domingo, 10 de diciembre de 2023

Lo hispano: su sentido y las ecúmenes

 (Ponencia a la Global Conference on Multipolarity-29/4/23)                                                       

 Alberto Buela  


En febrero de 2022 apareció en Buenos Aires la segunda edición de mi libro Hispanoamérica contra Occidente, que fuera el primero publicado en España allá por 1996. De modo tal que la mayoría de mis amigos no lo conocieron. Le agregué un solo capítulo final “Notas sobre la Argentina originaria”.

El libro nació de dos hechos: a) una conferencia en 1984 en el Palacio de Congresos de Versailles junto a Julien Freund, Alain de Benoist, Guillaume Faye y Pierre Vial, que dio título a este libro y b) un intercambio epistolar con don Gonzalo Fernández de la Mora en torno a la hispanidad.

En Francia sostuvimos que Hispanoamérica a diferencia de Angloamérica es la continuación de lo más genuino de Occidente partiendo de la noción de ente “aquel que las tradiciones no occidentales jamás presintieron ni barruntaron”[1] así como la expresión lingüística, artística y cultural.

Y ante el eminente español afirmamos que la hispanidad en América no se limita a la monarquía y la religión católica, según lo determinaron pensadores como de Maeztu o García Morente, sino que nos abre a toda la cultura del mediterráneo que llega a través de lo hispano. Lo hispano en nosotros es tanto vehículo como matriz.

El término latinoamericano, aceptado universalmente, se convirtió en una expresión políticamente correcta que utiliza tanto la Iglesia, la masonería, los marxistas, los liberales y los progresistas. Termino que nos extraña a nosotros, de nosotros mismos con un falso nombre. La lucha semántica es lo primero que se pierde en la guerra, pues se adoptan las denominaciones del enemigo.

Contamos todo esto para que vean ustedes que nuestra meditación sobre América y la Hispanidad no nace en esta conferencia sino que viene desde muy lejos, desde hace cuarenta años.

Leí hace algunos meses (27/3/22) un reportaje al profesor español Carlos X. Blanco cuando afirma que: “ Pudo existir un Orden universal distinto, que generalizara (generalizó) los valores de la filosofía griega, el derecho romano y el concepto germano-cristiano de la persona. Pero a ese Imperio Hispánico le salieron enemigos por todos los sitios. La Hispanidad, más que una nostalgia y un “sueño imperial” debería reactivarse en clave geopolítica.

Un polo “hispanista” en el cono sur de las Américas, que se extendiera a todo el continente de habla luso-española y a la península ibérica,(a Asia en Filipinas y al África con Guinea) podría ejercer un gran papel de contrapeso a los polos que hoy rigen el mundo: el anglosajón declinante, el chino emergente, el ruso euroasiático, el árabe, etc.

Solo le corregiría el tiempo verbal y en lugar de decir “generalizara” tendría que haber dicho “generalizó” porque somos nosotros los herederos de esos valores. Además, el concepto de persona no es una creación germano-cristiana sino que viene de larga data, al menos desde Boecio (480-524).

Sobre lo hispano podemos tener dos accesos, como vehículo o canal a través del cual se expresan los pueblos mediterráneos (España, Portugal, Francia, Italia, Siria, Líbano, Grecia, Rumanía, etc.) que llegaron a América y como ecúmene, esto es, como un gran espacio de tierra habitada por hombres que tienen, sienten, piensan y creen en valores comunes. Lo hispano no es la Kultur alemana ni la civilisation francesa, sino que encierra una cosmovisión sobre el hombre, el mundo y sus problemas diferente a ambas.

En el primer aspecto (como vehículo) se destaca sobre todo el afán de los millones de inmigrantes llegados a América buscando su progreso. Entendido en sentido lato como el paso de lo peor a lo mejor, según enseñaban los filósofos griegos. Fue vehículo también para los indios que incorporaron a sus múltiples lenguas cientos de palabras del castellano, por ej,: vaca, caballo, oveja, etc.

Hoy, sobre todo desde Inglaterra, se lanzó la teoría de “pueblos originarios” para denominar a la de indios. Sin embargo, nosotros los criollos somos también pueblos originarios. La diferencia con los indios es que ellos poseen la “originariedad” mientras que nosotros poseemos la “originalidad, pues no somos no tan españoles ni tan indios como decía Bolívar.

Uno de los rasgos del hombre hispanoamericano es la idea de progreso que no es la misma que la del angloamericano. Estos, luego del asombroso aumento de inventos producido por la imbricación entre ciencia y técnica, cuyo producto es la tecnología, compraron, adoptaron y asumieron el mito del Progreso ineluctable, no percatándose que el progreso es bueno como ideal pero malo como idea. Si progresar significa salir de lo peor para pasar a lo mejor, ir hacia adelante, ello es bueno ¿o, acaso, alguién no quiere progresar?. Pero el progreso no tiene sentido si no se sabe a dónde se va, y es peligroso si va por mal camino. Así, si ponemos el acento en el confort, Hegel sostenía que es infinito, el progreso será siempre insatisfactorio. Este progreso tecnológico terminó con dos bombazos atómicos en Japón provocando miles y miles de muertos inocentes. Sabemos que el mal en el inocente es inexplicable filosóficamente, y que se produce por una perversión de la causa que lo comete.

Por el contrario, para el hombre hispano el progreso fue siempre una aspiración y no una inspiración. Fue un ideal y no una idea y así viajó a América.

Todos los grandes progresos de la humanidad no han sido en función del progreso ni en provecho del devenir sino por una imagen actual, ya sea la gloria, la patria, el bienestar de la familia y tantas otras.

Esta aspiración a progresar es la que define el progreso para el hombre hispano, pero su acción no está inspirada en el mito del progreso.

Esto nos lleva a introducimos en un aspecto más profundo y esencial del progreso. “Desde el punto de vista del espíritu, el progreso solo es válido cuando se desarrolla en intensidad o en profundidad, nunca lineal u horizontalmente. La profundidad del progreso nos indica el grado de interiorización existencial del sujeto. Y es este el sentido profundo del progreso, la interiorización cada vez más intensa de las verdades que conocemos o, mejor, que barruntamos. El proceso de interiorización tiene grados sucesivos que contienen unos a otros en una jerarquía similar a la celeste” [2]

Es por ello que podemos afirmar que en la vida espiritual, ya sea la mística o la intelectual, el que no avanza retrocede.

Manuel García Morente, ese gran maestro español de filosofía, propuso al caballero cristiano como arquetipo del hombre hispano.[3] Y no estuvo mal. Pero “esta teoría de los arquetipos tiene dos fallas. Una, carece de rigor científico, la podemos cargar con las mayores virtudes como hace García Morente con el caballero cristiano o con los mayores vicios como hacen los liberales argentinos con el gaucho. Y, dos, siempre está adscripta y determinada a un momento temporal y a un lugar  preciso de la historia de un pueblo.” [4] Su vigencia desaparece. Hay que buscar entonces por otro lado sus rasgos específicos.

La hispanidad como “ser de lo hispano” se ha dado en la historia bajo múltiples y variadas formas y se dará bajo otras muchas que no podemos colegir. Desde siempre se destacó por el sentido jerárquico de la vida, de los seres y de las funciones. Esta jerarquía como una necesidad del inferior respecto del superior Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor! afirma el Quijote, y no a la inversa como la postula el mundo liberal burgués. Jerarquía que se proyecta en una visión total, y no la  de los especialistas de lo mínimo que pierden de vista la visión del todo. Jerarquía que se funda en valores objetivos fuera de discusión y no a la inversa en valores subjetivos, surgidos del primado de conciencia, eje axial del mundo moderno.

Así, la necesidad del inferior, la visión del todo y la objetividad de los valores son la expresión del sentido jerárquico del ser de lo hispano.

El segundo rasgo lo encontramos en la preferencia de sí mismo y la consecuente falta de temor por la pérdida de la identidad. 

La preferencia de sí mismo no es egoísmo sino una disposición existencial que hace que uno no tema mezclase con otros. La que tuvieron los españoles y portugueses cuando llegaron a América y la que tuvieron los millones de inmigrantes que vinieron después.

Nosotros la hemos estudiado como el primer paso de la hermenéutica disidente que proponemos como el método del disenso: Todo método es eso, un camino para llegar a alguna parte. El disenso como método parte, no ya de la descripción del fenómenos como la fenomenología, sino de la “preferencia de nosotros mismos”. Se parte de un acto valorativo como un mentís rotundo a la neutralidad metodológica, que es la primera gran falsedad del objetivismo científico, sea el propuesto por el materialismo dialéctico sea el del cientificismo tecnocrático[5].  Rompe con el progresismo del marxismo para quien toda negación lleva en sí una superación progresiva y constante. Por el contrario el disenso no es omnisciente, puede decir “no sé”, y así, al ser el método del pensamiento popular, puede negar la vigencia de algo sin tener necesidad de negar su existencia.

La preferencia se realiza a partir de una situación dada, un locus histórico, político, económico, cultural. En nuestro caso Suramérica o la Patria Grande. Esto reclama o exige el disenso, un pensamiento situado, como acertadamente habló la filosofía popular de la liberación con Kusch, Casalla  et alii, y no la filosofía marxista de la liberación con Dussel, Cerutti y otros, que es una rama europea trasplantada en América.

Tiene como petición de principio el hic Rhodus, hic saltus (aquí está Rodas, aquí hay que bailar) de Hegel al comienzo de su Filosofía del Derecho. Sólo desde un lugar determinado se puede plantear genuinamente el disenso, porque de plantearlo desde una “universalidad abstracta”: por ejemplo, la humanidad, los derechos humanos, la igualdad, etc., etc. se hace merecedor de la crítica desconfiada de la izquierda en general, que ve en el disenso una peligrosa desviación reaccionario-populista.” [6]

El tercero y último de los rasgos que trataremos aquí es la existencia de un enemigo común como lo es el anglosajón.

Esta es una herencia española que el hombre hispanoamericano, incluídos todos aquellos de cultura mediterránea que llegaron a estas tierras, vivencian y padecen desde la guerras civiles de la Independencia. Ese gran sociólogo mejicano que fue Pablo González Casanova contabilizó 700 invasiones militares y más de 4000 intervenciones del anglosajón en Nuestra América, desde la batalla de San Juan de Ulúa en 1567/68 en México hasta Grenada en el 83, Panamá en 1989 y Haití en 2004.

Estas luchas sucesivas y continuadas han conformado una conciencia cierta sobre el enemigo público, el hostis. Aquel que me hostiga y me opugna. Aquel que me impide desarrollarme según mis propias pautas y valores. En una palabra, aquel que no me deja ser por mi y para mi.

Estas luchas y vivencias tienden décadas tras décadas y siglos tras siglos hacia la búsqueda de una Patria Grande, de un Gran Espacio, de una Ecúmene según vislumbramos nosotros.

El término ecúmene,oikoumenh  es el participio presente del verbo oikew que significa habitar en casa propia y encierra la idea de “porción grande de tierra habitada. Para los romanos el Imperio era su ecúmene así como para los griegos lo era la  Hélade y para los cristianos hasta finales del medioevo, la Cristiandad.[7] Estas ecúmenes, cada una en su tiempo, coincidieron con los límites de lo que era considerado mundo.

La idea de ecúmene está ciertamente vinculada a la de humanismo, pero entendido este como “una forma viviente que se desarrolla en el suelo de un pueblo y persiste a través de los cambios históricos”[8]. El humanismo clásico greco romano busca la realización del ser del hombre a través de su formación. La referencia al suelo de un pueblo, según la cita,  nos muestra la encarnadura del antiguo  humanismo, que el mayor de los poetas latinos, Virgilio, refuerza cuando aconseja pensar a partir del genius loci. Concepto que encierra las ideas de clima, suelo y paisaje.

Este arraigo que se mantuvo en el humanismo hispánico, se pierde en el humanismo ilustrado, que es, con pequeñas variantes, el que manejan los regímenes liberales,  socialdemócratas y las Naciones Unidas, actualmente en el mundo.

Cuando hoy se plantea la creación de mega regiones, Unión Europea, Unión Suramericana, como una necesidad de dar respuesta al proyecto del One Word  lanzado por Bush padre en 1991, limitándose a la idea de “región o gran espacio” cuya integración se busca más por el lado económico y político que cultural, se está poniendo el carro delante del caballo.

Nos vemos entonces obligados intelectualmente a volver sobre la categoría de ecúmene para poder comprender, al menos en parte, qué nos sucede y nos puede suceder.

Agotado el proyecto moderno entre cuyas ideas fuerza estaban las de progreso, igualitarismo, democracia liberal, libre mercado, subjetivismo, racionalismo, primacía de la técnica, etc. etc. también se deshace, se desvanece la idea del mundo como universo. 

Nos percatamos un poco sorprendidos que el mundo ya no es más un universo; esto es, que no tiene una sola versión y visión, que era la de la modernidad expresada a través del racionalismo de la Ilustración, sino que más bien, el mundo es un pluriverso. Esto es, el mundo está compuesto por muchas versiones y visiones, tantas como ecúmenes culturales lo habitan.

El mundo entonces es culturalmente plural, es un pluri- verso y no un uni- verso. Y su pluralidad radica en la existencia o coexistencia de diferentes ecúmenes.

Grosso modo, podemos determinar algunas: la europea, la angloamericana, la arábiga, la india, la eslava, la iberoamericana y la chino-oriental. Sin duda se podrá buscar otro tipo de clasificación dado que éstas existen a los efectos didácticos-comprensivos y en ellos se agotan. Como todas la clasificaciones pasa lo de la chacarera: Casas más, casas menos, igualito a mi Santiago. Siempre son aproximaciones a la realidad, pues ésta es más rica que aquéllas y no se deja encerrar.

Estas ecúmenes a veces coinciden con una región determinada, vgr. la ecúmene iberoamericana con la mega región del Mercosur y del Unasur, incluso la supera pues abarca también centro y parte de norte América. Con la ecúmene europea pasa, mutatis mutandi, algo similar. Pero hay que observar que existe en las dos una continuidad territorial.

Otras veces estas ecúmenes no coinciden con una región sino que involucran a varias, vgr. la angloamericana engloba una parte de Europa con Inglaterra, una parte de América con USA, Canadá, Jamaica, Guyana, Belice, un parte de Oceanía con Australia, Nueva Zelanda et alii, una parte de Asia con espacio americanizados como Singapur, Taiwan, Corea del Sur e incluso Japón. 

Otras ecúmenes abarcan multitud de países, incluso algunos dispersos, como es el caso de la arábiga. En tanto que con la india sucede a la inversa y se encuentra limitada a un solo país.

Las ecúmenes determinan espacialmente no solo un medio apropiado para la vida colectiva sino también un mundo de valores compartidos por los hombres que la habitan. Y en este sentido la ecúmene hispano o iberoamericana es un ejemplo de homogeneidad, por la religión, la lengua, el derecho y las costumbres comunes.

La teoría ilustrada que tiene hoy plena vigencia consiste en sostener que el pluralismo se debe plantear no sólo dentro de las ecúmenes culturales sino además dentro de los Estados nacionales que la componen. Como no compartimos esta teoría nos preguntamos: ¿Cómo debería plantearse la cuestión?

Nosotros sostenemos por el contrario que el pluralismo no debe darse en el seno de las naciones-Estados, como gusta decir Dalmacio Negro Pavón, sino que el pluralismo se debe dar entre las ecúmenes culturales. El riesgo del pluralismo ecuménico dentro de la nación-Estado lo nota el afamado politólogo liberal Giovanni Sartori cuando afirma: “Reunir muchas culturas sobre un mismo territorio es peligroso. Así, no deben entrar en un país aquellos que no se encuentren listos para integrarse. Pues, la inmigración no seguida de la integración conlleva la muerte del pluralismo y la democracia” [9].

Son las ecúmenes las que producen la verdadera y auténtica pluralidad del mundo al constituirse ellas, a partir de valores, lenguaje, creencias, vivencias e instituciones compartidas.

Así, el pluralismo cultural debe ser entendido como un interculturalismo donde cada identidad se piensa entre otras, pero a partir de su diferencia, en esto radica la coexistencia, o mejor, concordia de las comunidades.

Entender el pluralismo cultural como un multiculturalismo; esto es, un relativismo cultural que conduce simultáneamente a la exclusión de otras culturas para evitar su desnaturalización, o lo que es peor, valorar al otro por el sólo hecho de pertenecer a una minoría y no por su méritos o valor en sí mismo, es el grave error que comenten hoy los antropólogos culturales y los multiculturalistas o progresistas del pensamiento.[10]

Cuando en nombre de este multiculturalismo, que como vimos es un relativismo sectario y excluyente, se invade desde una ecúmene a las otras, ello produce la desnaturalización de ésas. Así se alienta la “americanización” de la europea, “la imbecilización” de la iberoamericana,  la “terroristización” de la ecúmene arábiga, etc. Erróneamente desde la ecúmene invasora puede pensarse que se produce una transferencia de sentido, aun cuando ni todos los europeos están norteamericanizados, ni todos los iberoamericanos somos imbéciles, ni todos los árabes son terroristas.

Esta trasferencia de sentido e interferencia de una ecúmene en otra, como sucede hoy con la ecúmene anglonorteamericana, es de máximo riesgo, porque nos está indicando el surgimiento de un totalitarismo ecuménico, por el cual una se impone al resto. El mundo perdería así su riqueza de aspectos variados, su carácter de bello, por aquello que es un cosmos, para transformase en un “orbe” único, uniformado y homogéneo.  

 

[1] Aubenque, Pierre: Le probleme d´etre chez Aristote, Puf, Paris, 1977, p.13

[2] Buela, Alberto: Epítome de Metapolítica, Ed.Cees, Buenos Aires, 2022, p. 117            

[3] García Morente, Manuel: La idea de Hispanidad, Ed. Losada, Buenos Aires, 1942

[4] Buela, Alberto: Hispanoamérica contra Occidente, Ed. Cees, Buenos Aires, 2021, p.52. Primera edición, Ed. Barbarroja, Madrid, 1996, p.56

[5] Cfr. Fayerabend, Paul: Contra el método, E. Hyspamérica, Buenos Aires, 1984

[6] Buela, Alberto: Teoría del Disenso, Ed. Fices, Barcelona, 2016, p. 32

[7] Se utiliza también ecúmene en geografía humana, designando con él, el medio apropiado para la vida colectiva. Y como significa medio, incluso se llegó a cambiarle el género y se habla en masculino de: “el ecúmene”.

[8] Jaeger, W: Paideia, México, FCE, 1946, p.11.

[9] Sartori, Giovanni: Pluralismo, multiculturalismo e inmigración en el periódico Il Giorno, 15/9/2001.

[10] El multiculturalismo se apoya en dos etapas del desarrollo de la antropología cultural: a) en el relativismo cultural de Franz Boas(1858-1942), el precursor de la antropología norteamericana, que sostiene que no es posible hablar de culturas superiores o culturas inferiores y b) en la etapa de la descolonización de los años 60 y 70 donde los antiguos “objetos” de estudio de la conquista de América y del imperialismo en África y Asia, se transforman en “sujetos” que estudian sus propias realidades.

Los partidos políticos a 122 años

        Alberto Buela (*)   En la tranquilidad de en este tiempo que me toca vivir encontré en la biblioteca un viejo libro del autor bi...