Rocco Buttiglione - 4 Diciembre 2017
Este aporte no pretende en
modo alguno agotar la comprensión del significado del pontificado del Papa
Francisco para la Iglesia universal ni tampoco para América Latina. Se
concentra más bien en una fuente del pensamiento de Jorge Mario Bergoglio,
Alberto Methol Ferré, y esto tampoco de manera exhaustiva. "En las
rivalidades entre las diversas patrias pequeñas, en las luchas entre los
puertos y las regiones del interior, que es la clave para la comprensión de
gran parte de la historia latinoamericana, se insinúa el imperialismo inglés,
que condena a América Latina a una condición de subordinación cultural y
política.
A fines de los años 70 y luego hasta la primera mitad
de los años 90, participé en los intensos debates de un grupo de intelectuales
italianos (don Francesco Ricci, Alberto Metalli y yo) y latinoamericanos
(Alberto Methol-Ferré, Lucio Gera, Jorge Mario Bergoglio, Juan Carlos Scannone,
Hernán Alessandri, Pedro Morandé, Joaquín Alliende, Guzmán Carriquiry…),
posteriormente centrados en torno a la revista Nexo. Más adelante, los
hechos de la vida me llevaron a comprometerme intensamente en las cosas
italianas y no pude seguir de cerca los posteriores desarrollos que condujeron
a Aparecida del Norte y al presente. Inevitablemente, mis reflexiones tienen el
color y el sello de esos años. Se agrega el hecho de que descansan en gran
medida en la memoria personal. Alberto
Methol era un gran conversador, pero publicó bastante poco, al menos en vida.
Guzmán Carriquiry me indica que en cambio escribió muchísimo, pero de
manera dispersa, y que ahora este legado literario de proporciones relevantes
está en curso de publicación. Lo que me dispongo a exponer lo tomo, más que de
los escritos, del recuerdo de las largas y apasionadas conversaciones que
mantuvimos en los años 80 y siguen viviendo en mi memoria. Esas conversaciones eran parte de un debate más amplio en el cual
participaban todos los amigos de Nexo y en particular Jorge Mario Bergoglio.
PUEBLA
A fines de los años 70 y
comienzos de los 80, empecé a venir a América Latina para hablar del Papa
polaco, y poco después también de Solidarnosc. Era el tiempo de la preparación
de Puebla, en la cual Alberto Methol tenía un rol muy importante. Él vio de inmediato
en el Papa polaco un momento del proceso de globalización de la Iglesia
Católica. Católico significa “katá olon”, según la totalidad. La Iglesia tiene
desde el inicio la capacidad de globalizarse, y realiza la globalización del
espíritu que debe preceder (y guiar) el proceso de globalización de la política
y de la economía. El proceso de globalización no es único, sino doble, y
precisamente por este motivo no tiene mucho sentido estar a favor o en contra
de la globalización. Es necesario más bien preguntarse de qué globalización se
trata. ¿Es una globalización ordenada en
la cual la globalización del espíritu precede y ordena la de la política y de
la economía o es una globalización económica que consuma la substancia
espiritual de los pueblos? En una globalización ordenada, no se puede
ignorar el rol de la política. La política utiliza (debería utilizar) la
energía de la globalización para regir la globalización de la economía. Para
hacer esto, la política de nuestro tiempo debe tener una dimensión continental.
La construcción ordenada de la unidad de la familia humana pasa por diversas
etapas: […] la de nuestro tiempo es de la construcción de realidades políticas
continentales, que son las únicas capaces de salvar las identidades culturales
de los pueblos y las naciones en la época de la globalización. De aquí el
interés de Methol en la geopolítica y su
amor apasionado por la idea de una “patria grande” latinoamericana. Solo la
“patria grande” puede impedir que las patrias pequeñas sean sacudidas por la
globalización puramente económica, perdiendo sus identidades y su razón de ser;
pero la construcción de la “patria grande” latinoamericana tiene además otro
significado, como veremos mejor más adelante. La modernidad católica se ve
disminuida por una completa fase histórica ante la modernidad protestante,
precisamente porque no logra la construcción de los Estados Unidos de América
Latina. En las rivalidades entre las diversas patrias pequeñas, en las luchas
entre los puertos y las regiones del interior, que es la clave para la
comprensión de gran parte de la historia latinoamericana, se insinúa el
imperialismo inglés, que condena a América Latina a una condición de
subordinación cultural y política.
