por
Juan Godoy
“A esos poderes
malignos los podemos llamar Imperialismo internacional del dinero y oligarquías
nativas que son las que le chupan la sangre al Pueblo argentino, siguiendo precisamente
a ese Imperialismo. Esas minorías se han enriquecido a costa del sufrimiento
del Pueblo argentino y pretenden seguir usufructuando sus privilegios” (Mugica,
1973: 10)
Pretendemos aquí abordar la
cuestión de la religiosidad
alejándonos de la idea de que toda religiosidad constituye un opio para los pueblos, y que la misma
retardaría siempre los procesos de Liberación. Así la religión, sea ligada a la
jerarquía eclesiástica o a lo popular tendría el papel invariable de la
reacción y mantención del orden social vigente. Esto es, la religión como opio
de los pueblos, concebida como un obstáculo, como una tara más de los sectores
de academicistas y/o de izquierda abstracta que se alejan de la Cultura Nacional
e importan acríticamente “modelos”
realizados en y para otras realidades. Desde nuestra visión,
el campo religioso es una disputa permanente por su sentido: puede servir para
la Liberación o para la mantención de la opresión. Un recorrido por nuestra
historia nacional muestra cantidad de ejemplos de religiosos comprometidos con el Pueblo y la lucha por la Liberación Nacional.
Tempranamente vemos a Grela, participando como “chispero” en la Revolución de
Mayo y luego apoyando a Dorrego. A Aparicio, quien también está “con armas en
la mano” en el bando revolucionario, o al Fray Beltrán, quien contribuye al
armado del Ejército sanmartiniano en Mendoza y luego se pone bajo las órdenes
de Bolívar. Y más acá a Angelelli, Obispo de los pobres riojanos, a Hernán
Benítez, confesor de Eva Perón, a Novak, luchador por los Derechos Humanos y
contra la entrega del menemato, al “Pocho” Leprati, asesinado por la represión
en 2001, por citar sólo algunos casos entre los que claramente ubicamos al
Padre Carlos Mugica.
Nacido apenas comenzada la Década Infame,
donde reinaba el hambre, la miseria y la desocupación, en el seno de una
familia conservadora y de buena posición económica, se ordena Sacerdote a fines
de la década de 1950 y en 1968 se suma a un Equipo Pastoral en las Villas y comienza
a participar en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que se
enfrenta a la jerarquía eclesiástica y se suma a los procesos de Liberación del
Tercer Mundo. No es el surgimiento de una nueva Teología sino de una profunda “reflexión teológica desde la perspectiva de
los pobres de Latinoamérica.” (Dri, 1987: 9) Parten del análisis de los países
latinoamericanos como semicolonias exportadoras de materias primas dependientes
de los países desarrollados y sostienen la “firme
adhesión al proceso revolucionario, de cambio radical y urgente de sus
estructuras y nuestro formal rechazo del sistema capitalista vigente y todo
tipo de Imperialismo económico, político y cultural.” (MSTM, 1969) Para el Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo, Dios está en los sectores populares y no
dentro del Templo. (Dri, 1996) Desde aquí, Mugica va a desarrollar una práctica
que pretende encauzar al Cristianismo en la senda revolucionaria y antiimperialista.
Este proyecto cristiano vendría de sus propias raíces ya que Jesús lidera un
Movimiento de Liberación contra el Imperio Romano. (Dri, 2004) Por eso Mugica
sostiene que: “Cuando los hombres de hoy
luchan por extirpar las clases que dividen a los hombres en explotadores y
explotados, y se oponen al Neocolonialismo y al Imperialismo, están reconociendo
en la práctica, tal vez sin advertirlo, la fuerza del mensaje que Cristo trajo
hace dos mil años.” (Mugica, 1973: 32) Cuando plantea la Liberación de los
países del Tercer Mundo, sostiene: “Estoy
convencido que en la Argentina sólo hay salida a través de una revolución, pero
una revolución verdadera, es decir simultáneamente: cambio de estructuras y
cambio de estructuras internas.” (Ibídem: 10) Romper con el orden social
injusto, con la estructura dependiente, y al mismo tiempo, con la introyección
del opresor, porque el Imperialismo penetra las conciencias de quienes oprime,
llevándolos a reproducir los mismos valores.
La praxis revolucionaria de Mugica no es para los pobres, sino más
bien es desde y junto con los pobres,
imbuido en sus problemas, en sus anhelos es cómo se va a poder avanzar
conjuntamente en el camino de la Liberación del hombre y de la Patria, en sus
palabras: “Nuestra realización “desde el
Pueblo y con el Pueblo”, acompañando al Pueblo.” (Ibídem: 43) No hay
“vanguardismo iluminado” en Mugica. Se trata de crear relaciones horizontales
en oposición a la verticalidad y al elitismo del Episcopado. Mugica considera
que “La misión de la Iglesia es ser voz
de los que no tienen voz” (Ibídem: 43), y el Sacerdote debe integrarse, por
consiguiente, en la lucha por la Liberación Nacional, así: “No puede no hablar. No puede no actuar, si quiere seguir siendo
Sacerdote de Jesucristo y no Sacerdote del statu quo.” (Ibídem: 50). Poco
tiempo antes de su asesinato a manos de un grupo de la Triple A, había
sostenido: “Los cristianos estamos
llamados a dar testimonio de la verdad, y a la lucha con todas nuestras fuerzas
contra la injusticia, aunque esto traiga como consecuencia, la cárcel, las
torturas, el secuestro y eventualmente la muerte.” (Ibídem: 52). Mugica fue
consecuente entre la palabra y la acción, dejó su vida luchando palmo a palmo
con el Pueblo peronista por una Iglesia que se enfrentase al Imperialismo y a la
oligarquía para instaurar una sociedad más Justa, Soberana e Independiente.
Bibliografía
Dri, Rubén (1987), La Iglesia que nace del Pueblo, Buenos Aires: Nueva América
Dri, Rubén (1996), Autoritarismo y Democracia en la Biblia y en la Iglesia, Buenos
Aires: Biblos
Dri, Rubén (2004), El movimiento anti-imperial de Jesús, Buenos Aires: Biblos
Documento
MSTM (1969)
Espasande, Mara (2005), “Carlos Mugica (1930-1974)”,
Galasso, N. (Comp.), Los malditos. Vol.
2, Buenos Aires: Madres de Plaza de Mayo
Mugica, Carlos (1973), Peronismo y Cristianismo, Buenos Aires: Merlín.