Por Ernesto Villanueva *
La expresión “calumniad, calumniad, que algo quedará”,
erróneamente atribuida a Goebbels y citada profusamente casi hasta el
cansancio, está fuertemente enraizada en la tradición cultural de Occidente. Su
primera aparición se estampa las Obras morales, de Plutarco, quien le atribuye
al hijo del rey de Macedonia la siguiente sentencia: “Ordenaba a sus secuaces
que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles
que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz”. La
idea reaparece en el siglo XVII casi con valor de refrán en De la dignidad y el
desarrollo de la ciencia, de Roger Bacon, cuando al referirse a la calumnia
asevera que: “Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre
algo queda”. Transcurrido un siglo, en las Epístolas de Rousseau reaparece la
idea aún con mayor mordacidad: “Por más grosera que sea una mentira, señores,
no teman, no dejen de calumniar. Aún después de que el acusado la haya
desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la
cicatriz”. La historia del devenir de la frase continuó su curso hasta el día
de hoy. No obstante, como mi especialidad no es la filología sino la gestión
universitaria, me remitiré a señalar la alarmante terquedad con la que
determinados personajes de la partidocracia de mi país, sin ruborizarse y de
modo sistemático, la han transformado en instrumento de campaña política.
Y escribo “alarmante” por el hecho de que, asimilada a la
banalización del apelativo “corrupción”, noción cuyo alcance forma parte de la
lucha por el poder económico y social, lanzado a diestra y siniestra sobre
nombres propios, instituciones y fuerzas políticas a las que se sanciona con la
ignominia y el descrédito gratuito, resulta ser la substancia misma que
sostiene el armazón de una lógica denuncialista que utiliza al Poder Judicial
para lograr cobertura mediática gratuita. Con fines absolutamente partidistas,
se hacen denuncias, se echa mano de funcionarios judiciales, muchas veces ellos
mismos denunciados por aquellos difamadores seriales, y, entonces, un poder
público estatal financiado por el esfuerzo mancomunado de la comunidad termina
siendo obligado a trabajar gratuitamente en pro de candidatos que se llenan la
boca de palabras como república o democracia cuando en realidad no buscan otra
cosa que unos cuantos votos ingenuos.
Estos políticos inescrupulosos buscan un Poder Judicial
partidizado como atajo privilegiado para escalar en encuestas y mediciones
electorales sin tener que tocar de buenas a primeras las puertas del capital
transnacional, los monopolios mediáticos o, lisa y llanamente, el crimen
organizado que subvenciona locales partidarios, mensajes de campaña, aparición
en medios de comunicación y todo el andamiaje de la construcción de la imagen
de los bufones del neoliberalismo. Un descomunal negocio para quienes se
costean “gratuitamente” sus operaciones políticas, una gran estafa para el
pueblo de a pie al que el Poder Judicial le cuesta caro y le da poco.
Si Rousseau reviviera en este rincón del mundo,
escribiría su pasaje en tono más cínico frente a tremenda inmoralidad que
envilece los asuntos políticos mientras las desigualdades sociales crecen, se
reanuda la destrucción del patrimonio público y la subordinación nacional a los
poderes financieros mundiales.
* Rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.