Las urgencias y
prioridades de la batalla cultural, que, como predica incansablemente nuestro
Director (*), es necesario entablar hacia fuera pero muchas veces también hacia
dentro del Movimiento Nacional, nos obligan a posponer por este número la
continuación del artículo sobre Rodó que habíamos iniciado en el Cuaderno N°41. Hoy queremos analizar brevemente, antes de que se
despeje del todo la polvareda que produjo, el artículo sobre Arturo Jauretche
que publicara Hernán Brienza en Tiempo Argentino del pasado 25 de mayo, fecha
en que se cumplía el 40° aniversario de la muerte del gran pensador, bajo el
provocativo título de “¿Es necesario traicionar a Jauretche?” No dudamos de que Brienza es un avezado periodista
y, como tal, ha leído concienzudamente la obra de Jauretche. Es más,
recordamos, con cierta delectación, haberlo oído alguna vez criticando con
sagacidad jauretcheana la vena antiperonista, por no decir gorila, de Tato
Bores, ante la notoria incomodidad de los columnistas de “6 7 8”, que hasta la
intervención de Brienza habían venido haciendo calurosos panegíricos del
recordado humorista de la peluca y el habano. Conocíamos también, y esto lo
recordamos ya con menos delectación, un suplemento especial de la revista Noticias, publicado en vísperas de las elecciones de octubre de 2007, en el
que se ensayaba, con ramplón desparpajo, es decir al estilo Fontevecchia, una
biografía “no autorizada” de la por entonces Candidata presidencial del Frente
Para la Victoria, Cristina Fernández de Kirchner. Una producción -tan
pestilente como infructuosa- que bien hubieran podido escribir Jorge Rial o
Luis Ventura, pero que, paradójicamente, estaba firmada por… Hernán Brienza. Ese
suplemento, en el que aviesamente se llega a poner en duda la autenticidad del
título de abogada de Cristina, puede leerse aquí:http://noticias.perfil.com/ 2013-09-14-38019-la-perdida-bio grafia-de-brie....
Quienes, por un optimismo ingénito (algunos lo
tildarán de ingenuo), descreemos del proverbial “piensa mal y acertarás”,
preferimos obviar aquel mal paso del periodista ofreciéndole crédito de buena
fe a su posterior y apresurada conversión al más fervoroso “cristinismo”. Esa
conversión, es bueno añadirlo, le deparó poco después la oportunidad de
convertirse en espada mediática kirchnerista, miembro prominente del Instituto
de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego y editorialista “estrella” del diario
progubernamental Tiempo Argentino. Uno de esos editoriales dominicales es,
precisamente, el dedicado a Jauretche al que aludimos más arriba. En él, Brienza empieza asegurando que la
popularización, en los últimos años, de la figura de Arturo Jauretche
constituye al mismo tiempo una buena y una mala noticia. Lo primero,
obviamente, porque representa un acto de justicia; lo segundo “porque nos hace
comprender que desde aquella fecha en que el autor del Manual de zonceras
argentinas dijo que tenía que partir, quedó una fecha vacía en el almanaque de
las ideas políticas del Peronismo.” Dejemos pasar esta parcialización partidista de
Jauretche, quien siempre se proclamó nacional antes que peronista. Marginemos
piadosamente, asimismo, que el autor, acaso encandilado por los pergaminos
académicos de dos intelectuales a los que sin duda admira, contemple con cierta
reminiscencia bucólica que Horacio González y José Pablo Feinmann campean “por
los caminos venturosos de las ideas argentinas”, aunque seguramente, aclara, ni
ellos mismos se reconocerían como “pensadores nacionales y populares en el
sentido clásico del término”. No se detiene Brienza a aclarar cuál sería el
sentido no clásico del término, pero no importa, dejemos también pasar esa
aparente contradicción de percibir “ideas argentinas” en pensadores ni
nacionales ni populares (en el sentido clásico del término) cuando reconocerse
en lo nacional y desde lo popular parecieran requisitos indispensables para
generar alguna clase de “ideas argentinas”. Un poco más difícil de soslayar es, en cambio, la
afirmación de que, en su célebre Medio Pelo, Jauretche analiza “el fenómeno
aspiracional de la clase media argentina”, cuando, como es público y notorio
hasta para quien haya hojeado distraídamente ese libro, allí Jauretche describe
“el fenómeno aspiracional” de la burguesía nacional, no de “la clase media
argentina”. Tampoco es fácil de digerir que se tilde de “interesante y
divertido” al Manual de zonceras argentinas, uno de los libros más enjundiosos
y esclarecedores de la ensayística nacional de todos los tiempos. Brienza
conoce muy bien el sentido y matiz de cada palabra como para no apreciar el
desdeñoso juicio que alberga dicha adjetivación.
