Alberto Buela (*)
Diciembre 2018
En 1959 se crea el BID- Banco Interamericano de desarrollo-
y en 1961 la Alianza para el progreso, de modo que, grosso modo, hace casi sesenta años que el ideal del desarrollo
económico se instaló en nuestra ecúmene iberoamericana y sus consecuencias han
sido, en algo más de medio siglo, que nuestros países: hoy son más pobres.
Esta constatación no es un invento nuestro porque hace ya
en 1982, Alberto Wagner de Reyna (1915-2006),
seguramente uno de los más significativos filósofos suramericanos de la segunda
mitad del siglo XX, afirmó lo mismo. Y así propuso en un libro extraordinario Pobreza y Cultura: “que pensemos la
posibilidad de descubrir y emplear en nuestro propio beneficio el valor de la
pobreza…Es decir, vivir en la suficiencia material, que se aparta del
despilfarro”[2].
El filósofo limeño
sabe de qué habla pues su experiencia de ocho años (1964-72) en el consejo
directivo de la Unesco y su trato fluido con la Fao, así como sus múltiples
embajadas, todo ello volcado en su libro Idée
et historicité de l´Unesco, hicieron de él un testigo privilegiado del
fracaso de las teorías sobre el desarrollo.
Es que la
austeridad, lo ha reiterado Francisco, es el mejor antídoto a la sociedad de
consumo, a la sociedad del despilfarro, a la sociedad del dios monoteísta del
libre mercado, a la sociedad del capitalismo salvaje, a la sociedad de los
grandes basurales y campos de residuos, a la sociedad del consumo de energía
sin justificación, a la sociedad que produce el calentamiento global y pone, en
definitiva, el riesgo de la existencia en la tierra.
Epicuro, filósofo griego que
vivió 300 años antes de Cristo, afirmaba: pobre
es aquel para quien lo suficiente es poco, porque nada le es suficiente. Y
Séneca, filósofo hispano-romano de la misma época que Cristo, decía: no es pobre el que tiene poco, sino el que
desea más de lo que posee. Y también: la
riqueza tiene sus límites, el primero es tener lo necesario y el segundo lo
suficiente. Más adelante, en el siglo IV San Ambrosio va a sostener: quien se acomoda a la pobreza es rico… el
rico padece una pobreza de sentimientos pues siempre cree que algo le falta y
lo codicia. Muchos siglos después Arturo Schopenhauer dijo: la riqueza es como el agua de mar, cuanto
más se bebe más acosa la sed.
Esta tendencia de
la riqueza a crecer, a siempre desear más bienes, ha terminado en la sociedad
de consumo actual, que está regida por la tiranía de la riqueza.
APROXIMACIÓN ETIMOLÓGICA
Pobre viene del
latín pauper, que está vinculado a paucus que significa poco y del griego penía (pobreza) y de pénes (pobre), vocablos que están
vinculados con peína (hambre) y pónos (dolor). También se dice en griego
aporía (falta de camino o aprieto o
problema. Vemos que las raíces latinas destacan más el aspecto cuantitativo de
la pobreza = poco, en tanto las griegas resaltan el aspecto cualitativo=
hambre.
Rico, en cambio,
proviene del germánico Reich (poderoso).
En tanto que en latín rico se dice dives=
abundante y en griego ploúsios del
verbo ploutéo= hacerse rico, de allí
viene plutocracia.
Vemos como hambre y
poder, el equivalente a pobreza y riqueza no están en el mismo plano: una, en
el dominio biológico psíquico y la otra en el plano político económico.
Nuestros sociólogos y economistas han mezclado estos dos
planos y así miden la pobreza por la carencia de riqueza, por ejemplo, el salario
mínimo, consumo básico, mínimo vital y móvil, etc. No tienen en cuenta el valor
de la pobreza como generadora de un hombre distinto y de una sociedad
diferente.
