Eduardo J.
Vior
27 de abril de 2020
Kristalina Georgiewa está regando dinero por
todo el mundo: 442 millones de dólares para Senegal, 174 para Albania, 121
para Kirguistán, mil millones para Ghana, etc., etc. La Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional
(FMI) aprueba cada día un nuevo crédito de emergencia y todavía tiene por
delante una larga lista de solicitudes. Más de 90 países emergentes han
pedido ayuda al FMI y muchos más temen ir a la quiebra. Sin embargo, son sólo
gotas sobre piedras calientes, si se dimensionan
los daños que la crisis económica está provocando en los países emergentes
y más pobres y los que se pueden producir, según cómo se recupere la economía
mundial.
Los precios de las materias primas se han
derrumbado. Al mismo tiempo, como en los países europeos y Estados Unidos
sigue aumentando el desempleo, disminuyen las remesas de los emigrados. Los
ingresos por el turismo también han desaparecido. Desde el inicio de la actual
crisis mundial la fuga de capitales
desde los países en vías de desarrollo hacia los centrales ha sido mayor y más rápida
que en toda la crisis de 2007/09. Sólo durante marzo salieron 100 mil
millones de dólares hacia los países del Norte y en abril probablemente las
cifras sean similares.
Después de 2009 muchos países del Sur atrajeron las
ingentes emisiones de dinero de la Reserva Federal y del Banco de Inglaterra,
porque ofrecían tasas de interés incomparablemente superiores a las de los
centros de origen. El boom del “carry trade” enriqueció a algunos pocos
multimillonarios en los países emergentes y llenó las arcas de los fondos de
inversión, generando una montaña de deudas imposibles de pagar. Según el FMI,
entre 2010 y 2020 las obligaciones externas de los países en vías de desarrollo
se duplicaron.
Ahora que el carrusel gira en dirección contraria, se
devalúan las monedas, sobre todo en potencias medianas como Indonesia,
Sudáfrica o México, con lo que el servicio de las deudas se hace doblemente
pesado y, consecuentemente, se encarecen las tasas que pagan.
La jefa del
FMI y el presidente del Banco Mundial, David Malpass, han tenido un primer
éxito: en su primera reunión virtual de primavera (boreal), hace dos semanas, los países del G20 acordaron otorgar a los
77 países más pobres una moratoria de sus deudas soberanas por un año. Se trata
de 14 mil millones de dólares que descontaron de sus carteras. Comparados
con los dos billones de dólares del programa
norteamericano de asistencia a la economía interna o los 500 mil millones
del programa alemán no es mucho
dinero, pero ayuda.
Según un
informe del Instituto Internacional de Finanzas (IFI, por su nombre en inglés),
con sede en Basilea (Suiza) y sostenido por los principales bancos del mundo, los efectos de la crisis actual son muy
superiores a los de 2008. Se calcula que China acabará el año con un
crecimiento del 2,1%, mientras que EE.UU. se contraerá el 3,8%, Japón el 4,2% y
la Eurozona el 5,7%. Exceptuando a China, se calcula que el conjunto de los
países emergentes reducirá su PBN en 2,6%. Entre ellos, los de desarrollo medio
de Europa y América Latina sufrirán las peores pérdidas, respectivamente el
4,7% y el 5%.
Según estas
predicciones, excluyendo a China, todos
los países en vías de desarrollo experimentarán un fuerte retroceso. Se
prevé que India se achicará en un 0,3%, mientras que México –que sufre, además,
los efectos de la contracción norteamericana- se retraerá un 5,8%. Se espera
que la economía turca retroceda un
2,7%, mientras que la rusa llegará
al 5,1%. Ambas economías están también especialmente afectadas por la caída de
sus exportaciones a la Eurozona. Ante el congelamiento de la explotación de oro
y platino, en tanto, Sudáfrica caerá
un 4,7%.
El colapso de
la economía mundial produjo una reversión de los flujos de capital. No es de
esperar que en la segunda mitad del año las transferencias recuperen el nivel
de 2019. Se calcula que Asia Suroriental
va a volver a recibir inversiones, mientras que América Latina y los llamados
“mercados fronterizos” (aquellos países que ofrecen altos retornos, pero
grandes riesgos) van a tener que esperar hasta 2021. Para muchos
emergentes, la ausencia de inversiones especulativas implica que no van a poder
cubrir sus déficits de balanza de pagos y que van a tener que defaultear y aplicar medidas de ajuste con
las esperables consecuencias sociales. Como al mismo tiempo se han hundido
los precios de las commodities que esos países exportan, hasta supermillonarios
como Arabia Saudita van a tener balances de pagos deficitarios.
En China la
situación sólo se distiende lentamente. Aparentemente, casi no se producen nuevos
contagios. Con la reapertura de la economía están mejorando también los datos
principales. Desde su histórico hundimiento a 35,7 en febrero pasado, el índice
de producción fabril saltó en marzo a 52,0 puntos y con ellos superó por poco
el umbral de crecimiento de los 50 puntos. El índice para el sector de
servicios pasó de 29,6 puntos en febrero a 52,3 en marzo. Sin embargo, la economía china está lejos de haberse
recuperado del retroceso del primer trimestre del año. En una comparación anual
el PBI ha perdido el 6,8% de su valor y es el primer trimestre negativo desde
1976. En comparación con la salida de la crisis de 2007/09, la recuperación
de la economía china será sensiblemente más lenta.
Aunque se
espera que el relanzamiento de la demanda interna pronto dé impulso a la
economía de la superpotencia asiática, la falta de compradores allende las
fronteras le va a poner un severo freno. Si bien China está incrementando su
salida de la crisis mediante mejoras en la producción y la logística, ya las dificultades
para viajar en tiempos de pandemia limitan su capacidad para recuperar viejos
mercados y adquirir nuevos.
A modo de
compensación, el gobierno chino está
poniendo en práctica una intensa “diplomacia sanitaria”, asistiendo a otros
países con insumos médicos e ingentes créditos, para que superen rápidamente la
pandemia y pongan en funcionamiento sus economías. No lo hace por misericordia,
sino por un interés bien entendido: China sabe que su economía no puede
recuperarse, mientras el mundo no salga del pozo. Son dos perspectivas
diametralmente opuestas: en tanto Estados Unidos y las principales potencias
occidentales chupan de los países emergentes todos los capitales especulativos
que en los últimos años han hecho allí ingentes ganancias y exigen el cobro de
las deudas que el Sur ha contraído con ellos, la República Popular insiste en
el “codesarrollo”, la idea de que el desarrollo es un negocio compartido, que
solamente funciona si ambas partes ganan a la vez. Son dos modelos con
perspectivas discordantes que, necesariamente, van a tener resultados
disímiles.