Con el Concilio Ecuménico Vaticano II, la Iglesia Católica acepta el
desafío de la globalización. El Papa polaco es hijo del Concilio.
Con Medellín, la Iglesia
latinoamericana ya había iniciado su camino dentro de la globalización,
afirmando su aspiración de ser Iglesia/matriz y ya no solo Iglesia/reflejo o Iglesia
periférica (esta distinción la formuló por primera vez Lima Vaz, brasileño,
quien era muy cercano a las reflexiones que estamos desarrollando aquí). La
Iglesia matriz es una Iglesia madura y misionera, que piensa en el advenimiento
de la fe cristiana en su propia historia y a partir de la experiencia cristiana
de su pueblo. El advenimiento cristiano es único. Tuvo lugar en Palestina
alrededor de hace dos mil años, y sin embargo se representa, en la vida de la
Iglesia, en la presencia de sus santos, que no son únicamente los que están en
los altares, sino todos los que han encarnado la fe en su vida. Al entrar en la
historia, este advenimiento encuentra la instancia de liberación de los
pueblos, se convierte en factor constitutivo de la identidad de los mismos y de
su camino de liberación. La teología de la liberación procuró concretar una
teología latinoamericana a partir de la experiencia del pueblo latinoamericano.
Sin embargo, este esfuerzo permaneció empantanado en un último residuo de
dependencia intelectual del viejo mundo: el
análisis marxista. San Juan Pablo II disolvió este equívoco en Puebla. Él
afirmó no solo la posibilidad, sino la necesidad de una teología
latinoamericana. Confirma por lo tanto el carácter de Iglesia matriz de la
Iglesia latinoamericana, pero la invita a tener más confianza en sí misma en
cuanto Iglesia y en cuanto latinoamericana, y a purificar su instrumentación
analítica a partir de la comparación con la idea de justicia que se formó en el
corazón del hombre latinoamericano mediante la evangelización. Esta idea se
inserta en la historia latinoamericana con el acontecimiento de Guadalupe y se
consolida con la afirmación de la dignidad y los derechos de todos los hombres
por parte de Bartolomé de las Casas
y los demás defensores de los indígenas. Aquí está la raíz del pensamiento
auténtico de la liberación latinoamericana.
SOLIDARNOSC: HISTORIA Y DESTINO DEL MOVIMIENTO DE LOS TRABAJADORES
Un tema que fascinaba a Methol
en los años 80 era Solidarnosc. Francesco Ricci y yo teníamos una larga
experiencia en cosas polacas y en el círculo de Nexo siempre nos pedían
noticias y explicaciones sobre lo que ocurría en Polonia. En la lucha de Solidarnosc, Methol veía dos cosas. La primera era la
lucha entre el catolicismo y el marxismo. Para él, esta era sobre todo una
lucha por la guía del movimiento de liberación de la persona humana, que
históricamente se concreta en el movimiento de los trabajadores (creo que una
referencia importante para su visión del movimiento de los trabajadores fue el
libro de Duroselle sobre la historia de los orígenes del movimiento social
católico en Francia). Este movimiento nace siendo cristiano y opone al egoísmo
y al materialismo de la sociedad capitalista la medida moral del Evangelio y
los derechos de la persona humana. El tema predominante de esta primera etapa
cristiana del movimiento de los trabajadores es la violación de la dignidad
trascendente de la persona humana. En una segunda etapa, los cristianos pierden la guía del movimiento, que es conquistada por
los anarquistas. El tema de los anarquistas es la sociedad de los iguales,
sin Dios ni jefe. Los anarquistas quisieran ser ateos, pero no lo logran. El
porqué lo explica Marx en un precioso pequeño libro contra Proudhon titulado La
miseria de la filosofía. Los anarquistas sitúan en el puesto de Dios la
justicia absoluta, que es un atributo divino. En el caso del anarquismo, más que de ateísmo habría que
hablar de anticlericalismo llevado al extremo, mientras que el sentimiento
fundamental de los anarquistas está inspirado fundamentalmente en el derecho
natural. En este contexto, Methol insistía en el significado
semi-eucarístico originario de la palabra compañero: aquel que comparte el pan
con nosotros. Aun cuando, en una etapa posterior, los marxistas toman la
dirección intelectual y política del movimiento, este sigue siendo, en el
sentimiento espontáneo de las masas y en la ideología espontánea de la clase
obrera, fundamentalmente anárquico e inspirado en una idea cristiana de la ley
natural.
