El 16 de junio de 1955 la barbarie oligárquica se hacía presente nuevamente, esta vez, haciendo “llover” bombas sobre la población civil en el centro de la Ciudad de Buenos Aires dejando casi 400 muertos. Dos meses después se daba el Golpe de Estado, dejando inconclusa la Revolución Nacional. El nacionalismo católico, como en 1930, esta vez a cargo de Lonardi con su “ni vencedores, ni vencidos” dura poco: el 13 de noviembre del mismo año el liberalismo conservador probritánico encarnado en Aramburu y Rojas lo desplaza, y se hace del gobierno. El Contra-almirante Rial, en septiembre, mientras dirigentes de la CGT esperaban entrevistarse con el entonces Presidente de facto Lonardi, dejaba en claro el objetivo del golpe, recuerda Miguel Gazzera que les dijo: “Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este país el hijo del barrendero, muera barrendero.” Pero los millones de trabajadores peronistas no iban a dejar que la oligarquía se “la lleve de arriba”, entonces, se lanzan rápidamente a la Resistencia Peronista. Esa resistencia heroica que no se amedrenta con la represión, la tortura, ni con el Decreto 4161, ni aún con los fusilamientos. Esa resistencia que, en palabras de un militante del peronismo revolucionario, “El Cacho” Envar El Kadri era: “La de los que escondían los bustos de Perón y Evita, lucían el nomeolvides en la solapa, escribían panfletos a máquina y con carbónicos, y con tizones dibujaban el “Perón Vuelve” en las paredes; ayudaban solidariamente a las familias de los miles de presos, víctimas de las Comisiones Investigadoras; conspiraban con suboficiales y oficiales para dar un golpe. La de los trabajadores que defendían sus conquistas; la de los muchachos que ponían rudimentarios caños llevando el terror a las guaridas gorilas.”
César Marcos había nacido a principios de siglo, el 3 de septiembre de 1907, mientras la oligarquía porteña se preparaba para los festejos del Centenario como Granja de Su Majestad el Reino Unido, y el yrigoyenismo se encontraba conspirando y conformando lo que sería el primer movimiento nacional de nuestro país. De muy pequeño había adquirido, por consejo de su madre, el hábito de la lectura, de modo que a los 12 años leía a Marx en el tranvía. Lector voraz, con educación formal primaria, será autodidacta. Trabaja desde joven haciendo changas en el Mercado Dorrego. Luego de la conscripción, participa en el Ejército en la compañía de Archivistas, allí comienza a “escribir para otros”. Lleva a ser Suboficial del Ejército. Interesado por la historia argentina, asumiendo una posición revisionista, durante la década infame se integra al Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manual de Rosas. Años más tarde afirma: “La historia es siempre eso: una eterna lucha entre la opresión y la liberación.” Neutralista durante la Segunda Guerra Mundial, trabaja luego del golpe de 1943 como Director General de Espectáculos. Apasionado latinoamericanista, a su hija Mercedes le dice Ñusta (princesa inca). Por esa época, influencia a la figura de John William Cooke, quien era por entonces (sin “escapar” a la superestructura cultural de colonización pedagógica), anti-rosista, unitario, rupturista, y pro-inglés, bajo la figura de su padre, un radical conservador. Conversa asiduamente con el joven Cooke (Marcos le lleva poco más de 10 años), y “otorga a estas conversaciones una óptica nacional que resulta novedosa para ese John William Cooke atrapado aún por mitos de la escuela y del Radicalismo en declinación.” De allí, nacerá una profunda amistad que durará muchos años, y cuando Cooke sea Diputado en el primer gobierno de Juan Perón, éste es asesor del “Bebe”. Más tarde, en 1954 será artífice con Cooke de la Revista De Frente. Una vez producido el Golpe de Estado, Cooke se pone rápidamente en contacto con Perón: “Cooke fue (dice Perón) el único dirigente que se conectó a mí y el único que tomó abiertamente posición de absoluta intransigencia, como creo yo que corresponde al momento que vive nuestro Movimiento.” Comienza entonces, apenas producido el Golpe, junto con César Marcos y Raúl Lagomarsino, entre otros, a organizar la Resistencia Peronista. Organizan conjuntamente el Comando Nacional Peronista, que buscaba articular la lucha. El “Bebe” Cooke” nombrado por Perón el 2 de noviembre como su representante en la Argentina, y su heredero en caso de muerte, había sido detenido tiempo antes estando “guardado” en la casa del historiador José María Rosa. Cuando Cooke esté preso, quedarán a cargo en la “superficie” Marcos y Lagomarsino.
