Por Thierry Meyssan
Con prudencia y determinación,
la Federación Rusa y el presidente estadounidense Donald Trump están poniendo
fin a la dominación del mundo por parte de los intereses transnacionales.
Convencido de que el
equilibrio entre potencias no depende de las capacidades económicas de estas
sino de sus capacidades militares, el presidente ruso Vladimir Putin ha logrado ciertamente restaurar el nivel de vida de sus
conciudadanos pero ha tenido que desarrollar el Ejército Rojo antes de
comenzar a enriquecerlos. El 1º de marzo de 2018, Putin revelaba al mundo las
principales armas del nuevo arsenal ruso e iniciaba su programa de desarrollo
económico.
En los días subsiguientes, la guerra en Siria se concentró en la
Ghouta Oriental, o sea la parte este del cinturón verde de la capital siria.
El general Valery Guerasimov, jefe del estado mayor ruso, se comunicó
telefónicamente con su homólogo estadounidense, el general Joseph Dunford, y le
anunció que en caso de interferencia militar de Estados Unidos, los 53 navíos
estadounidenses desplegados en el Mediterráneo y en el Golfo Pérsico,
incluyendo 3 portaviones nucleares, serían blanco de la respuesta rusa. Lo más
importante es que el jefe del estado mayor ruso invitó encarecidamente al jefe
del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos a que informara al presidente Trump
sobre las nuevas capacidades militares de la Federación Rusa.
En definitiva, Estados Unidos
se abstuvo de interferir en la limpieza de la Ghouta Oriental, lo cual permitió
que el Ejército Árabe Sirio y algunas unidades rusas de infantería completaran
la liberación de los alrededores de la capital siria expulsando de allí a los
yihadistas que ocupaban varias localidades.
Sólo el Reino Unido trató de
anticiparse a los acontecimientos, organizando el llamado «caso Skripal». Según
la “lógica” de Londres, si se derrumba el orden mundial imperante hay que
reinstaurar la retórica de la guerra fría, estimulando el enfrentamiento entre
los “buenos” (los cowboys) y los “malos” (el oso ruso).
En junio, cuando el Ejército
Árabe Sirio, con apoyo aéreo ruso, comenzó su avance en el sur de Siria, la
embajada de Estados Unidos en Jordania
anunció a los yihadistas que, en lo adelante, tendrían que pelear solos, sin
ayuda ni apoyo del Pentágono y la CIA.
El 16 de julio, en Helsinki,
los presidentes Putin y Trump fueron aún más lejos. Abordaron el tema de la
reconstrucción, o sea de los daños de la guerra. Como ya hemos explicado
repetidamente desde la Red Voltaire, Donald
Trump es contrario a la ideología puritana, al capitalismo financiero y al
imperialismo resultante de los dos anteriores. Trump estima que su país no
tiene porqué cargar con las consecuencias de los crímenes cometidos por los
anteriores inquilinos de la Casa Blanca, crímenes de los que también fue
víctima el pueblo estadounidense. Trump sostiene que esos crímenes fueron
perpetrados por instigación –y en beneficio– de las élites financieras
transnacionales y que son por consiguiente esas élites quienes tienen que pagar
por ellos, aunque nadie sepa aún cómo forzarlas a ello.
El presidente ruso y su homólogo estadounidense también decidieron
facilitar el regreso de los refugiados sirios. Al aprobar el regreso de los
refugiados sirios, Donald Trump invirtió la lógica de su predecesor, quien
afirmaba que los refugiados huían de «la represión y la dictadura», cuando en
realidad huían de la invasión yihadista.
En el sur de Siria, los
yihadistas ahora huían de las fuerzas sirias y rusas, pero –ya completamente
desesperados– algunos remanentes del
Emirato Islámico (Daesh) perpetraban atrocidades inimaginables en esa
región en momentos en que el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, y el
general Guerasimov, iniciaban una serie de visitas en Europa y el Medio
Oriente.
En los predios de la Unión
Europea, ambos responsables rusos eran recibidos con la mayor discreción
posible ya que, según la retórica occidental, el general Guerasimov es una especie de conquistador que invadió y anexó
Crimea… y la Unión Europea, defensora autoproclamada del «estado de derecho»,
prohibió en su momento que este militar ruso pisara suelo europeo. Ahora, como
no había tiempo para retirar su nombre de la lista de responsables rusos
sancionados, la Unión Europea no tuvo más remedio que tragarse sus sanciones
mientras este héroe de la reunificación entre Crimea y Rusia se hallaba en
suelo europeo. La vergüenza de los dirigentes europeos ante su propia
hipocresía explica la ausencia total de imágenes oficiales de los encuentros
entre los dos altos responsables rusos y los dirigentes que los recibieron en
varias capitales europeas.
