Por Víctor E. Lapegna
Durante los casi 30 años que
transcurrieron entre 1945 y 1974 en los que Juan Domingo Perón ejerció su
conducción, el Movimiento Nacional Peronista estuvo vivo y vigente en la vida
argentina y en los más de 40 años transcurridos desde el fallecimiento del General
hasta hoy recorrió un camino que, con alzas y bajas, condujo a su paulatina
pérdida de vitalidad y vigencia.
No me parece casual que ese
tránsito a la decadencia del Movimiento
Nacional Peronista sea equivalente y coetáneo al seguido por la Argentina en
ese mismo período, en el que sufrió la paulatina pero constante degradación
de su pueblo a la condición inferior de masa, el deterioro y en algunos casos
la destrucción de la comunidad organizada comenzando por su célula básica que
es la familia y el deterioro de la voluntad de ser una Nación con un destino
común en lo universal que se expresa, entre otros signos, en las divisiones y
enfrentamientos internos a los que se ha dado en llamar “la grieta”. Un proceso
decadente que se observa también en datos duros de la realidad económico y
social en estos años tales como la magnitud de la pobreza, del crecimiento de
la economía o de la tasa de inversión real en actividades productivas.
Debemos asumir que aproximadamente
la mitad de esos más de 40 años de decadencia
transcurrieron bajo gobiernos que se asumían como peronistas y eran
reconocidos como tales por la mayoría de la ciudadanía, con lo que no podemos
ignorar la cuota-parte de responsabilidad que todos los peronistas tenemos en
ese proceso de pérdida de vitalidad de nuestra Patria y de nuestro Movimiento.
Situados ante esa realidad parecen
abrirse para quienes seguimos asumiendo al peronismo como una de las notas de
nuestra identidad personal, dos actitudes posibles. Una es seguir llorando
sobre la leche derramada y buscando atribuir a unos o a otros las culpas por
esa decadencia, lo que no parece que vaya a contribuir en nada a salir de ella.
La otra es tratar de responder a esa realidad insatisfactoria con palabras y
con hechos que contribuyan de manera efectiva y concreta a ir reconstituyendo
el Movimiento Nacional Peronista y el amplio frente social y político que nos
encamine hacia la reconstrucción nacional.
Al optar por la segunda de esas
actitudes, me permito compartir con quienes tengan la generosidad de leerme
algunos conceptos que tal vez puedan ser útiles para avanzar en la perspectiva
que implica aquella actitud proactiva.
Movimiento y Partido o El Huevo y
La Gallina
En las redes sociales y en diversos
núcleos del peronismo que frecuento, sobre todo a partir de la intervención
judicial del Partido Justicialista y la designación de Luis Barrionuevo al
frente de la misma, percibo que no pocos compañeros contraponen al Movimiento
Peronista con el Partido Justicialista, al que definen como una mera
herramienta electoral y en los términos en los que suele presentarse, esa
supuesta alternativa me recuerda aquella pregunta inútil acerca de que es
primero, si el huevo o la gallina.
Para tratar de aportar algo
más de densidad a la cuestión me permito recordar que los años en los que
estuvo vivo y vigente, el Movimiento Peronista no fue un mero concepto
doctrinario y menos aún un ente abstracto sino la rica, variada y multiforme
organización de hombres y mujeres de la Argentina, conforme la doctrina y el
diseño concebidos, concretados y conducidos por el genio de Perón y asumidos
por el pueblo peronista.
En el armado de ese dispositivo Perón escogió primero a los trabajadores
- a cuyas organizaciones definió como la columna vertebral del peronismo - porque
era posible organizarlos, era el sector marginado de la sociedad, eran el punto
de apoyo para construir la comunidad organizada y también porque tenían el
número que sería decisivo para lograr la mayoría electoral.
A partir de esa organización de los
trabajadores se fueron desplegando otras organizaciones de distintos sectores
de la comunidad nacional que iban desde los clubes deportivos que canalizaban
la práctica de deportes por todos los sectores (al respecto son ilustrativas
las obras publicadas por nuestro compañero y amigo Víctor F. Lupo), a las
organizaciones que nucleaban a estudiantes
secundarios (Unión de Estudiantes Secundarios o UES) y universitarios
(Confederación General de Universitarios o CGU), a profesionales (Confederación
General de Profesionales), a empresarios (Confederación General Económica) y
también, en un plano destacado, fueron creados el Partido Peronista Masculino y
el Partido Peronista Femenino, que organizaban a millones de hombres y
mujeres en todo el país a través de sus respectivas Unidades Básicas, que eran
sus núcleos promotores en el territorio.
Ese multiforme tramado de
organizaciones que contenía intereses y actores diferentes e incluso
contradictorios, era sinérgico en la medida que compartía una doctrina nacional
y una conducción dotada de autoridad y representatividad que encarnaba en Perón
y sus cuadros auxiliares.
