lunes, 16 de noviembre de 2015

Esto que nos está ocurriendo…



Manolo Ares, noviembre 2015

Esto que nos está ocurriendo, ya nos aconteció. En general, no comulgo con Borges –cosa que importa muy poco, especialmente a Borges, si viviera-, no obstante, debo confesar que aquella su hipótesis –acaso fundada en el conocido aforismo que sostiene que, el hombre es el único animal que tropieza más de una vez con la misma piedra-, aquella hipótesis decía, mediante la que planteaba que la historia transitaba por una trayectoria circular, razón por la que los ciclos se reiteraban una y otra vez, tiene visos de realidad. De modo que, y volviendo al asunto, esto que nos está ocurriendo a los argentinos,  políticamente hablando, de  interrumpir un período en el que el discurso dominante versa sobre la soberanía, la independencia y la redistribución de la riqueza, temas de por sí  irritantes y traumáticos en tanto conllevan la confrontación  con poderes fácticos –internos y externos- de altísimo nivel, satura y agota a los sectores medios. Esos sectores que han recuperado –y otros que han llegado a serlo- su estatus post crisis 2001, quieren vivir su vida allende los demás. Ya no desean escuchar nada más sobre Singer, ni el MERCOSUR, ni políticas contracíclicas, ni absolutamente nada. Él ya llegó. Convencido de que lo logró por su sólo esfuerzo y de que no le debe nada a nadie y, mucho menos, al contexto socioeconómico pergeñado en el ámbito nacional. Se olvidó de que estuvo socialmente muerto y que lo resucitaron –porque nadie resucita en soledad- y, por supuesto también de que, quienes fueron  sus asesinos sociales, pueden, y  volverán a matarlo. Como dice Martí, se olvidó de los gigantes de las siete suelas que arrasan con todo. Él quiere vivir tranquilo, sacar la enseña nacional para un mundial de fútbol o de rugbi, pero de ninguna manera izarla cotidianamente en defensa de los intereses del conjunto de los más débiles. Entre los que él está aunque no quiera –o ignore-asumirlo. Quiere que lo gobiernen y no un gobierno que le proponga la lucha cotidiana. Podría enumerar una lista con los momentos históricos en los que este fenómeno aconteció, pero la restringiré a sólo uno que, sin embargo, comprende a dos figuras cumbres de la historia sudamericana a quienes, presumo, casi nadie pondrá en tela juicio. Y que por lo mismo, resultaría paradigmático. Tales son: San Martín y Bolívar.
 Una vez lograda la independencia de Chile y cuando preparaba el ataque al corazón del poder realista en Perú, la alta burguesía porteña con Rivadavia a la cabeza le cortó toda suerte de ayuda a San Martín. Otro tanto le ocurrió a Bolívar con la alta burguesía de la Gran Colombia. Y, por debajo de ellas, sus gerentes, amanuenses y tinterillos de laya diversa, es decir, el medio pelo de entonces. Déjennos ya de guerras independentistas, les decían, de unión sudamericana y sandeces por el estilo, ya está. Ya tenemos lo que queríamos: buen libre comercio con los europeos, particularmente con los ingleses, que nos traen todo hecho. Para qué queremos fabricar bayetas si con nuestras lanas nos traen telas finas y baratas.  Esta fue la actitud mezquina y egoista de las altas burguesías y sus tinterillos que nos desmbarcó en  los Estados Desunidos de Sudamérica, proyecto absolutamente cotrario al de aquellos dos grandes hombres.  Ahora bien, sin ser yo un admirador del estilo capitalista de los Estados Unidos del Norte, debo decir, que tal permanente y negativa actitud de nuestros seudocapitalistas y sus voceros y amanuanses, es lo que cabalmente nos diferencia de ellos. Esa diferencia fue y es lo que mantiene unidos a los Estados del Norte. EUA, un país que, al igual que la mayoría de los nuestros fue construido con transplantados mundiales de toda laya, a posteriori de la guerra independentista se sumergió en la más larga y sangrienta guerra civil de América toda hasta que, el Norte industrialista, le impuso su modelo de desarrollo al Sur esclavista y exportador de materias primas. Estuvo cien años cerrado al libre comercio internacional porque primero estaba el consumo interno –no necesitamos esclavos sino asalariados que consuman, decía Lincoln- y luego, cuando se sintió fuerte y capaz, se lanzó al mercado internacional. Hasta sus padres ingleses se le quejaban al expresidente Ulisas S. Grant –por entonces canciller- ¿hasta cuando las barreras?, y Grant, les repondía: hasta que seamos como ustedes y podamos competir en igualdad. Por lo cual, reitero, esto ya nos pasó y, además, que Borges tenía razón al menos con respecto a nosotros. Nuestra historia  resulta en un círculo vicioso que, cada tanto, debe recomenzar de cero. Así será hasta que comprendamos por qué San Martín no debió morir en el exilio, ni Rivadavia debió ser homenajeado con la avenida más larga del “orbe”, así, con minúscula y encomillado porque se trata del pequeño “orbe” de los mezquinos y egoistas. Hasta ese momento, hasta que no entendamos por qué San Martín sí es un héroe nacional, pero no así Rivadavia, nunca llegaremos a ningún lado y seguiremos siendo, per sécula seculorum, pura lateralidad mundial. Comprender las diferencias ideológicas de la traumática relación entre San Martín y Rivadavia –que la historiografía del establishment ha escondido cuidadosamente-, es una de las claves históricas básicas para poder definir si aspiramos o no a construir un país verdaderamente soberano.


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