Alberto Buela (*)
Con Silvio
Maresca venimos haciendo por televisión un programa llamado Disenso, sobre
metapolítica y filosofía, desde el 2012, el que puede consultarse por youtube.
Y después de haber entrevistado a casi todos los que intentan hacer filosofía
en Argentina (si alguno quedó en el tintero lo invitamos a participar), pasamos
a ocuparnos de temas filosóficos y este comentario es uno de ellos.
La Carta, redactada en el 64 y publicada en
1947, es una respuesta a tres preguntas realizadas por el profesor Jean
Beaufret cuando terminaba la Segunda guerra mundial.
La primera es: ¿cómo
dar sentido otra vez a la palabra humanismo? La respuesta a esta pregunta ocupa
la mayor parte de la Carta, que llega en mi edición[1] hasta
la página 54. La segunda es: ¿es posible la relación entre la ontología y la
ética, que llega a la página 66 y la tercera es: ¿cómo salvar el elemento de
“aventura” que supone toda investigación sin hacer de la filosofía un simple
“aventureismo”?, que ocupa las dos últimas hojas del opúsculo.
Vemos como las
respuestas a las preguntas no están en proporción una con otras y es la
dimensión de la primera respuesta la que da título a la Carta.
Heidegger
comienza la Carta como si fuera Aristóteles: la esencia del obrar es el llevar a cabo. Llevar a cabo quiere decir:
desplegar algo en la plenitud de su esencia, conducir ésta hacia su plenitud,
producere.”
Heidegger
comienza como termina, cuando habla del pensar y afirma que su trinidad es: “el rigor de la reflexión, la cuidadosa
solicitud del decir y la sobriedad de la palabra”. La claridad con que
comienza y termina envuelve un texto libre donde Heidegger “heideggerea” en esa
jerigonza que le es tan propia.
El punto central
es sobre la esencia de la verdad,
que había sido una conferencia de 1930, momento en que se produce “el giro en
Heidegger”, que venía en Ser y Tiempo (1927)
de afirmar que la verdad “es para el
Dasein lo que el Dasein es para la verdad. Esto es, adecuación. A afirmar
que la verdad es aletheia. Esto es,
desocultamiento. Así afirma: “el hombre
debe, antes de hablar, dejar que el ser le hable de nuevo”.
El humanismo no
es otra cosa que pensar y cuidar que el hombre sea humano y no in-humano, esto
es, fuera de su esencia. Y da tres versiones de humanismo: a) la del marxismo donde el hombre humano se
encuentra en sociedad pues ésta le garantiza alimentación vestido,
reproducción, suficiencia económica. El error garrafal del marxismo es que
reduce al ente “a material de trabajo”. Y
afirma renglón seguido: “La esencia del
materialismo se oculta en la esencia de la técnica” [2]
b) la segunda versión es la del cristianismo
que ve al hombre como hijo de Dios para quien el mundo es solo un tránsito al
más allá.
c) la tercera es la visión del mundo greco
romano para quien el hombre humano se sitúa frente al homo barbarus. La paideia fue traducida por humanitas. “En Roma encontramos nosotros el primer humanismo…y el Renacimiento de
los siglos XIV y XV en Italia es un renacimiento de la romanidad”[3] Y esta es la
versión y visión que llega a todo el humanismo moderno a partir del siglo XVIII
con Goethe, Schiller y Kant que se
retrotrae a la Antigüedad, para quien “lo
in-humano es ahora la pretendida barbarie de la escolástica gótica de la Edad
Media”.[4]
Nada más lejos,
esto último, de la opinión de Heidegger, que pasa a desarrollar a partir de
aquí la tesis de la Carta según la cual la
cultura humanista a causa de su racionalidad moderna, la de la razón
calculadora, no podía traer menos que la Segunda Guerra Mundial con su
civilización de la técnica con la que colaboraron tanto el gigantismo
norteamericano como el marxismo soviético.
Ello fue así,
porque la figura metafísica que potencia al humanismo es la subjetividad. Esta
subjetividad es la figura que da nombre al hombre ilustrado elevado a sujeto
histórico por la metafísica moderna.
Así la Segunda
Guerra no fue como afirman los marxistas de la Escuela de Frankfurt, Adorno y
Horkheimer, en Dialéctica de la
Ilustración que fue una guerra inter
imperialista, sino que la razón de la gran guerra fue el error antropológico a
que conduzco la metafísica moderna de la subjetividad.
La salida a esta
trampa es volver escuchar al ser. El hombre tiene que estar abierto al ser a
través de la ex sistencia, recuperar su carácter de ex-stático. No es dando
vuela la vieja frase que esencia precede a la existencia como hace Sartre
afirmando que la existencia precede a la esencia que nos vamos liberar de la
metafísica de la modernidad sino ex sistiendo en estado de abierto al ser.
