Gabriel Merino para El País Digital
En febrero de este año, cuando la
pandemia se concentraba en la provincia china de Hubei, los analistas y editorialistas de la gran prensa
“occidental” de los países que lideran la OTAN hablaban del “Chernóbil chino”.
La referencia era al accidente nuclear ocurrido en la URSS en 1986 y la
interpretación era que el covid-19 mostraba, al igual que en desaparecida
potencia socialista, la crisis del régimen y la posibilidad de su
desmoronamiento. En ese contexto, China defensivamente afirmó, a través del
vocero de la cancillería, que el virus había sido llevado en octubre de 2019
por fuerzas de Estados Unidos que participaron en los juegos militares en
Wuhan.
Dos meses después, Beijing despliega todas sus capacidades
económicas, sanitarias, diplomáticas y cooperativas a nivel mundial,
mientras las imágenes de las fosas comunes en Hart Island, New York, contrastan
con las imágenes de la construcción de un hospital
en diez días en Wuham o la llegada de donaciones chinas y equipos médicos a
distintas partes del mundo. Ahora, en lugar de analizar el “Chernóbil
chino”, la famosa revista inglesa The Economist se pregunta en su tapa y en
referencia a las consecuencias geopolíticas de la pandemia, si “China está
ganando”. Además, se llenan los portales de los principales medios de
comunicación de occidentales con la teoría de que el virus surgió y se escapó
de un laboratorio chino ubicado en Wuhan, a pesar de que la Organización
Mundial de la Salud (OMS) y distintos expertos insisten en que se trata de un
coronavirus natural, no artificial. Incluso los liberales y globalistas más
críticos de Trump, que hasta hace poco defenestraban sus dichos sobre el “virus
chino” ahora hablan en términos muy similares. Por otro lado, en The Washington
Post (el periódico del establishment político estadounidense) uno de sus
editorialistas destacados, Charles Lane, afirmó que esta crisis “nos ha
enseñado los verdaderos costos de hacer negocios con China”. Allí, en un
encendido artículo, advierte sobre las inversiones chinas en el mundo y descubre
el problema de la dependencia financiera y económica al observar las relaciones
de China con África y Asia. A todo ello se agregan las variadas propuestas
aparecidas en el Occidente geopolítico para que China pague los costos de la
crisis. Algunos en Estados Unidos hasta calculan monetariamente los costos y
proponen sumas que paradójicamente coinciden bastante con la deuda de Estados
Unidos en manos de Beijing, su mayor acreedor.
Esta guerra informativa y lucha por el “relato” de la crisis hace a la
disputa por la legitimidad, componente fundamental de las luchas hegemónicas. Y
se agudiza en el momento en que China parece tener controlada la situación de
la pandemia (desde el 15 de abril no reporta muertos por covid-19) y emerge
como el principal actor de la cooperación mundial, profundizando su política de “poder blando”. Además, aporta
dinero extra a la OMS y apuesta al fortalecimiento de las instituciones
multilaterales creadas en plena hegemonía estadounidense, las cuales el
gobierno “americanista” y anti-globalista de Trump se empeña por desarmar. Todo
un símbolo de la crisis.
CRISIS
Y TENDENCIAS
En este momento la pandemia golpea con
particular fuerza a Europa occidental y, sobre todo, a Estados Unidos, en dónde la cantidad de muertos ya multiplica por trece
a los de China (que tiene una población casi cinco veces mayor). Además, se
prevén fuertes caídas en sus economías, sólo comparables con las de la crisis
de 1929 o las de la Segunda Guerra Mundial. El JP Morgan estimó que la economía de Estados Unidos puede llegar
a caer hasta el 40% en el segundo trimestre y la desocupación alcanzar un 20%,
y según el Instituto Internacional de Finanzas la caída anual será de 3,8% del
PBI. Para la Eurozona la caída estimada es de 5,7% para 2020, en una economía
que todavía no recuperó su tamaño en dólares previo a la crisis de 2008-2010 y
en donde la pandemia ha expuesto las debilidades de su proyecto continental,
con inevitables consecuencias geopolíticas. En contraste, China crecería el 2,1%, menos que el 6% proyectado
inicialmente, pero manteniéndose en positivo, luego de que su producción
industrial cayera el 13% entre enero y febrero.