César Marcos había sido detenido una semana antes del levantamiento de Valle y Tanco en junio de 1956, junto con otros cinco militantes del Comando Nacional. Sufre estando detenido un simulacro de fusilamiento, e incluso el 11 de junio aparece como “fusilado” en la primera página de La Razón. Sale de la cárcel a fines del ’57. Veintisiete fusilados por una Revolución que no tiró ni veintiséis tiros, sostiene Salvador Ferla. Marcos dice al respecto de los fusilamientos. “es igual en Villamayor, en 1856, que cien años después, en 1956, en los basurales de José León Suárez, en los fusilamientos de Lanús y la penitenciaría.” César Marcos, como decíamos, será uno de los artífices de la Resistencia Peronista. Cuenta Marcos que: “en 1955 fue la caída. Entonces el cielo entero se nos vino encima. El mundo que conocíamos, el mundo cotidiano, cambió por completo. La gente, los hechos, el trabajo, las calles, los diarios, el aire, el sol, la vida se dio vuelta. De repente entramos en un mundo de pesadilla en que el Peronismo no existía.” Se lanza una consigna que unifica a la resistencia, un reclamo sin “medias tintas” que grita: Perón Vuelve. Asimismo afirma que: “tuvimos que entender que una insurrección auténtica no nace en los cuarteles sino en el seno del Pueblo. Las revoluciones legítimas no se improvisan ni surgen sin un proceso previo de maduración y de preparación.” Cuenta Marcos que los golpistas en la feroz represión que lanzan detienen a los dirigentes sindicales de primera e incluso segunda línea. Otros se exilian, algunos “negocian”. Allí surge entonces una “nueva camada” de dirigentes sindicales, que se hacen al calor de la lucha. Por entonces, en el año 1957 Marcos (junto con Lagomarsino), comienza a editar una publicación que llama (¿premonitoriamente?) El Guerrillero. En esas páginas se desenvuelve como editorialista, según consta en la investigación de Fernando Monzón (h), bajo el seudónimo de Juan Caracas (Juan por Perón, y Caracas porque el líder se encontraba en esa ciudad). Escribirá allí 17 editoriales entre el ’57 y el ‘58. La publicación es realizada desde las cárceles de Caseros y Magdalena. Desde allí denunciará a la “Revolución Fusiladora”. En uno de esos editoriales dice al respecto de este cambio de dirigentes: “nuevos hombres, nuevas fuerzas, son las que han asumido, en calidad y en profundidad, los comandos efectivos de la conducción (…) hemos sido espectadores, de primera fila, de una crisis total de la antigua dirección (…) pero de la misma entraña del Pueblo, de las filas del Movimiento, fueron surgiendo nuevos dirigentes.” Marcos no solía escribir, o mejor dicho no solía firmar los escritos que, en general, escribía para otros. Ha escrito hasta libros enteros para otros. Desde 1943 hasta que muere en el ’87, recibe en su casa a quien quiera conversar con él, “era cultor de una relación que podría definirse como socrática. Escuchaba atentamente, y respondía con respeto.” En otro editorial de “El Guerrillero” grita “¡a la lucha! Hambre, cárcel y tumbas ofrece el Gobierno al pueblo trabajador.” En el Nº 4 afirma la lealtad al líder exiliado, e identifica al enemigo sosteniendo que “el Movimiento no es una estancia, ni tiene patrones. Tiene sí, un jefe. (…) Un Movimiento como el nuestro se define precisamente por su intransigencia frente a los sistemas internos y externos, que deben ser destruidos.” Al siguiente editorial profundiza el análisis estableciendo: “es el enfrentamiento de fuerzas políticas perimidas contra fuerzas históricas en ascenso. (…) De un lado, el frío mecanismo de una política entreguista y cipaya, antinacional y antipopular. Del otro, la concepción y la práctica histórica, el fervor telúrico que se sinteriza en la Soberanía política, la Independencia económica y la Justicia social.” El de Marcos y El Guerrillero es un Peronismo intransigente, que se aleja de los pactos, y no ve otra salida que la vuelta sin condicionamientos de Perón a nuestro país, afirma en un editorial: “Dijo Perón: “el Pueblo no puede ser vencido.” Los que quieren seguir que sigan… La lucha entre el Pueblo y la oligarquía sólo puede resolverse por la insurrección. ¡Perón sí Otros no! Observamos cómo César Marcos, por un lado, ejerce su militancia en la conspiración, en el armado de los núcleos de la Resistencia, en el enfrentamiento directo con la canalla dictatorial; y por otro, al mismo tiempo, se dedica a reflexionar, hablar con los compañeros, seguir formándose, y a escribir como parte de esa lucha. En los años 70 Marcos, desde la Unidad Básica John W. Cooke abre espacios de discusiones con los sectores de La Tendencia, con los cuales encuentra proximidad. Si bien es crítico del gobierno de Isabel Perón, sostiene la idea que hay que evitar el golpe. Un compañero anota que “en la Resistencia (Marcos) fue una especie de guardián de la Doctrina (otro afirma que) todo aquel que pensara en una Organización revolucionaria dentro del Peronismo iba a ver al viejo.”
César Marcos fue uno de los principales actores de la Resistencia Peronista, esa acerca de la cual él mismo realizó esta certera reflexión: “después de Caseros pasaron más de ochenta años de escamoteo histórico, de falseamiento de la verdad nacional, de ignorancia premeditada de la época de Rosas el Grande. (…) NOSOTROS, LOS PERONISTAS DE LA PRIMERA RESISTENCIA, EVITAMOS LA REPETICIÓN DE CASEROS. Sin permitir que se apagara, mantuvimos encendida la llama sagrada de Perón. Y esa llama fue la que, al final, floreció en la gran hoguera del 25 de mayo de 1973."