Manolo Ares, noviembre 2015
Esto que nos está ocurriendo, ya
nos aconteció. En general, no comulgo con Borges –cosa que importa muy poco,
especialmente a Borges, si viviera-, no obstante, debo confesar que aquella su
hipótesis –acaso fundada en el conocido aforismo que sostiene que, el hombre es
el único animal que tropieza más de una vez con la misma piedra-, aquella hipótesis
decía, mediante la que planteaba que la historia transitaba por una trayectoria
circular, razón por la que los ciclos se reiteraban una y otra vez, tiene visos
de realidad. De modo que, y volviendo al asunto, esto que nos está ocurriendo a
los argentinos, políticamente hablando,
de interrumpir un período en el que el
discurso dominante versa sobre la soberanía, la independencia y la
redistribución de la riqueza, temas de por sí
irritantes y traumáticos en tanto conllevan la confrontación con poderes fácticos –internos y externos- de
altísimo nivel, satura y agota a los sectores medios. Esos sectores que han
recuperado –y otros que han llegado a serlo- su estatus post crisis 2001,
quieren vivir su vida allende los demás. Ya no desean escuchar nada más sobre
Singer, ni el MERCOSUR, ni políticas contracíclicas, ni absolutamente nada. Él
ya llegó. Convencido de que lo logró por su sólo esfuerzo y de que no le debe
nada a nadie y, mucho menos, al contexto socioeconómico pergeñado en el ámbito
nacional. Se olvidó de que estuvo socialmente muerto y que lo resucitaron
–porque nadie resucita en soledad- y, por supuesto también de que, quienes
fueron sus asesinos sociales, pueden,
y volverán a matarlo. Como dice Martí,
se olvidó de los gigantes de las siete suelas que arrasan con todo. Él quiere
vivir tranquilo, sacar la enseña nacional para un mundial de fútbol o de rugbi,
pero de ninguna manera izarla cotidianamente en defensa de los intereses del
conjunto de los más débiles. Entre los que él está aunque no quiera –o
ignore-asumirlo. Quiere que lo gobiernen y no un gobierno que le proponga la
lucha cotidiana. Podría enumerar una lista con los momentos históricos en los
que este fenómeno aconteció, pero la restringiré a sólo uno que, sin embargo,
comprende a dos figuras cumbres de la historia sudamericana a quienes, presumo,
casi nadie pondrá en tela juicio. Y que por lo mismo, resultaría paradigmático.
Tales son: San Martín y Bolívar.
Una vez lograda la
independencia de Chile y cuando preparaba el ataque al corazón del poder
realista en Perú, la alta burguesía porteña con Rivadavia a la cabeza le cortó
toda suerte de ayuda a San Martín. Otro tanto le ocurrió a Bolívar con la alta
burguesía de la Gran Colombia. Y, por debajo de ellas, sus gerentes, amanuenses
y tinterillos de laya diversa, es decir, el medio pelo de entonces. Déjennos ya
de guerras independentistas, les decían, de unión sudamericana y sandeces por
el estilo, ya está. Ya tenemos lo que queríamos: buen libre comercio con los
europeos, particularmente con los ingleses, que nos traen todo hecho. Para qué
queremos fabricar bayetas si con nuestras lanas nos traen telas finas y
baratas. Esta fue la actitud mezquina y
egoista de las altas burguesías y sus tinterillos que nos desmbarcó en los Estados Desunidos de Sudamérica,
proyecto absolutamente cotrario al de aquellos dos grandes hombres. Ahora bien, sin ser yo un admirador del
estilo capitalista de los Estados Unidos del Norte, debo decir, que tal
permanente y negativa actitud de nuestros seudocapitalistas y sus voceros y
amanuanses, es lo que cabalmente nos diferencia de ellos. Esa diferencia fue y
es lo que mantiene unidos a los Estados del Norte. EUA, un país que, al igual
que la mayoría de los nuestros fue construido con transplantados mundiales de
toda laya, a posteriori de la guerra independentista se sumergió en la más
larga y sangrienta guerra civil de América toda hasta que, el Norte
industrialista, le impuso su modelo de desarrollo al Sur esclavista y
exportador de materias primas. Estuvo cien años cerrado al libre comercio
internacional porque primero estaba el consumo interno –no necesitamos esclavos
sino asalariados que consuman, decía Lincoln- y luego, cuando se sintió fuerte
y capaz, se lanzó al mercado internacional. Hasta sus padres ingleses se le
quejaban al expresidente Ulisas S. Grant –por entonces canciller- ¿hasta cuando
las barreras?, y Grant, les repondía: hasta que seamos como ustedes y podamos
competir en igualdad. Por lo cual, reitero, esto ya nos pasó y, además, que
Borges tenía razón al menos con respecto a nosotros. Nuestra historia resulta en un círculo vicioso que, cada
tanto, debe recomenzar de cero. Así será hasta que comprendamos por qué San Martín
no debió morir en el exilio, ni Rivadavia debió ser homenajeado con la avenida
más larga del “orbe”, así, con minúscula y encomillado porque se trata del
pequeño “orbe” de los mezquinos y egoistas. Hasta ese momento, hasta que no
entendamos por qué San Martín sí es un héroe nacional, pero no así Rivadavia,
nunca llegaremos a ningún lado y seguiremos siendo, per sécula seculorum, pura
lateralidad mundial. Comprender las diferencias ideológicas de la traumática
relación entre San Martín y Rivadavia –que la historiografía del establishment
ha escondido cuidadosamente-, es una de las claves históricas básicas para
poder definir si aspiramos o no a construir un país verdaderamente soberano.