Santiago
Cafiero 6 SEPTIEMBRE, 2017
El
6 de septiembre de 1987 Antonio Cafiero ganaba la gobernación de la provincia
de Buenos Aires y se iniciaba la renovación del peronismo. Era el primer triunfo en territorio bonaerense desde la vuelta de la
democracia. Luego de la muerte de Perón el Justicialismo alzaba una
victoria que podía nacionalizar y comenzaba la reconquista de la mayoría
perdida. Alejaba los fantasmas de la desintegración que habían sacudido al
movimiento desde la derrota del 83, las divisiones internas y la fascinación
con el alfonsinismo. Y le daba impulso a
un partido renovado, moderno, democrático, popular y republicano, capaz de
recrear su vocación de poder con inteligencia y sensibilidad. Proyecto
inconcluso que derrotaría en las internas partidarias Carlos Menem, consiguiendo
luego la presidencia de la Nación.
Al
cumplirse diez años de aquella victoria,
ya en pleno auge menemista, el peronismo había abandonado su rebeldía y se
entregaba al reinante concierto neoliberal. La farandulización de la
política y las consecuencias sociales de un modelo económico de exclusión y
endeudamiento alejaban al pueblo de sus representantes y deslegitimaban la
participación pública. La pelea por la
sucesión presidencial abriría una guerra fría entre Duhalde y Menem, dividiendo
aún más a un justicialismo desmovilizado y desprestigiado. Para ese entonces,
Cafiero habría de exhibir la más completa actualización doctrinaria en su libro
“EL PERONISMO QUE VIENE”, en el que condena la frivolidad a la que había caído
el gobierno y el partido, y propone nuevas categorías de análisis para
reencontrarse con la identidad extraviada. La catarata de críticas no se haría
esperar. Sin embargo, pronto se convertirían en reconocimiento.
En
septiembre de 2007 la celebración de los
20 años de aquella renovación se hizo bajo el lema “La renovación vence al
tiempo”. Atravesada la crisis social y política de 2001, y con Néstor Kirchner
ejerciendo la presidencia, Cafiero asemejó el proceso actual al peronismo
fundacional, valiéndose principalmente de los significativos logros del
gobierno en materia de políticas sociales, sanitarias, educativas e
internacionales. Sin embargo, no ahorraría críticas a la constante dispersión
que observaba en el movimiento justicialista y la falta de políticas para la
reconstrucción de una democracia de partidos. Señaló el sectarismo como formato
de conducción y la ausencia de una visión colectiva para la construcción
política, construcción que le otorgue al peronismo la posibilidad de seguir
avanzando hacia el Estado de Justicia, su razón de ser.
Hoy las divisiones del
movimiento cuestionan su vigencia y su capacidad de constituirse en la
plataforma política y cultural que nuestro país necesita para sanar las
divisiones entre argentinos.
El odio y la intolerancia siembran acciones violentas y el poder del Estado se
muestra al servicio de amplificarlas. El peronismo es quien puede brindarle un
nuevo horizonte a la sociedad argentina, tal y como lo definía Cafiero, un
movimiento nacional y popular, esto es, un intento colectivo de introducir
nuevos valores en la sociedad y producir los cambios y transformaciones capaces
de instalarlos e impulsarlos por sobre las convenciones y los poderes
preexistentes. Aquí debería la dirigencia posar sus energías, y revalidar la
lucha por las ideas, el debate político y no la carrera oportunista por
acumular indignados, esto es, anular la política como construcción colectiva.
La cultura PRO precisa una sociedad despolitizada, precisa el desprestigio de
la actividad pública para lograr sus objetivos, entonces recurre al
individualismo, realza el sentido individual del ciudadano. El peronismo no debe caer en esa
fascinación por querer mostrarse moderno o la moda. Debe buscar nuevos
significantes que conecten con la mayoría perdida, con la construcción de un
nuevo sujeto colectivo que comprenda su momento histórico y luche por una
patria libre, justa y soberana. Debe, como hizo Antonio, consensuar un
método de unidad, democratizar su vida interna y elegir a sus autoridades y
dirigentes con la plena participación de sus afiliados. Y tener presente que
los grandes partidos modernos admiten dentro de su seno corrientes diversas, haciendo
suyo el lema de la “unidad en la diversidad”, que descarta actitudes sectarias
y excluyentes a favor del diálogo y la construcción concertada.
