Leonardo Cajal para el ENTREVERO
Nos decía Perón que “el
verdadero valor de las organizaciones no
se puede medir por el número de sus afiliados… sino por la clase de dirigentes
que los conducen y los encuadran”. No es casual que el campo nacional esté
atravesando esta oceánica crisis, como no es casual tampoco que la oligarquía
haya alcanzado una nueva victoria y día tras día afiance su poder.
Desde mucho antes del
asesinato del compañero Rucci, las organizaciones sindicales vienen padeciendo
constantes erosiones por parte del imperio y por sus personeros locales al
servicio de la antipatria, liberales, social-demócratas y una izquierda
internacionalista teñida de un blanco sepulcral. Pero fue asesinato de José Ignacio Rucci que marcó el inicio de un continuo
fuera de foco de los objetivos de los dirigentes, agravado inmediatamente
después por la muerte del General Perón y al poco tiempo por el golpe de Estado
de marzo del ‘76, que a pesar de las forzadas interpretaciones históricas su
único objetivo fue la desindustrialización del país para ubicar a la República
Argentina en un nuevo lugar en el escenario mundial, esta vez no como granero
del mundo sino como deudora serial de la banca financiera mundial.
Para esto era necesario
exterminar a los dirigentes sindicales formados en las viejas escuelas
gremiales durante los ´40 y los ´50, que tuvieron un rol protagónico e
inclaudicable valor durante los 17 años de exilio y proscripción.
Una vez allanado el terreno
por los sectores oligárquicos al servicio del poder financiero mundial, el
movimiento obrero inició su derrotero de
debilitamiento, la desaparición de cuadros gremiales de primer y segundo
orden, el cierre de cientos de miles de fábricas, y las diversas intervenciones
a los gremios dejaron al movimiento muy mal herido.
Con el inicio de la democracia se intensificó la espoliación del movimiento obrero, por ese
entonces Lorenzo Miguel ejercía el cargo de presidente del partido
Justicialista, dado que Isabel Martínez de Perón se encontraba exiliada en
España, y más allá de haber ocupado 35 bancas en el Congreso de la Nación la
conducción gremial del partido fue señalada como la responsable de la derrota.
A esta primer derrota en la
urnas del peronismo se le suma el proceso de legalidad ejercida por la
oligarquía antiobrera, que hasta 1983 impuso su voluntad a través de distintas
dictaduras y a partir de octubre de ese año utilizó al gobierno alfonsinista.
Además por esos años comienzan a tener un rol protagónico los medios de comunicación audiovisuales,
ahora muchos más sofisticados y en pleno proceso de reprivatización actuando
como amplificador de ideas e instaladores de cuanto tema se asocié al
desprestigio de la actividad gremial.
El Alfonsinismo
triunfante sintió la fuerza de impulso producto de un contundente triunfo electoral
e intentó, mediante la Ley Mucci, nombre del por entonces ministro de Trabajo
Antonio Mucci, romper con el modelo sindical histórico hecho que fracasó
durante su tratamiento en la cámara de Senadores de la Nación.
Por ese entonces la figura de Saúl Ubaldini se consolida en la Central
Obrera y hace de la CGT la organización política más fuerte en oposición a
la orientación liberal del gobierno radical. Pero en 1987 el sindicalismo, que
hasta entonces ocupaba los cargos más importantes del Partido Justicialista se
encuentra con una corriente interna dentro del peronismo que finalizará con la
dirigencia sindical del movimiento y con el rol protagónico que las 62
organizaciones venia teniendo desde 1974.
La fuerza de “Renovación”, en enero de 1988 en el
Congreso del Partido de Mar del Plata restructuró al justicialismo y le quitó
la representatividad del cupo sindical del 33% en las listas e inicia un
proceso de conducción del partido Justicialista, incorporando a la Carta
Orgánica un artículo que limita a 17 miembros representantes del sindicalismo
de un total de 110 miembros del Consejo.