Como ninguno de
los humanismos experimentados consideró la peculiar dignidad del hombre,
nosotros proponemos el estado de “abierto” al ser y la verdad como la
posibilidad de un nuevo humanismo.
La apartidad es una de los defectos más notables del
humanismo moderno. “Ella es signo del
olvido del ser”[5]. El hombre no es
el señor del ente, en el sentido que su fin es dominar todas las cosas, sino
que él es “el pastor del ser”[6]donde
el gana la pobreza esencial del pastor.
Llegados a este
punto (pág. 44) Heidegger repite la primera pregunta “Ud. me pregunta comment redonner un sens au mot humanisme? Afirmando
que la esencia del hombre descansa en la ex sistencia. Que la esencia del
hombre es esencial para la verdad del ser. Que cuando uno habla contra el todo
el humanismo presente no quiere decir que sea in-humano.”porque se habla contra el humanismo se teme una defensa de la bárbara
brutalidad”[7]
De la misma manera que pensar contra la lógica no quiere decir a que defendamos
la irracionalidad; que pesar contra los valores sea una defensa del disvalor;
que postulemos “un ser en el mundo” nos lleva a la negación de la trascendencia;
o que la muerte de Dios nos haga postular el ateísmo o que cuando se habla
contra lo políticamente correcto derivemos en un nihilismo.
Y termina esta
segunda parte a la primera pregunta con un lapidario juicio sobre la idea del
hombre como sujeto: “ El hombre no es nunca en primer término
hombre más acá del mundo como un “sujeto”, sea este mentado como “yo” o bien
como “nosotros”. Él no es tampoco, primera y solamente, sujeto que se refiere
siempre a objetos de modo que su esencia estaría en la referencia
sujeto-objeto. El hombre es, más bien, ante todo ex sistente en su esencia, en
su apertura del ser” [8]
Viene luego la
segunda pregunta: ¿es posible precisar la relación entre la ontología y la
ética?
A lo que
Heidegger responde brevemente diciendo que la ética predominante de la modernidad ha sido la ética de normas, del
deber ser, que tiene como base la ética kantiana y como proyección política
práctica la moral burguesa, pero que tanto la ética como la ontología son
disciplinas filosóficas establecidas a partir de Platón pero que los pensadores
anteriores a él no conocen por tales.
Y pone el caso
de Heráclito relatado por Aristóteles, que cuando lo va a visitar unos turistas
lo encuentran calentándose a lado de fogón. Estos se desilusionan del filósofo
y éste les contesta: también aquí se
presentan los dioses. Esta es la traducción libre del fragmento hJoV
anJrwpoV daimon, cuya traducción
corriente es: el carácter es lo propio del hombre.
De modo tal que
tenemos que retrotraernos a los presocráticos para encontrar una respuesta que
no es otra que el pensar la verdad del ser, que es, a la vez, el fundamento de
la ética y la ontología “y que no hace
falta llamarlas así”[9]
La tercera de
las preguntas:¿cómo salvar el elemento de “aventura” que supone toda investigación
sin hacer de la filosofía un simple “aventureismo”?, a la que Heidegger le
concede piadosamente las últimas dos páginas de la Carta, por no decirle a
Beaufret, soyons serieux. “Necesario es en la actual penuria del mundo
menos filosofía, pero más solícita atención al pensar; menos literatura, pero
más cuidado de las letras”[10]. A buen
entendedor pocas palabras, y termina diciendo: “El pensar recoge al lenguaje en
el decir sencillo. El lenguaje es el lenguaje del ser como las nubes son las
nubes del cielo”[11]
La Carta sobre
el Humanismo (1947) no solo es una
recapitulación del todo aquello que Heidegger pensó durante los veinte años que
median entre Ser y Tiempo (1927) y
que produjo “el giro” heideggeriano, sino también y sobre todo un manifiesto de cómo de tiene
que hacer filosofía de aquí en mas.
(*) arkegueta,
aprendiz constante
[1] Carta sobre el humanismo, Ed. Taurus, Madrid 1966. Primera edición
1959. Traducción del profesor colombiano Gutiérrez Giraldot, que tiene un error
muy grave, traduce Dasein por Enser en lugar de Ser ahí. Lo cual a los lectores
habituales de Heidegger le provoca una perplejidad constante. Esto es un
producto de la tara hispánica que padecen todos los traductores de lengua
castellana, donde cada uno quiere ser original y profundo: inventando el
paraguas.