Extraído de Laarena
Se van a cumplir tres meses de la desaparición del submarino con 44 tripulantes a bordo. Aunque la noticia no esté en la tapa de los diarios, le importa al país. En la Armada hubo varios jefes dados de baja, pero ningún ministro perdió su cartera.
La búsqueda ha sido nacional y
por acuerdos internacionales en la materia también participaron barcos de una
decena de países. El operativo lleva la sigla SAR (Search and Rescue, Búsqueda
y Rescate), que pasado cierto tiempo dejó el rescate por considerar que ya no
habría sobrevivientes. Esto generó más críticas de los familiares de los
marinos hacia la institución y el gobierno nacional.
Hasta fines de diciembre la
búsqueda la hacían la corbeta Rosales, el aviso Puerto Argentino, el ruso
Yantar, el estadounidense Atlantis, el Angelescu, el HMS Protector de la Royal
Navy y el logístico Patagonia. El Atlantis ya abandonó el operativo. Sigue el
Yantar ruso hasta fines de febrero, aunque algunas versiones dicen que el
interés del presidente ruso Vladimir Putin podría extender la licencia. También
en estos aspectos políticos se demuestra quién es quién. En la reciente gira
latinoamericana, el canciller yanqui Rex Tillerson cuestionó las relaciones de
estos países con China y Rusia. La realidad de la tragedia del ARA San Juan
demostró que ese vínculo es muy necesario y útil, además de lo propio del
comercio internacional y las políticas soberanas en un mundo multipolar.
No fue prioridad
Antes de retomar el debate
sobre cuáles fueron las causas del lamentable suceso, conviene detenerse en las
cuestiones políticas. Los responsables institucionales del ARA San Juan son la
Armada Argentina y el Poder Ejecutivo Nacional encabezado por el presidente
Mauricio Macri.
Los familiares de los 44
marinos desaparecidos y la mayoría de los argentinos no vieron a los jefes
máximos de la marina en zafarrancho de combate para buscar a sus camaradas,
trabajando día y noche. Aún así quizás no hubieran dado con los restos del
submarino, si es que cayó al fondo de mar con profundidades de mil metros o
más. Pero no se vio que operaran de ese modo, desde el almirante Marcelo Srur hacia
abajo los otros mandos. Debe haber habido muchísimos marinos que sí expresaron
esa necesidad, por sentimientos, camaradería o por el raso sentimiento que eso
bien pudo pasarles a ellos. Pero los jefes no se calentaron demasiado. Pusieron
de vocero al capitán Enrique Balbi, monótono y previsible en sus conferencias
diarias que después de espaciaron hasta desaparecer.
Y qué decir de las autoridades
gubernamentales. El ministro Oscar Aguad estaba en Canadá y volvió de apuro. De
todas maneras su incompetencia, la suya y de su equipo, era tan alevosa que no
se notó luego, cuando sí estuvo. Dio la cara en dos reuniones con parte de los
familiares, una a poco del suceso y otra el 24 de enero que fue grabada y
difundida por algunos participantes. Lo de Aguad fue grotesto: no sabía nada,
simplemente decía que tal cosa “se va a averiguar” y defendió al presidente de
las críticas que llovían de sus interlocutores.
Esa defensa no fue eficaz, no
por culpa del abogado Aguad sino por conducta del acusado Macri, quien vio a
los familiares el día 5 de la tragedia, en la base de Mar del Plata, y en el
día 80, el 6 de febrero, cuando los recibió 45 minutos en la Casa Rosada. Como
ironizó una familiar a la salida: “80 días y sólo 45 minutos”.
La desaparición de una nave en
servicio con toda su tripulación es un hecho muy grave que ameritaba otra clase
de involucramiento presidencial. A modo de comparación, los lectores habrán
visto fotos de Evo Morales junto con los inundados bolivianos. El aymara se
metió en el barro. Macri en cambio ni se mojó los zapatos…
Comisión bicameral no arranca
La Armada y el PEN, han
“pagado” en forma muy poco solidaria, inequitativamente, sus responsabilidades.
Es que la fuerza sufrió el pase a disponibilidad y retiro de siete altos jefes,
seguidos luego por la renuncia del mismo comandante Srur. Primero fue el
contraalmirante Gerardo González, jefe de la Base Mar del Plata; luego el
contraalmirante Luis E. López Mazzeo, jefe de Adiestramiento y Alistamiento, y
el capitán de navío Claudio Villamide, comandante de la Fuerza de Submarinos.
En solidaridad con López Mazzeo renunciaron los comandantes de la Aviación
Naval, contralmirante Gustavo Vignale; de la Infantería de Marina,
contraalmirante Bernardo Noziglia, y de la Flota, contraalmirante Rafael
Pietro. El 20 de diciembre pasado la máxima jefatura de la fuerza quedó en
manos del vicealmirante José Luis Villán.
