Eduardo J. Vior para InfoBaires24
17 de febrero de 2021
Estados Unidos parece hoy El Reino del Revés al que cantaba María Elena Walsh en la década de 1960. Se escandalizan por lo que el sentido común indica y no se asombran por las más flagrantes infracciones al realismo y a un mínimo de moralidad política. Tanto los medios norteamericanos como las redes sociales siguen clamando al cielo, porque el Senado el sábado pasado rechazó la condena a Donald Trump, pero nadie se asombra de que la política exterior y de Defensa de Joe Biden repita las fórmulas y esté conducida por los mismos funcionarios que en los últimos 30 años han llevado a su país a las derrotas que llevaron a un sector importante del electorado a votar a un personaje tan excéntrico como el expresidente. Lamentablemente, el ímpetu vengativo de estos dirigentes del establishment es tal, que pueden causar dolor y sufrimiento a mucha gente en muchos sitios del globo al mismo tiempo.
El pasado sábado 13 Donald Trump fue absuelto por el
Senado por segunda vez. Sólo 57 senadores votaron por su condena en el juicio
político por la toma del Capitolio el pasado 6 de enero, impidiendo así que los
demócratas alcanzaran los dos tercios necesarios para desposeerlo de sus
derechos políticos. De este modo puede preverse que el exmandatario asuma
formalmente el liderazgo del Partido Republicano y en 2024 se candidatee de
nuevo a la Presidencia.
Se trata de
una derrota mayor de la estrategia demócrata de hacer tabla rasa con todo lo
que sucedió en los últimos cinco años y de su pretensión de retornar a la
situación de 2015. Trump ha conquistado
en la elección pasada 74 millones de votos, entre los cuales (como atestiguó el
lunes 15 una encuesta del New York
Times) el 75% sigue aprobando su gestión. Entre los más fieles de ellos, en
tanto, se encuentran grupos de supremacistas blancos armados y dispuestos a
seguir toda orden del líder y nadie con poder se atreve dentro del Partido
Republicano a cuestionarlo.
La absolución
no es noticia, ya que desde el inicio del show se sabía que la inmensa mayoría
de la bancada republicana en el Senado rechazaría la condena. Sí, en cambio,
debería ser noticia la repetición de gestos y actitudes que denotan el
alejamiento de la realidad por parte de la elite del país y el retorno a
puestos directivos de equipos enteros de las tres presidencias entre 1993 y
2017 que, además, sostienen convencidos que volverán a hacer lo mismo que ya
hicieron entonces.
Cuando el 4
de febrero Joe Biden se dirigió al
cuerpo diplomático desde la Secretaría de Estado, afirmó que «America is back»
(EE.UU. ha vuelto al escenario) y sostuvo que “el liderazgo norteamericano debe enfrentar este momento de renovado
avance del autoritarismo, incluidas las crecientes ambiciones de China para
competir con EE.UU. y la determinación de Rusia de dañar e interrumpir el
funcionamiento de nuestra democracia”. Nadie ha pedido recientemente que
Estados Unidos ejerza liderazgo alguno y no se sabría para qué. Nadie puede
afirmar tampoco con seriedad que China se lo quiera arrebatar. Que Rusia haya
interferido en la elección norteamericana de 2016 está todavía por probarse y
usarlo cinco años después como justificativo de actos agresivos es sangrar por
la herida o una burda mentira.
Ya antes, el
26 de enero, durante su primera conversación
con el presidente ruso Vladímir Putin, Joe Biden se había referido en tono enérgico
a la supuesta intromisión rusa, había condenado la detención del opositor
Alexei Navalny, reflotado el rechazo a la reincorporación de Crimea a Rusia en 2014 y repetido la
acusación sobre el supuesto respaldo ruso a atentados contra soldados norteamericanos
en Afganistán. Cierto que el
miércoles 3 de febrero ambos países acordaron prolongar por cinco años más el
Tratado sobre Reducción de Armas Estratégicas (START, por su sigla en inglés)
que caducaba esa misma semana, pero el tono agresivo no ayuda al entendimiento.
Dos semanas
debieron pasar, hasta que el norteamericano llamara a su homólogo chino el
pasado miércoles 10, para quejarse por la alegada violación de los derechos humanos en Xinjiang, las regulaciones
comerciales de China, la represión contra opositores en Hong Kong y la presión
que la República Popular ejerce contra el independentismo de Taiwán. Por el
contrario, el tenor de la información oficial china sobre la conversación fue
extremadamente gentil. De acuerdo al oficioso Global Times, Xi habría recalcado
la importancia de la cooperación para ambos países y advertido que la
confrontación dañaría a ambos. Pero –llamó la atención, aludiendo a las
críticas de su interlocutor-, nadie debe inmiscuirse en los asuntos internos de
China.
