Iciar
Recalde
Diciembre 2018
"Un poeta es un hombre que hace de todo y además escribe
versos", le habría escrito Juan Domingo Perón desde su exilio allá por
marzo de 1964 al recibir el manuscrito de lo
que pronto se editaría en Buenos Aires bajo el mote de Las patas en las fuentes. Y tenía razón: Lamborghini venía a
quebrantar toda la serie de mitos liberales que en un país dependiente permiten
al hombre de letras desasirse de todo compromiso con el país, legitimado por la
noción reaccionaria de la autonomía de la literatura. El lema ni vencedores ni
vencidos escrito a sangre y fuego por Lonardi en 1955 tenía su correlato en la
literatura, donde a los vencidos según la historiografía asentada en una
política de la literatura liberal, ni clemencia. Así, el canon de las letras
argentinas fue configurado a través de la visibilización extrema de los
legítimos portavoces de la oligarquía –Echeverría, Sarmiento y Mitre, entre sus
principales exponentes- y el silenciamiento de una extensa tradición nacional y
popular: de Ascasubi a José Hernández, y más atrás aún si se discute la noción
de que la literatura argentina nace cuando nuestros intelectuales importan por
primera vez una estética europea, el romanticismo. No hay relato de la
literatura argentina que no señale sus comienzos con la generación del 37. Tan
cipayos somos. Porque si de romanticismo
se trata, Europa sabía lo que hacían los escritores en relación a la
cultura de sus países de origen: el romanticismo era vehículo de una burguesía
en ascenso preocupada por afianzar la cuestión nacional a través del ataque al
clasicismo, un fuerte historicismo y el trabajo estético a través de ciertos
tópicos –la vuelta a la naturaleza que para los nuestros era la barbarie, el
sueño, la imagen idílica de la mujer, la idealización del amor, la exaltación
de los sentidos, entre otros-. Los
románticos franceses que desvelan a los escribas de la semicolonia argentina
fueron furibundamente nacionalistas. Las estéticas surgen por necesidades y
bajo objetivos que son coyunturales y nacionales, esto es, responden a la
dinámica de un campo literario específico en su vinculación con el campo social
en sentido amplio. Nuestros románticos también fueron nacionalistas, pero
nacionalistas franceses: se unieron a Francia en contra de Rosas y de los
intereses de nuestro país. Para muestra basta un botón y éste es uno de los
tantos ejemplos que describen la dinámica de la tradición liberal de la
literatura argentina: se importa el arsenal procedimental de lo estético en
detrimento de su ideario social y político concreto. Partiendo de una realidad
subalterna y de una actividad literaria necesariamente condicionada por ella,
el escritor produce literatura en el contexto de un pueblo, de sus dramas,
contradicciones y proyectos. Por consiguiente, puede hablarse de verdad del
hecho literario en relación a qué dice acerca de su contexto de producción, qué
ilumina de lo real, qué aporte realiza en la conformación de la conciencia
nacional de determinada comunidad nacional. Cómo se posiciona frente a la cultura
de una nación, a sus tradiciones, a sus actores, a la situación dependiente del
país. Y en este sentido, Lamborghini fue taxativo en su propuesta radical para
la literatura argentina: cantarle a la
cultura nacional a través de un trabajo singular y prolongado de destrucción de
la frase poética y de puesta en duda de la centralidad de la tradición liberal
a través del rescate y de la reescritura, entre otras tradiciones silenciadas,
de la gauchesca, del tango y de la consignística peronista como expresiones
vertebrales del ser nacional. No en balde, su producción se inicia en el año
1955 y la revolución peronista ocupa retrospectivamente el lugar de la utopía
cuyo derrumbe desubica e impone la fragmentación del lenguaje poético porque,
oblicuamente, ha desintegrado al país en conjunto. En la escritura lamborghiana
el vínculo entre poesía y política es inescindible. La apropiación fragmentada
del habla directa de la política en Las patas en las fuentes, posibilita que el
lenguaje de los vencidos hable por sí mismo a través del balbuceo que impone el
decreto 4161: "somos los
destrozados/los mutilados/ la vida por/la vida por.” El poema arranca la
palabra de su proscripción y la inserta en el texto de manera violenta ya desde
el título que rememora aquella épica del 17 de octubre que otro poeta, Raúl
Scalabrini Ortiz, habría descripto como el subsuelo de la patria sublevado.
Había recomenzado la revolución nacional, iniciada por San Martín y las
montoneras, Rosas, Yrigoyen y Perón. Y se canta su derrumbe a gritos, a
carcajadas amargas: “desempleado/buscando ese mango hasta más no poder/me faltó
la energía, la pata ancha/aburrido hace meses, la miseria/buscando ahora
trabajo en la era atómica/dentro o fuera del ramo/si es posible (…) y yo
arrastrándome/con la bala clavada en mi garganta/ardiendo, y todos ellos
allí/quedaron/sangre de lo mejor/caída en lo fétido.” El poema consigue tres
logros poco frecuentes en la poesía argentina: una enérgica intervención en lo
ideológico, una original belleza formal y la configuración de un lenguaje
tremendamente argentino, el lenguaje de las masas argentinas que metieron las
patas en la historia nacional y que a través de Lamborghini, poeta, trabajador
y peronista, muestran que no es posible acallarlas. Oblicuamente, que nuestro
lenguaje, no se puede vender, ni quitar y que continúa cantando.