Andrés Mora Ramírez
El presidente de El Salvador,
Salvador Sánchez Cerén, del gobernante Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional, anunció el pasado 20 de
agosto el restablecimiento de relaciones
diplomáticas con la República Popular China, y el consecuente rompimiento con
Taiwán. Para llegar a esta decisión, el mandatario explicó que su gabinete
sopesó las ventajas derivadas de la cooperación con la segunda economía del
mundo, en campos como el comercio y la inversión, el desarrollo de obras de
infraestructura, ciencia, salud, educación y cultura.
El gigante asiático da así un
paso más en su posicionamiento estratégico en América Latina, y de manera
particular en América Central: en esta
región, históricamente sometida a la influencia de los Estados Unidos, China ya
mantiene relaciones diplomáticas formales y acuerdos de cooperación con Costa
Rica (desde 2007), Panamá (desde 2017) y República Dominicana (desde mayo
de 2018). Además, desarrolla obras
de infraestructura en Costa Rica,
Honduras, Nicaragua y Panamá (entre ellas, un puerto de contenedores en
Colón y una instalación de gas natural en uno de los ingresos del Canal)
estimadas en $2000 millones de dólares, a lo que habría que sumar la proyectada
inversión de $50.000 millones de dólares en el Proyecto del Gran Canal interoceánico en territorio nicaragüense.
La respuesta de los Estados Unidos ante el anuncio Sánchez Cerén no se
hizo esperar: tan sólo un día después de darse a conocer la noticia, Jane
Manes, la embajadora en San Salvador, calificó de “oscuras” las negociaciones
entre los gobiernos salvadoreño y chino, al tiempo que advirtió que esa
decisión “impactará” las relaciones con el país centroamericano. En julio,
Manes también había expresado su preocupación por lo que llamó “expansión
económica y militar” de China y el aumento de sus inversiones y su influencia
en El Salvador. Una reacción similar se produjo a inicios de este año, cuando
Rex Tillerson, por entonces Secretario de Estado de la administración Trump,
calificó a China como un “actor depredador” que irrumpía en el hemisferio, y
aseguró que América Latina no necesitaba “nuevos poderes imperiales que sólo
buscan el beneficio propio”.
Esta agresiva retórica desnuda
los temores de Washington y su poca capacidad de acción política (más allá de
una dudosa Alianza para la Prosperidad en el triángulo norte centroamericano)
frente a la invitación que realizó el gobierno chino, en el marco de la II Reunión Ministerial del Foro China-CELAC
celebrado en Santiago de Chile, para que los países latinoamericanos y del
Caribe se incorporaren a los dos grandes proyectos económicos con los que
pretende tomar la vanguardia global en las próximas décadas: la Iniciativa de
la Franja y la Ruta de la Seda, que articularán circuitos comerciales y
energéticos, terrestres y marítimos, entre Europa, Asia del Sur y Oriental,
Asia Central, Oriente Medio y América Latina.
Es en ese marco geopolítico en
el que debe leerse el trabajo paciente pero sistemático que lleva adelante la
diplomacia china en América Central.
En sus declaraciones a la
prensa, el presidente Sánchez Cerén sostuvo que el acercamiento a China
representa “un paso en la dirección correcta, que corresponde a los principios
del derecho internacional, de las relaciones internacionales y a las tendencias
ineludibles de nuestra época”. Y seguramente es así. La interrogante inmediata
es si estaremos listos, como región, para responder con audacia, inteligencia y
soberanía a ese desafío de nuestro tiempo, el
convite del nuevo gigante al que Raúl Zibechi llama el próximo imperialismo.
Construir una posición
conjunta, que exprese y defienda la visión de un futuro distinto para nuestros
países –con las dificultades que ello supone en sociedades políticamente
elitistas, violentas y excluyentes-, será fundamental para hacer frente a las
presiones diplomáticas, y a las previsibles tribulaciones (geo) políticas, a
las que nos veremos expuestos por el fuego cruzado de intereses abierto en
América Central por las dos principales potencias que se disputan la hegemonía
mundial en esta primera mitad del siglo XXI.