Por Juan Godoy*
“Escritor
nacional es aquel que se enfrenta con su
propia circunstancia, pensando en el país y no en sí mismo”. (Hernández
Arregui, 2004: 19)
“un día se oyó
en las calles de Buenos Aires el grito de “Libros no, alpargatas sí”. Muchos se
escandalizaron. Primero que nadir, los que habían escrito libros que valían
menos que una alpargata. Pero la mayoría comprendió: con ese grito se estaba
repudiando a una clase intelectual que vivía de espaldas al país y a su
hombre”.
(Cooke, 2010: 71)
Más
de cien años pasaron que José Martí reclamara: “la universidad europea debe ceder a la universidad americana. La
historia de América, de los incas hasta acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque
no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la
Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de
reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo;
pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas” (Martí, 2005: 12), por
citar un caso emblemático de los tantos que han reclamado que la universidad se
ligue a las necesidades nacionales, y a la tradición de pensamiento
latinoamericana. Esas ideas, dejando de lado algunos momentos y proyectos
particulares, no han logrado penetrar las instituciones educativas. El
eurocentrismo, enciclopedismo y el estar de espaldas a las necesidades de la
patria es lo que ha predominado.
En este marco, la corriente de
pensamiento nacional ha sido francamente ninguneada o negada en los ámbitos
académicos. Hoy día después de una década de varios proyectos
nacionales-populares en nuestro continente, la situación dista de ser diferente
sobre todo en las universidades tradicionales[1]. Asistimos reiteradamente
a personajes, algunos lamentablemente desde el “campo nacional”, que resisten a
adoptar una matriz de pensamiento nacional, sostienen que es “poco serio”, que
ya está “pasado de moda”, que esas categorías no se aplican más, y que es
necesario estar acorde al siglo XXI. Argumedo afirma al respecto que “hay un sentido común difundido en las
ciencias sociales, según el cual determinadas corrientes teóricas son las
corrientes teóricas; fuera de ellas sólo se dan opacidades, manifestaciones
confusas, malas copias de los originales. Las vertientes de corte nacional y
popular en América Latina tradicionalmente han caído dentro de esta última categoría”. (Argumedo, 2002:
10)
Llamativo
resulta que los que enuncian este discurso suelen adoptar marcos teóricos del
siglo XVIII y XIX, y realizados en realidades muy lejanas a las nuestras. Evidentemente,
hay que decirlo: civilización y barbarie
cala profundo, aún hoy en los pasillos de nuestras universidades, porque al fin
y al cabo no deja de ser un pensamiento pre-juicioso que considera que lo ajeno
(Europeo o Norteamericano claro), es mejor por el mero hecho de serlo que lo
nacional, que es “malo” también por el mero hecho de serlo. Así, la importación
acrítica de ideas aparece de sobremanera, por eso Ricardo Rojas advierte: “a causa del vacío enciclopedismo y la simiesca
manía de imitación, que nos llevara a estériles estudios universales, en
detrimento de una fecunda educación nacional”. (Rojas,
1971: 137)
Desde
este esquema teórico, sólo puede surgir un pensamiento a contrapelo de la
patria y sus necesidades. Los académicos siguen pensando más que en nacional a
partir de cualquier esquema lejano. El “fantasma de Sarmiento” recorre las
aulas de nuestras universidades.
Podría
uno citar numerosos ejemplos de pensadores nacionales que han esbozado ideas
similares a algunos pares europeos o norteamericanos muchos años antes, pero
que la academia las adopta a partir de estos pensadores lejanos. Al parecer ¡un
pensamiento “vale más” si está escrito en francés, inglés, ruso o alemán que en
nuestra lengua! Es que, como lo sostiene Jauretche “la mentalidad colonial enseña a pensar el mundo desde afuera, y no
desde adentro. El hombre de nuestra cultura no ve los fenómenos directamente
sino que intenta interpretarlos a través de su reflexión en un espejo ajeno, a
diferencia del hombre común, que guiado por su propio sentido práctico, ve el
hecho y trata de interpretarlo sin otros elementos que los de su propia
realidad”. (Jauretche, 2004; 112)
Basta
recorrer las currículas de nuestras universidades y observar la enorme y casi
excluyente presencia de pensadores europeos y norteamericanos, y la
prácticamente ausencia total de escritores o pensadores latinoamericanos.
