Este pueblo la pasa mal,
muy mal, no es novedad.
La pasa mal hace mucho tiempo, sufre
cotidianamente penurias indecibles, impensables.
De una urbe deforme de este país
dependiente, siempre en jaque, siempre en crisis,
Entre las piezas oxidadas del
esqueleto industrial,
Nació Diego, el místico, el divino,
Nació con el don de curar el dolor
del hambre y las privaciones a fuerza de jugarse entero.
Diego, el pedagogo, nos enseñó a amar
este trozo de tierra, lejano y hostil, de los confines del globo, y a ponerlo
en el centro del mapa, patas para arriba, de abajo hacia arriba, de la
periferia al centro.
Diego, el guerrero del territorio
arrebatado, el pastor de almas dolientes, el maldecidor de usureros, el tipo
excepcionalmente común, el de la dignidad acorazada, el líder tribal de una
manada díscola.
Se va Diego y nos queda solo el barro
de las urbes deformadas.
Quien fue capaz de acariciar para
sanar la piel herida de tanta injusticia, de transformar lágrimas de angustia
en felicidad, un ser angelado que se lleva la magia,
Y sin magia
queda la verdad desnuda,
insípida,cruel, de la infancia en basurales, de casillas a la vera de aguas
podridas, de vejez sin remedios y de lunes sin trabajo.
¿Quien velará por la alegría de los
pobres? ¿Quién querrá cambiar el mundo sin magia?
Los burócratas de la razón pregonan
un mundo sin dioses, sin ídolos, sin fe. Quieren que deambulen seres solos y
vencidos, sin conexión con el adentro ni el afuera, para que el dinero se
devore todo.
Esos dirán que Diego fue solo un
deportista.
Nosotros, los privados de casi todo,
elevaremos una plegaria al cielo, con voz de obrero, con ternura de madre, con
sudor campesino e inocencia de niños y le pediremos que nos deje algo de magia
para seguir soñando
Con imperios que se derrumban
Con cadenas que se rompen
Con redenciones que al fin llegan.
Que se quede, inmutable,
En las radios mal sintonizadas de los
viejos en la vereda, en las teles con perilla, en las portadas de los diarios
que reparten los canillitas, rompiendo con su silbido la escarcha de las
mañanas invernales,
En los suspiros de las minas,
En el álbum de figuritas de tipos
grandes que vuelven a ser pibes cuando lo ven.
Este potrero salvaje, en el que
tantas veces nos toca perder, lleva atravesado su nombre, enredado, tejido, en
la lengua indígena, en la palabra criolla, en la frente gaucha, en el abrazo
perpetuo, en la ceremonia pagana de millones de invisibles que, una vez, lo
coronó.
Infinitamente gracias Diego.
Dionela Guidi 29/11/20