Luis Gotte desde la Pequeña Trinchera.
Argentina, 31 de agosto 2020.
Nos perciben como una provincia rica que genera el 40% del PBI,
tenemos el 41,5% de la población del país y, sin embargo, el 36,5% de la
población es pobre y la mayoría de nuestras urbes carecen de infraestructura
básica. Hemos sufrido una creciente disminución de nuestros recursos
tributarios y un menoscabo en nuestra tradición federal, provocando un
retroceso en nuestro papel protagónico en el escenario argentino, la historia
refleja con fidelidad este papel. Es urgente comenzar a generar nuestro modelo y códigos de cultura política, para que nos
permita restaurar un sano compromiso de convivencia entre bonaerenses, a partir
del orgullo que significa vivir en una
provincia que fue parte de los hechos más importantes de la historia de
nuestra patria y cuna de sus mejores hombres, cuando éramos la locomotora que
impulsaba el desarrollo nacional. Construir y cimentar la identidad bonaerense
es inaplazable, como imperioso, para lograr unidad y organización como pueblo.
Fundarse en Comunidad Organizada.
Nuestra
geografía de sierras, pampa y mar nos fue dando un rostro propio, alma y
cuerpo. Con historias increíbles de lucha permanente contra el hostil desierto
y el bravo indio, contra la frontera eterna y una naturaleza que no da tregua,
y nadie pedía. De trabajo y esfuerzo individual, desde que el Sol asoma hasta
cuando enciende el lucero. Donde se relatan las andanzas de Calfulcurá, el napoleón de las pampas, de Juan Moreira y
los versos del Martín Fierro; donde el “chifle” con ginebra los convierte
en hermanos y, si la garganta estaba muy sedienta, acudían a la pulpería, mojón
civilizador. Donde el mate amigo, el guiso, la carbonada, una mazamorra bien
pisada o la carne con cuero nunca se le negaba al viajero casual; donde una
partida de truco, una carrera de caballos o sortija y el duelo criollo, para
salvar el honor, son parte de este gran pueblo que va expandiéndose, a medida
que Gran Bretaña requería de más materia prima. Y es, tal vez, la única de todas las provincias argentinas, que no
tiene una conciencia bonaerense bien definida. O si la tuvo, ya no parece
reconocerse en ella.
Los primeros
asentamientos se fueron realizando de modos distintos, con pequeños poblados
que surgen al calor de las capillas, postas, fortines, estaciones de
ferrocarril, colonias agrícolas; y desde las grandes estancial, de enormes
extensiones destinadas a la explotación de la tierra, que se fraccionarán para
fundar nuevos pueblos.
El habitante
predominante será el gaucho, que se
irán asentando con su compañera o estará “arrimado” con esa mujer de la tierra
nativa. Surgirá una estirpe nueva, pueblos originarios de mestizos o criollos. Nuestros paisanos. Será el brazo armado de las
empalizadas remedo de fortificaciones, la mano llagada que empuña el arado en
la tierra, la peonada arriando el ganado, el que construye su rancho en la
soledad de la pampa. El lugareño de los primeros poblados que, con la llegada
del ferrocarril y el telégrafo, se
convertirán en ciudades cabeceras de los nuevos Partidos-municipios. Se
configura, así, una provincia que se diferenciará notablemente del resto de sus
hermanas Argentina.
Este enorme
territorio será testigo de una herencia
cultural a la que denomino “surera”, por su conjunto de saberes, artes,
comida regional, tradiciones y conocimiento que tienen como referente a este
trabajador de la pampa nuestra. Dando lugar a estilos y formas de expresiones
muy definidas tanto en la literatura, el teatro y, principalmente, la música.
Esa música
surera, o canto surero, será un conjunto de talentes conformadas por la milonga pampeana o campera, el malambo, la
payada, la huella, el triunfo. Tanto sus letras como su música surgen de la
experiencia misma de la vida del campo, de la vida rural de llanura, de la
relación con el caballo, la guitarra, el mate, la carne vacuna, así como los
valores que transmiten la solidaridad, la lealtad, la hospitalidad, la valentía
y el empeño de la palabra dada. Señor del canto y el pensamiento.
Estas cuestiones
serán determinantes para la ilustración de una nueva identidad, que no solo
quedará impresa en la vestimenta, en la arquitectura o credos, también en los procesos políticos, económicos,
culturales y sociales que se vayan generando, asumirán esa impronta
surera-campera. Sin embargo, las cosas no se fueron dando como debieron ser,
existiendo una “mano invisible”, o no tanto,
que nos quiere con la voluntad quebrada.
