“Los
que no la vieron trabajar, los que no conocieron su jornada de labor
sacrificada y sin pausa, que empezaba a las primeras horas de la mañana y
terminaba al alba, los que sólo ven las apariencias del triunfo y del prestigio
y no conocen el duro precio que se paga cuando se siente la responsabilidad y
cómo la gloria es una pesada carga sobre los hombros y no las alas que ayudan a
volar, no pueden saber lo duro que fue aquel vivir de pocos años y cómo la
muerte fue una liberación. Hay gente que la imagina a Evita como una llama
esplendorosa. Yo la veo pequeña y fuerte, tenaz, tozuda, voluntariosa. (…) Para
mí no es llama porque la recuerdo así -pequeña y tenaz-, una pura brasa, fuego
lento y continuado, un carbón encendido que se quema a sí mismo mientras
desparrama su calor. Así fue su vida. Y murió así, consumida por su propio
fuego. (…) A veces, se pretende eliminar a la mujer revolucionaria para
canonizar un personaje de yeso. A Evita mujer hay que emularla. A Evita santa,
basta con rezarle.” Arturo Jauretche
“Era
una santa –dice despacito una mujer que está en la cola desde el día anterior y
otra dice:
-
Igual que Cristo.
-
¿Cómo dijo?
-Digo
que hacía lo mismo que Cristo. Daba de comer a los hambrientos… Curaba a los
enfermos… Resucitaba a los muertos…
-
¿Resucitaba a los muertos? No entiendo.
-
Si, si… En la Argentina había, por lo menos, diez millones de muertos…
Enterrados en vida… Y ella los resucitó.” Elías Castelnuovo (1972)
“Estaba
todavía en Mendoza cuando ocurrió la muerte de Evita. Un día de profunda congoja…
Yo llegué a escuchar sus discursos en mi pueblo. Era una cosa muy rara. Evita
era como la Virgen. Para los humildes, era un milagro el hecho de que vos le
escribieras una carta y que a la semana te cayera una máquina de coser. Pensá
que esa máquina -para esa gente- era un medio de subsistencia. La de Evita era
una imagen muy rara, confusa, era un ser especial, era como una santita. Estaba
en los altares. Mi abuelita y mis tíos -como todo el mundo- tenían una foto de
Evita junto a la de los santitos. Cuando murió Evita, el país lloró con
desconsuelo. Me acuerdo de mi abuelito, sentado en una silla, llorando sin
consuelo. Mi acuerdo que mi bisabuela le acariciaba la cabeza y él seguía
llorando acongojado, con el diario Los Andes, de Mendoza, en la mano.” Leonardo
Favio