sábado, 30 de mayo de 2015

El anonimato del capital



MANUEL ARES, mayo 2015

“El mayor pecado del capital es su anonimato”, palabras más o menos, esta expresión fue vertida por el doctor Oscar Alende  en los setenta. Cuando lideraba su Partido Intransigente cuya plataforma política se basaba fundamentalmente en la obra: La Organización del Crédito y la Hacienda Pública de Mariano Fragueiro, primer -y creo que único- ministro de economía socialista que tuvo nuestro país, durante la presidencia  de Urquiza. Obra cuya lectura recomiendo en tanto contiene temas de increíble actualidad. Cuando, en su campaña electoral decía tal cosa Alende, ya había sucedido la llamada Escuela de Chicago y se estaban planificando los golpes de estado que en cadena se sucedieron en Latinoamérica e, incluso, nuestros militares habían sido ya adiestrados bajo la Doctrina de la seguridad interior (década del sesenta), quedando listos para las futuras y terribles represiones que se practicaron en las dictaduras surgidas en el subcontinente. Pero el tema es otro.  En los tiempos en que Adam Smith presentó en sociedad su obra La Riqueza de las naciones y que versa básicamente sobre la inversión productiva, no especulativa; los dueños del capital eran identificables, si no las personas en sí al menos su origen nacional. Smith, ya se sabe, sentó las bases del liberalismo económico clásico, pero sus epígonos pretéritos y actuales olvidan dos cuestiones fundamentales de su pensamiento, a saber: que escribió, consciente de los peligros que su formulación económica implicaba, otra obra fundamental titulada La Teoría de los Sentimientos morales que, según algunos especialistas, es cumbre en la historia intelectual del mundo; y además, criticó las vidas miserables que sufrían muchos de sus compatriotas y advirtió que “ninguna sociedad puede ser próspera ni feliz si la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables”[i]. Idea que reiteró nuestro José Hernández siendo senador y refiriéndose  al estado paupérrimo del pueblo criollo. Esta visión ética del capital desaparece  lenta pero inexorablemente a lo largo del tiempo y, definitivamente, con el advenimiento de la Escuela de Chicago que da nacimiento a lo que llamamos Monetarismo. Aquella frase del doctor Alende podemos calificarla como profética en virtud de las condiciones que actualmente despliegan las finanzas internacionales. La inversión productiva diseñada por Smith se ha transformado  en una voracidad usuraria –criticada ya por Aristóteles- que lucra sin inversión de riesgo. Y además implica la intangibilidad del capital en tanto no se conocen origen ni destino del dinero, montado todo sobre la estructura que ofrecen paraísos fiscales (estados que han descubierto que mejor negocio guardar lo robado por otros que trabajar) y bancos internacionales promiscuos (como el HSBC) que se prestan a la estafa de países
 y aun de continentes. Incluyendo en ello a las propias potencias occidentales. A este impune extremo de explotación del hombre por el hombre, a este crimen caínico –si se me permite el neologismo derivado de Caín, aquel que mató a su hermano- es a lo que hoy denominamos Neoliberalismo.




[i] Smith, Adam, Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones.

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