lunes, 19 de septiembre de 2016

Pensamiento Nacional y Academia

Por Juan Godoy*

“Escritor nacional es aquel que se enfrenta con su  propia circunstancia, pensando en el país y no en sí mismo”. (Hernández Arregui, 2004: 19)

“un día se oyó en las calles de Buenos Aires el grito de “Libros no, alpargatas sí”. Muchos se escandalizaron. Primero que nadir, los que habían escrito libros que valían menos que una alpargata. Pero la mayoría comprendió: con ese grito se estaba repudiando a una clase intelectual que vivía de espaldas al país y a su hombre”. (Cooke, 2010: 71)

            Más de cien años pasaron que José Martí reclamara: “la universidad europea debe ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas hasta acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas” (Martí, 2005: 12), por citar un caso emblemático de los tantos que han reclamado que la universidad se ligue a las necesidades nacionales, y a la tradición de pensamiento latinoamericana. Esas ideas, dejando de lado algunos momentos y proyectos particulares, no han logrado penetrar las instituciones educativas. El eurocentrismo, enciclopedismo y el estar de espaldas a las necesidades de la patria es lo que ha predominado.
            En este marco, la corriente de pensamiento nacional ha sido francamente ninguneada o negada en los ámbitos académicos. Hoy día después de una década de varios proyectos nacionales-populares en nuestro continente, la situación dista de ser diferente sobre todo en las universidades tradicionales[1]. Asistimos reiteradamente a personajes, algunos lamentablemente desde el “campo nacional”, que resisten a adoptar una matriz de pensamiento nacional, sostienen que es “poco serio”, que ya está “pasado de moda”, que esas categorías no se aplican más, y que es necesario estar acorde al siglo XXI. Argumedo afirma al respecto que “hay un sentido común difundido en las ciencias sociales, según el cual determinadas corrientes teóricas son las corrientes teóricas; fuera de ellas sólo se dan opacidades, manifestaciones confusas, malas copias de los originales. Las vertientes de corte nacional y popular en América Latina tradicionalmente han caído dentro de  esta última categoría”. (Argumedo, 2002: 10)
Llamativo resulta que los que enuncian este discurso suelen adoptar marcos teóricos del siglo XVIII y XIX, y realizados en realidades muy lejanas a las nuestras. Evidentemente, hay que decirlo: civilización y barbarie cala profundo, aún hoy en los pasillos de nuestras universidades, porque al fin y al cabo no deja de ser un pensamiento pre-juicioso que considera que lo ajeno (Europeo o Norteamericano claro), es mejor por el mero hecho de serlo que lo nacional, que es “malo” también por el mero hecho de serlo. Así, la importación acrítica de ideas aparece de sobremanera, por eso Ricardo Rojas advierte: “a causa del vacío enciclopedismo y la simiesca manía de imitación, que nos llevara a estériles estudios universales, en detrimento de una fecunda educación nacional”. (Rojas, 1971: 137)
Desde este esquema teórico, sólo puede surgir un pensamiento a contrapelo de la patria y sus necesidades. Los académicos siguen pensando más que en nacional a partir de cualquier esquema lejano. El “fantasma de Sarmiento” recorre las aulas de nuestras universidades.
Podría uno citar numerosos ejemplos de pensadores nacionales que han esbozado ideas similares a algunos pares europeos o norteamericanos muchos años antes, pero que la academia las adopta a partir de estos pensadores lejanos. Al parecer ¡un pensamiento “vale más” si está escrito en francés, inglés, ruso o alemán que en nuestra lengua! Es que, como lo sostiene Jauretche “la mentalidad colonial enseña a pensar el mundo desde afuera, y no desde adentro. El hombre de nuestra cultura no ve los fenómenos directamente sino que intenta interpretarlos a través de su reflexión en un espejo ajeno, a diferencia del hombre común, que guiado por su propio sentido práctico, ve el hecho y trata de interpretarlo sin otros elementos que los de su propia realidad”. (Jauretche, 2004; 112)
Basta recorrer las currículas de nuestras universidades y observar la enorme y casi excluyente presencia de pensadores europeos y norteamericanos, y la prácticamente ausencia total de escritores o pensadores latinoamericanos. Pareciera que los únicos que se pusieron a pensar la realidad son aquellos. Si uno hace el ejercicio de recorrer las currículas de los países con una cuestión nacional resuelta el resultado es, lógicamente,  diametralmente opuesto.