En América Latina, la
hegemonía marxista en el movimiento de los trabajadores siempre ha sido
precaria y los elementos anárquicos siempre han conservado gran vivacidad. Con
la CLAT, hubo también un vigoroso
componente cristiano, y en Argentina, en la etapa peronista, el movimiento de
los trabajadores, originariamente anárquico, se reconoce en la doctrina social
cristiana.
Solidarnosc inauguró una nueva etapa cristiana en la historia del
movimiento de los trabajadores. El marxismo fracasó y con él fracasó la
convicción de que la historia y el desarrollo de las fuerzas productivas
producen inevitablemente el comunismo y la liberación de la enajenación. Al
parecer, las fuerzas productivas se desarrollan de bastante mejor manera en una
economía de mercado que en un sistema comunista y por lo demás el comunismo no
libera de la enajenación, produciendo en cambio su propia forma de enajenación
comunista. La protesta contra la enajenación comunista solo puede tener
carácter ético, y carácter ético debe tener también la protesta contra el
capitalismo que triunfa en el terreno de la eficiencia económica. Con Solidarnosc, la Iglesia Católica retoma
la guía de la lucha por la liberación. Mientras el riesgo de la teología de la
liberación era subordinar el cristianismo al marxismo, el sentido filosófico
del advenimiento de Solidarnosc es precisamente lo contrario: la lucha por la
liberación puede conducirse únicamente sobre la base de un pensamiento
cristiano. El marxismo se descompone: en el terreno del materialismo,
pierde ante el materialismo vulgar del capitalismo; en el terreno de la lucha
por la liberación del hombre, pierde contra la doctrina social cristiana. Esta
visión es totalmente distinta de la visión de los apologetas del capitalismo,
quienes pensaron que con el fin del marxismo se perdía la razón misma de la
existencia del movimiento de los trabajadores. Para la doctrina social cristiana, el defecto y la culpa del marxismo es
haber representado y explotado indebidamente el sufrimiento de los trabajadores
y su protesta por la injusticia padecida; pero este sufrimiento y esta
injusticia existían con anterioridad al marxismo y además siguen existiendo
después de fracasar el mismo. Ahora es tarea del movimiento social cristiano
asumir la representación de la instancia de liberación de los trabajadores en
esta nueva etapa de la historia de la humanidad. Esta visión implica también
una visión distinta de la habitual del pontificado de San Juan Pablo II. La lucha de San Juan Pablo II contra el
comunismo transcurre paralelamente con la lucha entre capitalismo y comunismo,
pero no se identifica con esta. Solo con esta luz se comprende por qué,
inmediatamente después de la caída del comunismo, se acentúa en la predicación
de San Juan Pablo II la denuncia de las desviaciones de la sociedad occidental.
La conclusión de Methol era que lo iniciado en Polonia debía continuar en
América Latina. La novedad de Solidarnosc, que era parte esencial de la
novedad del pontificado de Juan Pablo II, no podía ser portadora de todos sus
frutos en Polonia. La urgencia de la reconstrucción económica atraía
inevitablemente a los polacos a la órbita del consumismo de Europa occidental.
