martes, 28 de abril de 2020

Dos ópticas y dos modelos para la salida de la crisis


Eduardo J. Vior

27 de abril de 2020


Kristalina Georgiewa está regando dinero por todo el mundo: 442 millones de dólares para Senegal, 174 para Albania, 121 para Kirguistán, mil millones para Ghana, etc., etc. La Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) aprueba cada día un nuevo crédito de emergencia y todavía tiene por delante una larga lista de solicitudes. Más de 90 países emergentes han pedido ayuda al FMI y muchos más temen ir a la quiebra. Sin embargo, son sólo gotas sobre piedras calientes, si se dimensionan los daños que la crisis económica está provocando en los países emergentes y más pobres y los que se pueden producir, según cómo se recupere la economía mundial.
Los precios de las materias primas se han derrumbado. Al mismo tiempo, como en los países europeos y Estados Unidos sigue aumentando el desempleo, disminuyen las remesas de los emigrados. Los ingresos por el turismo también han desaparecido. Desde el inicio de la actual crisis mundial la fuga de capitales desde los países en vías de desarrollo hacia los centrales ha sido mayor y más rápida que en toda la crisis de 2007/09. Sólo durante marzo salieron 100 mil millones de dólares hacia los países del Norte y en abril probablemente las cifras sean similares.
Después de 2009 muchos países del Sur atrajeron las ingentes emisiones de dinero de la Reserva Federal y del Banco de Inglaterra, porque ofrecían tasas de interés incomparablemente superiores a las de los centros de origen. El boom del “carry trade” enriqueció a algunos pocos multimillonarios en los países emergentes y llenó las arcas de los fondos de inversión, generando una montaña de deudas imposibles de pagar. Según el FMI, entre 2010 y 2020 las obligaciones externas de los países en vías de desarrollo se duplicaron.
Ahora que el carrusel gira en dirección contraria, se devalúan las monedas, sobre todo en potencias medianas como Indonesia, Sudáfrica o México, con lo que el servicio de las deudas se hace doblemente pesado y, consecuentemente, se encarecen las tasas que pagan.
La jefa del FMI y el presidente del Banco Mundial, David Malpass, han tenido un primer éxito: en su primera reunión virtual de primavera (boreal), hace dos semanas, los países del G20 acordaron otorgar a los 77 países más pobres una moratoria de sus deudas soberanas por un año. Se trata de 14 mil millones de dólares que descontaron de sus carteras. Comparados con los dos billones de dólares del programa norteamericano de asistencia a la economía interna o los 500 mil millones del programa alemán no es mucho dinero, pero ayuda.
Según un informe del Instituto Internacional de Finanzas (IFI, por su nombre en inglés), con sede en Basilea (Suiza) y sostenido por los principales bancos del mundo, los efectos de la crisis actual son muy superiores a los de 2008. Se calcula que China acabará el año con un crecimiento del 2,1%, mientras que EE.UU. se contraerá el 3,8%, Japón el 4,2% y la Eurozona el 5,7%. Exceptuando a China, se calcula que el conjunto de los países emergentes reducirá su PBN en 2,6%. Entre ellos, los de desarrollo medio de Europa y América Latina sufrirán las peores pérdidas, respectivamente el 4,7% y el 5%.
Según estas predicciones, excluyendo a China, todos los países en vías de desarrollo experimentarán un fuerte retroceso. Se prevé que India se achicará en un 0,3%, mientras que México –que sufre, además, los efectos de la contracción norteamericana- se retraerá un 5,8%. Se espera que la economía turca retroceda un 2,7%, mientras que la rusa llegará al 5,1%. Ambas economías están también especialmente afectadas por la caída de sus exportaciones a la Eurozona. Ante el congelamiento de la explotación de oro y platino, en tanto, Sudáfrica caerá un 4,7%.
El colapso de la economía mundial produjo una reversión de los flujos de capital. No es de esperar que en la segunda mitad del año las transferencias recuperen el nivel de 2019. Se calcula que Asia Suroriental va a volver a recibir inversiones, mientras que América Latina y los llamados “mercados fronterizos” (aquellos países que ofrecen altos retornos, pero grandes riesgos) van a tener que esperar hasta 2021. Para muchos emergentes, la ausencia de inversiones especulativas implica que no van a poder cubrir sus déficits de balanza de pagos y que van a tener que defaultear y aplicar medidas de ajuste con las esperables consecuencias sociales. Como al mismo tiempo se han hundido los precios de las commodities que esos países exportan, hasta supermillonarios como Arabia Saudita van a tener balances de pagos deficitarios.
En China la situación sólo se distiende lentamente. Aparentemente, casi no se producen nuevos contagios. Con la reapertura de la economía están mejorando también los datos principales. Desde su histórico hundimiento a 35,7 en febrero pasado, el índice de producción fabril saltó en marzo a 52,0 puntos y con ellos superó por poco el umbral de crecimiento de los 50 puntos. El índice para el sector de servicios pasó de 29,6 puntos en febrero a 52,3 en marzo. Sin embargo, la economía china está lejos de haberse recuperado del retroceso del primer trimestre del año. En una comparación anual el PBI ha perdido el 6,8% de su valor y es el primer trimestre negativo desde 1976. En comparación con la salida de la crisis de 2007/09, la recuperación de la economía china será sensiblemente más lenta.
Aunque se espera que el relanzamiento de la demanda interna pronto dé impulso a la economía de la superpotencia asiática, la falta de compradores allende las fronteras le va a poner un severo freno. Si bien China está incrementando su salida de la crisis mediante mejoras en la producción y la logística, ya las dificultades para viajar en tiempos de pandemia limitan su capacidad para recuperar viejos mercados y adquirir nuevos.
A modo de compensación, el gobierno chino está poniendo en práctica una intensa “diplomacia sanitaria”, asistiendo a otros países con insumos médicos e ingentes créditos, para que superen rápidamente la pandemia y pongan en funcionamiento sus economías. No lo hace por misericordia, sino por un interés bien entendido: China sabe que su economía no puede recuperarse, mientras el mundo no salga del pozo. Son dos perspectivas diametralmente opuestas: en tanto Estados Unidos y las principales potencias occidentales chupan de los países emergentes todos los capitales especulativos que en los últimos años han hecho allí ingentes ganancias y exigen el cobro de las deudas que el Sur ha contraído con ellos, la República Popular insiste en el “codesarrollo”, la idea de que el desarrollo es un negocio compartido, que solamente funciona si ambas partes ganan a la vez. Son dos modelos con perspectivas discordantes que, necesariamente, van a tener resultados disímiles.

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