Aritz Recalde, Octubre 2020
El pueblo vence. El pueblo venía siendo derrotado por la oligarquía desde la Batalla de Caseros. Las guerras de policía de Mitre, los fusiles Remington de Sarmiento, las persecuciones a las montoneras y las represiones en Vasena y en la Semana Trágica habían regado de sangre trabajadora el suelo argentino.
El 17 de octubre de 1945 tuvo a la
clase obrera como el gran sujeto de la historia y en esa oportunidad no sólo
triunfó sino que determinó la orientación de la política argentina. Con el fenomenal
hecho de masas que, se calcula, movilizó 500 mil almas, el pueblo derrotó a las
embajadas británica y norteamericana, así como a los representantes de capital
concentrado reunidos en la SRA, la UIA y la Bolsa de Comercio. La movilización debilitó a la oposición de
los grandes partidos tradicionales (UCR, PS, PC y Conservadores), del
periodismo comercial y de un sector militar enfrentado al proceso de cambio iniciado
con la Revolución de junio de 1943.
Las bases
empujan a la dirigencia y ganan la calle. El programa político y social
iniciado en el año 1943 encontró una enconada resistencia tanto en sectores
internos como internacionales. EUA, Inglaterra y la Unión Soviética cuestionaron
el neutralismo del gobierno argentino en la Segunda Guerra y lo caracterizaron
como parte de una estrategia de apoyo al frente alemán. Como resultado de las
presiones diplomáticas y de los bloqueos económicos, el presidente Edelmiro
Farrell emitió el decreto 6945 del 27 de marzo, declarando la guerra a Alemania
y a Japón. La medida encontró oposición dentro del nacionalismo argentino y, si
bien redujo la hostilidad internacional contra el país, el abandono de la
neutralidad no impidió la campaña política pública y agresiva contra Perón,
ejecutada por el embajador norteamericano Spuille Braden y por el Partido
Comunista.
El gran empresariado se opuso a la
obra social de la Revolución del '43, cuestión frente a la cual Perón manifestó
que era natural que frente a la reforma “se
hayan levantado las fuerzas vivas, que otros llaman los vivos de las fuerzas
(…) ¿En qué consisten esas fuerzas? En la Bolsa de Comercio, quinientos que
viven traficando con los que otros producen; en la Unión Industrial, doce
señores que no han sido jamás industriales”.
Los altos niveles de aceptación
popular de las medidas sociales, fueron un llamado de atención para los
partidos políticos tradicionales que vieron en Perón el riesgo que de que se
prolongue la Revolución de 1943. Estos grupos iniciaron una dura campaña contra
el gobierno desde el periodismo, que era mayoritariamente opositor. Organizaron
movilizaciones y acciones callejeras destacándose la Marcha de la Constitución y la Libertad (19/9/45).
Empujados por la estrategia opositora,
el 8 de octubre se produjo un amotinamiento militar en Campo de Mayo. En este
escenario, el día 9 de octubre Juan Perón presentó la renuncia a todos sus
cargos. En su último discurso al frente de la Secretaria de Trabajo y Previsión
afirmó a los trabajadores: “venceremos en
un año o venceremos en diez, pero venceremos. En esta obra, para mí sagrada, me
pongo desde hoy al servicio del pueblo (…) y si algún día, para despertar esa
fe, ello es necesario, me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo”.
A partir del 9 de octubre los hechos
se sucedieron rápidamente. Pese a haber renunciado a sus funciones, Perón fue
encarcelado y conducido a la Isla Martín García. El día 12 las patronales se opusieron
a pagar el aguinaldo ya convenido y se inició la típica revancha clasista que
luego se reiteraría en 1955 y en 1976. Los partidos políticos organizaron la
transición contrarrevolucionaria con el lema de transferir el poder a La Corte
Suprema de Justicia. Mientras tanto, los rumores del encarcelamiento y del
peligro de la vida del General circularon entre las barriadas humildes. El día 16
se reunió el Comité Central Confederal de la CGT y con una elección reñida de dieciséis
votos a favor y once en contra, se convocó a un paro de 24 horas en defensa de las
“conquistas” a realizarse el día 18. En
la convocatoria a la huelga no se nombró a Perón, sino meramente al peligro de
perder los derechos alcanzados.
Sin esperar la decisión del
Confederal, la masa popular se movilizó el día 17 de octubre, exigiendo la
vuelta de su líder y consagrándolo como el depositario de la lealtad del pueblo.
En la histórica movilización, las bases superaron a sus dirigentes y le
otorgaron a Perón un capital político excepcional y sin mediaciones.
El dilema de
la clase dirigente.