La ruptura iniciada en Polonia debía entonces continuar en América Latina, así
como en su época la ruptura iniciada por la Comuna de París terminó con la
revolución de octubre. La revolución
requerida por América Latina no era la marxista, sino la cristiana. Tal vez
la idea de la preparación de una revolución cristiana de la justicia y la
solidaridad en América Latina, de maneras y formas totalmente nuevas y todavía
por imaginar y definir, constituya una clave importante para comprender el
pontificado del Papa Francisco.
Sin embargo, la revolución de
la justicia y de la solidaridad es profundamente distinta de la marxista y en
general de cierta idea de revolución que se afirma con posterioridad a la
revolución francesa. Se trata en aquella de una revolución no violenta, que
habla a la conciencia del adversario, y es por lo tanto una revolución
democrática. Es una revolución que no es
enemiga del mercado, pero quiere poner a los espíritus animales del mercado
bajo la guía de la conciencia ética. Es una revolución que solo es posible
sobre la base de una renovación espiritual y oral que la antecede y la
acompaña. Es una revolución que no está enteramente centrada en el Estado,
queriendo en cambio restituir voz y fuerza a la sociedad civil.
El marxismo consideraba que el
método de producción daría lugar, sobre la base materialista de las relaciones
de producción, al sujeto de la liberación, la clase trabajadora. En realidad, la clase trabajadora como sujeto
resulta ser un mito. Es el partido el que le da una existencia aparente
forzando a individuos aislados a actuar como si fuesen una comunidad. La
experiencia polaca demuestra la capacidad de la fe de construir la conciencia
de un pueblo que se sitúa como sujeto de su propia acción. Se escucha un eco de
la lucha de Solidarnosc, no violenta y haciendo permanentemente un llamado a la
conciencia del adversario, en el tema tan presente en el Magisterio del Papa
Francisco de los movimientos populares y su rol en la lucha por la justicia.
A propósito de este proceso,
se puede hablar de revolución cristiana o de revolución personalista y
comunitaria, como lo hizo Mounier;
pero, en realidad, quizás la expresión revolución propiamente tal es
inadecuada. El reconocimiento de la primacía del momento cultural lleva al grupo de Nexo hacia Del Noce y su
redescubrimiento de la categoría de Resurgimiento.
DEL NOCE Y LA INTERPRETACIÓN TRANSPOLÍTICA DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
Recuerdo que cuando conocí a
Methol me impresionó mucho su gran admiración por Del Noce. Había leído muchas
de sus obras, lo que no era una cosa habitual, ya que en ese momento Del Noce
era casi desconocido fuera de Italia. Creo
que el primero en dar a conocer a Del Noce a Methol fue Emilio (Milan) Komar,
un filósofo esloveno emigrado a Argentina y fundador, en Buenos Aires, de una
escuela filosófica de excelente nivel. Methol tenía un gran deseo de conocer
personalmente a Del Noce, y así en una oportunidad lo acompañé a visitarlo en
Roma. Lo que unía sobre todo a ambos era un gran interés por la interpretación
filosófica de la historia contemporánea. No se comprende la historia sin
filosofía porque lo que hacen los hombres depende de la conciencia que tengan
de sí mismos (Hegel diría de su autoconciencia). No es posible, por otra parte,
comprender la política contemporánea sin la perspectiva de una interpretación
histórica, porque la política no es sino la historia haciéndose, la historia
del presente. Methol y Del Noce compartían el juicio según el cual el mayor
defecto del compromiso de los católicos en la política era la falta de una
interpretación histórica propia. Los católicos tienen una metafísica, pero no
una visión histórica propia, y por este motivo se subordinan a una visión
histórica (y por lo tanto también a una praxis política) para ellos ajena.
