Julio PIUMATO para INFOBAE
Desde hace setenta y nueve años los caminos que recorre la Argentina se disciernen de manera aparente en la interna peronista. No obstante, aunque pueda parecer una paradoja, de tanto invocar su nombre, Perón es un hombre silenciado. Sin prensa y sin partido que recuerden su verdad que está cifrada en la doctrina justicialista que ha sido sustituida por el liberalismo en sus distintas variantes. Sin dirigentes “peronistas” que propongan retomar su revolución inconclusa. Con contados pensadores que alienten su idea de Comunidad sintetizada en ni Estado, ni mercado, pueblo libremente organizado.
El Peronismo abandonó el nacionalismo
industrialista y fue neoliberal, desarrollista o progresista desde 1983 al
presente. Naturalizó entonces la manutención del mismo PBI del año 1974 y el
aumento exponencial de la pobreza que alcanza o supera hoy a 20 millones de
argentinos. Legitimó el abandono de la democracia social, orgánica y
directa por la instauración del sistema demoliberal en 1976, institucionalizado con el Pacto de Olivos y la reforma
constitucional de 1994, donde los partidos políticos administran el mercado
electoral y las corporaciones regulan las orientaciones generales del modelo de
desarrollo dependiente.
El pragmatismo pasó a ser la doctrina
política de gran parte de la dirigencia “peronista” para la que el país no es
una Nación sino un shopping que exhorta al “vengan con plata y llévense lo que
quieran”. El Estado está endeudado y atado de pies y manos por la finanza
foránea. Se renunció al reconocimiento de la existencia de una sola clase de
hombres: los que trabajan, castigando a la mitad de la fuerza laboral a la
informalidad y a malvivir de subsidios estatales. Y todo esto avanzó utilizando
cínicamente el nombre del hombre silenciado mientras la Argentina
involucionaba. Por eso, en el Peronismo
abrevan si no todos, muchos y diversos, desde los gremios que continuamos
considerándolo un movimiento de liberación nacional hasta la variopinta
dirigencia política que lo circunscribe a la desnuda maquinaria de conquistar
poder a costa de la entrega del patrimonio nacional y la miseria de nuestro
pueblo.
Pocos denuncian la esclavitud argentina.
Por eso es momento de que las organizaciones libres del pueblo nos animemos a
meter en la mesa de disección de una buena vez al Peronismo para intentar una
nueva actualización doctrinaria que haga hablar de una buena vez a Perón y
su doctrina. Estas breves líneas se escriben con ese objeto y parten de la
certeza de que el camino para su recuperación es el derrotero que nos lleva a
las fuentes. En tal sentido, el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional,
testamento político del General Perón presentado un día como hoy pero de 1974,
constituye la hoja de ruta fundamental donde escudriñar las aristas del Proyecto
Nacional que la Patria demanda. Perón no está atrás en el pasado como pieza de
museo a revisitar sino en el futuro como deuda, misión y responsabilidad.
El Modelo Argentino para el Proyecto
Nacional constituye la síntesis más acabada de su pensamiento.
Adelantándose a su tiempo histórico, Perón reflexionó en sus páginas sobre los
desafíos que enfrentaría el país frente al universalismo que preveía se
avecinaba, y que conocimos lamentablemente porque se desoyeron sus palabras,
como globalización y fin de la historia para las mayorías porque las minorías
continuaron su accionar colonial sin interrupciones. Señalaba allí cuáles eran
los modos de revertir la dependencia del país, alertaba sobre el rol del
imperialismo, acerca de las políticas económicas y las formas de organización
política de la Nación, la justicia social, el desarrollo de una cultura
nacional que enfrentase el neocolonialismo, la necesidad de lograr la soberanía
científico tecnológica, el rol de la Universidad y de los intelectuales, la
relevancia de la ecología, la organización institucional del proceso de cambio,
etc.
