Aritz Recalde, octubre 2018
El dirigente
del Partido Social Liberal (PSL), Jair
Bolsonaro, obtuvo una holgada victoria en la primera vuelta de la elección
presidencial del Brasil. Rápidamente, periodistas argentinos aseguraron que fue
un triunfo de la “ultraderecha” y de los medios de comunicación. El argumento
que subyace a ese análisis es simple, interpretando que cuando gana una
elección un gobierno de izquierda lo hace por mérito propio y cuando pierde es
el resultado de la manipulación y de la ignorancia popular. A Bolsonaro lo
votó, democráticamente, más del 46% de los electores que hasta hace poco tiempo
seguían al PT, y cuesta creer que eran racionales antes y muy retrógrados
ahora. Posiblemente, estos diagnósticos
sirvan para persuadir a los convencidos de cara a la segunda vuelta, pero no
para interpretar las causas que llevaron al electorado a seguir al PSL.
Es habitual
que se caracterice al voto del PSL como de “ultraderecha” y lo mismo ocurre con
su candidato presidencial que se manifestó cristiano, cercano a los militares y
abogó por políticas activas para acabar con la inseguridad. Muchos analistas han
caricaturizado al líder en base a recortes de declaraciones y entrevistas cuyo
resultado es, meramente, convencerse a sí mismos de lo que ya creen de
antemano. Matizando la caracterización corriente, Alberto Buela definió a Jair Bolsonaro
como un "conservador en política y
un liberal en economía". Las propuestas de la plataforma de gobierno[1]
y del portal del PSL van en línea con la lectura realizada por Buela e
incluyeron, entre otras cosas, la conformación de un “gobierno limitado”, la
“división de poderes”, la “democracia representativa”, el “liberalismo
económico”, la “inclusión social” y el “federalismo”.
Ejes de campaña de Bolsonaro
La economía. Bolsonaro propone un “cambio”[2]
para la economía y ello no debería llamar la atención ya que desde el año 2014
la situación no es buena en el país. Brasil entró en una recesión que fue
profundizada por el ajuste “gradual” de Dilma Rousseff (PT) y por el ajuste “brusco”
de Michel Temer (PMDB-PT). El electorado castigó a ambos, de manera que la ex
mandataria no alcanzó la banca a la que se postuló en las últimas elecciones y
el PMDB tuvo un magro resultado en las urnas. El programa económico del PT
iniciado en 2002 consiguió importantes avances sociales y no es casualidad que recientemente
los hayan votado un tercio del electorado. Ahora bien, tampoco se pueden
ocultar sus incapacidades y Bolsonaro supo capitalizar el descontento de 4 años
de estancamiento. Un sector de los votantes tiene una legítima aspiración de
cambio y acusarlos de “derechistas” es una forma poco sutil de no asumir los
errores, las incapacidades y las contradicciones del gobierno del PT y sus aliados.
El problema del pueblo brasilero no es
querer una mejora en la economía, sino suponer que Bolsonaro y los neoliberales
son quienes pueden efectivizarla.
La cultura popular brasileña. Bolsonaro
organizó su campaña presidencial cuestionando lo que definió, literalmente,
como la imposición de una “ideología de
género en las escuelas”. Su plataforma electoral está centrada en un
conservadurismo con varios sesgos liberales y no es de ultraderecha. El programa
del PSL postula una identidad que, en sus palabras, no está anclada en “el pasado”. Por otro lado, considera que
deben respetarse las “costumbres” y
las instituciones como la “familia y la
iglesia”, ya que ello permitiría al “individuo”
vivir libremente en sociedad. En Sudamérica existe una importante población religiosa
—y no religiosa—que no comparte aspectos de las políticas de género de la
izquierda o que no considera oportuno que sean obligatorias. Bolsonaro catalizó
inteligentemente expectativas de esa mayoría silenciosa y polarizó al
electorado acusando al PT de “izquierdismo”. No debe olvidarse, que el partido
de Lula surgió ligado a miembros de la Teología de la Liberación y a las
comunidades cristianas de base. En su alianza con el PMDB, el PT atrajo muchos
votos y a legisladores evangélicos. En el PSL y también en el tradicional
electorado del PT, hay sectores reticentes al aborto o que no aprueban aspectos
del programa de género y consideran que son valores propios de la esfera
privada y que no tienen que ser impuestos compulsivamente. Si la discusión
sobre la cultura popular sudamericana se da en términos de derechas e izquierdas,
hay grandes posibilidades de caer en el típico reduccionismo de civilización y barbarie. Acusar a un
continente mayoritariamente cristiano de serlo, no es una buena estrategia
electoral. Si el PT no mantiene la
pluralidad cultural originaria de su espacio y crece en la corriente anticristiana,
puede quedar aislado frente a una importante parte de la población brasileña.
