Julio PIUMATO para Infobae
De pronto alzó
la frente y se hizo rayo
(¡era en Octubre
y parecía Mayo!),
y conquistó sus
nuevas primaveras.
El mismo pueblo
fue y otra victoria.
Y, como ayer,
enamoró a la Gloria,
¡y Juan y Eva
Perón fueron banderas!” (Leopoldo Marechal)
El 17 de Octubre
de 1945, épica nuestra, fecha fundacional imborrable del destino manifiesto de
los argentinos en nuestros 500 años sin respiros ni fatigas, marcó el inicio de la única revolución
social y en paz que vivió la Argentina. Bisagra cardinal que significó la
concreción del primer proyecto de Nación en beneficio de la totalidad de los
argentinos sin exclusiones. Irrupción masiva de millares de trabajadores y
humildes surgidos del “subsuelo de la Patria sublevada” según describió Raúl
Scalabrini Ortiz, movilizados por la liberación del Coronel patriota a quien
consagrarían como su líder, dando nacimiento al Peronismo. Es en este sentido,
que hace décadas vengo insistiendo en que fueron los trabajadores movilizados
los que dieron nacimiento al Peronismo en ese enorme aluvión de voluntad y
lealtad popular en defensa de quien, desde la modesta Secretaría de Trabajo y Previsión, los había señalado como los
verdaderos artífices de la riqueza nacional y había impulsado la legislación
que dignificaba su trabajo y mejoraba la condición de vida de sus familias.
Por esa razón
había sido desplazado y encarcelado el 9 de octubre de ese año. El día de su
liberación, en su mensaje al pueblo, además de anunciar la convocatoria a
elecciones como condición a sus captores que le exigían que tranquilizara a las
multitudes y desactivara la concentración popular, dejó un consejo final que me
interesa recordar por la vigencia medular para el tiempo que vivimos. Exhortó:
“Trabajadores: únanse; sean hoy más
hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse en
esta hermosa tierra la unidad de todos los argentinos.” Sabio consejo que
cuando los dirigentes supieron hacerle honor, acompañó los mejores momentos de
los trabajadores argentinos. El recuerdo de los logros de la revolución
justicialista así lo atestigua: en 1953,
la participación de los trabajadores en la renta nacional fue la más elevada de
la historia, cuando el fifty-fifty entre capital y trabajo alcanzó al 54 % para
los trabajadores. Y a fines del año 1974, como consecuencia de las políticas
que se desarrollaron a partir de 1973 y al Pacto Social, el salario real del
trabajador argentino alcanzó el nivel más alto de nuestra historia. De 1983
al día de hoy, estos números son una enorme quimera.
Tiempos aquéllos en que la CGT estaba unida. Y fue la unidad del movimiento obrero organizado la que permitió
cumplir el mandato del General Perón, quien al anunciar un 24 de febrero los
Derechos del Trabajador, puso a la CGT como custodia para garantizar que esos
derechos perduraran y no fuesen conculcados.
También reconoció el derecho a las organizaciones
sindicales, auténticas organizaciones libres del pueblo, de participar
activamente en la discusión e implementación del modelo de Nación a la que aspiraban. Por esta razón, el movimiento obrero organizado en una única CGT
se constituyó como columna vertebral del Proyecto Nacional y, por lo tanto, del
Peronismo como federación de
organizaciones libres del pueblo con centralidad en los trabajadores. Mientras
lo fue en forma efectiva, el Peronismo tuvo programa de gobierno, tuvo a la
planificación como herramienta de un Proyecto Nacional independiente, a la Comunidad Organizada como modelo
civilizatorio alternativo y a los trabajadores organizados como garantía de
su cumplimiento.
La dictadura
cívico militar del 24 de marzo del 1976
impuso a sangre y fuego con un brutal genocidio -del que los trabajadores y sus
organizaciones sindicales fueron el principal blanco represivo-, un programa
económico de especulación sobre la producción, de desnacionalización sobre la
economía nacional, del individualismo sobre la solidaridad y de concentración
económica sobre la justicia social. Y así como el Proyecto Nacional de Perón
tuvo al movimiento obrero organizado como columna vertebral, la dictadura hizo
de la nueva Ley de Entidades Financieras
de Martínez de Hoz, su propia columna vertebral, transformando con ella el
ahorro nacional que había sido eje de financiación del consumo popular y de la
inversión pública, en botín de la especulación financiera trasnacional,
iniciando un proceso de saqueo incesante de nuestras riquezas que se continúa
al momento en que esto escribimos.