Methol ha procurado desarrollar una interpretación total de la historia
latinoamericana basándose también en el gran trabajo de Del Noce para una interpretación
transpolítica de la historia contemporánea y más en general de la idea de
modernidad. Del Noce calificaba de transpolítica su interpretación de la
historia para diferenciarla de las filosofías de la historia (idealismo,
positivismo, marxismo…), que sostienen que la historia tiene un curso
predeterminado y no es el resultado de la acción libre de los hombres. Del Noce llamaba más bien la atención sobre
el hecho de que dicha acción está guiada por la idea que el hombre tiene de sí
mismo, por su autoconciencia. "La Iglesia matriz es una Iglesia madura
y misionera, que piensa en el advenimiento de la fe cristiana en su propia
historia y a partir de la experiencia cristiana de su pueblo. El advenimiento
cristiano es único. Tuvo lugar en Palestina alrededor de hace dos mil años, y
sin embargo se representa, en la vida de la Iglesia, en la presencia de sus
santos, que no son únicamente los que están en los altares, sino todos los que
han encarnado la fe en su vida." Imagen de San Pedro Claver en Cartagena
de Indias.
LA INTERPRETACIÓN DE METHOL DE LA MODERNIDAD LATINOAMERICANA
La primera tesis de Methol era que el comienzo de la modernidad coincide
con el descubrimiento de América. América y el otro mundo. Con su
descubrimiento, el horizonte de lo posible se amplía indefinidamente y
sobrepasa la capacidad del hombre de abarcarlo con una simple mirada. En el
mundo nuevo viven otros hombres. Son hombres como nosotros y sin embargo son
irreductiblemente otros, distintos. El otro es el idéntico (esto ya lo había dicho
Borges) y, sin embargo, en el momento en que decimos que el otro es el
idéntico, el idéntico deja de ser idéntico a lo que era antes. Es un idéntico
más grande de lo que era antes, que contiene en sí mismo la capacidad de ser
otro. El reconocimiento del hecho de que el indígena es él también un hombre
implica un cambio de la medida de lo humano para poder comprender nuevamente en
él también al indígena. Debe cambiar la
comprensión de sí mismo por parte del europeo. Debe cambiar su autoconciencia.
Este cambio de perspectiva, esta ruptura y extensión de horizontes, esta
transformación de la autoconciencia, esta nueva visión del espacio, esta
dimensión más amplia de lo humano, se solidifican en la cultura del siglo de
oro y en el barroco.
La arquitectura románica vive
en un espacio horizontal que el ojo humano abarca con una sola mirada, aun
cuando se reparte en tres (o algunos casos en cinco) naves. La Iglesia es el
símbolo de la historia que marcha hacia Cristo que está en el altar. En el
gótico, esta perspectiva se verticaliza, con el centro en el cruce de la
perspectiva horizontal y la vertical. El Verbo está presente en la historia y
además la trasciende infinitamente. Lo encontramos todos juntos como Iglesia y
además cada uno tiene una relación directa y personal con el mismo en su propia
conciencia, en la intimidad de la propia alma. El barroco complica el espacio, que ahora ya no se puede abarcar con
una sola mirada. Adquiere gran importancia la capilla, una pequeña Iglesia en particular que confluye en la
Iglesia universal. Hay recorridos diferenciados de la humanidad hacia Cristo,
que es el centro del cosmos y de la historia. Están el camino de los
conquistadores y el de los indígenas, y además hay otros caminos, cada uno con
su carga tanto de sufrimiento como de gloria. La Iglesia rige el tejido de la
historia del género humano en el cual los hermanos luchan unos contra otros, se
masacran el uno al otro antes de reconocerse hermanos ante la Madre, que sufre
con cada uno de ellos y los acompaña a Cristo, que los reconcilia con el Padre
y entre ellos.
El barroco es el arte de la complejidad y de la contradicción reconciliada
en una perspectiva trascendente. Es
el arte del desorden creativo. Es el arte del mestizaje, que es el distintivo
de América Latina. El barroco es la modernidad católica.
El siglo de oro es también la segunda escolástica española, la
invención del derecho internacional y del derecho natural de los pueblos
registrado en las leyes de Indias, los inicios de la economía moderna en las
reflexiones de Suárez y de la escuela de
Salamanca…
Sin embargo, en un determinado
punto se interrumpe este gran inicio. La modernidad católica se enfrenta con
otra modernidad, con la modernidad protestante.