En este sentido, si en 1929 la crisis
tuvo como epicentro Estados Unidos, pero el golpe más fuerte se produjo en Europa
y destruyó algunos de los pilares fundamentales de la hegemonía británica,
ahora la pandemia tuvo como epicentro Wuham pero los principales impactos
negativos se están viendo en Occidente y en particular en Estados Unidos,
acelerando la tendencia de su declive relativo.
La pandemia del coronavirus COVID-19
cataliza y acelera un conjunto de tendencias que se venían desarrollando como
parte de la crisis del orden mundial y de la transición histórico-espacial que
vivimos. Algunas de esas tendencias son la emergencia de Asia Pacífico y de
China en particular, y el declive relativo del Occidente geopolítico, el Norte
Global y la gran potencia del siglo XX, Estados Unidos. Asistimos a la configuración de un mundo multipolar y
al mismo tiempo con rasgos bipolares, junto a crecientes contradicciones entre
el Norte Global y el Sur Global. Ello genera grandes desafíos para los países semiperiféricos –países de ingresos
medios que combinan procesos y características de periferia y de centro, como
Argentina y Brasil—, tensionados entre la “involución” periférica o la
constitución de alianzas para transformar el orden mundial y democratizar tanto
el poder como la riqueza. Otra tendencia es la crisis estructural de
capitalismo global y de su forma neoliberal, iniciada en 2008 y que está
articulada con las pujas geopolíticas y con los grandes cambios en los
paradigmas tecnológicos y en las formas de organizar la producción económica y
la reproducción social.
No es casual que esta crisis se
compare con el estallido de 1929 y sus consecuencias posteriores, que coincide
con el período de entreguerras, la crisis de la hegemonía británica, la gran
lucha interimperialista y el ascenso de Estados Unidos. Hoy las miradas se
dirigen a China y la crisis desatada por la pandemia del covid-19 nos hace
pensar que estamos ante un nuevo momento en la geografía del poder mundial.
NÚMEROS
Y ESCALAS
Analizar a China significa adentrarse
en una nueva escala que, como todo gran fenómeno cuantitativo, encierra
profundas transformaciones cualitativas. La pandemia puso de manifiesto, con
total claridad, esta cuestión. Emerge un nuevo umbral de poder, que se
manifiesta en múltiples dimensiones, empezando por el ámbito de la salud: el 90 por ciento de los antibióticos se hacen en
China, que además provee el 80 por ciento de materias primas para todos los
medicamentos del mundo. Por otro lado, desde el 1 de marzo al 5 de abril, China
exportó 3.860 millones de barbijos,
37,5 millones de trajes de protección,
16.000 respiradores y 2,84 millones
de kits de detección de la Covid-19
(La Vanguardia, 5/4/2020). Además, tuvo la capacidad de quintuplicar su
producción de barbijos en menos de tres meses y produce más de 110 millones
diarios.
Estos números se corresponden con
otros que ponen en evidencia la magnitud de lo emergente, así como su extrema
velocidad. Veamos algunos datos:
Mientras hace veinte años las redes
financieras anglosajonas y sus grandes bancos dominaban a nivel global, ahora
los cuatro primeros bancos más importantes del mundo según activos son chinos.
Además, entre las primeras diez
compañías más grandes del mundo por ingresos tres son chinas y posee 119 de las
500 principales a nivel mundial (cuando en 2007 tenía sólo 25), llegando a
129 si se suman las de Taiwán, mientras Estados Unidos tiene 121, según el
índice Fortune Global 500. Por otro lado, China ya no lidera sólo las
manufacturas de baja y media complejidad. Sus productos industriales de alta
tecnología pasaron de constituir el 7% del valor mundial en 2003 a un 27% en
2014. La otra cara de la moneda es que los salarios se triplicaron en los
últimos diez años.
En el delta del río perla se está
conformando una megalópolis de 70 millones de personas, que posee un PBI de 1,5
billones de dólares y se desarrolla como centro de alta tecnología mundial, en
donde se destacan las ciudades de Guangzhou, Shenzhen (base de Huawei, Tencent
y ZTE), ZhuHai, Macao, Hong Kong y Dongguan (donde se producen el 20% de los
teléfonos “inteligentes” del mundo).
Allí se construyó el puente
marítimo más largo del mundo que une a Hong Kong, Zhuhai y Macao. Estas son
algunas de las razones por las que en China se consumió en tres años (2011-13) la misma cantidad de cemento que Estados
Unidos en un siglo. Por otro parte, por esa región pasan los componentes
del 90% de los productos tecnológicos del mundo.
