Conocido sólo por ciertos círculos de
iniciados, el teorema de Cambieructus se originó - según coincide la mayoría de
los investigadores- en una secta cuya existencia data de los tiempos anteriores
al Oscuro de Éfeso. El nombre de su maestro parece ser originado en un fusco
dialecto derivado del antiguo griego que, durante el avance del Imperio Romano,
fue virando hacia la forma sustantiva: Cambieructus que resulta de imposible
análisis etimológico ya que no responde ni a la cultura grecorromana ni a sus
derivados romances. En otras palabras y literalmente hablando:¡no se sabe ni
qué cuernos es, ni qué significa! Fue en plena dominación romana que se le
agregó el latinazgo “melior” -¿Por qué?, tampoco se sabe- el que estaría funcionando como
adjetivo comparativo mejor que otro/a.(¿Que qué? tampoco se sabe). No obstante
sus extrañezas, este teorema de tan antigua data resurge, de tiempo en tiempo
con fuerza y afeites varios, causando no pocos e importantes embrollos. Uno de
los más importantes que produjo su aplicación práctica, se concretó a mediados
del siglo XIX durante el jolgorio de la revolución industrial inglesa cuya
antítesis resultó El Manifiesto
Comunista escrito por Marx y Engels. Obra en la aparece con fuerza integradora
el calificativo: proletario, en tanto la voracidad lucrativa de la burguesía
industrial explotaba sin consideración alguna a la familia obrera completa, es
decir, esposos e hijos (prole). En la actualidad, varios países europeos y
americanos se encuentran inficionados por el teorema con resultados diversos.
Hoy, obviamente modernizado, el teorema plantea que para lograr el bon vivant
de toda la población de una nación se debe: Liberar la venta y el valor del
dólar, eliminar las retenciones a las exportaciones primarias, eliminar el
impuesto a los altos ingresos, abrir las fronteras a la importación sin
límites, eliminar todo tipo de subsidios a los servicios públicos, PYMES,
combustibles, etc. Desnacionalizar: el Banco Central, la producción de petróleo
y sus derivados, los transportes públicos y todo aquello que sea privatizable,
el sistema jubilatorio inclusive. Y, por fin, recurrir al crédito externo. Con
tales medidas nunca vistas se logrará que la riqueza crezca a punto tal, que se
derramará sobre el conjunto de la sociedad. Lo que resultará maravilloso y los
bienaventurados ciudadanos conocerán la verdadera felicidad. Sin embargo de tan
auspiciosos augurios, los muchachos del Bodegón de Carlitos –antro
habitualmente concurrido por poetas fallidos, filósofos de la nostalgia y
borrachitos varios- sostienen que el teorema de Cambieructus se asimila más que
a una teoría económica, al principio de Arquímedes y, en tal sentido, lo
enuncian de la siguiente manera: Si una sociedad es sumergida en el teorema de
Cambieructus, los fuertes recibirán un empuje de abajo hacia arriba, igual a
las masas desalojadas del bienestar.
Manolo Ares,
asiduo concurrente al Bodegón de Carlitos