Ese parte de bajas y relevos
muestra la crisis que pegó duro en la Marina. En el gabinete de ministros de
Macri no se cambió nada. Nadita. En señal de abroquelamiento, que puede ser de
debilidad aunque se presuma lo contrario, los políticos y CEOs en funciones se
lavaron las manos a lo Pilatos y derivaron toda culpa sobre los marinos. La
jugada puede haber engañado a unos cuantos argentinos, pero seguramente no a
todos porque como se verá ahora, además de no poner todo lo que había que poner
en la búsqueda, el gobierno puede ser responsable de negligencia en el
mantenimiento del submarino.
Entre tanto una buena noticia
no termina de ponerse en marcha. El 21 de diciembre pasado en Diputados se votó
un proyecto de ley para crear una Comisión Bicameral Investigadora de este
caso, que una semana más tarde se convirtió en ley en el Senado, con el voto
unánime de 67 senadores.
Es una necesidad, porque hay
desconfianza en lo que pueda averiguar la Junta de Accidentes que nominó Aguad
con su asesor tristemente célebre en el Correogate, Juan Manuel Mocoroa. Y
porque la averiguación de posible ilícito, a cargo de la jueza federal de
Caleta Olivia, Marta Yáñez, todavía no echó nada de luz.
Pero la Bicameral no arrancó,
como tantas cosas del Congreso. Después de marzo se verá…
¿Inglés
o implosión?
Esas investigaciones de la
Armada, de la jueza Yáñez y de la Bicameral tendrían que aclarar lo sucedido y
si también se encontraran los restos del submarino, las explicaciones podrían
ser más sólidas aún.
En el campo “nak&pop”
progresista prevaleció al principio la hipótesis de que el ARA San Juan había
sucumbido, impactado por un misil de un submarino inglés. Fuera del litigio
cierto que hay con los ingleses por Malvinas, los únicos dos datos en que puede
fundarse aquella hipótesis son: 1) documentos secretos de la Armada confirman
que nuestro submarino tenía por misión controlar a barcos ingleses y
procedentes de aquellas islas. Y 2) en una misión anterior, de julio de 2017,
tres sonaristas del navío argentino habían grabado un sonido aparentemente de
un submarino de aquella bandera, sin filmarlo ni fotografiarlo.
Esos elementos plantean una
duda razonable, pero no para afirmar que en efecto la catástrofe tuvo forma de
un misil británico procedente de un submarino. Además, según la documentación
que ahora se destapa, tal sonido se grabó afuera de la zona económica exclusiva
argentina, por lo que nuestro país no denunció nada en ese julio: ni al
submarino inglés ni a un presunto pesquero chino, ubicado 35 kilómetros afuera
de nuestra área exclusiva.
La hipótesis del accidente es
también doble. La más difundida es que al submarino le pudo ingresar agua
salada por el snorkel, que tomara contacto con las baterías y produjera una
fuerte explosión interna. Muchos especialistas, incluyendo de dependencias
navales estadounidenses, sostienen esta versión como la más probable. La otra
posibilidad es que por problemas técnicos de navegación o bien para esquivar a
otros navíos, el ARA San Juan hubiera tenido que bajar a más de 100 metros de
profundidad y allí se produjera su crisis.
Es que ahora se conoce que un
informe secreto de la Armada fechado el 10 de noviembre de 2016, por el cual el
San Juan no podía descender a más de aquella profundidad, por endeblez, falta
de mantenimiento y dificultades técnicas graves que su comandante Fernández
había informado luego de cada misión. Las volvió a enumerar en su informe a la
fuerza de submarinos en agosto de 2017, luego de la expedición de julio ya
citada por la grabación de sonar de un submarino inglés y el posible incidente
con pesquero asiático. Por ejemplo, que perdía 50 litros de aceites diarios y
varias fallas más. Los submarinos tienen que entrar en dique seco a
reparaciones cada 180 días, pero el San Juan no tuvo ese servicio. Apenas
paraba 48 horas para ver cuestiones menores, como en Ushuaia la última vez,
antes del periplo final.
Si lo sucedido fue un
accidente a causa de mal mantenimiento y servicio, como cree el cronista,
entonces en el banquillo de los acusados quedarían el gobierno de Macri y las
máximas autoridades de la Armada. Ambos, no sólo las segundas.
El tema es lo suficientemente
grave como para dejarlo en manos del ingeniero Macri, el “milico” Aguad y
algunos almirantes que lo mejor que conocen es Puerto Madero.