En 1983, la vuelta a una democracia de tipo liberal
que el Peronismo había superado con el modelo de democracia social, orgánica y
directa, devolvió a los argentinos sus derechos civiles y políticos, pero nunca
restituyó a los trabajadores -que fuimos quienes
llevamos adelante la heroica resistencia a la dictadura que nos costó miles de
víctimas los derechos que la dictadura conculcó. Los trabajadores y los
humildes de la Patria pagábamos el costo de una dirigencia sin conciencia
nacional que mantendría inalterable hasta la actualidad la Ley de Entidades
Financieras causante del genocidio y la decadencia nacional. Aun cuando fueron
Juzgados los responsables del genocidio, insólitamente no se tocó la Ley de
Martínez de Hoz, verdadera causal de la violación de los derechos humanos de
tantos argentinos en aquellos años dolorosos. Y digo más: causal de las cifras
actuales de pobreza e indigencia que, aunque no se lo diga con la fuerza
necesaria, permite que se continúen violando los derechos de millones de
argentinos con la violencia cruel del hambre, la desocupación, la exclusión y
el “descarte.”
De la misma forma, el retorno a una democracia formal
parece haber hecho caer en la amnesia total a la dirigencia respecto a la
vitalidad del testamento póstumo que Perón legó: síntesis de su experiencia
histórica, profético y pleno de esa sabiduría que nos permitió pensar el
devenir del mundo varias décadas antes de que los hechos se produjeran. Porque en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, pueden
encontrarse hoy mismo las bases para reconstruir la Argentina con Independencia
económica, Soberanía política y Justicia social.
Por eso, al
recordar el 17 de Octubre debemos fundamentalmente reflexionar, y mucho más los
que tienen responsabilidades de gobierno o dirigencial, sea ésta sindical,
empresarial o social, sobre el significado de aquella gesta no como una
anécdota histórica del museo de los recuerdos, sino como el inicio de un
proceso histórico que, aún en un mundo bipolar y hostil, permitió a los
argentinos vivir dignamente y proyectar un futuro para toda la Nación. Hoy, el
Papa Francisco señala que la pandemia como toda crisis profunda, puede
derrumbarnos definitivamente o ser una oportunidad.
Para los
trabajadores, para los peronistas, para todos aquellos que ansiamos una
Argentina justa y que somos conscientes de la potencialidad que tiene nuestra
Patria por sus riquezas y por la capacidad de nuestro Pueblo, esta es una
oportunidad que no podemos desperdiciar. Contamos con el bagaje histórico de
los últimos 75 años para volver, como enseñó Perón, a ser “artífices de nuestro
propio destino y no presas de la ambición de nadie.” No será fácil, nunca lo fue, pero tampoco será imposible: necesitamos
patriotismo, fundamentalmente en los dirigentes, que vuelvan a ser un ejemplo
de humildad, entrega, honestidad y solidaridad. Que vuelvan a señalar nuestro
camino: que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza. Que convoquen
a trabajar para la verdadera unión de todos los argentinos en un proyecto que
nos contenga y nos permita participar en la reconstrucción nacional.
Por nuestra
parte, los dirigentes sindicales tenemos la responsabilidad de concretar la
unidad en una única CGT, que es reclamo de los trabajadores y reaseguro de
poder impulsar un Proyecto Nacional que nos devuelva protagonismo efectivo.
Sobre esa unidad podremos reconstruir la unidad de todos los argentinos, como
lo expresó Perón aquel glorioso 17 de Octubre de 1945, que seguirá vertebrando
los desafíos actuales para el país y para las organizaciones libres del pueblo.
Por eso, nuestro
¡Viva Perón! hoy es grito de lealtad y fidelidad a los principios de la
doctrina peronista que nos enseñó una ética política, la del sentido heroico de la vida que legó el General, la
del amor y la igualdad que enseñó Evita, la del camino de combatir al capital,
la del continentalismo de ganarle al imperio para hacer realidad la Argentina
Grande con la que San Martín soñó. Este 17 de octubre ratifiquemos con más
ahínco nuestras banderas históricas, nuestra doctrina y la lealtad con la
Patria y el Pueblo que, más temprano que tarde, logrará la unidad nacional para
que desde los cimientos profundos, desde bien abajo, podamos cantar con
Marechal: “El mismo pueblo fue y otra victoria. Y, como ayer, enamoró a la
Gloria.”