miércoles, 14 de septiembre de 2016

¿PERONISMO RENOVADOR? ¿PERONISMO TRAIDOR?

            “Quien le da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde al perro”.
Proverbio castellano citado por Juan Perón en 1972

            Con cierto arraigo en la realidad, el omnipresente y todopoderoso proselitismo de los medios de comunicación concentrados está empeñado en instalar una axiomática “renovación” como necesaria evolución progresista del peronismo institucionalizado, superador del “desmadre” kirchnerista. Producido en los despachos exclusivos de la calle Esmeralda con excelente propagación mediática, se está confeccionando un nuevo sentido común (claro, opuesto al buen sentido, porque si fuera “bueno” no requeriría la manufactura de los comunicadores dominantes).

            ¿Qué  significa este invento en boga que declara rescatar la identidad de la “renovación peronista” de los años 80?

            Antonio Cafiero fue muy celebrado en estos últimos días. Y es congruente, porque la renovación massista, mal llamada “peronismo renovador”, aspira heredar las virtudes de aquellos acontecimientos, a los que define implícitamente como su antecedente histórico. Pero a la que justicieramente se llamó ”Renovación Peronista”, así con mayúsculas, teniendo en cuenta su jerarquía en la tabla de valores de la leyenda pública, ya la vivimos, es pasado… y pisado.

            Lo que entonces fue tragedia hoy es comedia.

            Un intento generoso de definición de aquella experiencia nos llevaría a considerar la necesidad que tenía el peronismo (como hoy) de superar una derrota electoral (¡la primera en su historia!). De tal modo, significó incorporar a su acervo ciertos novedosos tópicos republicanos establecidos por el ganador, el alfonsinismo, con el objeto de articularlos con el legado nacional y popular propio del movimiento fundado por Juan Perón.  

            Desde otro ángulo, menos coyuntural, la “renovación peronista” de los años 80 trataba de intervenir en la histórica tensión entre el "país liberal" y "la patria peronista", con el objeto de reinsertar electoralmente al Partido Justicialista en la realidad argentina post dictadura.

            Desde el antiperonismo rabioso se ha afirmado que la “renovación peronista” fue el esfuerzo más serio de fundar un peronismo democrático, respetuoso del estatus quo y los buenos modales. ¡Lástima que después apareció un tal Néstor Carlos Kirchner, que demolió la empeñosa tarea de hacer del peronismo un socio más del régimen político que sostiene al neoliberalismo depredador! Estaba llegando a la política “la generación diezmada”.

            Hay incluso quienes creen que el peronismo es cosa del pasado, que está caduco. Y dentro de nuestras propias fuerzas están los que afirman que sin Perón no hay peronismo. Tal vez sea cierto. Pero cualquier construcción que aspire a representar los intereses de los pueblos, volverá a pensar en los mismos términos históricos: las tres banderas, Soberanía, Independencia y Justicia Social. Más la unidad continental de la Patria Grande.

            Hoy el peronismo trata de rehabilitarse de los errores y fracasos que lo llevaron a sufrir una derrota electoral. ¿El meneado “peronismo renovador” del presente será legítimo sucesor de aquella “renovación peronista” que lideraron Cafiero, Menem y Grosso en los 80 para competir con el radicalismo?

            Si lo intentara, sería por un camino nuevo, diferente, porque el alfonsinismo no era idéntico (ni cerca) a lo que hoy expresa el macrismo.

            Para acudir al humor: la derrota del 2015 no se parece a aquella de 1983. A la luz del actual momento político y económico tenemos la tentación de decir: “Volvé Alfonsín, perdonanos”.

            Tal vez sea necesario apelar a la memoria. Recapitulemos.

            El peronismo tenía un cuerpo principal: el Movimiento. Y, a veces, cuando era oportuno, desplegaba una estructura legal: el Partido Justicialista.

            El Movimiento tenía su columna vertebral: el movimiento obrero organizado. Una institución permanente, líder del todo social. Al principio, en las elecciones de febrero de 1946, los dirigentes obreros poblaron con abundancia las papeletas Laboristas. Luego, desde las raíces, desarrolló “la resistencia” y, es razonable y justo, se adaptó al escenario de conflicto cuando hizo falta, con algunas deslealtades y muchas bravuras.

            Entre el Movimiento y el Partido existió siempre una relación de tensión y a veces de conflicto abierto. Aunque  parte  de un mismo “dispositivo”, diría Perón, eran dos sujetos autónomos en el protagonismo de la gran revolución peronista.

            A partir  de 1955, proscripto el Partido Peronista, el Movimiento, una construcción genuinamente popular, diríamos espontánea, de base, natural, sencilla, de disciplina laxa y límites imprecisos, creadora de hechos e ideas ideológicamente intransigentes pero políticamente flexibles, fue la herramienta política del pueblo a lo largo de muchos años de prohibición y acoso. “Yo nunca hice política, siempre fui peronista”, sintetizó Soriano. Su resultado: el famoso “empate hegemónico”. Ni el peronismo conquistaba el gobierno desde las luchas sociales ni el sistema político demoliberal conseguía gobernar el país desde su fraudulenta legalidad.