Universidades “europeas o norteamericanas” en suelo nacional, otra forma de penetración cultural de las potencias imperialistas. Esta penetración del pensamiento colonial en nuestras casas de Altos Estudios revela también la poca presencia no solo de egresados, sino de una dirigencia que “piense en nacional”. Es necesario resaltar que de la universidad ha salido mayormente la clase dirigente de nuestro país. Es más, muchos de los casos de dirigentes que piensan en esos términos nacionales han formado su conciencia fuera de estos ámbitos.
Esa relación estrecha entre academia y clase dirigente también es manifestación de la “soberbia intelectual” de los sectores medios (propios y ajenos, conscientemente o no), muchos de los cuales por su matriz de pensamiento piensan que solo los “blancos”, “formados académicamente”, “lindos”, que hablan pronunciando las letras “S”, son los que pueden dirigir los destinos del país. De ahí que Hernández Arregui con su pluma incisiva afirme que “esta “intelligentzia”, tanto de derecha como de “izquierda” se irrita ante los escritores genuinamente nacionales que son, en tanto hombres amasados a su pueblo, la mala conciencia que le recuerda, como una voz interior, su deserción de las luchas del pueblo. Más que el escritor nacional, lo que le resulta inadmisible lo que le resulta inadmisible, es que las masas argentinas representan no solo la alpargata sino la Cultura Nacional. El liberalismo colonial les endilgo que eran ellos, mandarines una ficticia “elite” intelectual, los depositarios de esa cultura. Pero la cultura es colectiva, creación anónima del pueblo. No de los intelectuales”. (Hernández Arregui, 2004: 20)
Cabe llamar la atención a una crítica que se hace al pensamiento nacional en tanto cerrazón frente a lo extranjero, lo que ya se ha repetido muchas veces, que las ideas no son nacionales por una cuestión geográfica, sino que se relaciona en tanto correspondencia de las mismas con las necesidades nacionales. Lo que se critica es la importación acrítica de las ideas solo por el hecho de haber germinado en algún rincón del planeta que se considera “civilizado” en detrimento de lo propio. Se incorporan las ideas como absolutas, no en lo que puedan ayudar al desarrollo de la cultura nacional, sino despreciando la misma, e intentando de reemplazarla.
            Muchas veces se achaca a las ideas nacionales la falta de rigurosidad metodológica, lo cual a veces consideramos es una de sus virtudes, no encerrarse en una “rigurosidad metodológica” que quita creatividad. Ya Wright Mills había discutido con este tipo de pensamiento estableciendo que era necesaria una ciencia social artesanal y sostiene la necesidad de no perder la imaginación sociológica, afirmando que “el concepto de la ciencia social que yo sustento no ha predominado últimamente. Mi concepto se opone a la ciencia social como conjunto de técnicas burocráticas que impiden la investigación social con sus pretensiones metodológicas, que congestionan el trabajo con conceptos oscurantistas o que lo trivializan interesándose en pequeños problemas sin relación con los problemas públicamente importantes”. (Mills, 1964: 39)   
El seguimiento de las herramientas metodológicas a rajatabla da lugar al fetichismo del método, “el individuo poseedor del método aprende la realidad social a través de la combinación de variables en el modelo formal, superando el momento de la operación científica, se “compromete”, se vuelve a meter en una realidad que por un momento consideró exterior (…) si la realidad no se adecúa al modelo la realidad no existe (…)“el conocimiento formal es empirismo acrítico, el fetichismo de los hechos inmutables, la creencia de una legalidad exterior a la producción humana de la naturaleza y la sociedad” (Carri, 1968: 52-53). El método pasa a dominar al investigador, lo constriñe, no lo deja crear, y lo que es peor el esquema abstracto no se “ajusta” a la realidad, sino que muchas veces es un pensamiento descontextualizado y/o apunta a “ajustar” la realidad en lugar de la idea.
            Al mismo tiempo, nos preguntamos por los criterios de validez, “las ciencias humanas tienen criterios para medir la relevancia. (…) La exposición pedagógica de esas teorías tiende a acompañarse de un distanciamiento entre los desarrollos conceptuales y los momentos históricos en los cuales se formularos; y también ocultar los deslices de autores consagrados que a veces dicen lo que no se debe. Sin desconocer tales criterios, creemos posible incluir otras variables para evaluar esa relevancia. Si millones de hombres y mujeres durante generaciones las sintieron como propias, ordenaron sus vidas alrededor de ellas y demasiadas veces encontraron la muerte al defenderlas, esas ideas son altamente relevantes para nosotros, sin importar el nivel de sistematización y rigurosidad expositiva que hayan alcanzado”. (Argumedo, 2002: 10)
