14
de abril de 1957
Para una epopeya del
momento actual
El país, en las vísperas
de la reacción proletaria que se alumbra, reviste -a mi entender- las
siguientes características espirituales. Las materiales son archisabidas.
Mientras mejor cobremos conciencia de estas características espirituales, mejor
orientaremos nuestra acción.
1.
Pérdida de todo prestigio de los partidos políticos.
Sus dirigentes no sólo están horros de pueblo sino enconados contra el pueblo,
precisamente por el desprecio en que el pueblo los envuelve. En las elecciones
internas los demócratas de la Capital sumaron sólo tres mil votos. Los
radicales, diez mil. Cualquier club de barrio decupla el número. No hablemos de
las elecciones gremiales. Las concentraciones políticas en Constitución y Once
recuerdan las reuniones dominicales de los evangelistas. Sólo falta la rubia
del armonium. Si yo fuera presidente -
¡absit! - bregaba porque en las Cámaras ocuparan bancas los delegados de los
clubes y de los gremios. Estos representan sectores reales de pueblo. No los
políticos. Aun el peronismo como fuerza política nunca, ni en sus mejores
tiempos, valió gran cosa. Se impuso como fuerza social. Las unidades básicas y
sus dirigentes le hacían más mal que bien. Ahuyentaban la gente más que
atraerla. Creaban problemas en vez de solventarlos. Por eso los dirigentes han
brillado por su ausencia en la borrasca. A no pocos se los ve ahora buscando
acomodo en los partidos opositores. Frondizi y los azuliblancos trabajan
afanosos por dar a sus campañas contenido social. Agitan las mismas banderas
del peronismo. Hablan el mismo idioma. Claro
que el amor del pueblo no se conquista sólo con palabras. Obras son amores.
Y los maricones sociales son más repelentes que los maricones sexuales. El
oligarca que se presenta vestido de overol no engaña a nadie. Menos, al pueblo.
Este huele a mil leguas de su inversión social. ¡Qué no darían Frondizi y los
nacionalistas por raer de la memoria del pueblo sus pasados insultos al
peronismo y sus alianzas con la oligarquía!
2.
Fracaso de las elites. En el libro que le envié ya cargué
las tintas sobre varios aspectos de este fracaso. Pero estos meses de heroica
resistencia popular a los invasores han descubierto otras caras. En los doce
años del justicialismo intelectual y peronista parecían términos
irreconciliables. Mis colegas de la Universidad,
muchos de ellos por lo menos, decían que no podían ser peronistas que más no
fuera "por estética". Los habituales de la "intelligentzia"
todos eran opositores. Hasta las costureras cuando querían darse pistos de
cultas se hacían las opositoras por fuera, aunque por dentro les saltara a
chorros un rabioso peronismo. Hoy, no. Hoy todo argentino con un poquito de
amor a su patria y un poquito de vergüenza entre la "tiranía" de ayer
o la "libertad" de hoy se queda con la primera. Ha dejado de ser una vergüenza para el intelectual ser peronista. Y
está siendo cada vez más una vergüenza para el intelectual no serlo. La
juventud sana de los partidos políticos opositores envidia la suerte de los
peronistas. Cada día se inclina más a nosotros. Busca una entrada decorosa. Y
para esto trata de estrechar amistad con alguna de las principales figuras del
peronismo. No faltan viejos y tenaces políticos opositores, los que, aunque
tarde, reconocen ahora su error. Envidian nuestra posición. Es todo una gloria
para nosotros ser perseguidos y proscriptos por los entregadores de la patria.
¡Qué no darían por pertenecer a nuestro bando! Damonte Taborda, Martínez Estrada y otros libelistas, ¡oh si
pudieran hacer desaparecer sus alocados brulotes! Se lo dicen a quienes les
quieran oír. Con esta "libertadora" el papelón de los políticos y de
los "intelectuales" ha sido soberano. No les queda otra salida -¡lo
ven clarito!- que desaparecer amortajados con un sudario de ignominia.