Este año China superó por primera vez
a Estados Unidos en solicitudes de
patentes, encabeza algunas tecnologías de vanguardia para la llamada cuarta
revolución industrial –inteligencia
artificial, internet de las cosas, 5G—, lidera la transición energética
junto a otros países de Asia Pacífico, su masa de datos (Big Data) supera en
varias y planea achicar su retraso
tecnológico relativo en otras ramas como la robótica, los semiconductores y la industria aeroespacial a través del Plan Made in
China 2025, que en los hechos rompe el monopolio tecnológico del Norte Global.
Esta es una de las razones principales de por qué el Estados Unidos de Trump
lanzó la guerra comercial contra China –pero también contra sus aliados y
“vasallos” tradicionales, a los que les demanda sostener la primacía estadounidense,
produciendo enormes tensiones.
En resumen, estos datos nos muestran
que China deviene de la fábrica del mundo hacia la conformación del mayor centro económico
productivo-tecnológico del mundo, avanzando en todos los niveles de complejidad
a una escala que plantea un nuevo umbral. La crisis desatada por la pandemia
acelera este proceso. Ahora también compite por primera vez al máximo nivel
junto a otros centros tecnológicos mundiales en el desarrollo de medicamentos y
de la vacuna para el covid-19.
Como potencia emergente que ha logrado
la supremacía productiva se vuelve más librecambista a la vez que la potencia
declinante, o por lo menos sus fracciones más retrasadas y los grupos de poder
asociados, exacerban el proteccionismo. Además de lo mencionado en el plano
productivo-tecnológico, Beijing ya
disputa los monopolios comerciales mundiales y disminuye su debilidad en plano
financiero. En este último punto, se destaca un dato central a partir de la
pandemia, que se agrega al lanzamiento en 2018 de la una plaza de
comercialización de petróleo en yuanes: China se está convirtiendo en una plaza
de reserva de valor en plena crisis.
Como se analizó en un artículo
anterior (“Coronavirus: golpe económico y pujas geopolíticas”), por un lado, la
crisis acelerada por el coronavirus implica una gran destrucción de valor y,
por otro lado, desde el punto de vista de la producción, lo que se va a
acelerar es todo el proceso ligado a la llamada cuarta revolución industrial: la “economía digital”, el trabajo desde casa, la
inteligencia artificial, la enseñanza virtual, etc. Se trata de dos caras
de un mismo proceso de destrucción creativa, que conlleva todo un proceso de
reingeniería social del que hoy vivimos adelantos bajo estado de emergencia y
cuyo desarrollo es algo incierto todavía. Por otro lado, sus dinámicas
superiores se observan en Asia Pacífico, en diferentes dimensiones y bajo
relaciones de producción híbridas y nuevas formas de organización. En el caso
de China significa la combinación de relaciones capitalistas típicas que explican un 30% del empleo y un 70% bajo
otras relaciones de propiedad y de producción, entre las que se destacan las
empresas de pueblos y aldeas de propiedad colectiva y las grandes empresas
estratégicas estatales que conquistaron el mercado mundial y darán un enorme
salto pos-pandemia.
EL
ASCENSO DE ASIA PACÍFICO Y EL NUEVO MOMENTO GEOPOLÍTICO MUNDIAL
Actualmente estamos en el proceso inverso del que sucedió a fines del
siglo XVIII y principios del siglo XIX, en donde el imperialismo
capitalista occidental encabezado por el Reino Unido logró subordinar y hacer
declinar las economías más importantes del mundo, China y la India,
convirtiéndolas en periferia. Ello lo logró fundamentalmente por su poderío
militar asociado con la revolución industrial. El proceso que inició se conoce
como la “Gran Divergencia”, que grafica la enorme brecha de desarrollo entre
ambas partes del mundo: el centro imperial occidental y sus periferias y
colonias que pasaron a incluir al “reino medio”.
Luego del vertiginoso ascenso de Japón y de los tigres asiáticos,
re-emerge China, el centro histórico de Asia Pacífico, que hasta principios
del siglo XIX explicaba la mitad de la economía mundial. Si bien la
re-emergencia de China tiene una larga historia que se inicia con la revolución
de 1949, en el siglo XXI podemos marcar cuatro momentos claves, que marcan
cambios fundamentales en el mapa del poder mundial y cuyo último momento es la
actual pandemia.