En la visión (un poco unilateral) de Methol, es la reconducción forzada de lo
distinto dentro de lo idéntico. Mientras el distintivo de la América católica
es el mestizaje, la mezcla de razas, el barroco en el cual las mitologías
indígenas se representan en la decoración redundante de las catedrales, con sus
demonios y sus criaturas monstruosas, el
distintivo de la América protestante es el exterminio de los indígenas, la
pureza de la raza, la simplificación del espacio y en último término la
reducción de la multiplicidad a una identidad cerrada. Paradojalmente, la
América protestante se vuelca sobre la América católica acusándola de la
destrucción de las Indias de la cual ella misma se siente responsable. No debemos negar que en esa leyenda negra
hay algo de verdad. Ella se nutre de la Brevísima Relación de la destrucción de
las Indias, de Bartolomé de las Casas, que, con un poco de exageración
propagandística, contiene muchas cosas verdaderas sobre las atrocidades y las
injusticias de la Conquista. Los comienzos de América Latina fueron atroces;
pero luego, también a raíz de la
actividad de Las Casas, vinieron las Leyes de Indias y vino sobre todo el
acontecimiento de Guadalupe. Comenzó el recorrido, difícil y todavía sin
terminar, de la reconciliación. Se inició el genocidio, pero no se llevó a
cabo. En la América protestante faltó un Las Casas que denunciase el
exterminio, que además de iniciarse, se llevó (prácticamente) a cabo.
¡Lamentablemente, todos conocen la leyenda negra y bastante pocos, en cambio,
la historia real!
Los siglos XVI y XVII son los
siglos de la lucha entre la modernidad católica y la modernidad protestante. En
definitiva, la modernidad católica fue
derrotada, y en su decadencia se subordina al adversario y acepta su juicio de
la historia. Esta subordinación puede asumir dos formas distintas: se
acepta adecuarse a la modernidad protestante o se cede la modernidad al
adversario junto con refugiarse en un rechazo reaccionario de la modernidad. En
ambos casos, se renuncia a la modernidad católica. Cuando, con Napoleón, la
modernidad anticatólica se implanta en España, Latinoamérica inicia su lucha
por la libertad y la identidad. Esta lucha es la clave para comprender la
historia latinoamericana hasta el presente. Las fuerzas que se subordinan a la
modernidad anticatólica tienden a desmenuzar la identidad latinoamericana en
una pluralidad desordenada de estados; en cambio, aquellas que buscan
salvaguardar el legado de la modernidad católica sustentan el horizonte de la
“patria grande” latinoamericana.
EL CONCILIO Y EL RESURGIMIENTO LATINOAMERICANO
Progresivamente, la Iglesia
Católica (y Latinoamérica junto con la misma) se vuelve a encontrar prisionera
de una alternativa imposible: renunciar a la modernidad, encerrarse en una
nostalgia reaccionaria de un medioevo idealizado o someterse a una modernidad
que ya no es protestante, sino secularizada, y luego, en su última etapa,
experimenta un vuelco, pasando del moralismo protestante o secularizado al
liberalismo masivo de la sociedad permisiva.
El Concilio Ecuménico Vaticano II fue precisamente la tentativa de eludir
esta alternativa reabriendo el camino de la “modernidad católica” o del
“católico en la modernidad”. Por este motivo, la realización del Concilio
coincide con la gran oportunidad histórica de América Latina de reconquistar su
alma y su ubicación adecuada en la historia del mundo. La renovación conciliar
es la clave de la revolución requerida por Latinoamérica no solo para
proporcionar un nivel aceptable de bienestar material a sus masas empobrecidas,
sino también para reforzar la conciencia de su dignidad humana y de su vocación
cristiana.
