Este nuevo aniversario del
surgimiento de nuestra Nación, a doscientos diez años del primer pronunciamiento
popular contra el colonialismo español, nos encuentra en una crisis sanitaria
mundial de magnitud insospechada
por gran parte de la humanidad. Los líderes políticos de todas las naciones han
tenido que hacer un curso acelerado de epidemiología y salud pública, pero no todos
aprobaron el examen. En nuestro país, a partir del liderazgo presidencial y un
acuerdo político inédito, con el invalorable asesoramiento científico, se
tomaron oportunas decisiones políticas y sanitarias frente a la pandemia, lo
que hace crecer la esperanza de una evolución menos trágica que en otros
países.
Como una paradójica ironía, un
inesperado ataque a la figura del Dr.
Ramón Carrillo cuando el mundo está reconociendo el valor irremplazable de las
estrategias de salud pública en el cuidado
de la vida humana, hizo resurgir y reivindicar al hombre que más hizo
por la salud y la vida de los argentinos de su tiempo, y por lo tanto también
de nosotros, sus hijos y nietos. Eminente médico neurólogo y neurocirujano,
profesor universitario a los 36 años y formador de brillantes discípulos, un
día decidió cambiar la cátedra y el bisturí por la acción política y se
convirtió en el Primer Ministro de Salud Pública de la Argentina, acompañando
al Presidente Juan Domingo Perón en sus dos períodos de gobierno. También se
sitúa en su pensamiento político basado en la doctrina de la “comunidad
organizada”, ya que afirmaba que una sociedad solidaria debiera construirse
como una auténtica democracia popular, “que no es fascista, ni comunista ni
capitalista, sino simplemente republicana, democrática y humana … fundada en el
fecundo equilibrio de los distintos grupos sociales de la nación”. Después de
una obra gigantesca cuyos resultados aún perduran, la infamia política de
algunos de sus colegas, lo obligan a renunciar porque les cuestionaba la
obsecuencia que estaba perjudicando la revolución justicialista.
Mucho se ha hablado en estos días
sobre la gran obra de Carrillo como gobernante, que el propio Perón dice en 1956 que “sería largo
historiar la acción proficua y decidida de este primer Ministerio de Salud
Pública”, destacando luego que las camas hospitalarias pasaron de 66.300 en
1946 a 114.000 en 1951, en base a la construcción de 21 grandes Hospitales en
11 provincias, en conjunto con la Fundación Eva Perón. Crea además 60
institutos especializados, 50 centros materno infantiles, 16 escuelas técnicas,
23 laboratorios y centros de diagnóstico, 9 hogares-escuela, y numerosos
centros de salud en todas las provincias. Los Hospitales realizados por él hace
más de 70 años, como los de Lanús, Avellaneda y Ezeiza, siguen constituyendo
los pilares de una asistencia sanitaria que hoy resulta más necesaria que nunca
en el conurbano bonaerense. Pero el mismo Carrillo cuenta que en una de sus
recorridas por los Hospitales recién construídos, el Presidente Perón le dijo:
“Los hospitales vacíos me hacen pensar en el día del triunfo de la Medicina,
cuando ya no haya enfermos que internar”. Algo parecido dijo el Presidente
Fernández al recorrer los centros preparados para el COVID-19, que ojalá nunca
se tengan que ocupar.
Pero siempre ha resultado difícil
valorar los éxitos de la prevención, o sea las enfermedades o las muertes que
se evitan por una eficaz acción sanitaria. Hasta las vacunas suelen ser cuestionadas,
cuando sabemos que han erradicados epidemias que fueron mortales en otros
tiempos. Precisamente los mayores
logros de la política sanitaria de Carrillo fueron en el campo de la
prevención, con masivas campañas de
dimensión nacional, como la lucha contra las enfermedades endémicas, en
particular el paludismo que diezmaba
la población del nordeste
argentino. Bajo la dirección de
Carlos Alberto Alvarado y Jorge Argentino Coll, constituye una epopeya
sanitaria con repercusión internacional, basada en una estrategia similar a la
guerra con brigadas de desinfección trabajando casa por casa, que terminaron
derrotando a la enfermedad.