Pareciera que los únicos que se pusieron a pensar la realidad son aquellos. Si
uno hace el ejercicio de recorrer las currículas de los países con una cuestión
nacional resuelta el resultado es, lógicamente, diametralmente opuesto.
Universidades
“europeas o norteamericanas” en suelo nacional, otra forma de penetración
cultural de las potencias imperialistas. Esta penetración del pensamiento colonial en nuestras casas de Altos
Estudios revela también la poca presencia no solo de egresados, sino de una
dirigencia que “piense en nacional”. Es necesario resaltar que de la universidad
ha salido mayormente la clase dirigente de nuestro país. Es más, muchos de los casos
de dirigentes que piensan en esos términos nacionales han formado su conciencia
fuera de estos ámbitos.
Esa
relación estrecha entre academia y clase dirigente también es manifestación de
la “soberbia intelectual” de los sectores medios (propios y ajenos,
conscientemente o no), muchos de los cuales por su matriz de pensamiento
piensan que solo los “blancos”, “formados académicamente”, “lindos”, que hablan
pronunciando las letras “S”, son los que pueden dirigir los destinos del país. De
ahí que Hernández Arregui con su pluma incisiva afirme que “esta “intelligentzia”, tanto de derecha como de “izquierda” se irrita
ante los escritores genuinamente nacionales que son, en tanto hombres amasados
a su pueblo, la mala conciencia que le recuerda, como una voz interior, su
deserción de las luchas del pueblo. Más que el escritor nacional, lo que le
resulta inadmisible lo que le resulta inadmisible, es que las masas argentinas
representan no solo la alpargata sino la Cultura Nacional. El liberalismo
colonial les endilgo que eran ellos, mandarines una ficticia “elite”
intelectual, los depositarios de esa cultura. Pero la cultura es colectiva, creación
anónima del pueblo. No de los intelectuales”. (Hernández Arregui, 2004: 20)
Cabe
llamar la atención a una crítica que se hace al pensamiento nacional en tanto
cerrazón frente a lo extranjero, lo que ya se ha repetido muchas veces, que las
ideas no son nacionales por una cuestión geográfica, sino que se relaciona en
tanto correspondencia de las mismas con las necesidades nacionales. Lo que se
critica es la importación acrítica de las ideas solo por el hecho de haber
germinado en algún rincón del planeta que se considera “civilizado” en
detrimento de lo propio. Se incorporan las ideas como absolutas, no en lo que
puedan ayudar al desarrollo de la cultura nacional, sino despreciando la misma,
e intentando de reemplazarla.
Muchas veces se achaca a las ideas
nacionales la falta de rigurosidad metodológica, lo cual a veces consideramos
es una de sus virtudes, no encerrarse en una “rigurosidad metodológica” que
quita creatividad. Ya Wright Mills había discutido con este tipo de pensamiento
estableciendo que era necesaria una ciencia social artesanal y sostiene la
necesidad de no perder la imaginación sociológica, afirmando que “el concepto de la ciencia social que yo
sustento no ha predominado últimamente. Mi concepto se opone a la ciencia
social como conjunto de técnicas burocráticas que impiden la investigación
social con sus pretensiones metodológicas, que congestionan el trabajo con
conceptos oscurantistas o que lo trivializan interesándose en pequeños
problemas sin relación con los problemas públicamente importantes”. (Mills,
1964: 39)
El
seguimiento de las herramientas metodológicas
a rajatabla da lugar al fetichismo del
método, “el individuo poseedor del
método aprende la realidad social a través de la combinación de variables en el
modelo formal, superando el momento de la operación científica, se
“compromete”, se vuelve a meter en una realidad que por un momento consideró
exterior (…) si la realidad no se adecúa al modelo la realidad no existe (…)“el
conocimiento formal es empirismo acrítico, el fetichismo de los hechos
inmutables, la creencia de una legalidad exterior a la producción humana de la
naturaleza y la sociedad” (Carri, 1968: 52-53). El método pasa a dominar al
investigador, lo constriñe, no lo deja crear, y lo que es peor el esquema
abstracto no se “ajusta” a la realidad, sino que muchas veces es un pensamiento
descontextualizado y/o apunta a “ajustar” la realidad en lugar de la idea.