A fines del
S.XIX comenzará a darse una serie de circunstancias concomitantes que se conjuran
contra la formación de esa identidad propia. Así, la decisión política de cederle la designación de “Buenos Ayres” a la
nueva capital del Estado Argentino nos dejará desprovistos de nombre, somos la
Provincia sin Buenos Ayres. Resultó
ser un tremendo error histórico, porque terminó confundiéndonos, y un pueblo
que no tenga en claro su identidad, tampoco tendrá claro cuál es su destino.
Los
bonaerenses, y aún más nuestros hermanos provincianos, no tendrán en claro cuál es nuestra identidad. Somos la
más importante de todas las provincias, motor del trabajo y la producción, que
le ha dado todo a la Nación…la que solo nos reintegra ingratitud.
También
fuimos, hasta 1995, la última provincia
en darle una bandera a nuestro pueblo, desde nuestra fundación en 1820 no
contábamos con un pabellón que nos identificase; aún nos falta un himno
provincial; a lo que debe sumarse que la impronta local (platenses,
matanceros, marplatenses, balcarceños…) es más fuerte que la idea de
reconocerse bonaerenses; carecemos de
ese orgullo de pertenencia que ostentan salteños, cordobeses, entrerrianos,
pampeanos, necesario para defender sus intereses regionales. Cada una tiene su
propio héroe, así nos encontramos a Güemes en Salta, Ramírez en Entre Ríos,
López en Santa Fé, Quiroga en La Rioja; y en nuestra Provincia el nombre de Juan Manuel de Rosas nos sigue siendo
negado.
Más aún,
estamos expuestos, como ninguna otra provincia, a las intromisiones del
gobierno nacional en nuestra política interna, porque nuestros gobernadores son digitados desde Casa Rosada, peor aún,
son nacidos, han crecido o pasado gran parte de su vida, en otra jurisdicción.
El candidato a gobernador se define desde el escritorio presidencial con la
orden de que “baje” a la Provincia, por una cuestión de la propia lógica de la
política actual.
Desde las
últimas elecciones se va dando con más frecuencia que, las listas de candidatos
a los distritos con mayor población de votantes se arman también desde el poder
central. Los Intendentes parecen figuras del decorado institucional. No solo
eso, nuestros tres senadores nacionales, que representan a la Provincia, son
puestos de acuerdo a su obediencia al poder político -desnaturalizando su
verdadera función, representar a su comunidad toda- y, además, ninguno de
nuestros paisanos conoce sus nombres, en otra muestra de nuestra endeble
identidad provincial.
La Provincia de Buenos Ayres pareciera el
patio trasero de esa cuasi-provincia que es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Somos lo que está detrás de la Avenida General Paz, ellos son la real Buenos
Ayres. Es más, hasta el Conurbano es una extensión de la misma Capital, se
identifican más con ésta que con la propia provincia. Estamos desmembrándonos.
La historia
que se enseña en los colegios es referente a la ciudad portuaria, orgullo de la
Corona Imperial Británica, nosotros pasamos desapercibidos en los libros y
manuales de enseñanzas. Nuestros provincianos terminan identificándonos como
porteños, un término para ellos ofensivo y de peores recuerdos.
Por ello, es
un buen momento, en esta búsqueda de nuestra identidad, para generar un proceso
de INSUBORDINACIÓN FUNDANTE, una actitud
de independencia ante el pensamiento centralista de esta época, para lograr
alcanzar un “umbral de poder” necesario para convertirnos en actores
principales en defensa de la filosofía federalista y de un municipalismo con
plena autonomía. Es una cuestión de estricta justicia social provincial
como de dignidad para nuestro pueblo. Es tiempo de buscar un nuevo nombre, que
nos permita reconstruirnos a partir de lo nuestro.
El pueblo de
la Provincia Bonaerense ha sido protagonista fundamental en la vida federal
argentina, apostando fuertemente al trabajo y al esfuerzo de los bonaerenses y
a la riqueza de su tierra, legado que se nos ha tornado en un gran desafío.
Tenemos la responsabilidad de planificar un destino común, en compromiso con
los derechos de todos y el bienestar general. Si logramos darnos una IDENTIDAD
BONAERENSE, la misma podrá ser el pilar a partir del cual construir un Modelo
Argentino para el Proyecto Nacional.
