sábado, 30 de mayo de 2020

EL INSTITUTO ANTONIO CAFIERO HONRA LA MEMORIA DE RAMÓN CARRILLO



Este nuevo aniversario del surgimiento de nuestra Nación, a doscientos diez años del primer pronunciamiento popular contra el colonialismo español, nos encuentra en una crisis sanitaria
mundial de magnitud insospechada por gran parte de la humanidad. Los líderes políticos de todas las naciones han tenido que hacer un curso acelerado de epidemiología y salud pública, pero no todos aprobaron el examen. En nuestro país, a partir del liderazgo presidencial y un acuerdo político inédito, con el invalorable asesoramiento científico, se tomaron oportunas decisiones políticas y sanitarias frente a la pandemia, lo que hace crecer la esperanza de una evolución menos trágica que en otros países.
Como una paradójica ironía, un inesperado ataque a la figura del Dr. Ramón Carrillo cuando el mundo está reconociendo el valor irremplazable de las estrategias de salud pública en el cuidado
de la vida humana, hizo resurgir y reivindicar al hombre que más hizo por la salud y la vida de los argentinos de su tiempo, y por lo tanto también de nosotros, sus hijos y nietos. Eminente médico neurólogo y neurocirujano, profesor universitario a los 36 años y formador de brillantes discípulos, un día decidió cambiar la cátedra y el bisturí por la acción política y se convirtió en el Primer Ministro de Salud Pública de la Argentina, acompañando al Presidente Juan Domingo Perón en sus dos períodos de gobierno. También se sitúa en su pensamiento político basado en la doctrina de la “comunidad organizada”, ya que afirmaba que una sociedad solidaria debiera construirse como una auténtica democracia popular, “que no es fascista, ni comunista ni capitalista, sino simplemente republicana, democrática y humana … fundada en el fecundo equilibrio de los distintos grupos sociales de la nación”. Después de una obra gigantesca cuyos resultados aún perduran, la infamia política de algunos de sus colegas, lo obligan a renunciar porque les cuestionaba la obsecuencia que estaba perjudicando la revolución justicialista.
Mucho se ha hablado en estos días sobre la gran obra de Carrillo como gobernante, que el propio Perón dice en 1956 que “sería largo historiar la acción proficua y decidida de este primer Ministerio de Salud Pública”, destacando luego que las camas hospitalarias pasaron de 66.300 en 1946 a 114.000 en 1951, en base a la construcción de 21 grandes Hospitales en 11 provincias, en conjunto con la Fundación Eva Perón. Crea además 60 institutos especializados, 50 centros materno infantiles, 16 escuelas técnicas, 23 laboratorios y centros de diagnóstico, 9 hogares-escuela, y numerosos centros de salud en todas las provincias. Los Hospitales realizados por él hace más de 70 años, como los de Lanús, Avellaneda y Ezeiza, siguen constituyendo los pilares de una asistencia sanitaria que hoy resulta más necesaria que nunca en el conurbano bonaerense. Pero el mismo Carrillo cuenta que en una de sus recorridas por los Hospitales recién construídos, el Presidente Perón le dijo: “Los hospitales vacíos me hacen pensar en el día del triunfo de la Medicina, cuando ya no haya enfermos que internar”. Algo parecido dijo el Presidente Fernández al recorrer los centros preparados para el COVID-19, que ojalá nunca se tengan que ocupar.
Pero siempre ha resultado difícil valorar los éxitos de la prevención, o sea las enfermedades o las muertes que se evitan por una eficaz acción sanitaria. Hasta las vacunas suelen ser cuestionadas, cuando sabemos que han erradicados epidemias que fueron mortales en otros
tiempos. Precisamente los mayores logros de la política sanitaria de Carrillo fueron en el campo de la prevención, con masivas campañas de dimensión nacional, como la lucha contra las enfermedades endémicas, en particular el paludismo que diezmaba la población del nordeste
argentino. Bajo la dirección de Carlos Alberto Alvarado y Jorge Argentino Coll, constituye una epopeya sanitaria con repercusión internacional, basada en una estrategia similar a la guerra con brigadas de desinfección trabajando casa por casa, que terminaron derrotando a la enfermedad.