Al mismo tiempo, nos preguntamos por
los criterios de validez, “las ciencias
humanas tienen criterios para medir la relevancia. (…) La exposición pedagógica
de esas teorías tiende a acompañarse de un distanciamiento entre los
desarrollos conceptuales y los momentos históricos en los cuales se formularos;
y también ocultar los deslices de autores consagrados que a veces dicen lo que
no se debe. Sin desconocer tales criterios, creemos posible incluir otras
variables para evaluar esa relevancia. Si millones de hombres y mujeres durante
generaciones las sintieron como propias, ordenaron sus vidas alrededor de ellas
y demasiadas veces encontraron la muerte al defenderlas, esas ideas son
altamente relevantes para nosotros, sin importar el nivel de sistematización y
rigurosidad expositiva que hayan alcanzado”. (Argumedo, 2002: 10)
De
esta forma, a partir del estudio de nuestras particularidades como Continente y
como país, establecer también otros criterios de validez de un pensamiento,
pues sino se corre el riesgo (que es lo que sucede), de negar una corriente de
pensamiento que ha calado profundo en el pueblo argentino y en las luchas por
la emancipación a lo largo de estos años. Negar cualquier categoría de
pensamiento que no siga el “canon” consagrado es cientificismo puro, y altivez
frente a las tradiciones de pensamiento popular. Es miopía de la intelligentizia. Asimismo, estudiar a
los autores desligados de su ideario político es una descontextualización muy
severa que solo puede llevar a abordajes erróneos y superficiales. Así como
también el desconocimiento profundo en las ciencias sociales del pasado de
nuestra patria, de la historia de lucha del pueblo argentino lleva al “mismo
puerto”. Además destacamos que las ideas deben ser “medidas” en su contexto, en
tanto posibilidad de aplicación a la realidad.
La pila de artículos académicos, o papers (como gusta decir a los
academicistas), que crecen día a día, y que vale decir muy pocos leen, va de la
mano con el incremento del desconocimiento de nuestra realidad, pues siguiendo marcos
teóricos ajenos acríticamente solamente pueden hacer emerger análisis desconectados
de nuestras necesidades. Aritz Recalde describe bien al academicismo, en tanto “la actividad intelectual pierde su sentido
más allá de mejorar el salario de quien obtiene un título y de engordar el
burocrático CV de los directores de tesis. La ciencia se burocratiza y se
organiza como una carrera de mero rejunte de certificados (…) El saber sin un
objetivo político predeterminado es abstracción académica y narcicismo pequeño
burgués (y exhorta) las nuevas generaciones
de universitarios y de hombres de cultura deben elegir entre escribir para su
país y su pueblo o, meramente, para sí mismos o su cuenta bancaria”.
