mirando siempre “la paja en el ojo ajeno”. Descubrir zonceras como un acto de descolonización pedagógica.
En nuestros tres pensadores nacionales hay un llamado a rescatar la cultura nacional, nuestras tradiciones por dos motivos: por un lado como un acto de resistencia; y por el otro, como forma de encontrar el camino para la construcción de un proyecto que rebase los moldes pre-establecidos. Todos son pensadores de la patria grande, por eso también la crítica a una sociología que tiene como fiel representante a Gino Germani, que tiene una fuerte influencia de la sociología norteamericana, y que pretende colocar a la Argentina en línea con los países centrales, como un país blanco de clase media que poco tiene que ver con los demás países del continente latinoamericano.
Tenemos otra concepción de universidad, en los tres podemos observar los ecos de las mejores concepciones de la Reforma del ’18, consideramos aquí sobre todo su concepción latinoamericanista (que se enfrenta a una concepción europeísta imperante). Recordemos que en el Manifiesto Liminar de la Reforma, está dirigido a los “hombres libres de Sudamérica”, y se resalta que es la “hora americana”, la reforma se extendería efectivamente por varios países de América Latina, y las distintas federaciones se comprometían a efectuar propaganda activa para hacer efectivo el ideal del americanismo, procurando el acercamiento de todos los pueblos. Hay una concepción de que tanto los problemas como las necesidades son comunes a todos los países de Latinoamérica.
Hay que dejar de lado la pretensión de objetividad, la separación entre la política y la ciencia, entre la razón y la ideología. Hay que rescatar a la sociología, revalorizarla en su politicidad, en su dimensión de transformación de la realidad social. Solo así la sociología podrá escapar al camino que se le trazó en su formación, de sostén ideológico de las relaciones sociales de dominación. Abandonar una sociología que no puede dar respuestas sobre la realidad nacional, y menos la puede transformar . Una sociología disonante de las corrientes conocimiento hegemónicas, que se reconozca como parte de una creación colectiva, que parta de aquí, de nuestra realidad, que cree, invente, que no se encandile con las “luces de la civilización”, que se involucre codo a codo con el pueblo en lucha, que se nutra de las experiencias de éste, que reflexione teóricamente pero que también tenga un compromiso con las luchas populares, no solo de la Argentina sino de la Patria Grande Latinoamericana, de Nuestra América.

(Este trabajo fue presentado como ponencia presentada en el marco de las IX Jornadas de Sociología de la UBA. Capitalismo del Siglo XXI, Crisis y Reconfiguraciones. Luces y Sombras en América Latina. 8-12 agosto 2011. Mesa Nº 65: Sociologías de Nuestra América. Docente coordinadora: Carla Wainsztok)







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