jueves, 10 de noviembre de 2016

América Latina y el Caribe: el momento de fortalecer CELAC y UNASUR


Humberto Podetti

Algo está cambiando en el mundo. Los pueblos de Estados Unidos y la Unión Europea reclaman que se proteja el trabajo de sus ciudadanos, afectado por un comercio internacional desigual e injusto. Trump ganó las elecciones norteamericanas porque prometió que terminará con la inmigración y denunciará el NAFTA (EEUU, México y Canadá) y el Tratado de Asociación Transpacífico (EEUU, Japón, Corea y otros 9 países asiáticos). En Europa la falta de trabajo derivada de los Tratados de Libre Comercio y la inmigración provocó el Brexit. Y obligó a la conservadora Teresa May a anunciar un plan de política industrial para Gran Bretaña, para aumentar la participación en el PBI británico del salario de los trabajadores industriales. En la misma dirección, Francia anunció que no apoyará el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos. Y Bélgica exigió modificaciones al TLC entre Canadá y la Unión Europea, entre ellas que tuviera una vigencia provisoria por un año para verificar si afecta el trabajo belga. 
Esta tendencia no implica el rechazo al comercio internacional, sino la exigencia de que beneficie a todos los habitantes del planeta y no a una pequeña minoría. Para hacerlo posible, los pueblos reclaman a sus gobiernos que reasuman sus funciones respecto de la producción y la distribución de la riqueza, para garantizar que el beneficio sea efectivamente para todos. Y que se proteja adecuadamente la tierra, como casa común de la humanidad.  
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos han confirmado la tendencia, probablemente de modo irreversible. De acuerdo con las encuestas, lo mismo ocurrirá en diciembre con las presidenciales en Austria, y en marzo y septiembre del año que viene con las legislativas en Holanda y en Alemania y en abril, con las presidenciales en Francia.
En ese marco es esperable que los sindicatos norteamericanos y europeos exijan que los productos intercambiados en el comercio internacional se fabriquen respetando los principios del Pacto Mundial de Naciones Unidas, que exige legalizar la actividad gremial y celebrar convenciones colectivas de trabajo con el gremio representativo de cada actividad. Y por supuesto la prohibición del trabajo infantil y del trabajo forzado. También que el proceso productivo o extractivo no afecte la naturaleza. La OMC, auxiliada por la OIT y la ONU, puede hacerse cargo de controlar que en el mundo se comercien exclusivamente bienes producidos bajo esos principios.
Si eso ocurre, tal vez sea irreversible la actual tendencia mundial a devolver a la política y al gobierno de las naciones la facultad de orientar la economía, un primer paso para alcanzar la justicia social universal como pide el papa Francisco.
América Latina y el Caribe se anticiparon a esta tendencia. En el año 2000 iniciaron procesos de asociación política que culminaron con la formación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que incluye a todas las naciones latinoamericanas y caribeñas y de la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR) que reúne a todas las naciones suramericanas. El NAFTA, que ata la economía mexicana a Estados Unidos es la razón de que existan dos organizaciones. Pero si el NAFTA se modifica, es posible que la CELAC y UNASUR se fusionen. La solicitud de México de integrarse al Banco del Sur –el organismo financiero de UNASUR- puede ser un anticipo en esa dirección.
CELAC y UNASUR albergan, además, varios procesos de unión económica. Los principales son la ALIANZA PARA EL PACÍFICO (Colombia, Perú, Chile y México) y el MERCOSUR. Ambos coinciden en cuanto al objetivo de eliminar las fronteras económicas entre todas las naciones latinoamericanas y caribeñas y crear un fondo destinado a desarrollar la industria en las más pequeñas. Pero discrepan en cuanto al comercio de América latina y el Caribe con el resto del mundo. La ALIANZA PARA EL PACÍFICO aspira a integrarse el TTP y levantar las fronteras económicas entre sus miembros y los 12 miembros del TTP, entre los cuales están dos de las cinco economías más poderosas del planeta, con la consiguiente continuidad de los graves efectos del sistema económico global en nuestro continente. Pero el TTP probablemente se debilitará luego de las elecciones presidenciales en los EEUU. En cuanto al MERCOSUR, hasta ahora defensor de un arancel externo común y de una negociación en conjunto con el mundo, afronta un debate interno, entre abandonar el arancel externo y sumarse a la ALIANZA o seguir la tendencia internacional de actuar en común para obtener mejores condiciones en el comercio internacional y proteger el trabajo de sus ciudadanos. Es decir, devolver a los gobiernos la orientación de la economía.
Una encuesta en todos los países latinoamericanos del INTAL, el Instituto para la Integración de América Latina del BID,  verificó que el 77 % de la población, con picos del 80 % en Argentina, está de acuerdo con la integración económica y el 69 % con la integración política (www.iadb.org/intal/alianzalb).
Atendiendo la tendencia mundial y la opinión de nuestros pueblos, es el momento de fortalecer CELAC y UNASUR, afianzando sus instituciones e incrementando su capacidad de decisión en el mundo cambiante del siglo XXI. Y orientando desde los gobiernos la mayor capacidad de decisión de los pueblos, a través de la política, en la producción y distribución de la riqueza, para garantizar un continente en el que todos accedan al trabajo, el techo y la tierra.













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