Por GABRIEL FERNÁNDEZ *
Cuando nos formaron laboralmente
el elemento central no era otro que la redacción periodística en sus
múltiples variantes. Nos zambulleron en un mundo de artículos, reportajes,
títulos, copetes, volantas, bajadas. Algunos periodistas que ejercían como
docentes nos hablaron de las fuentes y los modos de conseguir información.
Claro que advirtieron sobre líneas editoriales y casi no hacían mención a las
empresas que gobernaban progresivamente el mercado. Pero estaba bien: era lo
que nos permitía tener una concepción clara del oficio y, a la primera ocasión,
empezar a practicarlo.
Con todo, así fue durante casi dos
décadas. En todos los medios recorridos el área comercial y la zona
administrativa quedaban lejos. Otros trabajadores, con experiencia o formados
en esos rubros, se ocupaban del sostén y el papeleo. Claro que aquellos con
inquietudes específicas podíamos transitar, a riesgo propio, experiencias
independientes. Lo hacíamos; pero contábamos con el reaseguro de la
contratación profesional, en blanco y con vigencia de estatuto y
convenio. Había trabajo en prensa.
Lo decía el querido Adrián
Desiderato –compartimos La Voz, Sur y él luego derivó
hacia Crónica mientras este periodista recaló en el diario
de las Madres -: “¿viste que en este gremio siempre aparece algo? ¡No
hay que preocuparse! Cada tanto sale un medio nuevo o alguien te llama de algún
diario”. De ese modo transcurrió nuestra vida laboral, por aquí y por allá. El
quiebre, la rajadura generada como una espada de hielo entre el ayer y el hoy,
se registró durante el menemismo. Allí se fueron dando dos situaciones
simultáneas. El ministro Domingo Cavallo
inventó el monotributo y las empresas empezaron a contratar planteles enteros
de los otrora freelance, pero para todos los días: luego, de común acuerdo,
esas firmas entendieron que debían atraer a periodistas acordes con su
lineamiento.
Entre ambos factores, el oficial y
el empresarial, el gremio de prensa se
fue convirtiendo en uno de los espacios más precarizados en el mundo
del trabajo. Quienes quedamos al frente de algunos medios, casi sin darnos
cuenta, nos familiarizamos con facturas, búsqueda de publicidad, inversores,
planillas y transferencias. Todo esto gestó una realidad que supera
holgadamente las dos o tres funciones que saltan formalmente a la vista: la
concreción de esas labores comerciales y administrativas para quienes ni siquiera
considerábamos la posibilidad de hojear un libro de contabilidad en el
secundario ha resultado un esfuerzo superior para el que –a la luz de aquellos
años de formación- no estábamos habituados.
Sin embargo, la adecuación a esta
singular polifunción se fue dando, y la Década Ganada, con su mercado interno
dinámico, facilitó el desarrollo de los más ordenados y de aquellos que podían
ofrecer materiales atractivos. Hubo muchos problemas y desencuentros, claro,
pero aún sin respaldo oficial, se pudo laborar y proyectar con cierto vuelo.
Cuando hay plata en la calle la sociedad se amplía y las perspectivas se tornan
probables. Así construimos algunos de los medios que quienes leen estas líneas
toman en cuenta día a día, y otros que andan mejor o peor realizados por ahí.
Aunque el filo de aquella espada seguía en alto, aprendimos a esquivarlo.
Por estas horas, cuando era
posible dar un salto cualitativo y construir grandes medios nacional populares,
el cambio de orientación económico política en el Estado Nacional desestructuró el camino y revivió lo peor de los años
noventa pero combinado con un poderío empresarial con patente de
corso que pretende inhabilitar los mejores esfuerzos. El resultado parcial ha
sido un bloqueo informativo apreciable que en vez de forjar interpretaciones
variadas sobre hechos admitidos directamente se permite el lujo de ignorar
realidades y transmitir mentiras sin más.
Es tentador afirmar que frente a
este panorama es preciso volver a las fuentes. Pero sería una verdad a
medias y sabemos lo que ello implica. Dentro del bullente panorama
comunicacional es importante –claro que sí- retomar la sana práctica de brindar
respuesta al qué, cómo, cuándo, porqué, donde y si es posible, para qué;
narrado con los apreciables sujeto, verbo y predicado. Pero a la vera de
esa esencia laboral, emerge el gran desafío de ordenar con justeza el
funcionamiento de los medios que buscan vincularse certeramente con el pueblo
al que pertenecen.
Para ello es pertinente la búsqueda profunda de un sostenimiento
económico ligado a los espacios con intereses comunes. Y enlazar con
el aprovechamiento extremo de las nuevas tecnologías. Estas no ameritan
idealización ni negación, sino admisión justa de su carácter de canales de
comunicación. El lineamiento editorial, que necesita incluir la
descripción de la Verdad como elemento central, ya no puede ignorar eso que
hemos incorporado conceptualmente al debate periodístico nacional: el
posicionamiento, el lugar de mirador resulta determinante. La enorme tarea por
delante es la elaboración de medios cuya perspectiva nazca en el Pueblo argentino
y en el Sur del continente.
