José
Martiniano Duarte
1
de agosto de 2018
EL
NUEVO PARADIGMA DE LA GUERRA
Es
notable la cantidad de especialistas en Defensa que han aparecido últimamente a
raíz de la sanción del decreto 683/2018.
La mayoría parece desconocer que en estos últimos años los conceptos guerra y
fuerzas armadas han cambiado y les es difícil discernir entre aquello que
cambia de lo que es permanente. No es este el lugar para hacer una detallada
descripción de lo que significa hoy la guerra, pero creo oportuno hacer algunas
aclaraciones que permitan comprender mejor el tema.
La
guerra, entendida como un evento masivo que decidía, en un acto más o menos
extenso, la suerte de un conflicto, ya no existe, es cosa del pasado. El nuevo paradigma de la guerra es
"la guerra entre la gente", una modalidad de lucha en la que toda la
gente —en sus casas, en la calle, en la zona rural— es partícipe del conflicto
armado; todos y cada uno de los habitantes del territorio son actores de esta
nueva guerra.
Esta
cruda realidad es la que describe el general
Rupert Smith en su libro La Utilidad de la Fuerza (The Utility of Force). Y
esta es la modalidad de guerra que hemos visto en los últimos conflictos de
finales del siglo XX y comienzos del XXI: Irak, Afganistán, Congo, la Primavera
Árabe (Túnez, Egipto, Libia, Siria), Palestina, Crimea… la lista puede ser más
extensa.
Este
cambio de paradigma no es cosa que debamos subestimar, porque el dilema crucial
que enfrentan los países y las fuerzas armadas que deben afrontar este tipo de
guerra es: "¿Entre qué gente tendré que luchar?".
Si
es entre la gente del otro, como les ocurre a las grandes potencias, a pesar de
los problemas de toda lucha cruenta, solo deben preocuparse para que los
llamados "daños colaterales" no sean tantos que lleguen a perjudicar
su legitimidad ante la comunidad internacional; y por la duración del conflicto,
que puede arrasar el presupuesto previsto.
Pero
si la gente entre la que se ha de luchar es nuestra gente, como seguramente
ocurriría en nuestro caso, el tema se complica dramáticamente. A los daños, del
tipo que sean, ya no podremos llamarlos "colaterales". Por eso, lo que más nos conviene desde todo punto de
vista es tratar de evitar esa lucha por todos los medios.
Y la mejor y única manera
de hacerlo es disuadir qué
significa esto. Es hacer que el otro desista de emplear cualquier forma de agresión.
Disuadir significa que el otro entienda que le va a ser muy duro y, sobre todo
caro, enfrentarnos. Disuadir significa que estamos dispuestos a decir algo
sobre las condiciones de la paz. Y para ello, debemos tener fuerzas armadas
preparadas, capacitadas y con la moral bien alta para enfrentar cualquier
agresión abierta o encubierta.
LAS
CONDICIONES DE LA PAZ
He
hablado sobre las condiciones de la paz, y creo que sobre eso tengo que dar una
explicación. Poder decir algo sobre las condiciones de la paz puede hacer la
diferencia entre independencia y sumisión. Cuando nos hablan de paz, la
pregunta que surge es: ¿bajo qué condiciones?
La historia nos demuestra
que en este mundo, donde las naciones no tienen amigos ni enemigos sino
intereses, no alcanza con ser justos y saberse buenos y nobles; además, hay que
ser capaces de imponer condiciones
y, si no todas, al menos alguna. Poder formular las condiciones de la paz,
introducir alguna cláusula o requisito puede significar la diferencia entre la
libertad y la esclavitud; entre la dignidad y la humillación.
Por
eso la renuncia al uso de la fuerza solo es un recurso eficaz, paradójicamente,
para aquel que ha vencido, aquel que se impuso por la fuerza. Solo aquel que ha
logrado imponer las condiciones de la paz puede sacar ventaja de renunciar al
uso de la fuerza. Esto mismo, hecho desde la debilidad, por una actitud
principista o ideológica, es hoy tan peligroso como siempre. Se renuncia al uso
de la fuerza ante un aliado estratégico, pero es una insensatez hacerlo ante un
usurpador, un violador de tratados internacionales o ante quien no reconoce un
reclamo justo y soberano.
Las Fuerzas Armadas no
sirven únicamente para hacer la guerra. Son la ultima ratio, la última razón o
argumento del Estado nacional.