De esta forma, a partir del estudio de nuestras particularidades como Continente y como país, establecer también otros criterios de validez de un pensamiento, pues sino se corre el riesgo (que es lo que sucede), de negar una corriente de pensamiento que ha calado profundo en el pueblo argentino y en las luchas por la emancipación a lo largo de estos años. Negar cualquier categoría de pensamiento que no siga el “canon” consagrado es cientificismo puro, y altivez frente a las tradiciones de pensamiento popular. Es miopía de la intelligentizia. Asimismo, estudiar a los autores desligados de su ideario político es una descontextualización muy severa que solo puede llevar a abordajes erróneos y superficiales. Así como también el desconocimiento profundo en las ciencias sociales del pasado de nuestra patria, de la historia de lucha del pueblo argentino lleva al “mismo puerto”. Además destacamos que las ideas deben ser “medidas” en su contexto, en tanto posibilidad de aplicación a la realidad.
            La pila de artículos académicos, o papers (como gusta decir a los academicistas), que crecen día a día, y que vale decir muy pocos leen, va de la mano con el incremento del desconocimiento de nuestra realidad, pues siguiendo marcos teóricos ajenos acríticamente solamente pueden hacer emerger análisis desconectados de nuestras necesidades. Aritz Recalde describe bien al academicismo, en tanto “la actividad intelectual pierde su sentido más allá de mejorar el salario de quien obtiene un título y de engordar el burocrático CV de los directores de tesis. La ciencia se burocratiza y se organiza como una carrera de mero rejunte de certificados (…) El saber sin un objetivo político predeterminado es abstracción académica y narcicismo pequeño burgués (y exhorta) las nuevas generaciones de universitarios y de hombres de cultura deben elegir entre escribir para su país y su pueblo o, meramente, para sí mismos o su cuenta bancaria”. (Recalde, 2016: 10)  A esos pensadores Oscar Varsavsky califica como cientificistas, en tanto adaptados al mercado científico y despreocupados por el significado social y político de su actividad. Los mismos  constituyen “un factor importante en el proceso de desnacionalización (…) refuerza nuestra dependencia cultural y económica, y nos hace satélites de ciertos polos mundiales de desarrollo”. (Varsavsky, 1969: 39)
            Asimismo, recorriendo los artículos y publicaciones académicas, más allá de lo subjetivo, difícil es encontrar obras que superen en profundidad e implicancia en la realidad concreta que las de Jauretche, Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos, Fermín Chávez, José María Rosa, Scalabrini Ortíz, Norberto Galasso, Carlos Montenegro, Manuel Ugarte, Rufino Blanco Fombona, por nombrar algunos casos al azar. Esa corriente además es, según indica Francisco Pestanha, la más prolífica del siglo XX produciendo más de 20 mil libros. (Pestanha, 2015)
También es difícil encontrar a sujetos que hayan ordenado u ordenen sus vidas en tanto un conjunto de ideas emanadas desde la Academia, o bien hayan dado o den la misma por ese ideario como sucede con el nacional. Recordamos una carta en este sentido del emblemático Cacho Envar El Kadri a Hernández Arregui: “estimado compañero, usted tiene el mérito de ser uno de los pocos intelectuales que ha sido capaz de sembrar ideas por las cuales valga la pena morir o vivir peleando por su aplicación”. (Carta de Envar el Kadri a Hernández Arregui. 15-1-1970. Rep. en Piñeiro Iñíguez, 2007: 233)
Consideramos aquí que el pensamiento nacional nos nutre de un conjunto de herramientas que nos sirven para pensar el presente. El pensamiento nacional discute principalmente la cuestión nacional, se posiciona contra la dependencia la principal problemática de una nación semi-colonial que no ha logrado constituirse plenamente como tal. Así, muchas de las ideas y problemáticas que trata esta tradición de pensamiento son útiles para orientar y pensar nuestro presente. Pues, como enseña Norberto Galasso “pensar en nacional es, pues, en una semi-colonia como la Argentina, pensar revolucionariamente, cuestionando el orden impuesto por el Imperialismo, que no sólo es injusto y humillante sino que además, impide toda posibilidad de progreso histórico, es decir, cierra el paso a una auténtica Democracia participativa, al ascenso cultural y a las profundas transformaciones.”. (Galasso, 2008: 10)
De esta forma, consideramos que la crítica a la dependencia, el rompimiento de la colonización pedagógica aparece como fundamental para los pueblos que tienen una emancipación incompleta como el nuestro. De ahí la negación del mismo por parte del aparato cultural. Así, el pensamiento nacional aparece como instrumento poderoso para contribuir en el avance por la segunda y definitiva independencia.