En síntesis, actualizaba con miras al siglo
XXI la concepción nacional, humanista, antiimperialista y suramericana de sus
primeros gobiernos para que el porvenir nos encontrase, según sus palabras,
“Unidos y no dominados”. A sus ojos, la reconstrucción del país continuaba
teniendo como columna vertebral al movimiento obrero organizado. El medio para
alcanzarla era la Unidad nacional y la reconstrucción del hombre argentino en
el marco de una Comunidad Organizada en valores trascendentes y a través de la
puesta en marcha del Pacto Social y el
Plan Trienal para la Liberación Nacional.
Así, en poco
menos de tres años -entre el 25 de mayo
de 1973 y el 24 de marzo de 1976- se desarrolló una política de gobierno que
fue capaz de contener la inflación, elevar el salario real, lograr el pleno
empleo, aumentar la participación de los trabajadores en el PBI en un 50 %,
consensuar una Ley de contratos de trabajo, reactivar el mercado interno y
fomentar la producción industrial, nacionalizar la banca y el comercio exterior
agropecuario, reglamentar el capital extranjero, poner en marcha la
construcción de represas hidroeléctricas y el suministro eléctrico por energía
nuclear, llenar las aulas universitarias de nuevos estudiantes, diseñar un Plan
para el autoabastecimiento energético, incorporar al país al Movimiento de
Países No Alineados, expulsar las misiones militares extranjeras de suelo
argentino, intentar recuperar diplomáticamente las Islas Malvinas, romper el
bloqueo a Cuba, resolver viejos conflictos limítrofes, abrir nuestro comercio a
China, la Unión Soviética y los países socialistas, entre las medidas más
relevantes. El proyecto de Argentina potencia tuvo en 1974 el mayor nivel
salarial de toda nuestra historia y del Continente en su conjunto.
La hora crucial
del panorama político que vive nuestro país nos demanda la puesta al día de
aquella exigencia que hiciera el General Perón en las páginas aludidas de
volver los ojos a la Patria dejando de solicitar servilmente la aprobación del
extranjero en el análisis de la marcha del movimiento nacional. Apartados de la
búsqueda inútil de modelos foráneos, es
necesario concentrar la mirada sobre el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional
donde están trazadas las pautas para reconstruir la Argentina en base a la
producción y el trabajo. El trabajo constituye el mayor aporte de la persona
humana a la comunidad y define su identidad integral. El mercado no
construye comunidad, sólo distribuye bienes y el consumo no puede ser el fin
del accionar humano, sino un medio para la realización plena de la vida en
comunidad articulada a partir del trabajo y los valores de la solidaridad y el
bien común.
Para reconstruir la economía dando por tierra
con la especulación financiera. Para ello se necesita patriotismo y frente al
escepticismo y a la actual anomia cultural y moral que viene horadando todos
los cimientos culturales y morales que fueron vértebra del ser nacional,
necesitamos rescatar la noción de unidad de destino como base ética de una
Nación próspera.
Décadas de
parálisis nacional deben llegar a su fin. Los trabajadores argentinos
continuamos encontrando en Perón no sólo el recuerdo de los mejores años
vividos por nuestro pueblo, sino una propuesta civilizatoria alternativa al
cementerio espiritual del liberalismo donde priman los contenidos espirituales
y no materialistas de la persona humana para la resolución concreta de los
grandes problemas nacionales que enfrenta nuestro país. En este aniversario de
nuestra gesta del trabajo reiteramos nuestra fidelidad a la doctrina para que
el Primero de Mayo vuelva a ser la
fiesta de los trabajadores y no, como versan los versos de Lepera, la vergüenza
de haber sido y el dolor de ya no ser. Con nuestra propia fe, como
continuadores de nuestra propia historia. Bregando por la unidad de los
trabajadores como puntapié inicial para la unidad de todos los argentinos,
reaseguro de ser fieles a Perón que está en el futuro, esperándonos. Vayamos a
su encuentro.
Feliz Dia a
todas las trabajadoras y trabajadores que generan la riqueza en nuestra Patria.