En 1955 la valoración de la calidad
que había alcanzado la organización popular y su adoctrinamiento fue lo que
llevó a Perón a elegir el tiempo y no la sangre. Así lo explicaba en 1973, tras
su regreso triunfal a la Patria tras 18 años de exilio: “Cuando debí tomar
una resolución que guiase a la conducción general de nuestra lucha, yo
contemplé precisamente esta situación. Sabía que disponíamos de una masa
organizada en gran parte, pero en mayor medida adoctrinada sobre los principios
que .el Justicialismo había puesto en marcha en el año 1945. Si no hubiésemos
dispuesto de esa masa adoctrinada y de una organización, no habríamos tenido
más remedio que recurrir a la lucha cruenta, que siempre desgasta enormemente a
las propias organizaciones. En cambio, aprecié que teniendo esa organización y
ese adoctrinamiento era posible consumir tiempo, ahorrando el derramamiento de
sangre, que en ese caso hubiera resultado inútil. Por eso fue que resolvimos
continuar una lucha a fuerza de voluntad y del mantenimiento de nuestros
principios, pensando en que si
teníamos razón habríamos de volver y, si no la teníamos, era mejor que no
volviésemos. Es decir, compañeros, que nosotros podemos pensar
que, si a la larga hemos
triunfado, ha sido porque teníamos razón, y el que debía decidir si la teníamos
o no, era el pueblo argentino. Los acontecimientos que se han producido
durante la normalización institucional del país, nos han dado esa razón:
gobernamos con el único derecho
que es inmarcesible, el derecho del pueblo de darse su propio gobierno y sus
propias instituciones”.
Después de 1955 Perón supo ir adaptando las formas de organización del Movimiento
Peronista a las nuevas y diferentes condiciones que presentaba la realidad
y en el proceso de 18 años transcurrido hasta 1972/73 supo conducirlo con
inconmovible autoridad y representatividad hasta la victoria que se expresó,
sobre todo, en su retorno a la Patria y su tercera consagración como Presidente
de los argentinos con el respaldo del 62% de los votos. En esos 18 años el
movimiento obrero confirmó su condición de columna vertebral dado que, en muy
difíciles condiciones, supo mantener su nivel de organización y representatividad
de los trabajadores y su adhesión a la doctrina peronista.
Ya en la etapa final de su vida
terrenal Perón nos enseñó con hechos y palabras que la política es el
arte de construir espacios pacíficos en los que se abordan las diferencias
propias de la vida en comunidad, que son diferentes de la conspiración y la
guerra.
Sabedor de que se acercaba el
momento de su paso a la otra vida, nos instó a prepararnos para
transitar de la etapa gregaria y personalista a la etapa orgánica y enunció que
su único heredero era el pueblo.
Entre 1973 y 1976 la violencia que ensangrentaba la Patria de resultas de
la batalla que aquí libraban los imperios contendientes en la Guerra Fría –
conflicto que incidía en la realidad de todos los países del mundo, más allá y
en contra de la voluntad de los pueblos- no permitió que los peronistas
ejerciéramos la política como el arte que Perón nos enseñó que era mediante
dichos y hechos, entre los cuales su abrazo con Ricardo Balbín no fue el menor.
Dado ese clima, después del
1 de julio de 1974 el pueblo no llegó a recibir en plenitud la herencia que le
dejara Perón, dado que ello que
requería que la voluntad de ese pueblo se pudiera expresar en la etapa orgánica
y elegir una conducción que, al menos en parte, estuviera dotada de una
autoridad y una representatividad semejante a la que tuvo Perón.
Las condiciones impuestas por noche
oscura de la tiranía que entre 1976 y 1983 tuvo como blanco principal de su
acción criminal y destructora al peronismo y a los peronistas, eran aún menos
propicias para construir la política como espacio pacífico para resolver los
conflictos y tampoco para que los peronistas nos diéramos una conducción que
fuera representativa de la voluntad popular y estuviera dotada de autoridad.
El ciclo político
establecido a partir de 1983 y la
restauración de la vigencia del principio de la soberanía popular para elegir a
los gobernantes como pilar de un sistema democrático, impulsó a que la gran
mayoría de los dirigentes, cuadros y militantes del peronismo nos volcáramos
a participar en la acción política electoral y la puja por ocupar espacios de
poder institucional relegó todo lo demás, con lo que el Partido Justicialista
sí se convirtió en una mera herramienta electoral y durante
las presidencias peronistas de Carlos Menem, Eduardo Duhalde y sobre todo de
Néstor y Cristina Kirchner devino en un partido del Estado, utilizado
por quienes lo gobernaban para satisfacer sus intereses circunstanciales y cada
vez más distante y ajeno para el pueblo peronista.
