Por Hugo Flombaum, analista político.
Columnista de LaCity.com.ar.
Creer que el conurbano es una consecuencia
de la economía o de factores sociales es por lo menos una ingenuidad.
Los conurbanos son producto de la
incapacidad de la política de generar planes productivos y de educación que
generen otra cosa.
El primer y parte del segundo cordón del
conurbano bonaerense fueron conformados por la explosión industrial de la
posguerra mundial, en los años 50. Fue una ordenada ocupación del territorio de
Lanús, primer cordón de La Matanza, Ciudadela, San Martín y el sector de Villa
Martelli y Munro de Vicente López. Ya Avellaneda albergaba a industrias
frigoríficas y curtiembres.
El segundo
albergó por muchos años residencias y quintas de las clases más favorecidas.
Quilmes, Lomas de Zamora, Monte Grande, Ezeiza, Castelar, Moreno, Bella Vista,
Del Viso y San Isidro. Hoy cuna de barrios cerrados.
Fue en las tres últimas décadas cuando este
segundo cordón y el tercero recibieron millones de argentinos y emigrantes de
latinoamérica en busca de oportunidades.
Ya no era el trabajo lo que ordenaba la
ocupación del territorio sino la búsqueda de éste. Fue la ausencia total de
planes de desarrollo lo que generó pobreza y la increíble economía informal que
hoy domina el territorio.
De esa
situación, desde la llamada formalidad, se ocupan solo dos sectores, los que
necesitan de ellos para las elecciones y los estudiosos de la sociología que se
ufanan de preocuparse por su situación.
Los primeros usan su inteligencia y sus
«estudios» en crear planes y más planes con bonitos nombres. Los segundos en
elaborar críticas a esos planes proponiendo otros.
Mientras tanto
los que habitamos el conurbano partimos de bases diferentes, la primera y la
principal es que sabemos que el 90% por
lo menos de los que habitamos el territorio somos honestos, trabajadores,
emprendedores seriales y la gran mayoría supervivientes del ataque permanente
de la supuesta formalidad.
Sabemos que formalizar esa informalidad es
un sueño irrealizable de técnicos e intelectuales, esa informalidad alberga
a todo tipo de trabajadores en todos los rubros conocidos, desde profesionales,
comerciantes, pequeños industriales hasta trabajadores de todos los oficios.
Será la
formalidad la que deberá adaptarse a esa «informalidad», que para todos
nosotros es la normalidad.
Si sacamos de la estadística a las grandes
empresas y al estado, del resto de la economía la supuesta informalidad ocupa
más del 70%.
Los
comerciantes, monotributistas facturan el 80% fuera de la formalidad, lo mismo
los profesionales, los constructores, los plomeros, los electricistas, y los
jardineros. Basta de hipocresía, es la formalidad de los pocos la que deberá
adaptarse a la formalidad de los millones de informales.
Una formalidad
cara e ineficiente, con un estado caro y estafador y con muchas empresas
subvencionadas y con bienes de precios caros y de poca calidad.
La situación de
los que recorremos este territorio, porque vivimos en él, es de incredulidad
cuando los laboratorios de ideas de la city hablan de nuestra situación, lanzan
estadísticas, realizan pronósticos de explosiones sociales o peor se quejan de
que esas revueltas no suceden.
La realidad es
que la economía informal del conurbano avanza, cual ameba, sobre el primer
cordón y sobre la ciudad capital. Ya es común ver que las distintas
actividades, para poder sobrevivir, recurren a esa informalidad.
El día que
asumamos, los que vivimos y nos desarrollamos en esa informalidad, que debemos
hacernos cargo de la formalidad porque nos resulta muy cara y molesta
sostenerla será el día que comencemos a hablar en serio de la salida a nuestra
problemática y podamos decir a gritos que no queremos trabajar para los que no
trabajan.
El día que
gritemos que, para resolver el problema de los asentamientos urbanos, que son
una ínfima minoría en los once millones de habitantes del conurbano, la solución no pasa por urbanizar la
miseria sino por la generación de planes productivos sustentables. Porque el
trabajo es el ordenador y no los planes gubernamentales.
El día que
gritemos que la educación pública debe
ser la prioridad absoluta para encarar los planes sociales y para eso
debemos tomar el poder de la educación, hoy en manos de sindicatos y técnicos
de poca monta, garantizando que ningún docente pueda ganar menos que un
director estatal, terminando con la hipocresía de los políticos.
Ese día será el
día que nuestro país pueda reordenar su institucionalidad hoy dislocada por
esta locura de sostener dos realidades en un mismo espacio y en un mismo
tiempo, una formalidad que abarca a los que no trabajan y una informalidad que
agrupa a la mayoría de los que generan bienes y servicios.
Por supuesto en
cada realidad hay excepciones.
Mientras tanto
en el resto del país conviven, también, dos realidades, pero en distintos
territorios.
Provincias que van logrando a través de
proyectos productivos sustentables un desarrollo equilibrado, la mayoría
ligados a la bioeconomía y a la industria del conocimiento. Y otras que
sostienen su existencia a través del soborno obtenido por su sobre
representación en el parlamento vendiendo sus votos a cambio de partidas de
dinero que les permiten vivir del «no trabajo» estatal.
Si la economía
del conurbano toma el espacio de poder que tiene y se alinea con la economía de
las provincias productivas del interior y controlan la «formalidad» cara,
inútil y corrupta del poder nacional renacerá la nación pujante que hace 45
años teníamos.
A nuestro frente
no debe haber más peronismo, radicalismo, liberalismo, marxismo, todas rémoras
de un pasado previo al universalismo. Hoy la brecha es trabajo y educación o
estafa, corrupción y abuso.
¡¡ARGENTINOS A
LAS COSAS!!