En
2001 identificamos un primer momento clave. Después de recuperar Hong Kong en
1997 y Macao en 1999,
últimos grandes vestigios coloniales territoriales de occidente, en dicho año
se consolida finalmente la Organización
para la Cooperación de Shanghái (OCS) una especie de OTAN defensiva en Eurasia,
en alianza con Rusia y los países de Asia Central, cuyas bases se habían
fundado en 1997. Además, en aquel año ingresa
a la Organización Mundial del Comercio y, por otro lado, marca todo un
hecho de reafirmación soberana al derribar un avión espía norteamericano en su
territorio. Por su parte, el gobierno de George
W. Bush pone fin al encuadramiento geopolítico de “asociación estratégica
en el siglo XXI” y pasa al de “competencia estratégica”. A su vez, la
administración estadounidense comienza a ver muy negativamente la incipiente
pero creciente influencia económica de China en América Latina.
El segundo momento se produce a partir
de la crisis financiera global de 2008,
con epicentro en Estados Unidos. Beijing produjo a partir de allí un gran giro
apuntando sus enormes recursos excedentes al mercado interno. Para ello
disminuyó en más de una 60% el financiamiento a Estados Unidos a partir de la
compra de bonos del tesoro. Además, expandió la inversión en ciencia y tecnología, y avanzó en la
adquisición de activos estratégicos y expansión global de sus empresas,
convirtiéndose en un jugador principal en la inversión extranjera directa,
especialmente en América Latina, África y Asia. Hacia el 2009 se produjo el lanzamiento del BRICS (Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica), articulando en un bloque a las potencias industriales de la
semi-periferia en la búsqueda de reconfigurar el Orden Mundial.
El tercer momento se produce en 2013 cuando Beijing lanza la revolucionaria
iniciativa de la “Nueva Ruta de la Seda” (como se conoce popularmente el
proyecto) frente a las estrategias de contención impulsadas por Washington y
sus aliados. Junto a esta iniciativa impulsa una nueva arquitectura financiera
de escala mundial, como el Banco
Asiático de Inversión e Infraestructura y el Banco de los BRICS, que
ensombrecen al FMI y el Banco Mundial. A su vez, se profundizan las
alianzas con Rusia en todos los planos para consolidar de una estructura de
poder en el continente Euroasiático que eclipsa la superioridad del “Imperio de
Mar”. Estos movimientos exacerban las
reacciones de Estados Unidos y el Occidente geopolítico y alimentan la guerra
mundial híbrida y fragmentada que transitamos desde 2014.
Con la crisis que transitamos se
inicia un nuevo momento. Mientras el polo de poder que hasta la pandemia era el
dominante (aunque ya no hegemónico) muestra más signos de declive relativo,
China se ha convertido definitivamente en un actor global y parece estar
dispuesta a asumir ese papel.
Como epílogo, podemos narrar un hecho
que grafica este nuevo momento en relación con la región. En 2017 fue aprobado un acuerdo para que la
empresa estadounidense Boeing, una de las principales contratistas del
Pentágono, comprase a la aeronáutica y “joya” de la ingeniería brasilera, EMBRAER. El acuerdo fue posible bajo el
gobierno de Michel Temer, que desde su asunción avanzó hacia un programa de
ajuste neoliberal y de alineamiento a Estados Unidos. Jair Bolsonaro ratificó
el avance de Boeing y la progresiva subsunción al Pentágono, al tiempo que
acompañaba la retórica contra China de su admirado Donald Trump y profundizaba
la subordinación geopolítica.
Hace pocos días se conoció que la compra de Boeing se cayó, en medio
de la crisis de la empresa acelerada por la pandemia y ante el desastre de sus
nuevos aviones 737-MAX8. Lo que resulta tremendamente llamativo en este
escenario, es que muchos actores de poder en Brasilia, incluso los que
impulsaron el giro estratégico de abandono del BRICS (acrónimo de Brasil,
Rusia, India, China y Sudáfrica) y el alejamiento de Beijing, ahora proponen como futuro para EMBRAER
asociarse con China y aprovechar su enorme mercado en ascenso. Mientras, el
vicepresidente y general retirado Hamilton Mourão, afirmó el pasado lunes
que Brasil y China tienen un matrimonio inevitable, dejando a Bolsonaro y su
“occidentalismo” cada vez más desdibujado.