En 1988 hubo una luz de esperanza
cuando el movimiento de la renovación
peronista consiguió que la fórmula que el frente liderado por el PJ
presentaría en las elecciones presidenciales surgiera del voto directo de
millones de peronistas quienes, por mayoría, consagramos al binomio integrado
por Menem y Duhalde por sobre el que componían Antonio Cafiero y José Manuel De
la Sota. La lealtad de los vencidos que hicieron suyo el principio según el
cual “el que gana conduce y el que pierde acompaña” y la autoridad que tuvo la
fórmula por surgir de una compulsa democrática interna con millones de
votantes, contribuyó no poco a que en 1989
derrotáramos a la fórmula radical que encabezaba Eduardo Angeloz.
Pero aquella saludable experiencia
no volvió a vivirse en los 30 años subsiguientes, en los que las candidaturas
del peronismo fueron el resultado de las roscas de cúpulas y a ello se suma que
el procedimiento democrático de 1988 no se aplicó nunca para elegir a las
autoridades partidarias.
Una deformación acentuada por
quienes fueron desplazados de la dirigencia del PJ por la intervención judicial
ya que dispusieron modificar el estatuto partidario y eliminar la elección
directa como procedimiento para elegir autoridades.
Las perspectivas de la
intervención del PJ
A nuestro modo de ver la
intervención a cargo del compañero Luis Barrionuevo tiene la oportunidad de
normalizar la vida del Partido Justicialista y situarlo en un umbral básico de
normalidad democrática que no tiene desde hace al menos 44 años.
Creemos que hay tres condiciones necesarias para acceder a
ese umbral básico de normalidad:
a) Declarar caducas las afiliaciones actuales y convocar
a la re-afiliación en todo el país, reconociendo la antigüedad a quienes ya
estaban afiliados y vuelvan a hacerlo.
b) Elaborar con esas afiliaciones padrones
depurados y transparentes bajo el estricto control de la Justicia
electoral.
c) Convocar a la elección de todas las
autoridades partidarias (congresales y consejeros nacionales y provinciales)
a través del voto directo de todos los afiliados según lo disponía la carta
orgánica del PJ nacional.
Es posible que el proceso de
re-afiliación, que demanda una amplia e intensa vinculación directa con el
pueblo a través de la movilización de cuadros y militantes que salgamos a
afiliar, resulte en que quienes estén dispuestos a firmar la ficha de adhesión
al Partido Justicialista sean muchos menos que los más de 3,6 millones de
inscriptos que hay hoy en un padrón del todo inverosímil. Es también cierto que
ese proceso de re-afiliación demanda varios meses de trabajo. Pero si
no se hace esa re-afiliación y la consecuente depuración de padrones, cualquier
elección interna que se haga será fuente de justificadas suspicacias y su
legitimidad será cuestionable.
Por lo demás, más allá de
garantizar la realización en el Partido Justicialista de unas PASO como las de
1988 en las que puedan participar todos quienes quieran hacerlo y en las que el
voto popular dirima cuál la fórmula presidencial con la que el frente que
encabecemos los peronistas le gane a Cambiemos las elecciones del 2019,
consideramos que la misión
principal de la intervención que encabeza el compañero Barrionuevo es
garantizar que los afiliados al PJ podamos elegir con nuestro voto directo a
los dirigentes partidarios, como nunca pudimos hacerlo.
A priori consideramos inaceptable
cualquier excusa que quiera darse para evadir o postergar sine die esa
misión principal.
Conviene asumir que ninguna de las figuras que hoy aparecen en el
escenario como eventuales presidenciables del peronismo, cuenta siquiera con el
nivel de autoridad y representatividad que tenían Menem y Cafiero hace 30 años
aún antes de la interna en la que compitieron, pese a que uno y otro estaban
muy por debajo de la autoridad y representatividad que tuvo Perón en el
ejercicio de la conducción del Movimiento.
Por tanto, parece razonable suponer
que una re-afiliación y la elección de autoridades del PJ mediante el voto de
esos afiliados en unos comicios hechos con padrones confiables, implicaría una
movilización propicia a que la participación popular en unas PASO sea mayor que
la que podrían convocar unos precandidatos que, fueran quienes fueren, nos
parecen todos desangelados.
De tal modo, la elección
por el voto popular de las autoridades del PJ nos parece un procedimiento para
contribuir a soldar la brecha que
hoy separa a dirigentes de dirigidos en el ámbito político, factor clave de la
falta de confianza en la Argentina perceptible ad-intra y ad-extra,
causa de muchas de nuestras dificultades económicas y sociales y factor que
deteriora la convivencia y la gobernabilidad democráticas.
Por lo expuesto, tenemos la
convicción de que la intervención al PJ
tiene la posibilidad de hacer un verdadero servicio a la Patria y no sólo al peronismo
si lleva adelante las tres condiciones necesarias para una normalización
democrática de la vida partidaria que enunciamos más arriba.
Si no lo hace terminará yéndose con
pena y sin gloria, cargando con la responsabilidad de no haber sabido o querido
contribuir a que en las elecciones de 2019 se reabra un rumbo que nos haga
avanzar en el camino de ser un pueblo feliz en una gran Nación y reconstruir al
deteriorado hombre argentino, tarea a la que ya nos convocaba Perón hace 45
años y está aún pendiente.