LA CULTURA DE LA POBREZA
por RUBÉN AMAYA
Frente al eclipse del sistema feudal, las masas campesinas, hambrientas y aparentemente cubiertas por el paternalismo de los señores feudales, irrumpen en el nuevo sistema como necesarias fuerzas de trabajo, tan hambrientas y miserables como antes. La burguesía buscó explicaciones a la pobreza, desde conceptos que cerraran el paso a cualquier interpretación conflictiva para el orden de la nueva sociedad.
Desde un principio, los economistas del capitalismo ubicaron la cuestión bajo una concepción individual: el desarrollo personal y colectivo, depende de la actitud de los individuos en lograr la riqueza. Adam Smith y especialmente Malthus, fundamentan la necesidad de la pobreza. La ubican como el mecanismo regulador del crecimiento demográfico, de acuerdo a las posibilidades de la sociedad, y como una amenaza, cuya única vía de salvación es el trabajo. Una conclusión importante de este enfoque, es que la pobreza no es una consecuencia del sistema, al contrario, es el castigo que el capitalismo aplica a los ociosos, a los ignorantes. Los culpables de la pobreza son los pobres. Esta explicación fundamenta a la teoría económica del poder y deja a salvo a la conciencia de economista y poderosos. La caridad, la ayuda, cualquier intervención del Estado a favor de los pobres, es caracterizada como nociva y alarmante. Dice Malthus: “Para proveer al mantenimiento de una población numerosa, es necesario una cierta capacidad de trabajo, que pueda ser provista solamente bajo el aguijón de la necesidad. Pero si las instituciones vienen a embotar las puntas de ese aguijón, si los perezosos y los negligentes, en lo que concierne a su nivel de existencia y a la seguridad de su familia, en pie de igualdad con los hombres activos y laboriosos ¿Puede creerse que cada individuo desplegará esta infatigable actividad que constituye el resorte esencial de la prosperidad de los estados?"
La única posibilidad que Adam Smith y Malthus admiten en la intervención del estado a favor de los pobres, es la creación de escuelas semi públicas, que enseñen a estos, a salir por sí mismo de la pobreza, esto es, enseñarles a ser individuos útiles al sistema. Estas propuestas nos recuerda aquellas lecciones sobre las virtudes del ahorro, que debíamos soportar en la escuela primaria, hasta los años 60, donde nos mostraban la vida miserable que debían sobrellevar los perezosos los que malgastaban sus ingresos, los ignorantes (culpables de ser ignorantes), y como eran salvados por damas nobles y generosas, mediante las famosas “sociedades de beneficencia”. En estos tiempos de pueblos estafados por ministros de economía y banqueros de todas laya, estas lecciones desaparecieron de los programa de enseñanza.
La realidad de los comienzos del siglo XXI, nos indica la justeza de la afirmación de Bertold Brecht, hecha hace casi cien años: “Más delincuente que el que roba un banco, es el que funda un banco.” Carlos Marx enfocó el problema como el resultado de la organización de la sociedad. Marx sostiene que la pobreza es un derivado natural y necesario de la producción capitalista y del proceso de acumulación del capital. Desde su origen, el capitalismo busca los medios que le permitan obtener las máximas ganancias, para ello necesita controlar los medios de producción, en este proceso encuentra dos problemas: uno, el de asegurar su posición: el otro, resolver la utilidad de los excedentes de producción creados por el sistema. Para resolver el primer problema, el poder político le permite instrumentar mecanismos “legales” que garanticen sus privilegios; el poder social, a través del control de los medios de difusión, le permite difundir e instituir su ideología, manejando la información, de manera que la población, sólo tenga como cimiento de aquellas cosas que el sistema le permita.
