Dr. César Augusto Lerena, 1 de septiembre de 2020
No se deduce del artículo citado que la actividad pesquera sea la
que más creció en los últimos 15 años (mucho menos en el análisis integral del
sector) salvo, que se le limite ese hipotético crecimiento, al solo hecho que
el langostino haya representado en 2018 el 61% de las exportaciones y, en el
primer semestre de 2020, el 36%. Esta
explotación, al momento, no da ninguna sustentabilidad cierta al sector, ya que
se trata de un recurso de disponibilidad biológica impredecible en el corto
plazo, altamente dependiente del mercado externo y, es así que, de valer 12
mil dólares en 2005 la tonelada, en la actualidad está por debajo de los 5 mil:
«En 2019, las ventas del langostino entero cayeron un 10% en volumen, un 25% en
divisas y un 15% en el precio promedio en comparación con el 2018. En los
primeros cuatro meses de 2020, los precios siguieron desplomándose. El volumen
se redujo 40% y el precio promedio un 23%, (...) las empresas no tienen a quién
venderle lo que producen» (R. Garrone, Tradenews, 12/7/20).
Al lector desinformado, debemos decirle, que en la captura y
posterior exportación no influye solo una buena administración del recurso; las habilidades del capitán de pesca; la
demanda del mercado y la capacidad negociadora del empresario, sino también, la
disponibilidad biológica de la especie, en especial en recursos como el calamar
y el langostino que tienen un ciclo de vida anual y dependen de diversos
factores climáticos, biológicos, marítimos, etc. Por ello, que centrar, la
sustentabilidad económica y social de este sector en la captura del langostino es altamente peligroso, por
la inestabilidad y variabilidad que puede presentar de un año a otro. Ya ha
ocurrido, en años donde la merluza era
el sostén del sector y, por lo tanto, la caída brusca de las capturas del
langostino no alcanzó a poner en jaque al conjunto de la actividad. Además, que
no podemos dejar de lado que, en el mundo, el 50% de la producción pesquera
tiene origen en la acuicultura y maricultura, donde la Argentina tiene un
desarrollo insignificante.
Si analizamos a este sector por las capturas de las principales
especies, durante el 2005 se desembarcaron 360.741 toneladas de merluza,
146.184 de calamar y 7.470 de langostino, mientras que en 2018 se desembarcó
266.277 toneladas de merluza, 108.300 de calamar y 253.255 de langostino.
Respecto a las exportaciones, en 2018 se exportó por valor de U$S 2.140
millones, mientras que estás exportaciones cayeron en 2019 a U$S 1.860 millones
y, pese al notable crecimiento de las capturas de calamar en el primer semestre
de 2020 todo hace pensar que las exportaciones de 2020 estarán por debajo de
2019, a pesar del esfuerzo de tripulantes que salieron a pescar pese al
COVID-19.
Respecto al valor agregado y los volúmenes exportados eran mayores
en 2005 respecto al 2019/20. La
Argentina exportaba en 2005 el doble de productos fileteados que hoy y
exportaba más filetes que enteros y, ahora, ocurre todo lo contrario. Por otra
parte, mantuvo los mismos volúmenes de captura de calamar (2005-2018), cayó
en un 26% la producción de vieras al igual que la producción de anchoítas que
se redujo en un 70%. Del mismo modo, cayó
al 50% la producción de harinas, todo un símbolo de la caída de la mano de
obra ya que el residuo de los procesos de elaboración se destina a la
fabricación de harina. Los incrementos en valores encuentran su justificativo
en las capturas de langostino y merluza negra, de alto precio y bajo valor
agregado.
Los desembarques totales se redujeron de 858 mil toneladas en 2005 a
785 mil toneladas en 2018, con el agravante, que mientras en 2004 el 55% de las
extracciones se realizaban con buques fresqueros y el 45% con buques
congeladores; en 2018, estos porcentuales se invirtieron en 49% y 51%
respectivamente; motivo por el cual, la
mayor congelación a bordo fue en desmedro de la producción industrial en
plantas en tierra y la consecuente pérdida de empleo.
El bajo valor agregado de
las exportaciones argentinas es el modelo que impera desde hace años en la
pesca, en especial en estos años, por las mayores
capturas de langostino, llevando a transferirle (regalarle) el trabajo
argentino a los países reprocesadores y exportadores de Sudamérica y a los
importadores europeos y asiáticos. Por ejemplo, a España a quien le exportamos
por año unas 50 mil toneladas de langostino entero y 8 mil toneladas de cola de
langostino, con una diferencia en la facturación del orden de los 1.500 U$S la
tonelada. Y ello, no es un dato menor en materia de pérdida de trabajo
argentino, porque el langostino ha pasado de tener una participación del orden
del 5% en 2005 al 61% en 2018.
Respecto al consumo
interno de pescado se mantiene estacionado en los 6 kg per cápita por año,
cuando el promedio mundial anual asciende a los 20 kg. Es decir que los argentinos, consumen menos que los países pobres
y los ricos, con efectos muy negativos, no solo por el bajo valor agregado de
las materias primas comercializadas, sino también, porque se pierden de
consumir un producto que, por su alta calidad proteica y de sus grasas
insaturadas, es solo comparable a la leche materna y, por lo tanto, es un
alimento insustituible en el desarrollo y mantenimiento de la salud.