            De contextura políticamente plural y socialmente amplia, desplegó a lo largo de 18 años sus formas y métodos de lucha elaborados en la experiencia de acierto y error en defensa de los intereses de todos los trabajadores y representó y normalmente lideró, con distintas identificaciones, toda acción popular reivindicativa de derechos conculcados o a conquistar.

            El Movimiento era la caldera que proveía de energía al cuerpo social argentino; pero no sólo eso: era, además, la fragua de la militancia; el lugar donde se procesaba la selección de la dirigencia que devenía política en cada demanda social o protesta, en cada coyuntura insurreccional o electoral.

            Así, el Movimiento, inmenso fogón de las utopías, iluminado por los antiguos combates por la emancipación, enarboló los programas que alimentaron el discurso y la práctica de la militancia contemporánea (La Falda y Huerta Grande, de la CGT de los Argentinos, los 26 puntos para la Unificación Nacional de Ubaldini).

            Las ideas y las propuestas concretas del Movimiento y el aliento de la movilización de las bases, apremiaban a las dirigencias políticas y sindicales y les dictaban cuál era su papel frente al poder. Desde “el timbreo”, las UB territoriales, las organizaciones libres del pueblo, los centros de estudiantes, las comisiones internas de fábrica y todo nucleamiento de actividad política popular, los dirigentes intermedios del Movimiento, a los que se conocía como “cuadros”, eran quienes hacían llegar a las conducciones superiores los reclamos y las propuestas populares. Lugar común: correa de transmisión entre la dirección y las bases.

            La Triple A, parapolicial estatal nacida de una conspiración antipopular y antinacional en los últimos tiempos del gobierno peronista que asumió el 25 de mayo de 1973, y los grupos de tareas desplegados desde los cuarteles de las Fuerzas Armadas a partir del 24 de marzo de 1976, tuvieron una coincidencia lógica y fatal: dedicarse científica y metódicamente a descabezar al Movimiento, es decir, a eliminar su vanguardia orgánica, arraigada en las masas, decidida hasta el heroísmo, intelectualmente esclarecida, ideológicamente convencida y políticamente determinada. Gráficamente: pasar el cedazo, descremar la organización de los sectores populares, hacer manteca con sus líderes y tirarlos al río.

            ¡Y lo lograron! Su estrategia criminal tuvo éxito.

            El Movimiento, un cuerpo descuartizado por el genocidio, sufrió la amputación de su principal órgano funcional: se quedó sin corazón (Megafón lo reconstruyó simbólicamente pero, atención, nunca halló los testículos). Los 30 mil desaparecidos habían sido los autorizados para hacer correr la sangre de la lucha popular por las venas de la sociedad.

            ¿Qué quedó entonces del orgulloso e imbatible peronismo?

            Los meses posteriores a la debacle electoral dieron lugar a un proceso turbulento en el interior del movimiento en el que se acusaba por los resultados electorales a los líderes identificados con la vieja guardia “movimientista”, el entonces jefe de las "62 organizaciones" Lorenzo Miguel y el representante del Partido Justicialista bonaerense Herminio Iglesias (denominados "los mariscales de la derrota").


            Para superar el descalabro que el triunfo de Alfonsín ocasionó a un peronismo desvastado, las dirigencias partidarias, lejos de promover un retorno de la militancia de base y de sus organizaciones históricas, desmovilizaron política, social y civilmente a la nueva juventud justicialista. Nada fue más claro que la desautorización partidaria a la militancia que salió a defender la democracia frente a la agresión carapintada. A la claudicación radical -“La casa está en orden”- la dirigencia peronista respondió: “No hagan ola”.

            Vinieron a terminar de liquidar al Movimiento, indefenso después del genocidio procesista, como obstáculo para “institucionalizar” definitivamente al Partido Justicialista en el sistema político demoliberal argentino. Esto es, convertirlo en uno más de los irrepresentativos modelos partidarios vacíos de programa que demandan votos vía marketing para cada instancia electoral.

            Sin embargo, no eran para nada contradictorios los mandatos de reivindicar la doctrina y a Perón con la revalorización de la democracia. Todo lo contrario. Pero en su momento Cafiero lo advirtió: "Algo muy grave sucedió entre nosotros; se tiró por la borda el Movimiento y se lo reemplazó por la burocracia partidaria... cargos electivos de los más encumbrados se adjudicaron con fraude y violencia; el triunfalismo infantil, el oportunismo feroz, la declinación moral y la soberbia sectaria: he allí el sustituto de aquello de que primero la Patria y el Movimiento”.

            Se constituyó así una corporación de profesionales de la política, que acceden a  los  puestos de representación pública no por arte y decisión de las bases sino como producto de las roscas en “las internas” y del sistema de relaciones de los lobbies económicos que se ofrecen constantemente a apoyar y financiar campañas a cambio de privilegios y concesiones. Partidos cautivos de las encuestas que hacen empresas que son mentores políticos: los hechiceros de los nuevos tiempos, que dicen quién va a ganar y apuntan a quién votar. Partidos prisioneros del mensaje masivo de los medios de comunicación corporativos. Partidos cobardes.