San Juan Crisóstomo, uno de los Padres de la Iglesia,
aquél que afirmó que “detrás de toda gran fortuna hay un crimen”, frase que todo el mundo atribuye a Honorato de Balzac, sostuvo que en
el mundo existe la esclavitud del rico y es el pobre quien lo libera. Pues el
rico está al servicio de la tiranía de su riqueza que siempre es poca. Así, si
pensamos una ciudad toda de ricos ella es imposible, pues vemos que ellos necesitan de los pobres para
construirla y limpiar las letrinas-tareas que el rico no realiza- mientras que
una ciudad de pobres es autosuficiente. (Cfr. Homilía Sobre Lázaro, 48). El verdadero pobre desea modestamente y por eso
es más rico. Vemos como en el fondo coinciden Crisóstomo y Séneca en la idea de
un hombre íntegro y pleno, que es aquel que tiene por límites lo que va de lo
necesario a lo suficiente. Así el rico no tiene límites hacia arriba y el indigente
no tiene límites hacia abajo, el verdadero hombre (el cristiano) es aquel cuya vida práctica transcurre entre
la posesión de lo necesario y lo suficiente para vivir. No le falta ni le sobra
nada.
En la indigencia no
se puede ser feliz, pues para ella se necesita un mínimo de prosperidad, afirma
Aristóteles.
Para griegos y
romanos la auténtica riqueza es aquella vinculada a la producción de los bienes
de uso, como propiedad para satisfacción de nuestras necesidades. A esta
riqueza la denomina Platón en El Sofista ktétika.
Esto es, el aprovechamiento de la riqueza que nos brinda la naturaleza como la
pesca, la caza, la siembra y la cría.
Enfrentada a ella
hallamos la crematística, que viene
del vocablo khrémata= las cosas y de khréma= dinero. Es la riqueza que viene
del negocio y no de la producción. Nace de la permuta del dinero mismo lo que
la convierte rápidamente en usura y entonces nada la limita. Su ambición es
infinita.
Vemos como la
riqueza puede tener dos orígenes: como beneficio que produce la producción por
el trabajo o la ganancia por el negocio de la usura ( metabolé=cambio de monedas).
El pobre=el
cristiano, desea modestamente y por eso es más rico.
Ante el dios
monoteísta de la sociedad de consumo, de la sociedad del despilfarro, la del
capitalismo salvaje, de del imperialismo internacional del dinero, así la
denominó Pío XII, el papa Francisco,
propone la vieja tesis del recurso a la austeridad, según la cual rico no es el
que tiene mucho sino el que vive con poco. Aquel que se pone un límite al
uso de la riqueza y su consecución. Aquel que sabe disfrutar de las cosas de la
vida con alegría y con mesura.
Así termina Wagner de Reyna su espléndida
meditación: “La pobreza desempeña así una
función ancillar, subordinada: ser el lugar de arranque de la acción del
espíritu libre del lastre de la desmesura material, cuantitativa, hedonista que
constituye el desconcierto de la crisis actual. Podrá así el espíritu en la
moderación y austeridad alcanzar el concierto radical (desde su raíz) el que el
hombre se (re)humaniza. No es la pobreza un fin, ni valor absoluto, ni meta,
sino supuesto y condición”.[3]
(*) arkegueta, aprendiz constante, mejor que filósofo
Filósofos y pensadores
americanos estudiados por nosotros y sobre los que hemos publicado varios
trabajos:
De Argentina: Carlos Astrada, Nimio de Anquín, Jorge Luis Borges,
Gonzalo Casas, Leonardo Castellani, Alberto Caturelli, Máximo Chaparro,
Macedonio Fernández, Juan Agustín García, Luis Juan Guerrero, Rodolfo Kusch,
Leopoldo Lugones, Julio Meinvielle, Héctor Murena, Enrique P. Osés, Pedro de
Paoli, José Peramás, Diego Pró, Ernesto Quesada, Alberto Rougés, Arturo Sampay,
Miguel Ángel Virasoro, Saúl Taborda, José Luis Torres, Lizardo Zía.
Del Perú: Francisco García Calderón, Augusto Salazar Bondy, Alberto
Wagner de Reyna
De Estados Unidos: Alasdaire McIntayre, Christopher Lasch, Graham
Harmam.
De Uruguay: Carlos Vaz Ferreira, Juan Llambías de Acevedo.
De Bolivia: Franz Tamayo, Andrés Soliz Rada.
De Colombia: Nicolás Gómez Dávila
De Venezuela: Ernesto Mayz Vallenilla
De México: José Vasconcelos, Antonio Caso, Antonio Gómez Robledo,
Leopoldo Zea.
[2] Pobreza y cultura, UCA-Perú, Lima, 1982. Este libro fue preparado como
documento iniciativo sobre “Pobreza, cultura y desarrollo” referido al Perú y
presentado en la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio por el autor en
calidad de consultor de la misma.