Los militares y civiles opositores presenciaron atónitos la plaza colmada de
pueblo pidiendo por Perón. También fueron conscientes de que la policía
desobedeció órdenes y levantó los puentes de ingreso a la Capital Federal
permitiendo la movilización. El fantasma de la revolución social era un hecho y
el régimen estaba en peligro. En ese contexto, un sector militar, entre los
cuales estaban Vernengo Lima y Avalos, le propuso a Edelmiro Farrell reprimir
violentamente la manifestación con las ametralladoras apostadas en el techo de
la casa de gobierno. Farrell se opuso terminantemente y evitó que se produjera un
reguero de sangre. Unos días antes, algunos militares ya habían sugerido
asesinar a Perón.
Esta tendencia ideológica represiva y
terrorista de los militares y los civiles no desapareció en octubre de 1945,
sino que siguió vigente. Estos grupos organizaron los atentados contra civiles
en 1953, los bombardeos de 1955 y los fusilamientos de 1956, entre otras
atrocidades. Esta tendencia política sería hegemónica en la dictadura de 1976,
que fue la respuesta al 17 de octubre: la clase dirigente no estaría dispuesta
a cogobernar el país con los sectores trabajadores y nacionales.
¿Por qué se
movilizó el pueblo?
Jorge Luis Borges consideró al 17 de octubre como “una especie de farsa” y el órgano periodístico Orientación del Partido Comunista
caracterizó a los manifestantes como “hordas
de desclasados” y “malevaje
reclutado”.
En realidad, y para ser más objetivos,
hubo dos grandes causas que favorecieron el 17 de octubre. La primera, fue la
contundencia de la obra de la Secretaría de Trabajo y Previsión que, en un año
y medio, aprobó más convenios y leyes protectoras del obrero y de su familia
que todos los gobiernos nacionales anteriores juntos. Dicha efectividad Perón
la logró con la intervención de los sindicatos y del partido militar, que le
aportaron la agenda de temas a legislar y a resolver, y los cuadros técnicos
para implementarlos. El segundo hecho excepcional que favoreció la movilización,
fueron las destacadas condiciones de conductor, de orador y de organizador de
Juan Domingo Perón, quien supo amalgamar un Movimiento político de articulación
de clases y de diversas tradiciones partidarias y culturales.
La participación de los obreros en la
obra iniciada en 1943 y su movilización del día 17 generaron las condiciones de
posibilidad del Peronismo y a su vez, en un ida y vuelta, el líder potenció y
refundó al Movimiento Obrero.
Los
trabajadores columna del Movimiento Nacional. El 17 de octubre la clase obrera generó
las condiciones para que Perón sea candidato a presidente en febrero de 1946.
Los trabajadores aportaron su estructura para la campaña y formaron el Partido
Laborista. Luego del triunfo electoral, el Movimiento Obrero ocupó ministerios,
cargos legislativos y tareas en las embajadas, entre otros ámbitos. El Estado
argentino fue refundado con los Planes Quinquenales y la reforma Constitucional
de 1949, y la Revolución Justicialista permitió la universalización de los
derechos laborales y sociales a la educación, la salud, el esparcimiento, las
jubilaciones y la vivienda.
La clase obrera fue la columna
vertebral del proceso político y generó las condiciones de posibilidad de formulación
del programa de desarrollo y del despegue productivo argentino. El país inició
un histórico ciclo de crecimiento y el sector más dinámico comenzó a ser la
industria nacional y el resultado directo de ese proceso fue el pleno empleo.
Una parte de la burguesía no entendió que
su propia clase dependía del Movimiento Obrero y acompañó los golpes de Estado contra
el peronismo y los trabajadores de 1955 y de 1976. Las dictaduras debilitaron a
la clase obrera, que era la base del proyecto político y el dique de contención
al liberalismo y a los intereses de las corporaciones trasnacionales. La
dictadura de 1976, al destruir el sindicalismo, que era la “gallina de los
huevos de oro” del desarrollo argentino, generó las condiciones para el
desembarco de la política económica neoliberal de desindustrialización, primarización
y extranjerización productiva.
Los legados
del 17 de octubre. Gracias
a la movilización, se instaló en la agenda política argentina la necesidad de
garantizar o al menos de considerar, los derechos de la clase trabajadora. A
partir de esa jornada, se desenvolvió con fuerza el Modelo Sindical Argentino y
el Movimiento Obrero más poderoso de Sudamérica. La clase obrera adquirió una
renovada conciencia social y política de su centralidad en los destinos de la
República Argentina. Con base en un Movimiento de trabajadores, se inició un
proyecto de desarrollo industrial nacional, popular y antimperialista, edificando
un país moderno e integrado socialmente.