"Evita creía en los
trabajadores y la historia le dio la razón”, decía Armando Cabo...
Y el "colorado" Ramos
nos dejó esta maravillosa página sobre la abanderada de los humildes:
"Era la sustancia misma de
la tierra dolorosa. Finalmente, cuando parecía que toda turbulencia se había
aquietado en esa cosa extraña llamada Argentina, había quedado olvidada en las
provincias. Pero estas habían sido reducidas a la pobreza y no podían sostenerla.
De ahí había venido vestida de negro riguroso (pues su madre le había entregado
el único vestido decente de la familia, el lujo de todas, ya que siempre había
algún muerto y no podía faltar el negro).
Calzaba alpargatas al llegar a la
Capital y en su mano apretaba un monedero de hule. Su cara estaba lavada con
jabón amarillo y las crenchas peinadas hacia abajo, marcando el pómulo
reminiscente. Enseguida se conchababa “con cama adentro”. Y la patrona dominaba
su vida por completo. Fregaba, cocinaba, lavaba los platos, cosía, lavaba y
planchaba, colocaba y descolocaba las cortinas, limpiaba los caireles uno por
uno, mientras el hijo varón de la patrona la miraba golosamente desde abajo. Si
no le hacían un hijo (que, en ese caso, era enviado enseguida a su pueblo, para
que lo criara la madre) al llegar el domingo, después del medio día, la patrona
–ese gran ojo que la miraba sin cesar- le decía: “-Andate a dar una vuelta y
volvé antes de las ocho para hacer la cena”. Tomaba el tranvía y llegaba a Plaza
Italia, frente a los leones y bajo el sol. Allí apretaba la mano áspera de un
conscripto de los cuarteles, sentada en un banco. Ambos soñaban con la
provincia, las cabras, el cielo, los amigos y la música lejana.
Pero llegó la guerra y con ella
el desarrollo de la industria. Las fábricas se erigían por todas partes. Nuevas
industrias reclaman mano de obra, en particular de mujeres. Ella oyó hablar
vagamente del tema. Finalmente, una compañera de plaza, la invitó a entrar a su
fábrica. Así, la sirvienta se transformó en obrera. (...) La primera quincena
envió un giro a su madre. La segunda, adquirió un par de zapatos con tacos y su
cuerpo cambió. A la siguiente, compró en las cadenas de tiendas Etam un
delicado vestido arrancado de un modelo de “Vogue”, con tela de imitación
francesa, fabricada por la nueva burguesía judía de Villa Lynch, que dejaba de
ser importadora para transformarse en productora. Una maravillosa,
indescriptible transformación se operaba en la ex sirvienta. Con dos o tres
quincenas más se compró una cartera, artilugios de maquillaje, alguna
bisutería. Entonces asestó un toque final a la transformación milagrosa. En
todos los barrios habían aparecido “salones de belleza”. Nuevas “cosmetólogas”
brotadas de la nada la atendieron durante unas horas, le dieron consejos y la
lanzaron a la calle transformada en platinada. Aquella muchacha aindiada era
hermosa, tenía rulos, tacos altos (había cambiado de estatura) y nadie hubiera
imaginado jamás que al pasear por Santa Fé, Callao o Corrientes, la ex
sirvienta era menos bella que las chicas de la clase media o la oligarquía. Al
mismo tiempo, entraba en crisis la oferta del servicio doméstico. Aparecía el
Estatuto del Servicio Doméstico, con derecho a siesta. ¡Cuántos izquierdistas
aprendieron a odiar al peronismo en la mesa familiar de boca de su madre, antes
de buscar en venerables textos las razones para rechazarlo en nombre de la
Ciencia!
Cuando ellas, las mujeres
excluidas del Interior llegaron a Buenos Aires, no sólo desempeñarán un papel
político y social decisivo en la historia argentina, sino que los sociólogos
hubieran podido decir, sin incurrir en error, que el número de mujeres rubias
había aumentado en la Capital. Cuantas más chinitas llegaban, más rubias
aparecían. ¿Qué científico entendería al peronismo sin las mujeres de negro que
llegaron a ser rubias? Eva les tocó el corazón y ellas fueron su fuerza,
energía poderosa que había atravesado muchas generaciones en silencio y ahora
hablaba a gritos"...
Del muro de Facebook de Juan Godoy