"La Nación"
publicó el 6 de Enero un número extraordinario dedicado a exaltar el alto nivel
cultural alcanzado por la "libertadora" en el campo de la cultura. No
contenta con falsificar, como acostumbra, la historia del pasado trata de
fraguar piezas documentales para falsificar la historia del futuro. Quiero
decir: la que se haga en lo futuro sobre el momento presente. Pero basta con no
ser ciegos para ver que el país se ha ido culturalmente barranca abajo. El
espectáculo dado por los carcamales en las universidades es deplorable. Más de tres mil artistas no tiene trabajo.
Mi Facultad ha sido literalmente asaltada por tres o cuatro familias. Las
de los Romero, Ghioldi, Mantovani. Cobran hasta 18 y 20 mil pesos. Ningún
profesor antes llegaba a los cuatro mil. Ahora 20 mil por gangosear
vulgacherías de escuela primaria. Por
cincuenta publicaciones que sacábamos nosotros, nuestros adversarios no han
sacado ni cinco. Las academias son un muestrario de memez. Ud., desde
lejos, no puede darse ni idea de esto. Los discursos de Freire eran ingenuos
pero sabían a lo nuestro. Las payasadas de Palacios,
Bergalli, el Capitán Gangi no saben nada más que a estupidez sin
atenuantes. En estos instantes apesta en las calles la basura amontonada por la
huelga de los municipales, pero apesta más la literatura farragosa del
Intendente que aprovecha la bolada para declamar ditirambos a la democracia y a
la libertad. Es un tipo de chaleco. Yo me pregunto ¿qué dirán a solas los Borges, Mallea, Victoria Ocampo y toda esa
crema de craneocúmenos que asqueaba del peronismo "siquiera sea por
estética" ante esta suelta de locos y este desenfreno de botarates?
¡Triste el espectáculo de nuestras elites en esta hora de liquidación de un
pasado al que el triunfo episódico de la reacción le ha permitido asomarse al
escenario para dar su canto de cisne, pero a precio de dejar ver toda su
podredumbre y vaciedad!
3.
Necesidad de severa autocrítica dentro del justicialismo.
La falta de libertad de prensa durante
el peronismo, no permitió la menor autocrítica pero permitió a los jerarcas del
régimen aburguesarse y adormilarse en sus cargos dando un tristísimo
espécimen de incompetencia y mediocridad. Los ministros corrían todos tras la
pelota como chicos de arrabal. Carecían de personalidad. No daban un paso sin
consultar al "papi", como incapaces. Y el día entero se los veía
atrás de Perón o de Evita como huérfanos de orfanatorio. Ello no implica el
reconocimiento de autocrítica en tiempos de la oligarquía. Ya hemos dicho que ésta puso en práctica el más cruel
totalitarismo. Ningún diario poseía libertad para atacar los grandes consorcios
y desenmascarar los negociados porque los trusts financieros compraban los
diarios que más no fuera con los grandes avisos y los suprimían quitándoselos.
Quede esto claro.
La autocrítica fue
imposible en los años peronistas, sobre todo en los últimos, por el exceso de
"sectarismo" que ahogó el idealismo revolucionario fosilizando al
justicialismo. Todo el movimiento cuenta con: sectarios, idealistas y oportunistas. Los primeros se niegan a
reconocer error alguno. Son enemigos de la autocrítica. Dicen que ésta confunde
a la masa. Culpan a los idealistas de heterodoxos si no ya de opositores. No
les interesa para nada los principios ni la doctrina. Les interesa enquistarse en las posiciones alcanzadas, conservar el
puesto y cobrar el sueldo o los sueldos. Desconfían de los idealistas, que
son siempre revolucionarios, porque éstos pueden patearles el nido y
desplazarlos de sus puestos por inoperantes. Los sectarios arbolan la bandera de su fanatismo peronista creyendo
hacer patria cuando en realidad no hacen sino egoísmo.