La política. Para derribar al PT se
organizó una oposición económica, mediática y judicial que delineó los
“márgenes” del debate político reciente: había que elegir entre “corruptos o no
corruptos” y no se puso en juego el programa de país. Con las permanentes denuncias
y la espectacularización mediatizada, se debilitó el conjunto del sistema de
partidos (PSDB, PMDB o PT). El paso siguiente fue encarcelar al único actor competitivo
del PT que era Lula Da Silva. Si bien Bolsonaro no era “él” postulante ideal del
poder económico y mediático (de hecho O´Globo lo cuestionó), cuando ascendió en
las encuestas polarizó la oposición al PT y consiguió ser el centro de la estrategia “anti”
izquierda. Además de la habilidad del establishment y del PSL, hay que
reconocer que el partido de gobierno que manejó Brasil desde el año 2002 se
mostró incapaz para construir una organización estable y un candidato nacional.
La seguridad. Bolsonaro tiene un
discurso de “mano dura” contra la inseguridad y el habitante brasileño es lógicamente
receptivo a ello en un país que padece una cotidiana violencia social y en el
que existen redes mafiosas y de narcotraficantes que regulan la vida en
ciudades y barrios. En lugar de acusar al elector de Bolsonaro de “derechismo”,
la izquierda debería ofrecer una política real y palpable en la materia. Si
bien la mención a la “mano dura” del PSL no conforma un plan de erradicación de
la violencia, 16 años de gobierno de izquierda del PT tampoco lo lograron.
Los militares al poder. La formula de
presidente y vice (Hamilton Mourão) del PSL incluyó a dos ex militares, que
tuvieron la habilidad de presentarse como una dirigencia alternativa y
rupturista de los viejos partidos. Actualmente, en Brasil y en Venezuela con
dos orientaciones ideológicas diferentes, los militares se ponen en el centro
del dispositivo político. No es oportuno, entonces, adelantar el comportamiento
que tendrá la compleja institución militar del Brasil. En el gobierno de
Bolsonaro las Fuerzas Armadas pueden ser tanto un medio de represión para
garantizar un ajuste conservador, como también pueden oficiar como un límite al
programa económico de desindustrialización y de privatizaciones del complejo
productivo brasileño.
La corrupción. Éticamente es
reprochable que un empresario pague coimas o que un empleado estatal acumule
dinero público. Sin embargo, la corrupción no es una práctica de un solo país,
de un partido o de un grupo económico puntual, sino que es la forma habitual de
construcción de las decisiones del capitalismo. En los EUA los grupos
económicos manejan la política, financian los candidatos y direccionan la
sanción de las leyes conformando un sistema de ¿“corrupción
institucionalizada”?. Son también los norteamericanos y un grupo reducido de
CEOS, quienes regulan los “paraísos fiscales de la evasión” y las
“calificadoras de riesgo” que mintieron y llevaron al sistema capitalista
mundial a la crisis financiera del 2008. Estos grupos son los principales
organizadores del actual esquema del desorden económico internacional,
caracterizado por la especulación, la fuga ilegal de capitales y la creciente e
inmoral desigualdad. La empresa Odebrecht acumuló poder económico siguiendo las
pautas del capitalismo y no cayó por ganar licitaciones pagando coimas, sino
por el hecho de que estaba disputando los negocios de empresas de las potencias
occidentales. La investigación del Departamento de Justicia de los EUA que
desencadenó el Lava Jato, no buscó la
transparencia financiera sino que intenta destruir las industrias del Brasil o al
menos que las adquieran grupos extranjeros. La operación judicial y mediática no
va a construir la transparencia institucional, sino que tendrá como resultado
frenar los programas de distribución del ingreso y la política exterior
multilateral del PT. La estrategia de los CEOS y de los EUA se propone destruir
el sistema de partidos y quitarle la fuente de financiamiento a la política. La
democracia de masas será monopolizada por una gerencia de medios de
comunicación de algún grupo trasnacional. Si bien Bolsonaro capitalizó el
legítimo descontento de la sociedad con la corrupción, una vez que alcance el
poder será esclavo de este mismo sistema financiero, mediático y político internacional.
En Sudamérica no solamente hacen falta políticos que no acepten coimas, sino
que deben generarse otras reglas económicas y otro sistema de costeo de la
democracia de partidos, para no caer en manos de la oligarquía financiera
trasnacional.
[1]“El camino de la
prosperidad. Propuesta de Plan de Gobierno”. Disponible en https://www.jairbolsonaro17.com.br/NossoPlano
[2]Bolsonaro impulsa a Paulo Gedes para ocupar el Ministerio
de Hacienda y en caso de ser designado consideramos que se profundizaría la
desigualdad social y la extranjerización y dependencia económica del Brasil.