Ana Jaramillo, febrero 2018
Hemos anunciado el advenimiento de un intensa cultura ética y
estética, genuinamente argentina, ennoblecida por el anhelo de la justicia
social y destinada a superar, sin desmedro para la ciencia, la época
intelectualista y utilitaria. Complace ver a la juventud, aunque sea por
distintos rumbos, buscar la luz de nuevos ideales.
Si queremos un mundo mejor,
lo crearemos.
Alejandro Korn
EXISTO, LUEGO PIENSO
En el centenario de la reforma
universitaria, debemos recordar las palabras de Korn, protagonista e ideólogo
de la misma, cuando sostiene: “No voy a recomendar ni el modelo de las universidades
germánicas, ni el ejemplo de las norteamericanas, no pienso inspirarme en la
organización de los institutos franceses o italianos. Porque a esto se reduce
entre nosotros el debate de los asuntos universitarios: a ponderar como eximio,
como único, algún trasunto extraño. No podemos renunciar a la propensión
simiesca de la imitación tan desarrollada en el espíritu argentino”[1].
Parecería que la reforma
universitaria debía responder a los problemas y necesidades de nuestro país
para crear una universidad que colabore a resolverlos, a buscar soluciones propias
a problemas propios. Como sostuve varias veces, debemos encontrar el “logaritmo”
nacional conociendo la base y la potencia, descubrir el camino que nos lleve
ese destino, que no es matemático y tampoco es universal como tampoco las
universidades surgen en las mismas culturas. Pretensión vana del positivismo
que insiste en homogeneizar y cuantificar la realidad con postulados
cientificistas desconociendo la cultura, las creencias, los valores y la
historia de los pueblos.
Alejandro Korn era un acérrimo enemigo no solo del positivismo
sino también la escolástica. Para él, “La
reforma universitaria no es una obra artificial. No ha nacido en la mente
pedantesca de un pedagogo, no es el programa fugaz de un ministro, ni, como
propalan los despechados y los desalojados, la trama insidiosa de espíritus
aviesos. Es la obra colectiva de nuestra juventud, movida por impulsos tan
vehementes y espontáneos como no habían vuelto a germinar desde los días de la
asociación de mayo, cuando el verbo romántico de Echeverría despertó las
conciencias a nueva vida.[2]..
“La exigencia de plantear nuestros
problemas como propios y resolverlos dentro de las características de nuestra
evolución histórica no importa incurrir en una necia patriotería. Nada tengo en
común con quienes al decir patria la identifican con menguadas concupiscencias
y la celebran en vulgares frases. Parte integrante de la humanidad también
somos nosotros y sus angustias, sus luchas y sus esperanzas también las vivimos
nosotros”...
“Luego la reforma es libertad. Es la
emancipación de trabas y tutelajes que constreñían el estudio y sofocaban toda
espontaneidad. Inspirados por concepciones mecanicistas, los métodos
pedagógicos deprimían la personalidad humana al nivel de una cosa susceptible
de ser catalogada, medida y clasificada. La libertad universitaria supone en el
estudiante, como correlativo ineludible, el sentimiento de la dignidad y de la
responsabilidad, los fueros de una personalidad consciente, regida por su
propia disciplina ética”.
Concluía Korn que “Sobre esta
presunción reposa el porvenir de la reforma. Todavía no ha llegado la hora de
juzgarla y exigirle frutos. Mucho ha hecho con desbrozar el camino. La reforma
será fecunda si halla una generación que la sepa merecer. Abriguemos la esperanza
de que quienes conquistaron la libertad universitaria, la afirmarán, no como
licencia demoledora, sino como acción creadora”.
En el centenario podríamos juzgarla y ver sus frutos, pero sería
injusto juzgarla en forma contra fáctica cien años después, ya que su impronta
recorrió toda Nuestra América, proclamó la necesidad de que la universidad
fuera una protagonista clave de la cultura y de la emancipación de nuestros
pueblos con el anhelo de justicia social.
Hubo que esperar treinta y un años para que el 22 de noviembre de 1949 a través del decreto 29.337, el
Presidente Perón, eliminara los aranceles universitarios justamente para
establecer la justicia social anhelada por los reformistas planteando en los
fundamentos del decreto que “es función del Estado amparar la enseñanza
universitaria a fin de que los jóvenes capaces y meritorios encaucen sus
actividades siguiendo los impulsos de sus naturales aptitudes en su propio
beneficio y en el de la Nación misma” . Se quería una universidad “señera y
señora” que no sólo fuera autónoma de la teocracia escolástica sino que fuera
autónoma del Estado. La gratuidad de la enseñanza universitaria pasaba a ser un
derecho social a partir de ese momento y constitucionalizada con la sanción de
la Constitución de 1949. En los fundamentos de dicho decreto también se
planteaba que “ el engrandecimiento y
auténtico progreso de un Pueblo estriba en gran parte en el grado de cultura
que alcance cada uno de los miembros que lo componen y sería una preocupación
primordial del Estado disponer de los medios a su alcance para cimentar las
bases del saber, fomentando las ciencias, las artes y la técnica en todas sus
manifestaciones”.
Parecería que Alejandro Korn no estaría de acuerdo, como muchos de
nosotros, con la filosofía cartesiana que sostiene la famosa frase, Pienso luego existo. Sabemos que la
cultura es diversa, que los problemas son diversos en cada época y en cada
lugar y por lo tanto nuestro pensamiento está siempre situado en una realidad y
en una época y de esas realidades debe surgir, si no queremos ser simiescos, si
no queremos copiar y calcar pensamientos exóticos a nuestra realidad. Descartes,
asumió como tarea la validez racionalista de la existencia de Dios e inauguraba
la filosofía moderna, pero sometida a la verdad teocrática.
La sociología del conocimiento,
años después, nos explica que la realidad está muy lejos de construirse
desde la racionalidad. Se construye con creencias, con voluntad, con intereses
contrapuestos, con afán de lucro o de poder, o con utopías de libertad e
igualdad. Por aquellos intereses y por esas llamadas utopías batalló la
humanidad y murieron millones de personas en la historia.
Lamentablemente, muchas de nuestras casas de altos estudios se
organizan según modelos europeos o anglosajones, se siguen dando cátedras de
pensamientos exógenos sin reparar en nuestra
historia nacional y latinoamericana cuyos pensamientos de esa realidad
surgieron y siguen buscando soluciones a nuestros problemas. Quizás por ello a
Korn se lo denomina como el primero en hablar de una filosofía argentina.