Por
Thierry Meyssan
RedVoltaire -17
de abril de 2018
Al
disparar misiles contra Siria, en una operación coordinada con sus aliados de
Francia y el Reino Unido, el extraño presidente Donald Trump impone a las
potencias occidentales el fin del dominio unilateral que ejercieron sobre el
mundo. El resultado insignificante de esta demostración de fuerza obliga a la
OTAN a mirar frente a frente la dura realidad. Sin haber disparado un tiro, Rusia toma el lugar que antes ocupó la
Unión Soviética en el equilibrio del mundo.
Durante
las últimas semanas y por primera vez en
la historia de ambos países, Estados Unidos y Rusia se amenazaron mutuamente
con una nueva guerra mundial. El carácter totalmente desproporcionado de la
crisis en relación con el tema de la disputa muestra que lo que hoy está en
juego ya no tiene mucho que ver con lo que sucede en el Medio Oriente ampliado
desde el año 2001 y que es exclusivamente un intento de mantener el actual
Orden Mundial.
Después
de la gigantesca masacre que ha costado millones de vidas en 17 años, desde
Afganistán hasta Libia, las potencias occidentales se horrorizan con la muerte
de unas 50 personas en la Ghouta
Oriental, a las puertas de la capital siria. Y es ese el pretexto que
Washington, París y Londres invocaron para desatar la agresión tripartita
perpetrada contra Siria el 14 de abril.
No
debemos dejarnos distraer par las circunstancias sino concentrarnos en el fondo
del problema: las potencias occidentales
tratan de mantener su dominación sobre el resto del mundo mientras que Rusia y
China se emancipan de esa dominación.
El
presidente de Estados Unidos, Donald
Trump, no vaciló en espetarle a Rusia –en su cuenta de Twitter– que iba a
lanzar sus misiles de nueva generación contra sus soldados en Siria. El embajador ruso en Beirut, Alexander
Zasypkin, respondió inmediatamente que esos misiles serían derribados y
que, además, los aviones y navíos que los lanzaran serían destruidos. El primer
ministro de Turquía, Binali Yildirim,
expresó su asombro ante estas bravatas callejeras y lanzó un llamado a la
cordura. A partir de ese momento, todos los actores comenzaron a dar marcha
atrás.
El
grupo naval encabezado por el portaaviones
USS Harry S. Truman zarpó de su base en Norfolk, aparentemente para
posicionarse frente a Siria. Pero necesitará varias semanas para desplegarse en
esa zona. Habrá que ver si la cuestión del enfrentamiento entre Estados Unidos
y Rusia, o sea del inicio de la Tercera Guerra Mundial, vuelve a plantearse en
ese momento.
Es evidente que la
preparación de esa fuerza naval y de sus 6 500 efectivos comenzó mucho antes
del asunto de la Ghouta, utilizado como pretexto para su despliegue.
La
cuestión es entonces saber si, al desatar una lluvia de misiles sobre unos
cuantos edificios abandonados, Washington y sus aliados han pospuesto el
enfrentamiento para posicionarse mejor o si, por el contrario, han renunciado a
la prueba de fuerza y se preparan para otra forma de conflicto.
El
balance militar del bombardeo del 14 de abril es, cuando menos, sorprendente. Las tres potencias occidentales lanzaron
103 misiles, 71 fueron destruidos en vuelo por la defensa antiaérea de Siria,
un laboratorio militar –que ya estaba desmantelado– fue arrasado y en 2 aeródromos
algunas instalaciones se vieron afectadas. Todo ese diluvio de fuego dejó no
más de 3 heridos y ningún muerto. Si Donald Trump, Emmanuel Macron y Theresa
May querían hacer una demostración de fuerza, lo único que lograron fue poner en evidencia su impotencia.
Visto desde Damasco, el
mensaje era claro: Siria está liberándose de los yihadistas, pero eso no le
garantizará la paz y no podrá contar con ayuda occidental para su
reconstrucción.
Las
potencias occidentales afirmaron que Siria conservaba armas químicas a pesar de
su adhesión a la Convención que las prohíbe. Afirmaron que sólo apuntarían a
objetivos vinculados a esas armas. Pero, por ejemplo, lanzaron 4 misiles contra
el aeropuerto comercial internacional de
Damasco, un blanco exclusivamente civil. Felizmente, la defensa antiaérea
siria logró interceptar esos 4 misiles.
En
total, el Ejército Árabe Sirio –que sólo disponía de S-125, de S-200, de Buk,
de Kvadrat y de Osa como medios antiaéreos– logró derribar, sin ayuda de nadie,
dos tercios de los misiles occidentales. En definitiva, muy a su pesar, las potencias occidentales acaban de librar
la primera batalla de su historia en la que no han matado a nadie. Francia,
que por primera vez utilizó en situación de combate su nuevo misil crucero
naval, no logró un éxito capaz de atraer a los posibles clientes.
Es
cierto que las tres potencias occidentales que participaron en este bombardeo
contra Siria se impusieron ciertos límites. Tuvieron mucho cuidado en no tocar objetivos rusos ni iraníes y tanto
Rusia como Irán se mantuvieron al margen de la batalla. Pero no es menos
cierto que las impresionantes fuerzas armadas de Occidente ya no cuentan con la
capacidad necesaria para imponer su voluntad a las potencias medias cuando
estas cuentan con la protección de Rusia.
Todos
han entendido que, en lo adelante:
-
Estados Unidos y Rusia –como antes lo hicieron Estados Unidos y la URSS–
evitarán todo enfrentamiento directo en aras de prevenir la guerra nuclear;
-
y que las potencias occidentales ya no “lesionarán” significativamente a las potencias medias aliadas de Rusia.
-
La única forma de superioridad militar de Washington,
Londres y París reside ahora en su capacidad de manipular grupos armados y de
utilizarlos como “pantalla” en sus guerras a través de intermediarios.
Al
arrastrar en su estela a Francia y al Reino Unido, el presidente Donald Trump
los ha obligado a aceptar la realidad que hasta ahora rechazaban.
El
gran show de la madrugada del 14 de abril de 2018 sólo fue una manera de salvar
las apariencias. Luego de un cuarto de
siglo de dominación occidental unilateral, las tres principales potencias
militares que bombardearon Siria acaban de perder su posición predominante. El
mundo ha regresado a una situación bipolar de guerra fría, cuyas reglas del
juego están por definir. Así que la Tercera Guerra Mundial tendrá que esperar.