miércoles, 3 de junio de 2015

¡Líbranos Señor!



Manolo Ares

“No nos metas en tentación, sino líbranos del inicuo” Mateo 6,13

  Es el final del Padrenuestro, cuya versión más extendida por estos lares es aquella que culmina con un: “líbranos del mal” pero,  en textos bíblicos originales, aparecen otros calificativos  como el ya mencionado inicuo o, también, malo; es decir, “líbranos del malo”. Todas acepciones referidas a un ente harto conocido: el Diablo. Se me ocurre que esta generalización textual (decir “líbranos del mal” no es igual que decir  “líbranos del inicuo o del malo”) y la costumbre de repetir fórmulas, produce que los cristianos pensemos en diversos males referidos a la salud, a lo económico, climático o algún vecino que nos tiene hartos, des-focalizándonos de tal modo  del Mal al que se refiere el texto, que es el Mal original. Ergo, el origen de todos los males. Por su parte, inicuo deriva del latín y puede significar: injusto, inequitativo o desigual, según contexto; palabras que con el tiempo derivaron hacia hostil y malévolo. Estamos hablando pues de la calidad de las conductas. De disvalores.
En general, la cultura consumista ha presentado al Diablo como un ente que cuando asume la materialidad lo hace en formas que rozan lo grotesco. Así, cuernos, cola, alas de murciélago, colmillos desmesurados, etc., son los atributos físicos habituales que le adjudican el cine, la TV, y otros medios, en historias cuyos protagonistas lo combaten también con medios materiales, generalmente armas. Esta parafernalia ficticia no asusta a nadie pero, desde lo intelecto-espiritual causan el pernicioso efecto de que nos olvidemos del Mal que, evidentemente, existe. Y, ¿qué es mal? Desde lo teológico, el mal tiene existencia pero no esencia (San Agustín) puesto que es un agujero en la Creación producido por la caída del arcángel Lucifer (o Luzbel, o Lucero) y su cohorte de ángeles también caídos. Como un agujero en una pared, si la pared (la Creación) no existiera tampoco el agujero (el Mal). La palabra Diablo deriva del griego cuyo significado etimológico refiere a “tirar mentiras” o también a “el que separa”. Por su parte Satanás, vocablo hebreo, significa “opositor” y/o “acusador sentado en asiento de juez”. De lo dicho podemos inferir que Lucifer y sus acólitos mienten, separan, actúan de manera contraria -que podría  representarlo el acusador-juez-, y se oponen. ¿A qué se oponen? Pues, a la obra de Dios. Anarquizan e intentan destruir la Divina Armonía, porque Luzbel cayó por el pecado de soberbia (que es la madre de los demás pecados), es decir, el querer ser como Dios. Pecado que trasladó a Adán y Eva y, a su través, a toda la Humanidad que lo practica con entusiasmo. Ahora bien, arcángeles y ángeles son seres espirituales constituidos por inteligencia pura, de modo que (y aquí comienza mi hipótesis) la manera más directa,  sutil y perversa que tienen los demonios de materializarse, resulta sin duda cooptar o instalarse en espíritus humanos y no aparecerse colmilludos en medio de una hoguera. Y los seres humanos (por aquella tensión que sufrimos por constituir el eslabón racional entre lo terrenal y lo celestial que indica la Escolástica) somos proclives a dejarnos seducir por los bienes de este mundo y el Príncipe de este mundo es, precisamente, Luzbel. Dicho lo cual me pregunto, ¿qué desbarajuste en la Creación podrían causar los espíritus impuros copando el alma de una persona común, digamos, un almacenero o un obrero? Y me respondo: a lo sumo destruir el microcosmos de ese individuo, pero no desbaratar el mundo. De tal conclusión resultaría evidente que para conmover  la obra de Dios en la tierra deben encarnarse en humanos con poder, con mucho y verdadero poder, que son los más proclives a la seducción de Satán por la soberbia que el poder nutre. Así, por ejemplo, líderes mundiales a los que seducen las guerras comerciales como la familia Busch. Un “acusador en asiento de juez” como Griesa. O un maldito como Paul Singer. Porque un maldito se define como un autocondenado al mal, un ser que se regodea en el mal por el mal mismo. Esta clase de seres serían, en mi opinión, la verdadera materialización del Mal en tanto que sus disvalores involucran a millones de seres humanos. Y la única manera de combatirlos es por medio de las potencias del alma a que refiere San Juan de la Cruz: Memoria, Entendimiento y Voluntad. De modo que, ten piedad Señor, y ayúdanos a librarnos de los inicuos.



                                                                                         


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