Nadie es dueño del legado
de Cafiero, o mejor aún, todos los que abrazan causas colectivas despojadas de
intereses personales, los militantes políticos, los militantes del peronismo,
ellos son los depositarios de su testimonio y entrega. La renovación peronista se inició
releyendo a Perón, volviendo a las fuentes. Nosotros nos permitimos agregar que
30 años después también es relevante releer a Antonio Cafiero.
FRAGMENTO DEL DISCURSO AL
ASUMIR COMO GOBERNADOR DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES ANTE LA ASAMBLEA
LEGISLATIVA, LA PLATA, 10 DE DICIEMBRE DE 1987.
Éste
es también un momento excepcional en la perspectiva histórica del peronismo,
que no es sólo una parcialidad política, sino una tradición popular que tiene
sus raíces en las luchas federales que dieron origen a la nacionalidad y en la
inspiración yrigoyenista de la democracia. Es la primera vez que el pueblo
peronista triunfa plenamente desde la muerte del General Perón, y es también la
primera vez que, instalado en un sistema democrático y desde la oposición, el
peronismo gana la voluntad mayoritaria del pueblo.
Ha sido
así porque, en la más absoluta fidelidad a su doctrina, se ha renovado en su
metodología interna, en su programática política y en sus cuadros dirigentes.
Nuestra ética política nos ha llevado a mantener inclaudicablemente nuestros
principios, pero no los hemos constituido en dogmas. Los hemos revitalizado
para que permanezcan fieles a sí mismo y en contacto con una realidad difícil y
cambiante.
El peronismo celebra desde el triunfo este
momento excepcional. No es sólo producto de su renovación, sino también
consecuencia de una larga lucha que constituye nuestro mejor testimonio cívico.
Hemos luchado por el retorno de la democracia. Hemos estado de pie frente a las violaciones de derechos humanos,
frente a la irracional destrucción de la economía y la sociedad, frente a la
enajenación y la pérdida de la identidad cultural practicadas por una dictadura
militar también inspirada por protagonistas civiles cuyas responsabilidades la
sociedad no olvida. No estamos aquí para administrar admoniciones, sino
para señalar las conductas necesarias para que el futuro sea diferente.
El
peronismo no llega a la responsabilidad gubernamental como parcialidad política
o ideológica. Llega siendo, como lo ha sido siempre, columna vertebral del
Movimiento Nacional. Llega con la Democracia Cristiana, que ha dado
testimonio de la necesaria jerarquización de los valores personalistas y
comunitarios para reconstruir un tejido social peligrosamente afectado en sus
lazos de solidaridad. Llega con las expresiones más auténticas del socialismo
de vivencias nacionales, que dan testimonio de una lectura propia y respetuosa
de nuestro acervo cultural e histórico como prerrequisito para cualquier
transformación social legítima. Llega acompañado del conservadurismo popular,
que está dando testimonio de que la auténtica continuidad política de los
sectores progresistas de otro tiempo también se da en los marcos del Movimiento
Nacional.
Llegamos con la
representación natural de la clase trabajadora, que constituye la más sólida
inserción de nuestra estructura política en la realidad social. Llegamos con
los pequeños y medianos empresarios, el empresariado nacional y moderno que
anhela que producir sea una tarea posible y no una proeza. Llegamos con la masa
de trabajadores cuentapropistas, desprotegidos y lanzados a la búsqueda de un
horizonte en un marco social que no le ahorra ningún esfuerzo. Llegamos con los
jóvenes que, a pesar de
la malversación de la historia oficial que escriben los vencedores de
escritorio, aprenden cotidiana y rápidamente a reconocer dónde está el
compromiso con los tiempos nuevos, creativos y desafiantes. Llegamos con las
mujeres que cargan sobre sus hombros los efectos diarios de la crisis. Llegamos
de la mano de aquellos desocupados a quienes la vida les pesa como una condena,
en una provincia que ha dejado de integrarlos y los está sometiendo a penurias.
Llegamos con todos los humildes, porque somos portadores de sus
reivindicaciones.
El peronismo no llega solo. Es el natural
portador de las demandas de los sectores más desprotegidos de la sociedad. No
es un dique de contención de las mismas, sino un canal profundo y generoso que
ha nacido para irrigar a toda la estructura social con la energía de esas
demandas postergadas.
Llegamos con un programa que tiene que ver con nuestra propia lucha y nuestra
propia historia, pero también con la lucha y la historia de otros argentinos no
peronistas que enriquecen al Movimiento Nacional.