miércoles, 28 de diciembre de 2022

Argentina: la “acclamatio” que se viene

 por Carlos Pissolito


 

Lo que hemos vivido los argentinos en ocasión de los festejos de la obtención de la 3ra Copa Mundial es un hecho nuevo. Uno que no responde a los cánones normales de la política partidista argentina.

Más tiene que ver con la “acclamatio” una institución política utilizada durante 1500 años en la proclamación popular de los reyes desde Roma hasta finales de la edad media  y que ha sido recuperada en este comienzo del tercer milenio.

Lo que hemos presenciado es como millones de argentinos, al margen de todas las estructuras partidarias y hasta estatales, se han manifestado a favor de su seleccionado nacional. Para poder hacerlo han tenido que moverse en contra de lo “políticamente correcto” manejado por los partidos políticos tradicionales y los aparatos culturales manejados por los mass media.

Lo han hecho para reconocer la exitosa labor de una asociación libre del pueblo. En este caso, la AFA. Una asociación fundada por Alejandro Watson Hutton en Buenos Aires, el 21 de febrero de 1893 y que es el ente rector del fútbol en Argentina. Como tal, es la encargada de organizar y regular las distintas selecciones nacionales y los campeonatos oficiales, en todas las modalidades del deporte en nuestro país.

En contraposición, por lo demostrado por varios sucesivos gobiernos de los últimos 40 años, la AFA puede ser catalogada como una organización exitosa que ha logrado tres Copas Mundiales de Fútbol, en 1978, en 1986 y el 2022. Lo ha logrado merced a coordinar el esfuerzo mancomunado  de una gran cantidad de clubes de fútbol ubicados a lo largo y a lo ancho de nuestro territorio nacional.

Lo han hecho a través de un círculo virtuoso de inversión que incluye instalaciones deportivas, servicios varios y mucha pasión por lo que se hace y que ha permitido  mejorar y mantener una cadena de conocimiento deportivo de primerísimo nivel mundial.

En pocas palabras, una organización exitosa que ha podido perseguir la excelencia, aún en un país plagado de inconvenientes de todo tipo derivados de su mala conducción política.

Pero, si asumimos que el primer derecho político del ciudadano es ser bien representado dentro del sistema democrático, la “acclamatio” se produce cuando los miembros de la sociedad civil, espontáneamente, han hecho elecciones por aclamación y no por la emisión de un sufragio. Pues, se han sentido defraudados por la clase política. Y cuya expresión más conocida ha sido el conocido: “qué se vayan todos” expresado a caballo de la crisis del 2001.

Desde esa fecha hasta nuestros días, las crisis de representatividad, no sólo no han desaparecido,  se han venido repitiendo, sucediendo y agravando, una tras otra. Por ejemplo, la pobreza y la indigencia no han dejado de crecer. A la par, que problemas crónicos como la inseguridad, la inflación y el desempleo no han dejado de crecer.

Porque, al fin de cuentas, no sólo no se fueron todos. Se reciclaron y siguieron en sus puestos como si nada. Pero, las crisis no han dejado de repetirse y ser cada vez más profundas.

Del tal modo, que el sistema de representación política actual exige una serie de reformas urgentes que eviten un cambio revolucionario violento. A los efectos de que estas reformas queden orientadas a incorporar a la “acclamatio” de alguna forma.

En este sentido, casi nadie niega la necesidad de proceder a una reforma profunda del sistema de representación política. Ya que esta forma de democracia indirecta, delegativa no va más. Pues no representa ni los intereses ni los deseos del pueblo.

Hoy esto sería, relativamente, sencillo de hacer. Al margen de las consultas populares que prevé la ley (Art. 40 de la Constitución Nacional), están la herramienta nueva de las omnipresentes RRSS. Las que bien pueden usarse para lograr una necesaria legitimidad de ejercicio del poder.

Lo que queda claro, es que la democracia tiene que volver a ser el gobierno de las mayorías y para las mayorías y no perderse en la concesión de derechos a las minorías sexuales, raciales, religiosas y que no representan a nadie y que son sólo la expresión de la agenda 2030 promovida por organismo globalistas como el Foro Económico Mundial o la ONU. .

Pero, más allá de la designación y la implementación de nuevos mecanismos de participación ciudadana, lo que se exige como condición previa, es una nuevo ethos por parte de nuestros políticos. Uno basado en una actitud de servicio que los lleve a superar sus posturas y egoísmos personales que los caracterizan hoy por hoy.

En este sentido, ya no alcanza con la legitimidad política que otorgan las elecciones libres y transparentes. Los gobiernos deben completarla con una legitimidad de ejercicio, derivada del buen gobierno, orientado a la búsqueda del bien común y a la solución de los problemas políticos que afectan a nuestra Nación desde hace décadas.

Tampoco se puede descartar que si esta evolución hacia formas de una mayor participación ciudadana no se diera o se viera impedida desde el establishment político, que se produjeran procesos revolucionarios violentos destinados a derribar las estructuras vigentes. En otras palabras, “el que se vayan todos”, se transformaría en “no los dejemos escapar”.

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