Manolo Ares
“No nos metas en
tentación, sino líbranos del inicuo” Mateo 6,13
Es el
final del Padrenuestro, cuya versión más extendida por estos lares es aquella
que culmina con un: “líbranos del mal” pero,
en textos bíblicos originales, aparecen otros calificativos como el ya mencionado inicuo o, también,
malo; es decir, “líbranos del malo”. Todas acepciones referidas a un ente harto
conocido: el Diablo. Se me ocurre que esta generalización textual (decir
“líbranos del mal” no es igual que decir
“líbranos del inicuo o del malo”) y la costumbre de repetir fórmulas,
produce que los cristianos pensemos en diversos males referidos a la salud, a
lo económico, climático o algún vecino que nos tiene hartos, des-focalizándonos
de tal modo del Mal al que se refiere el
texto, que es el Mal original. Ergo, el origen de todos los males. Por su parte,
inicuo deriva del latín y puede significar: injusto, inequitativo o desigual,
según contexto; palabras que con el tiempo derivaron hacia hostil y malévolo.
Estamos hablando pues de la calidad de las conductas. De disvalores.
En general, la cultura consumista ha presentado
al Diablo como un ente que cuando asume la materialidad lo hace en formas que
rozan lo grotesco. Así, cuernos, cola, alas de murciélago, colmillos
desmesurados, etc., son los atributos físicos habituales que le adjudican el
cine, la TV , y
otros medios, en historias cuyos protagonistas lo combaten también con medios
materiales, generalmente armas. Esta parafernalia ficticia no asusta a nadie
pero, desde lo intelecto-espiritual causan el pernicioso efecto de que nos
olvidemos del Mal que, evidentemente, existe. Y, ¿qué es mal? Desde lo
teológico, el mal tiene existencia pero no esencia (San Agustín) puesto que es
un agujero en la Creación producido por la caída del arcángel Lucifer (o
Luzbel, o Lucero) y su cohorte de ángeles también caídos. Como un agujero en
una pared, si la pared (la Creación) no existiera tampoco el agujero (el Mal).
La palabra Diablo deriva del griego cuyo significado etimológico refiere a
“tirar mentiras” o también a “el que separa”. Por su parte Satanás, vocablo
hebreo, significa “opositor” y/o “acusador sentado en asiento de juez”. De lo
dicho podemos inferir que Lucifer y sus acólitos mienten, separan, actúan de
manera contraria -que podría
representarlo el acusador-juez-, y se oponen. ¿A qué se oponen? Pues, a
la obra de Dios. Anarquizan e intentan destruir la Divina Armonía , porque Luzbel
cayó por el pecado de soberbia (que es la madre de los demás pecados), es
decir, el querer ser como Dios. Pecado que trasladó a Adán y Eva y, a su
través, a toda la Humanidad
que lo practica con entusiasmo. Ahora bien, arcángeles y ángeles son seres
espirituales constituidos por inteligencia pura, de modo que (y aquí comienza
mi hipótesis) la manera más directa,
sutil y perversa que tienen los demonios de materializarse, resulta sin
duda cooptar o instalarse en espíritus humanos y no aparecerse colmilludos en
medio de una hoguera. Y los seres humanos (por aquella tensión que sufrimos por
constituir el eslabón racional entre lo terrenal y lo celestial que indica la
Escolástica) somos proclives a dejarnos seducir por los bienes de este mundo y
el Príncipe de este mundo es, precisamente, Luzbel. Dicho lo cual me pregunto,
¿qué desbarajuste en la
Creación podrían causar los espíritus impuros copando el alma
de una persona común, digamos, un almacenero o un obrero? Y me respondo: a lo
sumo destruir el microcosmos de ese individuo, pero no desbaratar el mundo. De
tal conclusión resultaría evidente que para conmover la obra de Dios en la tierra deben encarnarse
en humanos con poder, con mucho y verdadero poder, que son los más proclives a
la seducción de Satán por la soberbia que el poder nutre. Así, por ejemplo,
líderes mundiales a los que seducen las guerras comerciales como la familia
Busch. Un “acusador en asiento de juez” como Griesa. O un maldito como Paul
Singer. Porque un maldito se define como un autocondenado al mal, un ser que se
regodea en el mal por el mal mismo. Esta clase de seres serían, en mi opinión,
la verdadera materialización del Mal en tanto que sus disvalores involucran a
millones de seres humanos. Y la única manera de combatirlos es por medio de las
potencias del alma a que refiere San Juan de la Cruz: Memoria, Entendimiento y
Voluntad. De modo que, ten piedad Señor, y ayúdanos a librarnos de los inicuos.