            ¿Lo recuerdan? La “Renovación Peronista” terminó su travesía asfaltando el camino para el arribo de Carlos Menem y el más crudo neoliberalismo al poder. ¿No está claro acaso que, si logra una plataforma “peronista” Sergio Tomás Massa será el nuevo Carlos Saúl Menem?
           
            Ese es el espécimen que se amontona en Esmeralda y el programa de la actual “renovación peronista”, idéntico al conjunto de los que usufructúan el caduco sistema político argentino para su propia prosperidad o la de sus mandantes, cuando multitudes que pueblan las plazas de todo el país rechazan las medidas económicas del gobierno. ¿Seremos tan necios de tropezar dos veces con la misma piedra?

            ¿Serán peronistas estos muchachos? Parece que apenas les da para continuar trillando el camino que nos llevó a la derrota en 2015: anteponer los intereses de los hombres a los de la Patria y el Movimiento.

            Esmeralda desperdicia la oportunidad histórica de recuperar el justicialismo para el pueblo y el coraje de ser el sepulturero de la mayor corrupción estructural: la de la oligarquía argentina y las corporaciones extranjeras en el gobierno nacional.
            En cambio, propone “gobernabilidad”, siendo que si le va bien a Macri es porque al pueblo argentino le va mal. Es un conflicto antagónico, como son antagónicas las disputas por la renta nacional: si no se beneficia el pueblo es porque las corporaciones se la están llevando; cuando no se gobierna explícitamente para el pobre se favorece implícitamente al rico.

            No muchachos, compañeros peronistas del grupo de la calle Esmeralda: con Macri no hay negocio sino capitulación.

            Planteamos la solidaridad frente a la ética capitalista de Macri, donde toda conquista colectiva conspira contra las ambiciones personales, última ratio de su conciencia individualista depredadora llevada al poder.

            Es el marco ético inmoral del liberalismo: sálvese quien pueda, ya que el fin justifica los medios.

            Es la ideología liberal (que en las potencias no se practica, pero se la inculca a las colonias): si a mi me va bien (ejemplo: Rockefeller empezó vendiendo  diarios) al país le va bien. Lo sabemos, es falso. Pero tenemos que terminar de convencernos de lo contrario: si a toda la sociedad le va bien, a mi me va bien. Como lo expresaron las 62 Organizaciones: “Si todos los argentinos estamos bien, los trabajadores estaremos mejor”. Según Perón: “Ningún ciudadano se realiza en una Nación que no se realiza”.

            El egoísmo individualista mata la ilusión de un futuro mejor para todos: en el todos estamos cada uno de nosotros como ciudadanos, como  personas, como individuos con necesidades, deseos y esperanzas. No hay héroe individual; el héroe es colectivo, sentenció Oesterheld.

            Toda connivencia con Cambiemos, tal lo que alienta Sergio Massa, es un absurdo o una rematada traición: sólo habrá coincidencia en el marco de una regresión argentina a los años de Menem, Cavallo y De la Rúa, o a los de la “colonia próspera”.

            No habrá conformidad, por parte de un peronismo que nunca claudicó en su esencia ética cristiana, con la ética protestante, "espíritu" del capitalismo.

            Nuestras  diferencias con Macri no son cuestión de modales, sólo políticas, metodológicas, técnicas, operacionales: son fundamentales, ideológicas, éticas, y hasta morales. Nos ofende no únicamente como peronistas y populares sino como individuos, como ciudadanos, como seres humanos iguales en el todo y en el respeto al otro. Y hasta tenemos diferencias históricas: provenimos  de ramas enemigas. Fuimos  sanmartinianos y fueron rivadavianos; fuimos federales y fueron unitarios; defendimos la soberanía y fueron probritánicos; fuimos anarquistas, socialistas, comunistas y radicales y ellos fueron conservadores, fraudulentos, fusiladores y golpistas. 200 años y nada nos une; todo nos separa.

            ¿Qué queda entonces de aquel Movimiento? Todo: es la Patria.
            La victoria sólo es posible si lo convocamos, lo resignificamos y lo organizamos, como hicieron Perón, Cámpora y Kirchner.

            Hay no más de dos opciones: poner palos en la rueda, dificultar por todos los medios posibles el éxito de las políticas antinacionales y antipopulares de Macri, o acompañarlas tratando de sacar mezquinas ventajas y… me cago en todo lo demás.

            ¿Son peronistas estos “renovadores” de hoy? Que den respuesta verdadera al fundamento peronista: “Dividimos al país en dos categorías: una, la de los hombres que trabajan, y la otra, la que vive de los hombres que trabajan. Ante esta situación nos hemos colocado abiertamente del lado de los que trabajan”.


            ¿De qué lado están?

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