(Recalde, 2016: 10) A esos pensadores
Oscar Varsavsky califica como cientificistas, en tanto adaptados al mercado
científico y despreocupados por el significado social y político de su
actividad. Los mismos constituyen “un factor importante en el proceso de
desnacionalización (…) refuerza nuestra dependencia cultural y económica, y nos
hace satélites de ciertos polos mundiales de desarrollo”. (Varsavsky, 1969: 39)
Asimismo, recorriendo los artículos
y publicaciones académicas, más allá de lo subjetivo, difícil es encontrar
obras que superen en profundidad e implicancia en la realidad concreta que las
de Jauretche, Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos, Fermín Chávez, José
María Rosa, Scalabrini Ortíz, Norberto Galasso, Carlos Montenegro, Manuel
Ugarte, Rufino Blanco Fombona, por nombrar algunos casos al azar. Esa corriente
además es, según indica Francisco Pestanha, la más prolífica del siglo XX
produciendo más de 20 mil libros. (Pestanha, 2015)
También
es difícil encontrar a sujetos que hayan ordenado u ordenen sus vidas en tanto
un conjunto de ideas emanadas desde la Academia, o bien hayan dado o den la
misma por ese ideario como sucede con el nacional. Recordamos una carta en este
sentido del emblemático Cacho Envar El Kadri a Hernández Arregui: “estimado compañero, usted tiene el mérito
de ser uno de los pocos intelectuales que ha sido capaz de sembrar ideas por
las cuales valga la pena morir o vivir peleando por su aplicación”. (Carta
de Envar el Kadri a Hernández Arregui. 15-1-1970. Rep. en Piñeiro Iñíguez,
2007: 233)
Consideramos
aquí que el pensamiento nacional nos nutre de un conjunto de herramientas que
nos sirven para pensar el presente.
El pensamiento nacional discute principalmente la cuestión nacional, se posiciona contra
la dependencia la principal problemática de una nación semi-colonial que no ha logrado constituirse plenamente como
tal. Así, muchas de las ideas y problemáticas que trata esta tradición de
pensamiento son útiles para orientar y pensar nuestro presente. Pues, como
enseña Norberto Galasso “pensar en nacional es, pues, en una semi-colonia
como la Argentina, pensar revolucionariamente, cuestionando el orden impuesto
por el Imperialismo, que no sólo es injusto y humillante sino que además,
impide toda posibilidad de progreso histórico, es decir, cierra el paso a una
auténtica Democracia participativa, al ascenso cultural y a las profundas
transformaciones.”. (Galasso,
2008: 10)
De
esta forma, consideramos que la crítica a
la dependencia, el rompimiento de la colonización
pedagógica aparece como fundamental para los pueblos que tienen una
emancipación incompleta como el nuestro. De ahí la negación del mismo por parte
del aparato cultural. Así, el pensamiento nacional aparece como instrumento poderoso para contribuir en
el avance por la segunda y definitiva
independencia.
Bibliografía
Argumedo,
Alcira. (2002). Los silencios y las voces
en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Buenos
Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional.
Carri, Roberto. (1968). El formalismo en las ciencias sociales (1ra.
Parte). Antropología - Tercer Mundo. 1, (1-6). Reedición
Facsimilar de la Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de Buenos Aires.
Cooke, John William. (2010).
Duhalde, Eduardo Luis (Comp.). Obras Completas. Artículos
periodísticos, reportajes, cartas y documentos (1947-1959). Tomo IV. Buenos Aires: Colihue.
Entrevista a Francisco Pestanha. Luces sobre el Pensamiento Nacional.
Octubre 2015. Disponible en http://comunasargentinas.com.ar
Galasso, Norberto. (2008). ¿Cómo
pensar la realidad nacional?. Crítica al pensamietno colonizado. Buenos
Aires: Colihue.
Hernández Arregui, Juan José. (2004). Nacionalismo y liberación. Buenos Aires:
Peña Lillo (Continente).
Jauretche, Arturo. (2004). Los Profetas del Odio y la Yapa los
profetas. Buenos Aires: Corregidor.
Martí, José. (2005). Nuestra América y otros escritos. Buenos Aires: El andariego.
Mills, Wright. (1964). La
imaginación sociológica. México: Fondo de Cultura Económica.
Piñeiro Iñiguez, Carlos.
(2007). Hernández Arregui Intelectual
Peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI:
Buenos Aires.
Recalde, Aritz. (2016). Intelectuales,
peronismo y universidad. Buenos Aires: Punto de Encuentro.
Varsavsky, Oscar. (1969). Ciencia,
política y cientificismo. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
[1] Las
“nuevas” universidades han sido más permeables al ingreso de estas ideas a
partir de ciertos impulsos de algunos actores o institucionales. No obstante,
no deja de tener un lugar minoritario.