Significa que este se garantiza el monopolio de la fuerza para evitar que
cualquiera, desde afuera o adentro, se haga con el poder legítimo. Un Estado
que carezca de esa ultima ratio podrá convertirse de un día para el otro en un
Estado fallido.
Un
Estado fallido es el que sufre de
pérdida de control físico de su territorio, cuando sus espacios son depredados
sin control; cuando es incapaz de mantener el monopolio del uso de la fuerza,
se erosiona la autoridad legítima y es incapaz de suministrar servicios básicos
a sus habitantes. Esto, finalmente, lo vuelve inepto para interactuar con otros
Estados y como miembro pleno de la comunidad internacional.
Lamentablemente
nos hemos dejado enamorar con eslóganes repetidos hasta el cansancio por
políticos que desconocen el significado de la palabra "defensa". Como
aquel que reza que la Argentina no tiene
hipótesis de conflicto. Hay una sola manera de que un país, una empresa o
cualquier organización no tenga hipótesis de conflicto y es la de no tener objetivo.
Nuestro país es el octavo territorio del planeta. Con semejante extensión
apenas poblada no necesitamos de un enemigo concreto, nuestros intereses
vitales, que se traducen en objetivos nacionales, nos imponen imaginarnos
escenarios futuros conflictivos.
LA
MISIÓN ESPECÍFICA
Hemos
llegado a un estado de cosas en que no
se confía en la policía, que es la que debería estar en la calle; en Puerto
Madero, Recoleta y el Conurbano bonaerense. Por eso se saca a la Gendarmería y a la Prefectura de las fronteras y
se las reutiliza como policía. A raíz de esto, ahora necesitamos a las Fuerzas
Armadas para reemplazar a esas fuerzas de seguridad en sus funciones específicas.
Y la policía no es
confiable porque se ha corrompido por diversas causas. La principal es la corrupción política
que le exige recaudar y que no le paga sueldos dignos; que los humilla y
degrada cada vez que puede. Y el desmanejo judicial, que deja en libertad al
delincuente y condena con mano de hierro al servidor público.
Esto hace que nos preguntemos
cuánto tiempo falta para que la Gendarmería y la Prefectura se conviertan en la
"maldita policía".
El tiempo que tarden en corromperse, porque la política y la sociedad no han
cambiado su mirada hacia las fuerzas. Y siguiendo esa manera de razonar podemos
preguntarnos, también, cuánto tiempo tardarían en corromperse las Fuerzas
Armadas, si además de ser expuestas ahora a la lucha contra el delito
organizado, siguen siendo maltratadas, humilladas y mal pagas.
Han
perdido capacidades a causa de no tener presupuesto y de una larga campaña de
desprestigio que se fue sosteniendo desde el propio Estado y los organismos de
derechos humanos. ¿Qué se necesita para recuperar capacidades? Dinero para el
reequipamiento, tiempo de capacitación y respeto.
A
pesar de ello, nuestras Fuerzas Armadas
cuentan con excelente material humano y nivel de educación. Son uno de los
grupos humanos, dentro del País, con mayor preparación en idiomas y en el uso
de la informática.
Para
mi tranquilidad y la de todos, quiero decirles que las Fuerzas Armadas muy difícilmente se involucren en ese juego. Sus
integrantes van a resistir ser sacados de su misión específica. Porque creen en
la utilidad de esa misión y porque tienen vocación de soldados, no de policías.
Sin
el marco legal correspondiente ni reglas de empeñamiento claras, las órdenes
que se den para cumplir esas nuevas funciones, que se desprenden del nuevo
decreto, no se pueden impartir. Y si, así y todo, alguien las impartiese, no
habrá quien las cumpla. Hoy, los soldados de todas las jerarquías, tienen esto
muy en claro. Y no van a exigir cualquier marco legal, van a reclamar uno que
sea debatido y aprobado por el Parlamento y con órdenes firmadas desde el más
alto nivel de la conducción del Estado.
Los militares sospechan
que aparecerá dinero sin límite del narcoterrorismo, el contrabando y del juego
clandestino para financiar las denuncias, el armado de causas y los juicios
contra ellos y los policías que se atrevan a combatirlos.
El
autor es coronel (R) del Ejército, veterano de guerra de Malvinas, oficial de
Estado Mayor y licenciado en Estrategia y Organización.