Campañas similares se realizaron
contra los brotes de fiebre amarilla
en la frontera con Bolivia, las enfermedades venéreas, la viruela, el alastrim,
la rabia y la tuberculosis, cuya mortalidad descendió de 130 a 36 por cien mil
entre 1946 y 1952. La mortalidad infantil descendió de 90 a 56 por mil en el
mismo período, no solo por la acción sanitaria directa, a través de la creación
de miles de centros de protección materno-infantil, sino también – como lo destacaba
el mismo – “porque no puede haber política sanitaria sin una política social”,
que se estaba desarrollando al mismo tiempo y había elevado los índices de
nutrición, higiene, bienestar y condiciones de vida, en un país que en 1946 tenía
un tercio de su población subalimentada.
La doctrina sanitaria de Carrillo divide la acción en salud pública
en tres grandes áreas: la medicina asistencial, pasiva, que tiende a
resolver la enfermedad a nivel individual, la medicina
sanitaria, defensiva, que actúa frente a los factores directos de
la enfermedad, a nivel individual o poblacional, y la medicina social, activa frente a los factores generales que
determinan la salud individual y colectiva, actualmente conocida como la
estrategia de promoción de la salud. En tal sentido, como dice en su libro
Arnaldo Medina, “Ramón Carrillo fue un adelantado a su época, creando el
concepto de medicina social mucho antes de que surgiera la estrategia de Atención Primaria de la Salud (APS) en
Alma-Ata. Pero la medicina social de Carrillo define claramente la necesidad
de la acción intersectorial, lo que la OMS llama hoy “salud en todas las
políticas”, y que Carrillo sintetizó en su famosa frase: “La mejor política de
salud es un buen salario”.
Seguramente cuando se conozca
finalmente en esta pandemia la distribución de la mortalidad por clase social
en todos los países, mostrará lo que Carrillo decía en todos sus discursos, que
son los factores sociales y económicos los que determinan la salud de las
personas, ya que no hay hospitales ni respiradores que alcancen, cuando la
desigualdad en las condiciones de vida y el acceso a los sistemas de salud
definen quién se enferma y quién se muere. Por eso cobra hoy más sentido su
conocida sentencia: “Frente a las
enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el
infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son
unas pobres causas”.
Antonio Cafiero compartió el gabinete del Presidente Perón con Ramón
Carrillo, a quién admiraba y en su gobierno de la Provincia de Buenos Aires
se implementaron políticas de salud
inspiradas en la doctrina
sanitaria de Carrillo, como el impulso a la promoción y protección de la
salud, la descentralización, la
planificación y la participación social. Su primer Ministro, Floreal Ferrara, implementó con el programa ATAMDOS
(Atención Ambulatoria y Domiciliaria de la Salud), un innovador modelo de salud
familiar y comunitaria para el primer nivel de atención inspirado en los
centros de salud de Carrillo. Floreal Ferrara dijo que Carrillo “luchó sin
descanso para colaborar en la entronización de la justicia social y salud para
todos, sin excepciones”. Su segundo
Ministro, Ginés González García, impulsó programas de salud comunitaria
como “Salud con el Pueblo”, “Pro Salud”, o de control del cólera durante la
epidemia de 1991. Las políticas de participación social a través de los
Consejos de Administración Hospitalaria, los Consejos Municipales de Salud y el
Pacto Social de la Salud fueron la concreción, treinta años después, de las
propuestas del acuerdo social y político que Carrillo presentó en su famosa
alocución frente al gabinete nacional, que culminó con su renuncia y posterior
exilio. Ginés González García, ahora Ministro de Salud de la Nación, acaba de
afirmar que “su obra magnífica sigue en pie y es motivo de orgullo para el
pueblo argentino”
El Instituto Antonio Cafiero quiere sumarse en el Día de la Patria a
este homenaje y desagravio a quién convirtió el derecho a la salud en una
política de Estado, así como lo hizo Arturo Sampay con el constitucionalismo
social. Las infundadas acusaciones contra el Dr. Ramón Carrillo, ampliamente
desmentidas por el historiador Raanan Rein y otros representantes de la
comunidad israelí, lograron el efecto opuesto de reivindicar su figura, además
de mostrar la gravísima actitud fascista de quienes pretendieron juzgarlo por
sus supuestas ideas, lo que causó tantos muertos a lo largo de toda la historia
argentina. En cambio, su fabulosa obra nos recuerda las palabras de Jesús de Nazareth: “No puede el buen árbol
dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos… Así que, por sus frutos
los conoceréis” (Mateo 7.18-20). Carrillo fue un hombre tan bueno como un buen árbol,
porque sus frutos seguirán salvando vidas a través de su legado de la doctrina
fundacional del sanitarismo argentino.
En el Día de la Patria, lunes 25
de mayo de 2020.-