Bibliografía
 Argumedo, Alcira. (2002). Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional.
Carri, Roberto. (1968). El formalismo en las ciencias sociales (1ra. Parte). Antropología - Tercer Mundo. 1, (1-6). Reedición Facsimilar de la Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
 Cooke, John William. (2010). Duhalde, Eduardo Luis (Comp.). Obras Completas. Artículos periodísticos, reportajes, cartas y documentos (1947-1959). Tomo IV. Buenos Aires: Colihue.
 Entrevista a Francisco Pestanha. Luces sobre el Pensamiento Nacional. Octubre 2015. Disponible en http://comunasargentinas.com.ar
 Galasso, Norberto. (2008). ¿Cómo pensar la realidad nacional?. Crítica al pensamietno colonizado. Buenos Aires: Colihue.
 Hernández Arregui, Juan José. (2004). Nacionalismo y liberación. Buenos Aires: Peña Lillo (Continente).
 Jauretche, Arturo. (2004). Los Profetas del Odio y la Yapa los profetas. Buenos Aires: Corregidor.
Martí, José. (2005). Nuestra América y otros escritos. Buenos Aires: El andariego.
Mills, Wright. (1964). La imaginación sociológica. México: Fondo de Cultura Económica.
 Piñeiro Iñiguez, Carlos. (2007). Hernández Arregui Intelectual Peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI: Buenos Aires.
 Recalde, Aritz. (2016). Intelectuales, peronismo y universidad. Buenos Aires: Punto de Encuentro.
 Varsavsky, Oscar. (1969). Ciencia, política y cientificismo. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.


[1] Las “nuevas” universidades han sido más permeables al ingreso de estas ideas a partir de ciertos impulsos de algunos actores o institucionales. No obstante, no deja de tener un lugar minoritario. 

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