La crisis política del
sindicalismo se intensificó durante la década del ´90, las políticas de
desguace del Estado, las privatizaciones, la flexibilización laboral con la
anuencia de algunos dirigentes derivó en la ruptura de la CGT, por un lado el MTA (Movimiento de Trabajadores
Argentinos) gremios que no abandonan la CGT de postura sumamente crítica y por otro lado la conformación de la CTA,
en un primer momento llamado congreso de trabajadores argentinos y luego
Central de Trabajadores Argentinos, nombre que conserva en la actualidad. Esta
última central obrera se formó con gremios que abandonaron a la CGT. En una
primera instancia la conformaron gremios estatales, teniendo un rol protagónico
ATE, y luego se sumaron algunos otros del sector privado, porque no compartían
la falta de medidas combativas por parte de la CGT ante las políticas
antiobreras del neoliberalismo.
La experiencia del MTA durante los ´90 y el 2000 fue muy enriquecedora
en cuanto a conquistas y plan de luchas rescatando lo mejor de aquel
sindicalismo de la CGT de los argentinos de finales de los ´60, frenando la ley
Banelco, manifestándose frente a las mediadas flexibilizadoras del FMI. Durante
el kirchnerismo la CGT se unificó, pero el movimiento obrero continuó
fragmentado; por un lado la CTA que nunca abandonó la idea de consolidarse como
una central obrera reconocida, más allá que en todo su tiempo de vida jamás
obtuvo su personería gremial, a pesar de los pedidos a diversos organismos
internacionales. Así durante el periodo
de 2003 a 2015 el universo sindical marchó entre una CGT y una CTA, y en los
últimos 4 años la situación de los trabajadores se ve agravada con 5 centrales
obreras, 3 CGT, azul y blanca, encabezada por Luís Barrionuevo
(UTHGRA), Antonio Caló (UOM) y Hugo Moyano
(Camioneros) y dos CTA Pablo Micheli (ATE) y HugoYASKI (Ctera), todo esto en el
marco de un gobierno peronista. Siempre las divisiones del campo nacional
fueron son y serán funcionales a la antipatria.
De esta manera el movimiento
obrero argentino se posicionó frente a la embestida del neolibarialismo que por
segunda vez llegó al poder por el voto popular.
Fue durante los primeros meses
del gobierno de cambiemos que se produce un intento de unidad de CGT esmerilada en un
triunvirato formado por Héctor Daer (Sanidad) Carlos Acuña (Personal de
Estaciones de Servicio) y Juan Carlos Schmidt (Dragado y balizamiento).
Hoy el movimiento obrero, en estas condiciones y
a pesar de las operaciones mediáticas y la crisis de representatividad, sigue
siendo la única organización con capacidad de daño al liberalismo gobernante en
defensa del pueblo, un ejemplo de esto
fueron las consecuencias de la marcha del 22 de agosto de 2017 que culminó con
la renuncia de dos funcionarios del gobierno cambiemos Luis Scevino, y Ezequiel
Sabor.
Con el correr de los años el
rol protagónico del movimiento obrero dentro del campo nacional fue corriéndose
de su eje principal, como columna vertebral del movimiento, muchas veces por
presiones externas a él, por falta de interpretación política y otras veces por
los nuevos actores que buscan equivocados protagonismos en el escenario
político. Es importante comprender que el rol del movimiento obrero es mucho
más que el de la organización sindical y
todo aquello referido a cuestiones laborales. En un país semicolonial como la
Argentina el pasaje a la liberación nacional se da desde las chimeneas
humeantes, lo entendieron así los padres de la Nación a comienzos del siglo
XIX, Fray Luis Beltrán y el ejército Sanmartiniano, como también a inicios del
siglo XX el ejército industrialista, de
Mosconi y Savio, bajo la influencia del Mariscal Colmar von der Goltz y sus
conferencias en la Escuela Superior de Guerra, y lo entendió el General Perón organizando
al movimiento obrero desde la Secretaria de Trabajo y Previsión primero y
después desde las políticas sociales, los planes quinquenales, la Constitución
del ´49 y las escuelas sindicales y de encuadramiento gremial.