Latinoamérica necesita una
revolución, pero… ¿qué revolución necesita Latinoamérica? Alberto Methol
encontró (a través de Del Noce) la palabra y el concepto de Resurgimiento
(Risorgimento), al cual dedicó un precioso pequeño libro “El resurgimiento católico latinoamericano” (Entrevista con Alver
Metalli, CSEO, 1983). Revolución es una palabra que, después de la revolución
francesa y aún más después de la rusa, llegó a indicar una ruptura total con el
pasado y el proyecto de construcción de una sociedad integralmente nueva que la
razón humana debe extraer únicamente de sí misma. Esta ruptura total con el
pasado fue la utopía de una orien-tación del iluminismo que pensó sustituir la
redención trascendente del cristianismo con una salvación inmanente en la
historia bajo el signo del ateísmo. A la idea de revolución se opuso la idea de
una restauración del orden después del caos revolucionario.
Cuando, tras la caída del
imperio napoleónico, tuvo lugar la restauración deseada por tantos (sobre todo
los jóvenes), pronto sus partidarios se disgustaron con la misma. El orden
restaurado era un orden hipócrita en el cual los valores eternos eran
instrumentalizados para la defensa de un orden social obsoleto. Es así como
nace la idea de Resurgimiento. El Resurgimiento
es la Restauración de los valores permanentes que implica la crítica de las
formas sociales e históricas envejecidas, inadecuadas e incluso corruptas,
en las cuales se pueden manipular los valores en cierta fase histórica para
proteger situaciones de privilegio y de injusticia social. El Resurgimiento se opone tanto a la Revolución como a la Restauración.
También es propia de la noción
de Resurgimiento la convicción según la
cual la historia tiene distintos niveles: la historia política es el nivel
más superficial, bajo el cual la historia económica constituye un nivel más
fundamental. El más profundo es en todo caso el nivel de la autoconciencia
religiosa, de la percepción que un pueblo tiene de su relación con Dios y por
consiguiente de las relaciones entre los hombres. Por este motivo la fe
cristiana crea un pueblo y no debe pensarse en la misma como una convicción
intelectual y abstracta, sino como un factor decisivo en el proceso de
formación de un pueblo. Por esto a Methol
le gustaba la idea de que “comunión es liberación”. La comunión cristiana es el
sujeto adecuado de la praxis de liberación, por lo cual, sin clericalismo
alguno, el cristianismo es intrínsecamente político. Descubrir a Cristo como
identidad mía propia significa al mismo tiempo reconocer que soy parte de
quienes igualmente confiesan que Jesús es el Señor de una manera tan íntima que
somos una sola cosa. El Resurgimiento católico comienza con la renovación
eclesial. Este no es un hecho propiamente político, sino la matriz de la cual
desciende la posibilidad de pensar en una praxis política cualitativamente
distinta, la praxis política del Resurgimiento católico latinoamericano.
Así, el Concilio Ecuménico Vaticano II es luego el proceso que va de Medellín a
Puebla y más allá hasta Aparecida del Norte, es la matriz del Resurgimiento
católico latinoamericano. La Iglesia no hace política, pero tiene la
responsabilidad de educar la conciencia de las naciones, de educar a los
hombres en el ser nación. "Cuando, tras la caída del imperio napoleónico,
tuvo lugar la restauración deseada por tantos (sobre todo los jóvenes), pronto
sus partidarios se disgustaron con la misma. El orden restaurado era un orden
hipócrita en el cual los valores eternos eran instrumentalizados para la
defensa de un orden social obsoleto. Es así como nace la idea de Resurgimiento.
El Resurgimiento es la Restauración de los valores permanentes que implica la
crítica de las formas sociales e históricas envejecidas, inadecuadas e incluso
corruptas, en las cuales se pueden manipular los valores en cierta fase
histórica para proteger situaciones de privilegio y de injusticia social. El
Resurgimiento se opone tanto a la Revolución como a la Restauración."
Imagen: Francisco de Goya, “Disparate de miedo”, ci. 1819.
PROBLEMAS
Es difícil decir cuántas de
estas ideas y con qué reelaboración persisten en la reflexión de Jorge Mario Bergoglio, que es ciertamente un
pensador original. Lo cierto es que estas ideas y los métodos de Methol se encuentran en el trasfondo
del pensamiento del Papa latinoamericano a causa de la larga amistad entre
ambos y porque reflejan con impresionante precisión la situación real del mundo
de hoy. El método es el mismo de Juan
Pablo II: pensar en la historia a partir de su centro, que es Cristo.
