jueves, 26 de noviembre de 2020

Maradona

 

Este pueblo la pasa mal,


muy mal, no es novedad.

La pasa mal hace mucho tiempo, sufre cotidianamente penurias indecibles, impensables.

De una urbe deforme de este país dependiente, siempre en jaque, siempre en crisis,

Entre las piezas oxidadas del esqueleto industrial,

Nació Diego, el místico, el divino,

Nació con el don de curar el dolor del hambre y las privaciones a fuerza de jugarse entero.

Diego, el pedagogo, nos enseñó a amar este trozo de tierra, lejano y hostil, de los confines del globo, y a ponerlo en el centro del mapa, patas para arriba, de abajo hacia arriba, de la periferia al centro.

Diego, el guerrero del territorio arrebatado, el pastor de almas dolientes, el maldecidor de usureros, el tipo excepcionalmente común, el de la dignidad acorazada, el líder tribal de una manada díscola.

Se va Diego y nos queda solo el barro de las urbes deformadas.

Quien fue capaz de acariciar para sanar la piel herida de tanta injusticia, de transformar lágrimas de angustia en felicidad, un ser angelado que se lleva la magia,

Y sin magia

queda la verdad desnuda, insípida,cruel, de la infancia en basurales, de casillas a la vera de aguas podridas, de vejez sin remedios y de lunes sin trabajo.

¿Quien velará por la alegría de los pobres? ¿Quién querrá cambiar el mundo sin magia?

Los burócratas de la razón pregonan un mundo sin dioses, sin ídolos, sin fe. Quieren que deambulen seres solos y vencidos, sin conexión con el adentro ni el afuera, para que el dinero se devore todo.

Esos dirán que Diego fue solo un deportista.

Nosotros, los privados de casi todo, elevaremos una plegaria al cielo, con voz de obrero, con ternura de madre, con sudor campesino e inocencia de niños y le pediremos que nos deje algo de magia para seguir soñando

Con imperios que se derrumban

Con cadenas que se rompen

Con redenciones que al fin llegan.

Que se quede, inmutable,

En las radios mal sintonizadas de los viejos en la vereda, en las teles con perilla, en las portadas de los diarios que reparten los canillitas, rompiendo con su silbido la escarcha de las mañanas invernales,

En los suspiros de las minas,

En el álbum de figuritas de tipos grandes que vuelven a ser pibes cuando lo ven.

Este potrero salvaje, en el que tantas veces nos toca perder, lleva atravesado su nombre, enredado, tejido, en la lengua indígena, en la palabra criolla, en la frente gaucha, en el abrazo perpetuo, en la ceremonia pagana de millones de invisibles que, una vez, lo coronó.

Infinitamente gracias Diego.

Dionela Guidi 29/11/20

 

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