En otro pasaje de su artículo Brienza, que poco antes
ha citado a Scalabrini y Hernández Arregui como a los otros dos “mosqueteros”
del pensamiento nacional, afirma que no ha habido un pensador nacional que
alcanzara la altura de Jauretche. Con lo que a estar de esa aseveración don
Arturo vendría a ser algo así como el D’artagnan hoy resurrecto de la mentada
trilogía. Pero no nos alegremos tanto de dicha resurrección, alerta Brienza,
porque ella nos habla de las virtudes del pensamiento de Jauretche pero al
mismo tiempo de nuestro fracaso en la generación de nuevos jauretches capaces
de superar al maestro sin repetirlo. Ello revelaría, según Brienza “cierta
necrosis del ideario nacional”. El periodista historiador, como lo calificara
afectuosamente su otrora difamada Cristina, pareciera desconocer las vicisitudes
de silenciamiento, tergiversación, intentos de exterminio en suma, por las que
han pasado el “ideario nacional” y sus protagonistas más destacados a lo largo
de la mayor parte del último medio siglo y pico. Pareciera ignorar, además, que
pese a todas las adversidades, contamos hoy con la presencia siempre vigente de
intelectuales de la talla de Norberto Galasso, Alfredo Eric Calcagno, Eduardo
Romano, Eduardo Basualdo, Mario Rapoport, para sólo citar unos pocos al azar,
lo que evidencia palmariamente que tal necrosis es sólo un mito, una zoncera
más de las que seguramente, de vivir, se hubiera burlado don Arturo en alguno
de sus libros “interesantes y divertidos”. Sin embargo, como si ya con esto no tuviéramos
bastante, Hernán Brienza nos reserva la frutilla del postre, el broche de oro
(muerto) de su meditado texto. “No hay posibilidad de mantener viva una
tradición sino es traicionándola”, asevera muy borgiana, o cobosianamente. Y
agrega más adelante: “El Peronismo hoy –y el kirchnerismo como magma que lo
mantiene caliente– debe traicionar al Pensamiento Nacional, debe cuestionar sus
formas, sus condensaciones coaguladas, sus calambres. Y debe abrir nuevos
diálogos con la modernidad, la posmodernidad, la liquidez, la pluralidad, la
democratización de las sociedades, los medios masivos de comunicación,
resemantizarse, complejizar los discursos y los conceptos, deslindarse de
viejos maniqueísmos, adquirir nuevos significantes. El pensamiento nacional
debe construir un nuevo mapa de referencias conceptuales –de hecho lo hace en
baja intensidad, apenas perceptiblemente– que "traicione" de buena
manera los viejos marcos teóricos del nacionalismo popular y del revolucionario
de los años sesenta y setenta”. He ahí el meollo, el núcleo central, el “magma” que
termina por calentar el artículo de Brienza, al par que a no pocos de sus
lectores. El mismo nos sugiere una serie de preguntas de muy difícil respuesta.
¿”Traicionar” quiere decir “superar” en el diccionario particular del
articulista? Si así fuera podríamos llegar a estar de acuerdo. Pero para la
Real Academia, y creo que para todos nosotros, cientistas sociales o meros
ciudadanos de a pie, traición significa simplemente “no ser fiel una persona y
no ser firme en los afectos o ideas o faltar a la palabra dada”. ¿Propone eso
el compañero Brienza? ¿No ser firme en la defensa de las ideas nacionales, por
más coaguladas y acalambradas que (le) parezcan? Por otra parte, ¿cuáles son
los viejos maniqueísmos de los que debemos deslindarnos? ¿Los de Liberación o Dependencia?
¿Pueblo u Oligarquía? ¿Frente Nacional o Frente Cipayo? ¿Patria sí, Colonia no?
Como buen periodista todo terreno, Brienza navega
con mucha comodidad por las nebulosas de la enumeración abstracta. ¿Por qué no
explicar más concretamente qué quiere decir con eso de: "el pensamiento
nacional debe construir un nuevo mapa de referencias conceptuales”? ¿Cuáles son
esas “referencias conceptuales” que el Kirchnerismo parece manejar casi
furtivamente, en forma poco menos que imperceptible, salvo para el ínclito
periodista historiador? ¿Dónde radica la vejez de los "marcos
teóricos" del nacionalismo popular y revolucionario a los que se alude?
¿Cómo se los puede traicionar, con o sin comillas, "de buena manera"?
¿Acaso “complejizando los discursos y los conceptos”, con lo que el pensamiento
nacional y popular perdería, por lo menos, una de sus patas fundamentales,
premisa que Jauretche entendió tan bien al hablar “para todos sus paisanos”?
¿No será que en el fondo lo que propone Brienza es “campear por los caminos
venturosos de las ideas argentinas” que hoy recorren, sin considerarse siquiera
herederos de Jauretche, Feinmann, el admirador de Milcíades Peña, y el oscuro
González, perito en lunas y erudito en nubes o cerros de Úbeda y alrededores? Hace cuarenta años, al poco tiempo del
fallecimiento del Presidente Perón, Ernesto Goldar publicó un olvidable librito
de no muy afortunado título: ¿Qué hacemos con Perón muerto? Parafraseando el
mismo, nos hacemos la última y crucial pregunta: ¿no será que “matar” a los
“monstruos sagrados”, entre ellos a Jauretche, como sugiere Brienza, significa
en el peculiar vocabulario brienzano “¿qué hacemos con Jauretche vivo?”.
*Publicado en Cuadernos de la Izquierda Nacional N° 42