Vivimos en una época en la
cual la Iglesia se globaliza. Dos
tercios de los católicos ya no son ni europeos ni estadounidenses; son pueblos
de lo que una vez se llamaba el Tercer Mundo y poco menos de la mitad son
latinoamericanos. Algunos lamentan el hecho de que no piense en términos de
“defensa del Occidente”. No sabemos si el Occidente sigue siendo cristiano,
pero sabemos que el cristianismo ha superado en gran medida los límites del
Occidente. La situación actual es similar a la del medioevo, cuando los
alemanes se convirtieron y el Papa comenzó a pensar no solo en términos de
latinos y griegos, sino mirando el mundo también con los ojos de los alemanes.
La Iglesia pagó caro este cambio de época con el cisma entre la Iglesia griega
y la Iglesia latina. En realidad, el cisma tuvo lugar entre una Iglesia latina,
que había llegado a ser también germánica a causa de la conversión de los
bárbaros, y una Iglesia griega, que no quería cambiar para asumir esta nueva
situación misionera. ¿Cómo guiar a la Iglesia en este cambio de época? El
cristianismo occidental ha formulado aspectos de la fe y de la doctrina que
tienen validez permanente junto con otros cuyo valor está vinculado con la
contingencia histórica y con las peculiaridades del carácter occidental. ¿Cómo distinguir lo que es permanente de lo
que es históricamente contingente y reformular los valores para facilitar su apropiación
por parte de nuevas culturas? Posiblemente, la primera etapa consista en
ampliar el concepto de Occidente de tal manera que el concepto cultural se
adecúe al geográfico, incluyendo en aquel a Latinoamérica.
Ya hemos dicho que Methol nos deja más bien un método para
pensar en la historia y no tanto un sistema. Hay luego algunos temas sobre los
cuales deben reflexionar quienes tienen intención de continuar su
interpretación de la historia.
Methol opone radicalmente modernidad católica a modernidad protestante,
permaneciendo para él ajena la perspectiva ecuménica. Hoy sería preciso reflexionar
sobre el fracaso de estas dos modernidades, por cuanto también la modernidad
protestante ha sido derrotada y se ha vuelto lo contrario de lo que era. De aquí
parte el tema de lo posmoderno. Quizás la derrota de ambas modernidades sea
producto precisamente de su separación y el camino del cristiano en la
modernidad solo pueda continuar mediante la reconciliación ecuménica de ellas.
Por lo que sé al respecto, este no es un tema propio de Methol-Ferré. Es en
cambio un tema del Papa Francisco, como se desprende de su discurso para el
centenario de Lutero, y sería interesante indagar sobre su origen. Otra
cuestión que merece indagación es el tema del mercado. Me parece que la
perspectiva de Methol es de un socialismo cristiano. La comunidad cristiana es
el sujeto adecuado de la economía socialista. Más precisamente: la
comunidad de los trabajadores, animada por la fe, está en condiciones de crear
una nueva forma económica igualitaria. En cambio, en la teología de Puebla, de
los argentinos, la fe crea (colabora para crear) no tanto la comunidad de
trabajadores como la comunidad de naciones. El Papa Francisco luego habla de economía social de mercado. El rol
creativo de la libertad de empresa parece encontrar un reconocimiento mucho
más amplio. Más allá de la fórmula de la economía social de mercado (que
ciertamente no se entiende como una fórmula para transponer mecánicamente en
contextos socioeconómicos distintos a aquellos donde surgió), queda abierto el
tema de la alianza entre mercado libre y solidaridad, presente de distinta
manera y con diversos énfasis desde Centesimus annus hasta Laudato si’. Nunca
tuve ocasión de reunir a Alberto Methol con otro de mis grandes amigos, que fue
Michael Novak. Estoy seguro de que
eso los habría entusiasmado mucho, y también de que el tema de la creatividad
de la empresa y el de la responsabilidad común de la comunidad de trabajadores
deben conjugarse en los futuros desa-rrollos de la doctrina social cristiana.