Afirmando la tesis de Carlos Marx, en función de lograr el máximo lucro, el capitalismo crea y mantiene un porcentaje importante de desocupados, lo cual le garantiza controlar y sostener un bajo nivel de salarios, usando a estas masas de desocupados, como rehenes en las negociaciones que se produzcan.
por RUBÉN AMAYA
Frente al eclipse del sistema feudal, las masas campesinas, hambrientas y aparentemente cubiertas por el paternalismo de los señores feudales, irrumpen en el nuevo sistema como necesarias fuerzas de trabajo, tan hambrientas y miserables como antes. La burguesía buscó explicaciones a la pobreza, desde conceptos que cerraran el paso a cualquier interpretación conflictiva para el orden de la nueva sociedad.
Desde un principio, los economistas del capitalismo ubicaron la cuestión bajo una concepción individual: el desarrollo personal y colectivo, depende de la actitud de los individuos en lograr la riqueza. Adam Smith y especialmente Malthus, fundamentan la necesidad de la pobreza. La ubican como el mecanismo regulador del crecimiento demográfico, de acuerdo a las posibilidades de la sociedad, y como una amenaza, cuya única vía de salvación es el trabajo. Una conclusión importante de este enfoque, es que la pobreza no es una consecuencia del sistema, al contrario, es el castigo que el capitalismo aplica a los ociosos, a los ignorantes. Los culpables de la pobreza son los pobres. Esta explicación fundamenta a la teoría económica del poder y deja a salvo a la conciencia de economista y poderosos. La caridad, la ayuda, cualquier intervención del Estado a favor de los pobres, es caracterizada como nociva y alarmante. Dice Malthus: “Para proveer al mantenimiento de una población numerosa, es necesario una cierta capacidad de trabajo, que pueda ser provista solamente bajo el aguijón de la necesidad. Pero si las instituciones vienen a embotar las puntas de ese aguijón, si los perezosos y los negligentes, en lo que concierne a su nivel de existencia y a la seguridad de su familia, en pie de igualdad con los hombres activos y laboriosos ¿Puede creerse que cada individuo desplegará esta infatigable actividad que constituye el resorte esencial de la prosperidad de los estados?"
La única posibilidad que Adam Smith y Malthus admiten en la intervención del estado a favor de los pobres, es la creación de escuelas semi públicas, que enseñen a estos, a salir por sí mismo de la pobreza, esto es, enseñarles a ser individuos útiles al sistema. Estas propuestas nos recuerda aquellas lecciones sobre las virtudes del ahorro, que debíamos soportar en la escuela primaria, hasta los años 60, donde nos mostraban la vida miserable que debían sobrellevar los perezosos los que malgastaban sus ingresos, los ignorantes (culpables de ser ignorantes), y como eran salvados por damas nobles y generosas, mediante las famosas “sociedades de beneficencia”. En estos tiempos de pueblos estafados por ministros de economía y banqueros de todas laya, estas lecciones desaparecieron de los programa de enseñanza.
La realidad de los comienzos del siglo XXI, nos indica la justeza de la afirmación de Bertold Brecht, hecha hace casi cien años: “Más delincuente que el que roba un banco, es el que funda un banco.” Carlos Marx enfocó el problema como el resultado de la organización de la sociedad. Marx sostiene que la pobreza es un derivado natural y necesario de la producción capitalista y del proceso de acumulación del capital. Desde su origen, el capitalismo busca los medios que le permitan obtener las máximas ganancias, para ello necesita controlar los medios de producción, en este proceso encuentra dos problemas: uno, el de asegurar su posición: el otro, resolver la utilidad de los excedentes de producción creados por el sistema. Para resolver el primer problema, el poder político le permite instrumentar mecanismos “legales” que garanticen sus privilegios; el poder social, a través del control de los medios de difusión, le permite difundir e instituir su ideología, manejando la información, de manera que la población, sólo tenga como cimiento de aquellas cosas que el sistema le permita.
Afirmando la tesis de Carlos Marx, en función de lograr el máximo lucro, el capitalismo crea y mantiene un porcentaje importante de desocupados, lo cual le garantiza controlar y sostener un bajo nivel de salarios, usando a estas masas de desocupados, como rehenes en las negociaciones que se produzcan.