El ministro de Exteriores y el
jefe del estado mayor ruso resumieron a cada uno de sus interlocutores algunas
de las decisiones adoptadas en la cumbre de Helsinki. Muy sabiamente, se
abstuvieron de pedir cuentas sobre el papel de cada Estado en la guerra contra
Siria y prefirieron exhortar a sus interlocutores a ayudar a poner fin al
conflicto retirando sus fuerzas especiales, cesando la guerra secreta,
cancelando toda ayuda a los yihadistas, contribuyendo al regreso de los
refugiados y reabriendo sus embajadas en la capital siria. Los dos responsables
rusos subrayaron además que todos podrían participar en la reconstrucción.
Inmediatamente después de la
partida de la delegación rusa, la canciller alemana Angela Merkel y el
presidente francés Emmanuel Macron interrogaron ingenuamente al Pentágono para
saber si era cierto que el presidente Donald Trump tenía intenciones de forzar
ciertas transnacionales –el fondo de inversiones KKR, Lafarge, etc.– a pagar,
pero el único objetivo de esa averiguación era sembrar el caos del otro lado
del Atlántico. En el caso del presidente
francés Macron, ex cuadro bancario, se trata de una actitud particularmente
deplorable en la medida en que antes había pretendido dar una muestra de buena
fe con el envío de 44 toneladas de ayuda humanitaria a la población siria,
ayuda distribuida por el ejército ruso.
En el Medio Oriente se dio
mejor cobertura mediática al viaje de la delegación rusa. El ministro Lavrov y
el general Guerasimov anunciaron allí la creación de 5 comisiones encargadas de
facilitar el regreso de los refugiados sirios desde Egipto, Líbano, Turquía,
Irak y Jordania, donde cada una de esas comisiones incluye representantes del
país donde se hallan los refugiados así como delegados rusos y sirios. Nadie
quiso plantear la pregunta incómoda: ¿Por qué la Unión Europea no participa en
esas comisiones?
En cuanto a la reapertura de las embajadas en Siria, los
Emiratos Árabes Unidos se adelantaron a los occidentales y a sus aliados
regionales negociando de inmediato la reapertura de su misión diplomática en
Damasco [1].
Quedaba pendiente la preocupación de los israelíes por obtener
la retirada de los consejeros militares iraníes y de las milicias proiraníes
que llegaron a Siria para luchar contra la agresión exterior. El primer
ministro israelí Benyamin Netanyahu viajó varias veces a Moscú y Sochi para
tratar de alcanzar ese objetivo. El general Guerasimov incluso llegó a utilizar
la ironía al referirse a la pretensión de los vencidos israelíes de exigir la
retirada de los vencedores iraníes. Por su parte, el diplomático Serguei Lavrov
se atrincheró en el principio ruso que consiste en no inmiscuirse en las
cuestiones vinculadas a la soberanía de Siria.
Rusia resolvió el problema de
otra manera. La policía militar rusa
reinstaló a los cascos azules de la ONU a lo largo de la línea de demarcación
que separa a la República Árabe Siria del Golán ocupado por Israel, en las
posiciones de donde los soldados de las Naciones Unidas habían sido expulsados
por los yihadistas de al-Qaeda, cuando esos terroristas contaban con el apoyo
de las fuerzas armadas de Israel [2]. La policía militar rusa instaló además, del
lado sirio, 8 puestos militares de observación. De esa manera, Moscú logra
garantizar –a Siria y a la ONU– que los yihadistas no volverán a esa zona y al
mismo tiempo garantiza a Israel que Irán no atacará desde Siria.
Israel, que antes apostaba por la derrota de la República Árabe Siria y
calificaba al presidente Assad de «carnicero», acaba de reconocer súbitamente,
por boca de su ministro de Defensa Avigdor Liberman, que Siria sale vencedora
del conflicto y que el presidente Assad es su líder legítimo. Como muestra
de buena voluntad, Liberman incluso ordenó un bombardeo contra un grupo del
Emirato Islámico (Daesh) al que hasta ahora Israel había respaldado de
múltiples maneras [3].
Poco a poco, la Federación Rusa y la Casa Blanca –no
Estados Unidos– están poniendo orden en las relaciones internacionales y
convenciendo a diversos protagonistas de que se retiren de la guerra,
exhortándolos incluso a que se propongan como participantes en la
reconstrucción.
Por su parte, el Ejército Árabe Sirio prosigue su campaña de liberación
del territorio nacional.
Queda pendiente, por parte del
presidente Trump, implementar la retirada de los militares estadounidenses
presentes en el sur de Siria –en la región de Al-Tanf– y en el norte del país
–concretamente al este del Éufrates– mientras que el presidente turco Erdogan
tendrá que acabar abandonando a su suerte a los yihadistas refugiados en el
noroeste –en la región de Idlib.
[1] «Emiratos Árabes Unidos se dispone a
reabrir su embajada en Damasco», Red Voltaire, 2 de agosto de 2018
[2]
«Regresan los cascos azules a la línea de demarcación del Golán», Red Voltaire,
3 de agosto de 2018.
[3]
«Bombardeo israelí contra elementos de Daesh en Siria», Red Voltaire, 4 de
agosto de 2018.