Dice el artículo, que la pesca, no tiene un déficit pesquero
(exportación-importación) y ello se debe -como ya he dicho- que tiene un
bajísimo consumo interno. Si triplicase
el consumo, manteniéndose aún por debajo del promedio mundial, no tendría
saldos exportables. Aquello es un defecto y no una virtud. Francia tiene
1.700 millones de euros de déficit, a pesar de capturar similares números que
Argentina y se debe a que los franceses consumen una dieta sana de 34 kg/per
cápita/anual de pescados y mariscos, es decir, 28 kilos más que los argentinos.
La generación de valor, de empleo y la radicación industrial se duplicarían -al
menos- si eso ocurriese.
Por cierto, mientras las empresas argentinas desembarcan -según
información oficial- unas 800 mil toneladas anuales capturadas en la Zona
Económica Exclusiva Argentina (dentro de las 200 millas de la costa); en la
Alta Mar, entre 350 y 500 buques
extranjeros con o sin licencia británica se llevan anualmente un millón de
toneladas de recursos migratorios argentinos. Para ello sus embarcaciones
deben trasladarse más de 12 mil millas y, nuestros buques pesqueros, deberían
recorrer solo 200 millas. ¿Porque no lo
hacen?, porque los gobiernos de turno nunca llevaron adelante una política de
incentivos que promueva la pesca nacional en la Alta Mar y les permita competir
con la extracción ilegal extranjera, provocando la gran revolución pesquera en
Argentina. La misma que provocaron los pioneros de la actividad cuando
trocaron de los barcos costeros, a los buques de altura.
Es poco serio referirse a que el sector tuvo mayor crecimiento que
el agrícola, ganadero y minero; ello, sería desconocer la política extractiva iniciada en la década del 90 y es imposible que la
pesca que es un recurso renovable, pero agotable, pueda competir con la ganadería
que tiene, no solo un alto consumo interno (55kg per cápita/año) al que hay que
agregar, que las exportaciones
argentinas de carne vacuna acumuladas de abril de 2019 a marzo de 2020
alcanzaron a las 868 mil toneladas por un valor cercano a 3.192 millones de
dólares (IPCVA, abril 2020); por su parte, el 37,4% del total de las exportaciones argentinas de 2019 se debió al
complejo sojero, maicero y triguero, materias primas que se exportaron por
un monto de 24.310 millones de dólares, obviamente
muy superior a los U$S 1.864 millones de la pesca.
Estos números no desvalorizan la importancia del sector pesquero,
pero, referirse a que tenga el mayor crecimiento por sobre otros sectores muy
importantes no se ajusta a la realidad y desinforma a funcionarios y lectores
desprevenidos. La pesca no es inagotable
y si bien puede lograrse un crecimiento, no será posible hacerlo a través de
incrementar las capturas en la Zona Económica Exclusiva Argentina, sino
mediante una mejor administración del recurso; la eliminación de los descartes;
el agregado de valor a las materias primas y, sobre todo, acordar e ir a
capturar más allá de las 200 millas.
Finalmente habría que agregar, que siendo en sus orígenes una actividad 100% nacional hoy siete de
las diez primeras exportadoras pesqueras son extrajeras; capitales chinos,
americanos, españoles, etc. cuyas casas centrales se hacen de las materias
primas argentinas que compiten en el mercado internacional con las empresas
nacionales.
Todas tienen en común, lo que sí
precisa el citado diario, sufren altos impuestos internos; derechos a las
exportaciones; falta de financiación a tasas adecuadas para la renovación de la
flota en el país; moras en la reposición de reintegros e IVA; altos
impuestos al combustible, etc. Y es verdad también, que las empresas
exportadoras pesqueras están certificadas en su calidad y sanidad por los
organismos técnicos competentes más exigentes del mundo (FDA, Comisión
Veterinaria UE, etc.) y aplican Planes HACCP de autocontrol de seguridad
alimentaria desde hace más de 20 años.
Si no se Sudamericaniza el
Atlántico Sur; no se controla el mar con las fuerzas armadas y de seguridad; no
se nacionaliza el flete; no se acuerda y desactivan los puertos uruguayos a las
flotas pesqueras ajenas al MERCOSUR; no se combate
la pesca ilegal de los recursos migratorios; no se cancelan los vuelos de
Malvinas a Chile y Brasil; no se eliminan impuestos a los buques nacionales en
Alta Mar; no se declara la emergencia
pesquera en Malvinas y, se incrementa el consumo nacional, NO ES POSIBLE
ESPERAR EL CRECIMIENTO DEL SECTOR PESQUERO Y LA RECUPERACIÓN DE MALVINAS.
Los profundos cambios que se requieren, para desalentar el avance
creciente de los buques extranjeros pesqueros a distancia, que vienen por
nuestros recursos, no pueden limitarse a colocar multas a los buques piratas
(que además no se capturan ni hay medios para hacerlo), sino que debe aplicarse
un nuevo modelo que vaya hacia la captura de todos los recursos del Atlántico
Sur y efectúe una administración adecuada para lograr un crecimiento sostenible
y sustentable económica, ambiental y social. Está todo por hacerse.