Decía Perón en 1973 que se debía volver a las escuelas sindicales, porque
el movimiento obrero había alcanzado tal magnitud que debía estar en manos de
dirigentes altamente capacitados, porque a los valores propios del dirigente se
le deben complementar una capacitación y una ilustración general, de esta
manera el General anunciaba a la dirigencia gremial que debía estar preparado
para los nuevos tiempos venideros.
Hoy a las puertas de la
tercera década del Siglo XXI las palabras de Perón continúan tan vigentes como
hace 45 años, la Patria necesita de dirigentes altamente preparados, que no
vean a la actividad gremial como una actividad de límites y alcance laboral. El
legado histórico de la CGT es revolucionario, es de liberación nacional para
luego extenderla a todo Latinoamérica.
Sostengo que la CGT es mucho más que tres o cuatro dirigentes incomodos
con las masas, es mucho más que los errores de algunos dirigentes que se
confunden entre luces de sets televisivos, el movimiento obrero trasciende a
los sinsentidos del desequilibrio constante entre tribuna de futbol y política
gremial. El sindicalismo necesita reencontrarse consigo mismo porque es
mucho más que una organización que se sienta a negociar, ese es el gran error
político gremial del sindicalismo actual, no se puede negociar con el enemigo
de la Nación, no hay nada que negociar, porque al hacerlo el movimiento obrero
transita por un terreno que le es ajeno, no le pertenece y va en contra de sus
propios intereses.
Hoy el movimiento obrero está
sostenido por cientos de dirigentes con claros objetivos y millones de
trabajadores que sienten en lo profundo de su alma el reflejo de un pasado de
lucha, conquista y unidad, en los cueros curtidos de los nadies viven por siempre Felipe Vallese, Jorge di Pascuale,
Amado Olmos, José Ignacio Rucci, Oscar Smith y Saúl Ubaldini, y por tal
razón la Patria encontrará su sentido de la mano de un sindicalismo más próximo
a los humildes, a los desplazados y profundamente cristiano; un sindicalismo
integral pero a su vez completamente social.
Dice el Papa Francisco en su mensaje a los trabajadores “Los
sindicatos y movimientos de trabajadores por vocación deben ser expertos en
solidaridad. Pero para aportar al desarrollo solidario, les ruego se cuiden de
tres tentaciones.
La primera, la del
individualismo colectivista, es decir, de proteger sólo los intereses de sus
representados, ignorando al resto de los pobres, marginados y excluidos del
sistema. Se necesita invertir en una solidaridad que trascienda las murallas de
sus asociaciones (…). Mi segundo pedido es que se cuiden del cáncer social de
la corrupción. Así como, en ocasiones, «la política es responsable de su propio
descrédito por la corrupción», lo mismo ocurre con los sindicatos. Es terrible
esa corrupción de los que se dicen «sindicalistas», que se ponen de acuerdo con
los emprendedores y no se interesan de los trabajadores dejando a miles de
compañeros sin trabajo; esto es una lacra, que mina las relaciones y destruye
tantas vidas y familias. (…) El tercer pedido es que no se olviden de su rol de
educar conciencias en solidaridad, respeto y cuidado. La conciencia de la
crisis del trabajo y de la ecología necesita traducirse en nuevos hábitos y
políticas públicas. Para generar tales hábitos y leyes, necesitamos que
instituciones como las de ustedes cultiven virtudes sociales que faciliten el
florecimiento de una nueva solidaridad global, que nos permita escapar del
individualismo y del consumismo”
Hoy los trabajadores debemos
ser más hermanos que nunca y marchar juntos para la liberación de la Patria,
porque no será de la mano de la política que la Argentina dejará de ser
colonia.
Por último culpar al
movimiento obrero de los fracasos del campo popular es el peor de los errores
que se puede cometer, y estos tiempos
adversos nos obligan a no cometer ni uno más. La crisis del sindicalismo es
concomitante a la crisis dirigencial de la política, y el peronismo viene padeciendo esa crisis
desde la muerte del General Juan Domingo Perón en 1974, depende de nosotros
salir de ella.