10 de octubre de 2018
Eduardo J. Vior
Una mezcla de rabia,
frustración y odio han arrasado el cuadro institucional de la 3ª República.
Excepto el candidato ultraderechista, casi ninguno de los favoritos ha
sobrevivido a las urnas. El ejército y el bloque “BBB” (bala, Biblia, buey)
chocan los cinco, pero también a ellos se los puede llevar la correntada.
Al día siguiente de la primera
vuelta, Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal, PSL) y Fernando Haddad (Partido
de los Trabajadores, PT) se lanzaron a la conquista
del casi 35% de los votos que eligió mayormente opciones en el centro del
espectro político. Mientras que el primero obtuvo 46% de los votos, su
contrincante llegó al 29,28%. El candidato ultraderechista desmintió a su vice,
el general Hamilton Mourão, quien había propuesto que un “consejo de notables”
reforme la Constitución. Su oponente, en tanto, anunció el lunes 8 que, para
hacer los cambios institucionales necesarios, prefiere que el parlamento
enmiende la Constitución, en lugar de convocar a una conflictiva Asamblea
Constituyente. Al mismo tiempo, se apartó del ex-ministro Jose Dirceu, quien
desde la prisión declaró que “el PT debe prepararse para tomar el poder”.
El mayor beneficiado por los
resultados de la elección fue el Partido Social Liberal (PSL) que aprovechó el
arrastre de su candidato presidencial, para pasar en la Cámara de Diputados de
ocho a 52 bancas y en el Senado de cero a nueve senadores.
Un total de 147 millones de
brasileños fueron a las urnas este domingo para escoger presidente y vice, la
totalidad de los diputados federales, dos tercios del Senado, gobernadores y
legisladores estaduales. Al no alcanzar ninguno de los contendientes la mitad
de los votos, el 28 de octubre habrá segunda vuelta. A pesar de que en Brasil
el voto es obligatorio, 29,9 millones de ciudadanos se abstuvieron, el
porcentaje más alto desde 2002. Movilizar a estos abstinentes será un segundo
objetivo de ambos contendientes.
Tanto la abstención como el voto ultraderechista expresan un rudo castigo al PT
y a los grandes partidos que sostuvieron la 3ª República desde la Constitución
de 1988. Además del PT, vieron reducidas sus bancadas el Movimiento Democrático
Brasileño (MDB, hasta mayo de 2018 PMDB) y el Partido Socialdemócrata
Brasileño (PSDB). El PT sigue siendo la primera minoría en Diputados, aunque
disminuyó de 68 a 56 legisladores. En el Senado bajó de 13 a 6 bancas. Su mejor
resultado lo tuvo en el Nordeste, seguido por el Sudeste. El MDB, en tanto,
pasó en la Cámara del segundo al quinto lugar, reduciéndose de 65 deputados a
34, mientras que en el Senado disminuyó de 19 a 12. A su vez, el PSDB, que en
Diputados era el tercer partido más fuerte, ahora es el décimo, bajando de 54
diputados federales a 29 y de 10 senadores a ocho.
El análisis de los resultados
electorales muestra que Bolsonaro
recibió más votos en los municipios más ricos, mientras que Haddad lo hizo en
los más pobres. Este patrón se verificó en todo Brasil.
Trece de los 27 estados de la
República eligieron sus gobernadores
ya en esta primera vuelta. Entre ellos el Partido Socialista Brasileño (PSB) y
el PT tuvieron el mayor número de electos, tres cada uno.
A partir de enero de 2019,
cuando asuman los mandatados, Diputados va a pasar de los actuales 25 partidos
a 34. En el Senado, a su vez, de 16 partidos se llegará a 21. Si bien, en caso
de ser elegido, Jair Bolsonaro tendría al principio el apoyo de los frentes interbloque de los ruralistas (el
llamado Frente Parlamentario Agropecuario), los pentecostales (que forman el Frente Parlamentario Evangélico, con
199 miembros entre ambas cámaras) y los adeptos a la política de mano dura (el llamado “Frente de la Bala”), estaría en
una situación muy inestable por la dispersión de la representación. Suba quien
suba, la relación entre el ejecutivo y el legislativo será aún más complicada
que en la actualidad, el sistema político sufrirá aún más de parálisis y
dependerá en todavía mayor medida de los trueques de favores, agravando la
crisis de gobernanza y la desconfianza popular.
El triunfo de Bolsonaro se fue
perfilando a lo largo de la campaña. El apoyo del bloque BBB y de los militares
y el atentado que el candidato sufrió a mediados de septiembre le arrimaron
simpatías, pero el vuelco del sistema
financiero y del obispo Edir Macedo (titular de la Iglesia Universal) en su
favor, así como la publicitada “acusación” del ex ministro Antonio Palloci
contra Lula por haber recibido coimas produjeron un vuelco decisivo. Al final
superó el 46%.
Seguramente, la opinión
democrática del país se va a movilizar ahora detrás de la candidatura de
Fernando Haddad, pero es improbable que
pueda invertir el resultado. Por supuesto, en tres semanas pueden “pasar
cosas”, pero, aun si fuera vencido, el bolsonarismo subsistirá.
Según una entrevista con un
jefe militar brasileño no identificado, publicada por M. Falak el pasado domingo 7 en Ámbito Financiero, el alto mando del
Ejército de Brasil seleccionó y entrenó al candidato ya desde 2014, cuando
a la crisis económica se sumó la crisis política que dos años más tarde
acabaría con la presidenta Dilma Roussef. Lo reeducaron, lo hicieron casar con
su tercera esposa, lo obligaron a hacer psicoanálisis y organizaron su pasaje
al Partido Social Liberal. El objetivo del Estado Mayor sería instaurar lo que
los militares denominan una “nueva democracia”, o sea un régimen neoliberal
autoritario en el que las fuerzas armadas tengan incluso oficiales desempeñando
cargos de gobierno, pero donde no gobiernen como tales.
Esta tendencia militar se autodefine como “liberal” y dispuesta a
cumplir un rol subordinado dentro de la estrategia norteamericana para de
América del Sur, pero con control del territorio propio e intervención
“ordenadora” en los asuntos de los países limítrofes.
El golpe de estado y el “lava
jato” destrozaron el sistema político brasileño. En medio de una crisis total
la desorientación de los sectores populares los empujó hacia un aventurero
facineroso y la moralina de las iglesias pentecostales. El Ejército especula
con aprovechar este fascismo neoliberal y colonial, para instaurar una
dictadura con disfraz legalista, pero debería recordar que, apenas las FF.AA.
entran en la política, la política entra en los cuarteles y la crisis se
perpetúa.
Por otra parte, Lula mantiene un fuerte espíritu de lucha
y, aun preso, no cejará en organizar la resistencia. Los reaccionarios
nunca tendrán paz.
Al mismo tiempo, no hay que
menospreciar al personaje. Bolsonaro es
un megalómano delirante capaz de creerse el rol que le han adjudicado. Puede
verse tentado a utilizar las milicias pentecostales, a los latifundistas y los
parapoliciales, para afirmarse en el poder. En ese caso, el Ejército
tendría que remediar el caos que él mismo generó. Brasil se debate entre la democracia
y el golpe permanente.
INFO24