El esfuerzo chino por demostrar cordialidad
no logra ocultar su enojo por la agresividad norteamericana. El mismo día
de la conversación entre ambos mandatarios Biden anunció la creación de una
fuerza de tareas especial, para contener a la potencia oriental. Lo aclaró el
secretario de Estado Antony Blinken en una entrevista que dio el martes 16 a la
productora pública de radio NPR: “Si pensamos cómo tener éxito en las
relaciones con China –sea que hablemos de la competencia o a la cooperación con
ella- en todo caso debemos tratarla desde una posición de fuerza, que se nutre
de algunos pocos elementos: una estrecha cooperación con los aliados y socios
que hayan sido afectados por las prácticas de China, intervenir enérgicamente
por nuestros valores, como por ejemplo contra los campos de concentración en
Xinjiang o el pisoteo de la democracia en Hong Kong. Y, por supuesto, estaremos
actuando desde una posición de fuerza, si invertimos en nuestra propia gente y
en nuestra propia tecnología, para ser tan competitivos como sea posible.”
El general Lloyd Austin, secretario de
Defensa y exejecutivo de la fabricante de armamentos Raytheon corresponde en el
plano militar al retorno a la estrategia de Obama concentrando las fuerzas
militares en la “contención” de China y de Rusia, supuestamente sin retirar
fuerzas del Medio Oriente y todo con un reducido presupuesto para el Pentágono.
El Departamento de Defensa, obviamente, no cuestionó el cambio de prioridades
de la nueva administración, pero sí planteó reparos sobre la compatibilidad de
las nuevas metas con el objetivo de completar esta misma primavera boreal el
retiro de las fuerzas de Afganistán.
Aunque el
secretario de Estado Blinken presenta la concentración estratégica en China
como una continuidad respecto a la línea de Trump, se trata más bien de retomar las líneas de Bush y Obama.
Desguarneciendo el Medio Oriente y concentrándose en Asia Oriental, EE.UU. deja
el campo libre para el fomento del terrorismo por Israel y Saudiarabia, que así
minan la influencia de Irán en la región, amén de dificultar las gestiones de
paz de Rusia y la expansión del Nuevo Camino de la Seda hasta el Mediterráneo.
Finalmente,
la designación de Victoria Nuland
como subsecretaria de Asuntos Políticos del Departamento de Estado, aún
pendiente de confirmación senatorial, ejemplifica palmariamente la continuidad
y repetición de las peores prácticas de Clinton, Bush y Obama en el actual
gobierno. Desde la década de 1990 Nuland sirvió a la política de sucesivos
gobiernos hacia Rusia y en el Medio Oriente. Entre 2000 y 2003 representó a su
país ante la OTAN, entre 2003 y 2005, a su vez, fue la principal asesora de
política exterior del vicepresidente Dick Cheney, de 2005 a 2008 nuevamente
estuvo en la OTAN. No obstante, su compromiso con el gobierno de George W.
Bush, en 2011 se convirtió en vocera del Departamento de Estado conducido por
Hillary Clinton, puesto desde el cual convocó y justificó el asalto al poder en Libia. Una vez que este se produjo y
que los yihadistas se apropiaron de los arsenales libios, EE.UU. los envió a Siria y Nuland nuevamente salió a defender las
“manifestaciones pacíficas” contra el gobierno de Bashir al Assad.
En septiembre
de 2013 Victoria Nuland fue designada secretaria de Estado adjunta para Asuntos
Europeos y Euroasiáticos, cargo desde el que dirigió el alzamiento ucraniano que culminó en febrero de 2014 con el
derrocamiento del presidente Yanukovich y el establecimiento de un régimen
pronorteamericano. Finalmente, en 2016 proveyó los datos que alimentaron el
informe de Christopher Steele acusando a Donald Trump de estar sostenido por
Rusia. Durante toda su carrera Victoria Nuland ha promovido políticas
exteriores de intervención mediante golpes
de estado, guerras sustitutas, agresiones directas y ocupaciones militares en
Afganistán, Irak, Libia, Siria y Ucrania. Se trata de una militante antirrusa
que propaga la guerra permanente y ahora quiere completar su obra atacando a
Rusia.