viernes, 14 de diciembre de 2018

En memoria de Leónidas Lamborghini


Iciar Recalde 
Diciembre 2018

"Un poeta es un hombre que hace de todo y además escribe versos", le habría escrito Juan Domingo Perón desde su exilio allá por marzo de 1964 al recibir el manuscrito de lo que pronto se editaría en Buenos Aires bajo el mote de Las patas en las fuentes. Y tenía razón: Lamborghini venía a quebrantar toda la serie de mitos liberales que en un país dependiente permiten al hombre de letras desasirse de todo compromiso con el país, legitimado por la noción reaccionaria de la autonomía de la literatura. El lema ni vencedores ni vencidos escrito a sangre y fuego por Lonardi en 1955 tenía su correlato en la literatura, donde a los vencidos según la historiografía asentada en una política de la literatura liberal, ni clemencia. Así, el canon de las letras argentinas fue configurado a través de la visibilización extrema de los legítimos portavoces de la oligarquía –Echeverría, Sarmiento y Mitre, entre sus principales exponentes- y el silenciamiento de una extensa tradición nacional y popular: de Ascasubi a José Hernández, y más atrás aún si se discute la noción de que la literatura argentina nace cuando nuestros intelectuales importan por primera vez una estética europea, el romanticismo. No hay relato de la literatura argentina que no señale sus comienzos con la generación del 37. Tan cipayos somos. Porque si de romanticismo se trata, Europa sabía lo que hacían los escritores en relación a la cultura de sus países de origen: el romanticismo era vehículo de una burguesía en ascenso preocupada por afianzar la cuestión nacional a través del ataque al clasicismo, un fuerte historicismo y el trabajo estético a través de ciertos tópicos –la vuelta a la naturaleza que para los nuestros era la barbarie, el sueño, la imagen idílica de la mujer, la idealización del amor, la exaltación de los sentidos, entre otros-. Los románticos franceses que desvelan a los escribas de la semicolonia argentina fueron furibundamente nacionalistas. Las estéticas surgen por necesidades y bajo objetivos que son coyunturales y nacionales, esto es, responden a la dinámica de un campo literario específico en su vinculación con el campo social en sentido amplio. Nuestros románticos también fueron nacionalistas, pero nacionalistas franceses: se unieron a Francia en contra de Rosas y de los intereses de nuestro país. Para muestra basta un botón y éste es uno de los tantos ejemplos que describen la dinámica de la tradición liberal de la literatura argentina: se importa el arsenal procedimental de lo estético en detrimento de su ideario social y político concreto. Partiendo de una realidad subalterna y de una actividad literaria necesariamente condicionada por ella, el escritor produce literatura en el contexto de un pueblo, de sus dramas, contradicciones y proyectos. Por consiguiente, puede hablarse de verdad del hecho literario en relación a qué dice acerca de su contexto de producción, qué ilumina de lo real, qué aporte realiza en la conformación de la conciencia nacional de determinada comunidad nacional. Cómo se posiciona frente a la cultura de una nación, a sus tradiciones, a sus actores, a la situación dependiente del país. Y en este sentido, Lamborghini fue taxativo en su propuesta radical para la literatura argentina: cantarle a la cultura nacional a través de un trabajo singular y prolongado de destrucción de la frase poética y de puesta en duda de la centralidad de la tradición liberal a través del rescate y de la reescritura, entre otras tradiciones silenciadas, de la gauchesca, del tango y de la consignística peronista como expresiones vertebrales del ser nacional. No en balde, su producción se inicia en el año 1955 y la revolución peronista ocupa retrospectivamente el lugar de la utopía cuyo derrumbe desubica e impone la fragmentación del lenguaje poético porque, oblicuamente, ha desintegrado al país en conjunto. En la escritura lamborghiana el vínculo entre poesía y política es inescindible. La apropiación fragmentada del habla directa de la política en Las patas en las fuentes, posibilita que el lenguaje de los vencidos hable por sí mismo a través del balbuceo que impone el decreto 4161: "somos los destrozados/los mutilados/ la vida por/la vida por.” El poema arranca la palabra de su proscripción y la inserta en el texto de manera violenta ya desde el título que rememora aquella épica del 17 de octubre que otro poeta, Raúl Scalabrini Ortiz, habría descripto como el subsuelo de la patria sublevado. Había recomenzado la revolución nacional, iniciada por San Martín y las montoneras, Rosas, Yrigoyen y Perón. Y se canta su derrumbe a gritos, a carcajadas amargas: “desempleado/buscando ese mango hasta más no poder/me faltó la energía, la pata ancha/aburrido hace meses, la miseria/buscando ahora trabajo en la era atómica/dentro o fuera del ramo/si es posible (…) y yo arrastrándome/con la bala clavada en mi garganta/ardiendo, y todos ellos allí/quedaron/sangre de lo mejor/caída en lo fétido.” El poema consigue tres logros poco frecuentes en la poesía argentina: una enérgica intervención en lo ideológico, una original belleza formal y la configuración de un lenguaje tremendamente argentino, el lenguaje de las masas argentinas que metieron las patas en la historia nacional y que a través de Lamborghini, poeta, trabajador y peronista, muestran que no es posible acallarlas. Oblicuamente, que nuestro lenguaje, no se puede vender, ni quitar y que continúa cantando.


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