EL OFICIO, EN SÍ MISMO
Esto nos lleva a dar una vuelta de
tuerca sobre el arranque de este mismo artículo. Veamos. Ahí, claro, nace la
objeción. –Y con todo eso ¿qué cambia? La misma pregunta implica un
error, pues la comunicación nunca resultó eje motor de las
transformaciones, sino apuntalamiento de las batallas políticas que los pueblos
libran en las calles, en los comicios, en los gremios y en los congresos. En la
cultura. Tampoco cambiaba nada per se con la difusión de un artículo extenso y
profundo en el pasado. Contribuía, como hoy, a forjar una zona poblacional
crítica, pensante y a mejorar por tanto el accionar de las franjas más
dinámicas. Pero el misterio de porqué cuándo cómo dónde se
genera un camino revolucionario está más allá de una publicación. Ni hablar
del quién, gran debate sobre el Sujeto. No lo generaron los
artículos del 18 Brumario, no lo originó Operación Masacre, no lo produjo el Libro
Rojo.
Lo cual nos lleva al nudo lejano
de la discusión. Nada es en sí mismo revolucionario. Queda bien decirlo,
pero no es cierto. La poesía, el rock, Beethoven, el marxismo, la
contracultura, el peronismo, la pasión, la sabiduría, el sexo, el cine, la
literatura; el ping pong. Nada. Toda expresividad humana, si calza justo en el
segmento exacto en el momento adecuado, potencia el cambio, moviliza el quiebre
de viejas estructuras y abre nuevos senderos. Pero no lo concreta por sí misma.
Es parte de un volcán conjunto, del emerger de toda una comunidad que necesita
modificaciones trascendentes y toma las herramientas disponibles para llevarlas
a cabo.
El periodismo, puesto en su
justo lugar, no ha logrado –porque no podía hacerlo- llegar más allá. Es canal de control, desinformación y
desorientación del poder, así como lo es de conciencia, reflexión y
movilización de las regiones populares antitéticas. Posee una variedad
enorme de zonas grises, contiene múltiples facetas, incide bastante y daña o
mejora con intensidad; pero aunque le pese a
colegas que evalúan tener un lugar más valioso que el descripto, no va más
allá. Los beneficios planteados párrafos antes acerca de las virtudes de las
redes no escapan a ese diagnóstico; estamos muy lejos de suponer que su
expansión libera por su misma expansión. Pero de allí a aceptar la versión
según la cual empeora las cosas, no.
Sin embargo, la apertura
tecnológica si contiene un elemento que cabe mencionar: tiende a
democratizar. Y no “falsamente” como se dice por ahí. Antes del desarrollo que
impuso a la radiodifusión la tecnología adaptada por la organización Montoneros
con sus camioncitos durante la dictadura, para difundir algo por una radio
había que tomarla militarmente. Apuntar al locutor, extenderle el documento y
decirle -con la simpatía propia del militante- “leé esto”. Andando el
tiempo, esa cajita simple llegó a todos los pueblos del país y existen miles de
radios que en sus zonas de llegada compiten con las más importantes. Y sirven,
a su modo. Muchas ayudan a pensar, informan lo que otros no dicen.
Contribuyen a organizar.
Antes de internet para emitir masivamente era
preciso poseer un medio de comunicación. Hoy, una
persona –con la única condición habilitante de ser alfabetizada, lo cual no es
poco, admitimos- se convierte en emisor universal desde su hogar o, por qué no,
desde un económico locutorio. Ingresa a las redes y dice. Lo que quiere dice. Y
resulta ser que muchos, muchos, dicen pavadas. Pero también resulta ser
que unos cuantos ponen en cuestión la grandeza de los grandes escritores y las
veleidades de grandes periodistas… y dicen cosas atinadas, creativas,
talentosas, certeras. A veces mejores que las emitidas por soportes y
personalidades consagradas. Y reúnen lectores, y congregan grupos, y fomentan
causas.
¿Porqué olvidamos victorias? Es
habitual indicar que no hay que desdeñar la experiencia aquilatada en los
fracasos. Está bien. Pero tal vez resulte peor dejar de lado, desmerecer,
ignorar, los propios logros. Por eso señalamos los Cuadernos de Forja, el gran éxito periodístico de la
historia argentina, pero podemos seguir aquí y allá desmembrando prestigios y
preguntándonos si alguien evoca hoy al todopoderoso editorialista de los años
40 del diario La Nación. Pero Raúl
Scalabrini Ortiz, mal que bien, dejó su huella con un medio alternativo por
excelencia. Rodolfo Walsh jamás publicó en un medio grande,
comercial o masivo. Y hay mucho más.
¿Adónde vamos en definitiva? Acá:
tenemos demasiados expertos, contra lo que se piensa, en asuntos
mercadotécnicos, en las ciencias de las redes, que intentan
convencernos a quienes nos ocupamos de los contenidos, que los Ellos son
tan poderosos que jamás podremos alcanzarlos. Estos amigos bien intencionados,
miden y miden y dicen “nadie lee al campo nacional y popular, todos ven
lo que ellos quieren” y siguen midiendo y siguen midiendo y se les
cruzan las mediciones y nos explican que los lectores en redes se vinculan por
su cercanía conceptual, como si antes hubiera sido distinto, y miden y miden y
desfallecen ante el poder de los poderosos. Y nos dicen “¿Forja? ¡Pero
ahora no es lo mismo!”, y enfurecen cuando les decimos “es cierto,
ahora tenemos más herramientas, no menos”.
Entonces terminan tirando el
argumento “científico” por los aires y recaen en el decir del viejo nostalgioso
de fútbol era el de antes (cuando él era joven): “es que no
hay Jauretches, no hay Walshs, no hay…” . Esos perdieron antes de
pelear.
No confían en el vigor de una
buena idea. Nosotros, en cambio, potenciamos los contenidos.
Area
Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal.