(Ponencia a la Global Conference on Multipolarity-29/4/23)
Alberto Buela
En febrero de 2022
apareció en Buenos Aires la segunda edición de mi libro Hispanoamérica
contra Occidente, que fuera el primero publicado en España allá por 1996.
De modo tal que la mayoría de mis amigos no lo conocieron. Le agregué un solo
capítulo final “Notas sobre la Argentina originaria”.
El libro nació de dos
hechos: a) una conferencia en 1984 en el Palacio de Congresos de Versailles
junto a Julien Freund, Alain de Benoist, Guillaume Faye y Pierre Vial, que dio
título a este libro y b) un intercambio epistolar con don Gonzalo Fernández de
la Mora en torno a la hispanidad.
En Francia sostuvimos
que Hispanoamérica a diferencia de Angloamérica es la continuación de lo más
genuino de Occidente partiendo de la noción de ente “aquel que las
tradiciones no occidentales jamás presintieron ni barruntaron”[1]
así como la expresión lingüística, artística y cultural.
Y ante el eminente
español afirmamos que la hispanidad en América no se limita a la monarquía y la
religión católica, según lo determinaron pensadores como de Maeztu o García
Morente, sino que nos abre a toda la cultura del mediterráneo que llega a
través de lo hispano. Lo hispano en nosotros es tanto vehículo como matriz.
El término
latinoamericano, aceptado universalmente, se convirtió en una expresión
políticamente correcta que utiliza tanto la Iglesia, la masonería, los marxistas,
los liberales y los progresistas. Termino que nos extraña a nosotros, de
nosotros mismos con un falso nombre. La lucha semántica es lo primero que se
pierde en la guerra, pues se adoptan las denominaciones del enemigo.
Contamos todo esto para
que vean ustedes que nuestra meditación sobre América y la Hispanidad no nace
en esta conferencia sino que viene desde muy lejos, desde hace cuarenta años.
Leí hace algunos meses
(27/3/22) un reportaje al profesor español Carlos X. Blanco cuando afirma que: “
Pudo
existir un Orden universal distinto, que generalizara (generalizó) los valores de la filosofía griega, el
derecho romano y el concepto germano-cristiano de la persona. Pero a ese
Imperio Hispánico le salieron enemigos por todos los sitios. La Hispanidad, más
que una nostalgia y un “sueño imperial” debería reactivarse en clave geopolítica.
Un polo
“hispanista” en el cono sur de las Américas, que se extendiera a todo el
continente de habla luso-española y a la península ibérica,(a Asia en Filipinas
y al África con Guinea)
podría ejercer un gran papel de contrapeso a los polos que hoy rigen el mundo:
el anglosajón declinante, el chino emergente, el ruso euroasiático, el árabe,
etc.”
Solo le corregiría el tiempo verbal y en lugar de decir
“generalizara” tendría que haber dicho “generalizó” porque somos nosotros los
herederos de esos valores. Además, el concepto de persona no es una creación
germano-cristiana sino que viene de larga data, al menos desde Boecio
(480-524).
Sobre lo hispano podemos tener dos accesos, como vehículo
o canal a través del cual se expresan los pueblos mediterráneos (España,
Portugal, Francia, Italia, Siria, Líbano, Grecia, Rumanía, etc.) que llegaron a
América y como ecúmene, esto es, como un gran espacio de tierra habitada por
hombres que tienen, sienten, piensan y creen en valores comunes. Lo hispano no
es la Kultur alemana ni la civilisation francesa, sino que encierra
una cosmovisión sobre el hombre, el mundo y sus problemas diferente a ambas.
En el primer aspecto (como vehículo) se destaca sobre
todo el afán de los millones de inmigrantes llegados a América buscando su
progreso. Entendido en sentido lato como el paso de lo peor a lo mejor, según
enseñaban los filósofos griegos. Fue vehículo también para los indios que
incorporaron a sus múltiples lenguas cientos de palabras del castellano, por
ej,: vaca, caballo, oveja, etc.
Hoy, sobre todo desde Inglaterra, se lanzó la teoría de
“pueblos originarios” para denominar a la de indios. Sin embargo, nosotros los
criollos somos también pueblos originarios. La diferencia con los indios es que
ellos poseen la “originariedad” mientras que nosotros poseemos la
“originalidad, pues no somos no tan españoles ni tan indios como decía Bolívar.
Uno de los rasgos del hombre hispanoamericano es la idea
de progreso que no es la misma que la del angloamericano. Estos, luego del
asombroso aumento de inventos producido por la imbricación entre ciencia y
técnica, cuyo producto es la tecnología, compraron, adoptaron y asumieron el
mito del Progreso ineluctable, no percatándose que el progreso es bueno como
ideal pero malo como idea. Si progresar significa salir de lo peor para pasar a
lo mejor, ir hacia adelante, ello es bueno ¿o, acaso, alguién no quiere
progresar?. Pero el progreso no tiene sentido si no se sabe a dónde se va, y es
peligroso si va por mal camino. Así, si ponemos el acento en el confort, Hegel
sostenía que es infinito, el progreso será siempre insatisfactorio. Este
progreso tecnológico terminó con dos bombazos atómicos en Japón provocando
miles y miles de muertos inocentes. Sabemos que el mal en el inocente es
inexplicable filosóficamente, y que se produce por una perversión de la causa
que lo comete.
Por el contrario, para el hombre hispano el progreso fue
siempre una aspiración y no una inspiración. Fue un ideal y no una idea y así
viajó a América.
Todos los grandes progresos de la humanidad no han sido
en función del progreso ni en provecho del devenir sino por una imagen actual,
ya sea la gloria, la patria, el bienestar de la familia y tantas otras.
Esta aspiración a progresar es la que define el progreso
para el hombre hispano, pero su acción no está inspirada en el mito del
progreso.
Esto nos lleva a introducimos en un aspecto más profundo
y esencial del progreso. “Desde el punto de vista del espíritu, el progreso
solo es válido cuando se desarrolla en intensidad o en profundidad, nunca
lineal u horizontalmente. La profundidad del progreso nos indica el grado de
interiorización existencial del sujeto. Y es este el sentido profundo del
progreso, la interiorización cada vez más intensa de las verdades que conocemos
o, mejor, que barruntamos. El proceso de interiorización tiene grados sucesivos
que contienen unos a otros en una jerarquía similar a la celeste” [2]
Es por ello que podemos afirmar que en la vida
espiritual, ya sea la mística o la intelectual, el que no avanza retrocede.
Manuel García Morente, ese gran maestro español de
filosofía, propuso al caballero cristiano como arquetipo del hombre hispano.[3]
Y no estuvo mal. Pero “esta teoría de los arquetipos tiene dos fallas. Una,
carece de rigor científico, la podemos cargar con las mayores virtudes como
hace García Morente con el caballero cristiano o con los mayores vicios como
hacen los liberales argentinos con el gaucho. Y, dos, siempre está adscripta y
determinada a un momento temporal y a un lugar
preciso de la historia de un pueblo.” [4] Su vigencia
desaparece. Hay que buscar entonces por otro lado sus rasgos específicos.
La hispanidad como “ser de lo hispano” se ha dado en la
historia bajo múltiples y variadas formas y se dará bajo otras muchas que no
podemos colegir. Desde siempre se destacó por el sentido jerárquico de la vida,
de los seres y de las funciones. Esta jerarquía como una necesidad del inferior
respecto del superior "¡Qué buen vasallo
sería si tuviese buen señor! afirma
el Quijote, y no a la inversa
como la postula el mundo liberal burgués. Jerarquía que se proyecta en una visión
total, y no la de los especialistas de
lo mínimo que pierden de vista la visión del todo. Jerarquía que se funda en
valores objetivos fuera de discusión y no a la inversa en valores subjetivos,
surgidos del primado de conciencia, eje axial del mundo moderno.
Así, la necesidad del inferior, la visión del todo y la
objetividad de los valores son la expresión del sentido jerárquico del ser de
lo hispano.
El segundo rasgo lo encontramos en la preferencia de sí
mismo y la consecuente falta de temor por la pérdida de la identidad.
La preferencia de sí mismo no es egoísmo sino una
disposición existencial que hace que uno no tema mezclase con otros. La que
tuvieron los españoles y portugueses cuando llegaron a América y la que
tuvieron los millones de inmigrantes que vinieron después.
Nosotros la hemos estudiado como el primer paso de la
hermenéutica disidente que proponemos como el método del disenso: “Todo
método es eso, un camino para llegar a alguna parte. El disenso como método parte, no ya de la descripción del fenómenos como
la fenomenología, sino de la “preferencia de
nosotros mismos”. Se parte de un acto valorativo como un mentís rotundo a la
neutralidad metodológica, que es la primera gran falsedad del objetivismo científico,
sea el propuesto por el materialismo dialéctico sea el del cientificismo
tecnocrático[5]. Rompe con el progresismo del marxismo para
quien toda negación lleva en sí una superación progresiva y constante. Por el
contrario el disenso no es omnisciente, puede decir “no sé”, y así, al ser el
método del pensamiento popular, puede negar la vigencia de algo sin tener
necesidad de negar su existencia.
La preferencia se realiza a partir de una
situación dada, un locus histórico, político, económico, cultural. En nuestro
caso Suramérica o la Patria Grande. Esto reclama o exige el disenso, un
pensamiento situado, como acertadamente habló la filosofía popular de la
liberación con Kusch, Casalla et alii, y no la filosofía marxista
de la liberación con Dussel, Cerutti y otros, que es
una rama europea trasplantada en América.
Tiene como petición de principio el hic
Rhodus, hic saltus (aquí está Rodas, aquí hay que bailar) de Hegel al comienzo
de su Filosofía del Derecho. Sólo desde un lugar determinado se puede plantear
genuinamente el disenso, porque de plantearlo desde una “universalidad
abstracta”: por ejemplo, la humanidad, los derechos humanos, la igualdad, etc.,
etc. se hace merecedor de la crítica desconfiada de la izquierda en general,
que ve en el disenso una peligrosa desviación reaccionario-populista.” [6]
El tercero y último de
los rasgos que trataremos aquí es la existencia de un enemigo común como lo es
el anglosajón.
Esta es una herencia
española que el hombre hispanoamericano, incluídos todos aquellos de cultura
mediterránea que llegaron a estas tierras, vivencian y padecen desde la guerras
civiles de la Independencia. Ese gran sociólogo mejicano que fue Pablo González
Casanova contabilizó 700 invasiones militares y más de 4000 intervenciones del
anglosajón en Nuestra América, desde la batalla de San Juan de Ulúa en 1567/68
en México hasta Grenada en el 83, Panamá en 1989 y Haití en 2004.
Estas luchas sucesivas y
continuadas han conformado una conciencia cierta sobre el enemigo público, el hostis.
Aquel que me hostiga y me opugna. Aquel que me impide desarrollarme según
mis propias pautas y valores. En una palabra, aquel que no me deja ser por mi y
para mi.
Estas luchas y vivencias
tienden décadas tras décadas y siglos tras siglos hacia la búsqueda de una
Patria Grande, de un Gran Espacio, de una Ecúmene según vislumbramos nosotros.
El término ecúmene,oikoumenh es el
participio presente del verbo oikew que significa habitar en
casa propia y encierra la idea de “porción grande de
tierra habitada”.
Para los romanos el Imperio era su ecúmene así como para los griegos lo era
la Hélade y para los cristianos hasta
finales del medioevo, la Cristiandad.[7] Estas ecúmenes, cada una
en su tiempo, coincidieron con los límites de lo que era considerado mundo.
La
idea de ecúmene está ciertamente vinculada a la de humanismo, pero entendido
este como “una forma viviente que se
desarrolla en el suelo de un pueblo y persiste a través de los cambios
históricos”[8]. El humanismo
clásico greco romano busca la realización del ser del hombre a través de su
formación. La referencia al suelo de un pueblo, según la cita, nos muestra la encarnadura del antiguo humanismo, que el mayor de los poetas latinos,
Virgilio, refuerza cuando aconseja pensar a partir del genius loci. Concepto que encierra las ideas de clima, suelo y
paisaje.
Este arraigo que se mantuvo en el humanismo
hispánico, se pierde en el humanismo ilustrado, que es, con pequeñas variantes,
el que manejan los regímenes liberales,
socialdemócratas y las Naciones Unidas, actualmente en el mundo.
Cuando
hoy se plantea la creación de mega regiones, Unión Europea, Unión Suramericana,
como una necesidad de dar respuesta al proyecto del One Word lanzado por Bush
padre en 1991, limitándose a la idea de “región o gran espacio” cuya
integración se busca más por el lado económico y político que cultural, se está
poniendo el carro delante del caballo.
Nos
vemos entonces obligados intelectualmente a volver sobre la categoría de
ecúmene para poder comprender, al menos en parte, qué nos sucede y nos puede
suceder.
Agotado
el proyecto moderno entre cuyas ideas fuerza estaban las de progreso,
igualitarismo, democracia liberal, libre mercado, subjetivismo, racionalismo,
primacía de la técnica, etc. etc. también se deshace, se desvanece la idea del
mundo como universo.
Nos
percatamos un poco sorprendidos que el mundo ya no es más un universo; esto es,
que no tiene una sola versión y visión, que era la de la modernidad expresada a
través del racionalismo de la Ilustración, sino que más bien, el mundo es un
pluriverso. Esto es, el mundo está compuesto por muchas versiones y visiones,
tantas como ecúmenes culturales lo habitan.
El
mundo entonces es culturalmente plural, es un pluri- verso y no un uni- verso.
Y su pluralidad radica en la existencia o coexistencia de diferentes ecúmenes.
Grosso modo, podemos
determinar algunas: la europea, la angloamericana, la arábiga, la india, la
eslava, la iberoamericana y la chino-oriental. Sin duda se podrá buscar otro
tipo de clasificación dado que éstas existen a los efectos
didácticos-comprensivos y en ellos se agotan. Como todas la clasificaciones
pasa lo de la chacarera: Casas más, casas
menos, igualito a mi Santiago. Siempre son aproximaciones a la realidad,
pues ésta es más rica que aquéllas y no se deja encerrar.
Estas
ecúmenes a veces coinciden con una región determinada, vgr. la ecúmene
iberoamericana con la mega región del Mercosur y del Unasur, incluso la supera
pues abarca también centro y parte de norte América. Con la ecúmene europea
pasa, mutatis mutandi, algo similar. Pero
hay que observar que existe en las dos una continuidad territorial.
Otras
veces estas ecúmenes no coinciden con una región sino que involucran a varias,
vgr. la angloamericana engloba una parte de Europa con Inglaterra, una parte de
América con USA, Canadá, Jamaica, Guyana, Belice, un parte de Oceanía con
Australia, Nueva Zelanda et alii, una
parte de Asia con espacio americanizados como Singapur, Taiwan, Corea del Sur e
incluso Japón.
Otras
ecúmenes abarcan multitud de países, incluso algunos dispersos, como es el caso
de la arábiga. En tanto que con la india sucede a la inversa y se encuentra
limitada a un solo país.
Las ecúmenes determinan espacialmente no solo un
medio apropiado para la vida colectiva sino también un mundo de valores
compartidos por los hombres que la habitan. Y en este sentido la ecúmene hispano o iberoamericana es un ejemplo de
homogeneidad, por la religión, la lengua, el derecho y las costumbres comunes.
La
teoría ilustrada que tiene hoy plena vigencia consiste en sostener que el
pluralismo se debe plantear no sólo dentro de las ecúmenes culturales sino
además dentro de los Estados nacionales que la componen. Como no compartimos
esta teoría nos preguntamos: ¿Cómo debería plantearse la cuestión?
Nosotros
sostenemos por el contrario que el pluralismo no debe darse en el seno de las naciones-Estados,
como gusta decir Dalmacio Negro Pavón, sino que el pluralismo se debe dar entre
las ecúmenes culturales. El riesgo del pluralismo ecuménico dentro de la nación-Estado
lo nota el afamado politólogo liberal Giovanni Sartori cuando afirma: “Reunir muchas culturas sobre un mismo
territorio es peligroso. Así, no deben entrar en un país aquellos que no se
encuentren listos para integrarse. Pues, la inmigración no seguida de la
integración conlleva la muerte del pluralismo y la democracia” [9].
Son
las ecúmenes las que producen la verdadera y auténtica pluralidad del mundo al
constituirse ellas, a partir de valores, lenguaje, creencias, vivencias e
instituciones compartidas.
Así, el pluralismo cultural debe ser entendido como
un interculturalismo donde cada identidad se piensa entre otras, pero a partir
de su diferencia, en esto radica la coexistencia, o mejor, concordia de las
comunidades.
Entender
el pluralismo cultural como un multiculturalismo; esto es, un relativismo
cultural que conduce simultáneamente a la exclusión de otras culturas para
evitar su desnaturalización, o lo que es peor, valorar al otro por el sólo
hecho de pertenecer a una minoría y no por su méritos o valor en sí mismo, es
el grave error que comenten hoy los antropólogos culturales y los
multiculturalistas o progresistas del pensamiento.[10]
Cuando
en nombre de este multiculturalismo, que como vimos es un relativismo sectario
y excluyente, se invade desde una ecúmene a las otras, ello produce la
desnaturalización de ésas. Así se alienta la “americanización” de la europea,
“la imbecilización” de la iberoamericana,
la “terroristización” de la ecúmene arábiga, etc. Erróneamente desde la
ecúmene invasora puede pensarse que se produce una transferencia de sentido,
aun cuando ni todos los europeos están norteamericanizados, ni todos los
iberoamericanos somos imbéciles, ni todos los árabes son terroristas.
Esta trasferencia de sentido e interferencia
de una ecúmene en otra, como sucede hoy
con la ecúmene anglonorteamericana, es de máximo riesgo,
porque nos está indicando el surgimiento de un totalitarismo ecuménico, por el
cual una se impone al resto. El mundo perdería así su riqueza de aspectos
variados, su carácter de bello, por aquello que es un cosmos, para transformase
en un “orbe” único, uniformado y homogéneo.
[1] Aubenque, Pierre:
Le probleme d´etre chez Aristote, Puf, Paris, 1977, p.13
[2] Buela, Alberto:
Epítome de Metapolítica, Ed.Cees, Buenos Aires, 2022, p. 117
[3] García Morente,
Manuel: La idea de Hispanidad, Ed. Losada, Buenos Aires, 1942
[4] Buela, Alberto: Hispanoamérica
contra Occidente, Ed. Cees, Buenos Aires, 2021, p.52. Primera edición, Ed.
Barbarroja, Madrid, 1996, p.56
[5] Cfr. Fayerabend, Paul: Contra el método, E. Hyspamérica, Buenos
Aires, 1984
[6] Buela, Alberto: Teoría
del Disenso, Ed. Fices, Barcelona, 2016, p. 32
[7] Se utiliza también ecúmene en geografía
humana, designando con él, el medio apropiado para la vida colectiva. Y como
significa medio, incluso se llegó a cambiarle el género y se habla en masculino
de: “el ecúmene”.
[8] Jaeger, W: Paideia, México,
FCE, 1946, p.11.
[9] Sartori, Giovanni:
Pluralismo, multiculturalismo e inmigración en el periódico Il Giorno,
15/9/2001.
[10] El multiculturalismo se apoya en dos etapas del desarrollo de la
antropología cultural: a) en el relativismo cultural de Franz Boas(1858-1942),
el precursor de la antropología norteamericana, que sostiene que no es posible
hablar de culturas superiores o culturas inferiores y b) en la etapa de la
descolonización de los años 60 y 70 donde los antiguos “objetos” de estudio de
la conquista de América y del imperialismo en África y Asia, se transforman en
“sujetos” que estudian sus propias realidades.