Campañas similares se realizaron contra los brotes de fiebre amarilla en la frontera con Bolivia, las enfermedades venéreas, la viruela, el alastrim, la rabia y la tuberculosis, cuya mortalidad descendió de 130 a 36 por cien mil entre 1946 y 1952. La mortalidad infantil descendió de 90 a 56 por mil en el mismo período, no solo por la acción sanitaria directa, a través de la creación de miles de centros de protección materno-infantil, sino también – como lo destacaba el mismo – “porque no puede haber política sanitaria sin una política social”, que se estaba desarrollando al mismo tiempo y había elevado los índices de nutrición, higiene, bienestar y condiciones de vida, en un país que en 1946 tenía un tercio de su población subalimentada.
La doctrina sanitaria de Carrillo divide la acción en salud pública en tres grandes áreas: la medicina asistencial, pasiva, que tiende a resolver la enfermedad a nivel individual, la medicina
sanitaria, defensiva, que actúa frente a los factores directos de la enfermedad, a nivel individual o poblacional, y la medicina social, activa frente a los factores generales que determinan la salud individual y colectiva, actualmente conocida como la estrategia de promoción de la salud. En tal sentido, como dice en su libro Arnaldo Medina, “Ramón Carrillo fue un adelantado a su época, creando el concepto de medicina social mucho antes de que surgiera la estrategia de Atención Primaria de la Salud (APS) en Alma-Ata. Pero la medicina social de Carrillo define claramente la necesidad de la acción intersectorial, lo que la OMS llama hoy “salud en todas las políticas”, y que Carrillo sintetizó en su famosa frase: “La mejor política de salud es un buen salario”.
Seguramente cuando se conozca finalmente en esta pandemia la distribución de la mortalidad por clase social en todos los países, mostrará lo que Carrillo decía en todos sus discursos, que son los factores sociales y económicos los que determinan la salud de las personas, ya que no hay hospitales ni respiradores que alcancen, cuando la desigualdad en las condiciones de vida y el acceso a los sistemas de salud definen quién se enferma y quién se muere. Por eso cobra hoy más sentido su conocida sentencia: “Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.
Antonio Cafiero compartió el gabinete del Presidente Perón con Ramón Carrillo, a quién admiraba y en su gobierno de la Provincia de Buenos Aires se implementaron políticas de salud
inspiradas en la doctrina sanitaria de Carrillo, como el impulso a la promoción y protección de la
salud, la descentralización, la planificación y la participación social. Su primer Ministro, Floreal Ferrara, implementó con el programa ATAMDOS (Atención Ambulatoria y Domiciliaria de la Salud), un innovador modelo de salud familiar y comunitaria para el primer nivel de atención inspirado en los centros de salud de Carrillo. Floreal Ferrara dijo que Carrillo “luchó sin descanso para colaborar en la entronización de la justicia social y salud para todos, sin excepciones”. Su segundo Ministro, Ginés González García, impulsó programas de salud comunitaria como “Salud con el Pueblo”, “Pro Salud”, o de control del cólera durante la epidemia de 1991. Las políticas de participación social a través de los Consejos de Administración Hospitalaria, los Consejos Municipales de Salud y el Pacto Social de la Salud fueron la concreción, treinta años después, de las propuestas del acuerdo social y político que Carrillo presentó en su famosa alocución frente al gabinete nacional, que culminó con su renuncia y posterior exilio. Ginés González García, ahora Ministro de Salud de la Nación, acaba de afirmar que “su obra magnífica sigue en pie y es motivo de orgullo para el pueblo argentino”
El Instituto Antonio Cafiero quiere sumarse en el Día de la Patria a este homenaje y desagravio a quién convirtió el derecho a la salud en una política de Estado, así como lo hizo Arturo Sampay con el constitucionalismo social. Las infundadas acusaciones contra el Dr. Ramón Carrillo, ampliamente desmentidas por el historiador Raanan Rein y otros representantes de la comunidad israelí, lograron el efecto opuesto de reivindicar su figura, además de mostrar la gravísima actitud fascista de quienes pretendieron juzgarlo por sus supuestas ideas, lo que causó tantos muertos a lo largo de toda la historia argentina. En cambio, su fabulosa obra nos recuerda las palabras de Jesús de Nazareth: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos… Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.18-20). Carrillo fue un hombre tan bueno como un buen árbol, porque sus frutos seguirán salvando vidas a través de su legado de la doctrina fundacional del sanitarismo argentino.

En el Día de la Patria, lunes 25 de mayo de 2020.-

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